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C29: ¿Cuántos meses de embarazo tenemos?


—Pero…¿Está bien que tomemos tanto alcohol? —inquirí indeciso mirando la jarra de cerveza frente a mí, que sudaba la frialdad de su contenido.

—¡Pues claro! —exclamó el doctor, dando una palmada en mi espalda tan fuertemente que sentí que corazón y pulmones cambiaron de lugar. No pude evitar toser—. Lo siento, lo siento.

Elisa ya había bebido hasta la mitad y me miraba de una manera melancólica. Así como miras a los ojos a tus recuerdos anhelados del pasado. Esto me desconcertó y fruncí el ceño para luego apartar la mirada y finalmente tomar un sorbo, que aún me hacía arrugar la cara por su amargo sabor.

—No lo hagas si no quieres —dijo luego de un prolongado silencio—. Ya dejaras eso para cuando entres al club de los padres estresados.

—¿Padres? —preguntó el doctor y ella asintió cerrando los ojos—.En ese caso, deberías de aprovechar estos meses para embriagarte hasta el límite. Luego tendrás que centrarte en hacer las cosas todo lo bien que puedas —aconsejó con expresión decidida.

La conversación me involucraba, pero me sentía tan ajeno a ella.

—¿Por qué la paternidad es el tema principal de nuestra velada? —les pregunté arrastrando las palabras.

—Cierto, hablemos de cosas más importantes como…de mi.

Elisa y yo intercambiamos una mirada de incredulidad y sonreímos al procesar las humildes palabras del hombre de ojos y cabello intensamente negros.

—¿Hablamos de su nacimiento o algo? —le preguntó ella con sorna— ¿De cómo es el favorito del creador?

—¿Favorito por qué? —inquirió alzando una ceja.

—Por haber prestado especial atención a su fabricación —ambos chocaron los puños compartiendo una mirada de complicidad.

—Mi mami dice que me hizo en un buen colchón. Y bien Nathan—se dirigió a mi repentinamente— ¿Cuántos meses de embarazo tenemos?

—¿Qué? —escupí la bebida por la extraña pregunta y mi vecina se apresuró a pasarme una servilleta en la barbilla.

—Que discreto eres, Elijah —le reprochó medio parada desde su asiento, ahora limpiando la mesa.

—¿Eres? —le preguntó él con los ojos entrecerrados—. Muchachita malcriada, ¿Desde cuándo túteas a tus mayores?

—¿Cuántos años tienes, fósil? —rebatió volviendo a su asiento.

—Tre-in-ta —recalcó mostrando tres dedos.

—Yo tengo 24 —dijo mi vecina y él asintió satisfecho.

—Yo 26 —añadí, ignorando la pregunta tan desconcertante de hace unos momentos.

—Eso me convierte en su tutor…

—¡JA! —dejó salir Elisa—. Con un tutor así terminaría en la cárcel.

—Terminarías en la cárcel de cualquier forma —bromeó y ella le dió un golpe con la palma en el brazo, resonó por todo el lugar y los clientes se volvieron asustados.

—No a la violencia, por favor —rogué, disfrazando mi petición como una broma.

Sus personalidades eran similares, lo que me llevó a pensar que podrían terminar jalando el cabello del otro mientras se gritaban “¡Suéltame!" , al unisono. Me reí al imaginar una escena así y ellos me miraron con una sonrisa sorprendida.

—¿Ya nos reímos todos? —inquirió el doctor.

—Reírme me hace sentir sedienta —exclamó Elisa con voz de reproche—, iré a pedir tres jarras más.

—Perfecta idea, vamos de tres en tres hasta llegar al 12, que me parece un número muy atractivo.

—¿Do-doce? —pregunté nervioso al escuchar la cantidad.

—Doce —contestó Elisa.

Recuerdo que estábamos en la tercera ronda, la voz grave del doctor llegó a mi oídos y una palabra lejana me hizo dudar aún más en si seguir sus ideas era lo correcto "¿Deberíamos beber vodka?"

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Nuestros protagonistas y el Dr.Torres estaban demasiado borrachos como para poder narrar la odisea que vivieron al llegar a casa. Porque sí. Los tres se dirigieron al mismo destino.

—¡Abre, abre! —pidió la chica. Se sostenía en pie gracias a los hombros de sus acompañantes, dónde había pasado un brazo en cada uno.

—Estoy en… —pronunció el chico, somnoliento.

—Necesito ir al baño y tomar un trago con la sirenita porque su color rojo es muy bonito —balbuecó el doctor.

La puerta se abrió y Elisa se adelantó, dejando a los chicos pegados en la pared porque en su estado, intentaron entrar todos al mismo tiempo. La entrada no es tan amplia.

—Hora de dormir —anunció la chica y dejó caer su cuerpo, completamente recto, en el suelo.

El estruendo asustó a los hombres presentes y se rieron sin saber exactamente qué era lo que les divertía.

—Dormir —dijo Nathan, y como siendo atraído por los ronquidos de Elisa, se ubicó a su lado, dejando unos cuantos centímetros de separación—: Respetar.

—Están noqueados —bufó Elijah, medio consciente y se encogió de hombros para acostarse a la derecha de la mujer de postura inerte.

Resumiendo el tiempo antes de llegar a las dos de la mañana: danzaron en el suelo mientras se quejaban por la cercanía incómoda del otro a su lado, reían de tanto en tanto y luego volvían a dormir. Hasta que Elisa se sentó de golpe, como si estuviera poseída y siendo fiel a su hábito, empezó a sacarse la camisa mientras jadeaba irritada.

Elijah sintió sus movimientos y se apoyó en el antebrazo para sentarse, pasó su mano por la cara entre quejas y se quedó desconcertado al ver a la chica en sostén negro.

—¿Ya nos estamos desnudando? —inquirió con voz rasposa e imitó la acción de Elisa.

Ambos volvieron a ocupar sus puestos, pero esta vez completamente fundidos en un solo cuerpo al abrazarse y encontrar la calidad del contacto físico en medio de una noche gélida.

Nathan, que dormía como una piedra, fue perturbado por la resequedad de su garganta y se puso de pie para ir a la cocina y buscar un vaso con agua. Cosa que no hizo porque en ese momento solo quería seguir durmiendo y optó por colocar la cara bajo el chorro.

—Ah… —dejó salir un quejido en su camino de regreso y se acostó de lado, vió la espalda semidesnuda de Elisa y volvió a ponerse de pie en un solo brinco que casi le devuelve la sobriedad—. Mal.

Si, nuestro querido Nathan hacía honor a los hombres primitivos cuando el alcohol invadía sus sistema.

Pero aún así, los caballeros no pierden el título ni en las situaciones más arriesgadas.

Tomó a Elisa con tacto gentil por los hombros para separarla del hombre que se había perdido en el mundo de los sueños y no se inmutaba ni al más brusco toque. Al no encontrar la camiseta de Elisa en la oscuridad, se quitó la suya y vistió a la chica, primero introduciendo la camisa por su cabeza y posando su mano bajo el cuello para no golpearla. Dejó su cabeza en el suelo con un cuidado mayor que el que los padres dan a sus bebés y pasó sus brazos por las mangas para finalizar bajando la prenda hasta cubrir su vientre.

Sintió un leve cosquilleo al tocar su piel cálida y se aclaró la garganta para luego sonreír por lo vergonzosa que le resultaba la situación, ahora que lograba maquinar pensamientos más elaborados que una sola palabra. Se quedó dormido mientras la veía usar su ropa y esto calentó su corazón provocando que su sueño se viera exteriorizado por una sonrisa boba.

Seis de la mañana, el sol ya se colaba por la transparencia de la cortina y daba exactamente en el rostro de Elisa, que se apartó aún medio dormida para evitar la alergia que le producían los rayos ultravioleta.

Unos minutos después de haberse acomodado vino otra molestia. Golpes suaves en la puerta llamaban para ser atendidos, los dos hombres que de alguna forma terminaron abrazados —y completamente empapados en sudor—, no escucharon nada. Elisa se levantó sin ver nada a su alrededor y abrió la puerta.

—Bu-buenos días —saludó un chico de cabello claro y rizado—. ¿Esta es la casa de Natha-

—Pase —lo invitó sin siquiera verificar su identidad.

Al parecer, invitar a las personas a entrar en la casa de Nathan se había convertido en su pasión.

—Gracias… —el chico entro a pasos inseguros mientras seguía a la mujer de apariencia hermosamente desaliñada.

Creyó que lo estaba llevando con su amigo, pero al llegar al centro de la casa se topó con la escena de los dos hombres unidos en un tierno abrazo y a la chica que hace unos segundos caminaba, volviendo a tumbarse en el suelo.

—¿Qué…? —la sorpresa que se llevó al ver a Nathaniel, el chico más tranquilo que había conocido en sus 21 años, lo hicieron dar un traspié. Se cubrió la nariz al sentir el fétido olor del alcohol.

Miro hacia todos lados sintiéndose más desorientado que su primer día en la universidad. Después de estar parado por más de diez minutos y no ver ninguna señal de vida pensó irse, pero...se había ido de casa de la peor forma. Volver ya no era una decisión tan fácil de tomar.

El sofá frente a él pareció una buena opción para esperar así que estiró sus piernas para pasar en los espacios vacíos que había entre los cuerpos y logró sentarse. Colocó su maletín en su regazo y lo sujeto con ambas manos.

Para matar el aburrimiento, saco su celular y tomó fotos desde diversos ángulos a los chicos amorosos. Veinte minutos más pasaron con velocidad, pero sin ninguna reacción.

—Dios mío, ¿Están vivos? —se preguntó Adrián abatido y se dió a la tarea de examinar a cada uno de ellos.

Estaba en eso cuando Elisa abrió los ojos y al verlo a escasos centímetros de su rostro se asustó y se apartó bruscamente dejando salir un grito de película de terror.

—¡AHHH! —se unió Elijah levantándose y mirando a todos lados con la boca entreabierta y una pose defensiva.

—¡¿Qué?! —gritó Nathan a su vez arrastrándose en el suelo hasta llegar al sofá para impulsarse y sentarse en el.

Adrián se quedó petrificado a un lado y cuando el moreno reparó en su presencia se sobresalto aún más.

—Adrián… —llamó y el chico saludo con la mano y una sonrisa nerviosa en la cara.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Elisa confundida al notar la camisa que llevaba puesta y la que les faltaba a los hombres que tenía frente a ella— ¡Un ladrón! —exclamó horrorizada y tomó una maceta que estaba cerca para atacar.

—¡No! —Nathan se interpuso entre ambos y la chica se detuvo a tiempo—, es mi amigo.

—¿Pero como entró?

—Tu me abriste la puerta —aclaró el chico, receloso—. Si quieren que me vaya…no, voy a irme porque aquí todo es muy raro.

—No, no, muchacho. Quédate, yo tengo que irme —Elijah lo detuvo y recogió su camiseta del suelo para vestirse, tanteó su pantalón y encontró las llaves del auto—. Chicos, recuerdo todo lo que hicimos y no fue nada pecaminoso así que no se preocupen y nos vemos luego.

—Yo también me voy —pronunció Elisa con nerviosismo al ver su camisa arrugada en la esquina y comprender la tierna, pero vergonzosa situación.

Ambos salieron apresurados y al cerrar la puerta tras ellos, Nathan dejó salir el aire contenido y por un momento olvidó a su invitado.

—¿Por qué estoy sudando tanto? —inquirió tocando su pecho descubierto.

—Yo tengo la respuesta —bufó Adrián aún aturdido.

—¡Adrián! —exclamó volteando a ver su rostro—. Lo lamento tanto, olvidé que dijiste que vendrías ahora y ayer…en serio me apena tanto esto, no tengo palabras suficientes para expresar lo mal que me si-

—Ya, deja de lloriquear. Tienes derecho a disfrutar tu vida y gracias por evitar que el honguito me dejara inconsciente.

—¿El honguito? —preguntó el moreno, encontrando alivio en la voz cantarina de Adrián.

—Si, la chica que me quería sembrar esa planta en la cabeza —bufó. Ambos rieron a carcajadas, Nathan paso la mano por el cabello al sentirse extrañamente bien después de verse envuelto en una noche tan desastrosa—. Ah, la razón de porque sudas tanto.

Le mostró la foto y la mandíbula del chico casi toca el piso—: Dios mío, ¿Por eso me sentía tan calentito?

•••

Aquí se despide esta narradora, espero estos muchachos no vuelvan a perder el control. No saben lo difícil que es hacerse cargo de tres adultos que deciden dar vacaciones a sus cerebros.

¡Gracias por leer!






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