C30: A de Avión.
Elisa Mendes.
El día en que desperté con la camisa de Nathan puesta, me dí por perdida en la miseria. El tipo aún seguía ocupando mis pensamientos constantes y sin consideración alguna, se atrevía a hacer algo de esa índole. Me sentí culpable la mayor parte del tiempo por sentirme atraída hacia un hombre comprometido, aunque no me quité la camisa por un buen rato.
Era muy cómoda...y era de él.
Mañana vuelvo al trabajo, aproveché mi tiempo viendo películas de miedo para averiguar más sobre Javi. Ah, olvidaba mencionar que después de todo el lío de la borrachera, el terror que me provocó que llamara "mamá" a mi madre se había disipado; incluso le dí el cuadro con el que el pequeñín pasa todo el día. Ahora compartimos madre.
—Si, es cierto —mencioné quitando la película y pasándome a Dora la exploradora—. Si él está aquí es porque algo tiene que decirme....¿Pero qué es?
Me giré para ver al mocoso sentado a mi lado en el sofá y aparte unos cuantos mechones castaños que molestaban su vista. El descarado me dió una bofetada en la palma.
—Así que no te gusta que te toquen, ridículo. Recuerda que en este tiempo he tenido que limpiar hasta tu minúscula herramienta reproductora —reproché y al instante dejé salir un chillido. Esas eran las cosas que decían las madres, tías y abuelas.
No era ninguna de las tres, pero esto de cuidar a un niño durante tanto tiempo ya estaba pasando factura. Y peor aún, un niño inexistente.
—Bien, quiero que acabemos con esta relación insana así que desde ahora empezaremos con las clases de habla, ¿Me entiendes? —inquirí pronunciando cada palabra detenidamente.
—Dada —balbuceó dando pataditas al aire y prosiguió a lamer la foto de mamá.
El siguiente cuarto de hora me dediqué a buscar recursos en internet para enseñar a hablar a los niños, la mayoría de páginas especificaban que esto podía usar usado en infantes de 1 a 3 años. Javi crecía cada semana y después de aparecer en mi casa como una pequeña larva recién nacida, ahora estaba regordete y precioso como un bebé que estaba a punto de cumplir su primer año.
—Que curioso... —pronuncié al repasar mis pensamientos.
Me metí a la calculadora en el teléfono y empecé a sobrecalentar mi cerebro al recordar fechas y escribir operaciones.
—Llegaste en diciembre...la semana final. Estamos en la semana final de febrero, así que desde diciembre llevas 1, 2, 3 —utilicé el mejor recurso, mis dedos, para contar—. Suponiendo que en realidad creces un mes en cada semana, tendrías...¡Ocho malditos meses!
Me paré en el sofá con los ocho dedos alzados y la boca abierta. El centro del mueble se hundió, provocando que Javi rodara y pegara su boca llena de baba en mi limpio e inmaculado pie. Orgullosa de mi descubrimiento salí corriendo para tocar la puerta de mi vecino. Los ocho dedos seguían levantados y bailando en el aire.
—Nathan, Javi...¿Tú eres...? —me paré en seco. Un chico alto, de cabello castaño claro y muchos rizos rebeldes abrió la puerta y me miró de una manera despectiva con esas cejas tupidas que hacían que su rostro luciera rudo, en contraste con sus facciones delicadas.
—Hola honguito, soy el hombre al que casi asesinas aquel día —se presentó de manera sarcástica y brazos cruzados.
—¿Asesinar...? —recordé dicho suceso y sacudí la cabeza—. Cómo sea, ¿Dónde está el dueño de la casa?
—Nathaniel se fue al trabajo y yo me iré a estudiar así que tú baja esos dedos chuecos y ve a cuidar a tu hijo —se despidió con una sonrisa ladina y entró sin esperar una respuesta.
—¿Hijo? —esta vez volví a tocar la puerta con ambas palmas abiertas y desesperadas— ¡Oye! ¿De que hijo hablas?
—¿No eres madre? —inquirió con sorpresa—. Perdón, con esas ojeras y tu cara de alerta inmutable supuse que tendrías un niño en casa. Ah, tambien por tú expresión que grita que estás a punto de estreñirte por el estrés...
—Mira, da gracias al dios que alabes porque si en este momento sigues vivo es porque algo me impide arrancarte la lengua con los dientes —espeté alzando mi labio superior en un gesto de amenaza.
—Deberías dejar esos hábitos tan agresivos, la otra mañana me querías germinar unos bellos lirios en el cerebro —bufó impasible.
—Ojalá lo hubiera hecho, tal vez así las palabras que dices no serían tan dañiñas para la humanidad —me dí la vuelta pero regresé al instante—. Que te lo digo yo que mi madre me regañó toda su vida por ser grosera.
—Pues no veo los resultados de tanto regaño —dijo finalmente y cerró la puerta con tranquilidad.
Me quedé a mitad del pasillo, con los ocho dedos otra vez levantados como por arte de magia y las piernas separadas por no saber a dónde ir. Podía ser fácilmente confundida con un primate en esas fachas.
—Y a todo esto, ¿Quién es ese imbécil? —me pregunté mirando a la puerta de Nathan.
Ofendida como nunca antes lo había estado después de enterarme de que mi madre apostó mi futuro con Richard, entre nuevamente a mi apartamento para encontrarme al bebé dormido. Dejé salir un resoplido y me dirigí al baño.
Veinte minutos después me dí cuenta de que el idiota rizado tenía razón. Estreñimiento a la orden del día.
—He descubierto como es el periodo de crecimiento de Javi. Para él, una semana es un mes. Eso es demasiada información. Estoy mareada.
—Dada —el bodoque despertó estirando todas sus extremidades.
—Gracias por terminar mi monólogo —lo tomé para sentarlo y puse mis manos en sus hombros para sacudirlo—. Espabilate que vamos a estudiar.
Me miró como si me entendiera perfectamente y frunció el ceño haciendo a la vez un puchero con un deje de fastidio.
—Así que tampoco te gusta estudiar —noté cruzando los brazos sobre el pecho—. Pues tendrás que hacerlo porque no sé tú, pero yo quiero que las madres fantasmas halaguen a mi hijo fantasma por tener las mejores notas en la Academia Fantasma.
Otra mirada, esta vez me dejó boquiabierta porque rodó los ojos desestimando mis preocupaciones futuras. Aunque le daba la razón, antes era inseguridad pura cada vez que hablaba con él, ahora de mi boca no salían más que incoherencias.
—¿Ya estás listo? Tomaré tu silencio como un sí —abrí la laptop con determinación y coloqué las imágenes que había descargado—. Empezaremos con las vocales.
Pasé alrededor de media hora arrodillada frente a un niño con cara de confusión eterna que solo lamía una foto mientras una adulta completamente normal repetía "A de Avión" vocalizando exageradamente. Me rendí y enterré la cara en el sofá, otra vez estaba decepcionada por la falta de comunicación entre el enigma y yo.
—Otra vez es hora de hablar con una persona madura —tomé el teléfono y marqué a Diana.
—¡Hola! —saludó con su habitual tono animado— ¿Cómo estás, cariño?
—Dianne, bien y tú también, que bueno —hablé sin respirar—. Y cuéntame, ¿Cómo le enseñarás a hablar a tus futuros hijos?
—Ok, me gustan las cuestiones acerca de la vida así que puedo responder esto con seguridad —dijo con un tono desafiante y pude imaginarla tomando una pose relajada—. Todo será sin presión, dicen que los primeros tres años de vida son los que definen la personalidad de los chiquillos, así que creo que es importante ser comprensivo y demostrarle a tu hijo que mamá es un apoyo y siempre podrá acudir a ella. Hablaría con él o ella como lo hago con cualquier persona adulta, aunque no me comprenda y me sentiré muy feliz cuando decida emitir sus primeras palabras y-
—Creo que no eres la adecuada, necesito un método urgente y tú eres mucho cerebro—murmuré ansiosa—. Serás una madre maravillosa, adiós. Te llamo más tarde.
Carolina era la ideal para este asunto, pero también demasiado perspicaz como para dejar pasar el hecho de que su amiga soltera está preguntando algo tan extraño después de haberse comportado de manera extraña durante los últimos meses.
—¡Hey! —saludé alegre sin obtener el mismo tono por su parte.
—¿Al fin recuerdas que existo? —fue lo primero que preguntó de mala gana.
—Perdóname la vida, no tengo excusa pero prometo-
—Nada de promesas vacías —interrumpió—, solo me gustaría que vuelvas a ser nuestra amiga. Solo eso.
—Caro... —susurré haciendo un puchero, mis ojos se llenaron de lágrimas, pero el apuro en el que me encontraba me impedía lanzarme al sentimentalismo—. Volveré a ustedes, son mis almas gemelas y perdón por estar ausente, pero...tengo que hacerte una pregunta un tanto aleatoria.
—Dime, ya nada de ti, ni tu desaparición, me sorprende —bufó divertida y sentí que me quitaron un peso de encima. No estaba molesta.
—¿Qué método emplearías para que un bebé diga sus primeras palabras?
—Para empezar: no quiero un bebé así que no pienso en ello. Para terminar: ¿Estás embarazada? —el silencio se convirtió en nuestro canal de comunicación— ¡Lo sabía! Ese morenito se veía muy tranquilo pero líbrame de las aguas mansas señor —terminó de decir con el típico tono de una señora sabelotodo.
—¡No es eso! —solté irritada—. Una paciente tiene un bebé que ya está lo suficientemente grande como para recitar un poema pero no dice ni mu.
—Ah...así que por eso me preguntas a mi y no a alguno de tus colegas que probablemente tenga más experiencia en estos asuntos. Me parece una decisión muy coherente, Elisa —dijo con tono sarcástico.
—Ahora a todos se les da por tratarme mal —espeté rodando los ojos y empezando a sentirme malhumorada—. No respondas, preguntaré a alguien más.
—¡Ya, ya! —exclamó justo antes de que colgara—. Lo que yo haría es amarrarlo y dejar mi hermoso y jugoso seno fuera, el mocoso querrá alimentarse pero solo sus palabras podrán soltarlo así que tendrá que hablar sí o sí.
—Me parece una idea muy...¡Fantástica! —reconocí asintiendo con gesto pensativo—. Gracias, le diré a Linda que intente eso. Te quiero.
—Rogando que tus palabras no sean serias —comentó a modo de despedida.
Colgué y me dirigí nuevamente al niño que ahora tomaba su biberón con hambre voraz. Me senté a su lado y lo miré de reojo.
—Javi...¿Podríamos hablar, por favor?
—Puta —pronunció acentuando cada sílaba con detenimiento.
—¡Maldita sea Javi, no digas malas palabras! —exclamé sorprendida levantándome de un tirón y señalandole con el dedo acusador— ¿Dónde aprendiste eso? Yo no suelo decir puta. La que tenía esa exclamación grabada en la lengua era mamá, realmente a mí no me gusta como suena y por tanto no la uso así que te prohíbo usarla.
—Maldita —dijo esta vez risueño y me dí una palmada en el rostro.
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Llamaron a la puerta y después de las conversaciones de esta tarde, creí que sería Diana o Carolina, o las dos a la vez, pero el que se encontraba detrás de ella era Nathan. Asomé la cabeza con inseguridad, tal como el primer día que llegó a mi.
—Hola —saludé, sintiendo los desagradables latidos acelerados.
—Adrián dijo que me estabas buscando ahora —mencionó señalando hacia su apartamento con el pulgar.
—Ah, así que ese repertorio de insultos se llama Adrián —musité—. Bueno, pasa si tienes tiempo, hice un gran descubrimiento y quería compartirlo con el único que me escuchará sin creer que he perdido el juicio.
—Se trata del niño —concluyó con una sonrisa ladina.
Jamás me había tomado más de tres segundos para verlo completamente, es por esto que solo hasta ahora me daba cuenta de lo adorable y a la vez sensual que se veía en el uniforme. Tragué grueso al invitarlo a pasar y sentir su respiración cerca de mí.
—Creí que...ya no querías que me involucrara en el asunto —dijo cabizbajo. La culpabilidad llegó cuando recordé lo grosera que había sido.
—Perdón por tratar de excluirte cuando ambos estamos en la misma situación. Es solo que... —lo miré fijamente a los ojos, él hizo lo mismo—, el estrés es muy difícil de conllevar sin atacar a ningún inocente.
—Te comprendo ¿Y dónde está Javi? Hace días que no lo veo.
—Está dormido y no creo que despierte hasta mañana —dejé salir un suspiro de alivio.
—Me recuerdas a mi madre —bufó dejando ver las arrugas en sus ojos.
—No lo menciones por favor, odio experimentar la maternidad cuando no estaba en mis planes —me senté en el sofá y él dejo su maletín a un lado para hacer lo mismo.
—¿No quieres tener hijos?
—No —contesté al instante.
—Yo sí, quiero tener una gran familia —confesó mirando hacia arriba con una sonrisa sutil.
—Genial, el primero está en camino...¿Cuántos más planean...tener? —pregunté sintiendo punzadas en el estómago—. Aunque es muy pronto para hablar de eso...
Nathan me miró por primera vez con una expresión seria de muerte, creí que le había molestado que hiciera preguntas tan personales e instintivamente retrocedí en el asiento. Jamás me había sentido tan intimidada por él, no sabía que hasta un ángel podía verse como un demonio en cuestión de segundos.
—Acerca de eso... —dijo finalmente aclarando su garganta—, he escuchado varios comentarios así por parte del doctor y realmente no sé a qué se refieren.
—¿No...sabes? —inquirí confundida—. Vecino, por casualidad escuché a tu novia decir que está horneando un bizcocho. Perdón por entrometerme pero estoy sinceramente feliz por ti.
—Dios mío —dejó salir apretando el entrecejo con dos dedos. Se puso de pie y colocó las manos en las caderas mientras veía a un punto vacío en el suelo con gesto frustrado— ¿Te refieres a su Melany, verdad? A su embarazo.
—¿He dicho algo malo? —le pregunté consternada sin comprender su lenguaje corporal.
—Elisa —llamó con voz temblorosa—. Ahora sé que es hora de terminar con esto.
—¿Terminar qué? —inquirí abrumada, hice amago de tomar sus manos pero me aparté atemorizada al encontrarme con sus ojos húmedos— ¿Qué está pasando?
—Melany está embarazada —contestó dejando correr una lágrima.
—¿Por qué lloras? ¿No estás preparado? ¿Tienes miedo?
—Ese hijo no es mío —confesó y me paralice de pies a cabeza—. Vecina, el niño no es mío pero de alguna forma siento que estoy cargando con él como si fuese mi responsabilidad hacerlo...no sé cómo decirle lo incómodo que me siento al verme tan inmerso en el papel de un padre que algún día deseé ser, pero que no soy...
—Yo...no entiendo muy bien la situación pero...lamento mucho haberte felicitado —hablé con la boca seca—, también perdón por haber esparcido la buena noticia...creí que era buena. Aunque por supuesto que es buena, no sé si para ti, pero para ella...supongo que es buena —dejé salir un sonido resoplido que se escuchó como si un perro rabioso hubiese gruñido. Estaba enfadada con mi lengua, con mis acciones y con mi existencia.
Me senté en el suelo en un arrebato de cólera envuelta de vergüenza. Me tomo unos minutos poder dirigir la mirada a mi —destrozado— vecino. Lloraba con ímpetu, me sentí aún peor cuando al verlo con una mano en la cadera y la otra en sus ojos con esa pose tan despreocupada y sin embargo, tan desahuciada, sentí un cosquilleo en el estómago.
—Este no es momento para fantasías, Elisa —musité golpeando mi frente.
—Es divertido —pronunció, tras un largo rato, donde su llanto era la música de fondo de la sala en medio del silencio sepulcral. No sé en qué momento abracé mis piernas, pero era mi pose actual, probablemente mi propio cuerpo me parecía un refugio para esconderme de los errores cometidos.
—¡No es divertido! Soy una impertinente —espeté ahora molesta con él por su comentario— ¿Cómo pudiste soportar tantas felicitaciones vacías?
—Yo... creí que se trataba de otra broma —bufó sorbiendo su nariz y tomando asiento a mi lado, en el frío suelo que ahora se sentía más cálido—. Ustedes siempre están bromeando y no quería parecer un inadaptado así que guardé silencio. Es la primera vez que mi ego se interpone en mis relaciones sociales: prefería fingir que sabía a qué ustedes se dieran cuenta de mi falta de sentido del humor.
—No —pronuncié arrodillandome y tomando sus manos—, nada de eso. No imagino cuán difícil debe haber sido escuchar esas cosas, pero no te preocupes, solo Elijah y yo sabemos al respecto.
—Bueno...en realidad eres la única que conoce la situación real. Y mi madre —añadió con una sonrisa pesarosa.
Otra vez se echó a llorar, bajó su rostro y dejó caer lágrimas silenciosas con la boca entreabierta. Debo confesar que muy dentro, en mi propia fosa de las marianas, aún guardaba ese concepto de dureza del sexo opuesto. Nathan me hizo enfrentar ese pensamiento retrógada luego de ver su fragilidad en incontables ocasiones. Ofrecí mi apoyo en un fuerte abrazo.
—Sabes que puedes hablar conmigo de lo que sea —susurré parpadeando repetidas veces para ahuyentar las lágrimas que querían salir.
—Debo...hablar con Melany —dijo separándose con gentileza—. Me siento muy mal por dejarla...pero me siento aún peor cargando con el fruto de alguien más en mí canasta.
—Recuerda que para tener una rosa a veces debes ser apuñalado por las espinas. Las decisiones correctas suelen ser las que más sufrimiento causan —alenté, dando palmaditas en su espalda.
La ternura penetró mi vida cuando poco a poco, el moreno se fue deslizando, llegando a la altura de mis piernas y con gesto natural, procedió a abrazar ambas posando su cabeza en mi regazo.
Al parecer mis piernas si son un refugio. Uno limitado y de muy buena calidad, por cierto.
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