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C23: Ahora somos padres.


Aún sentía las mejillas calientes, la identidad de aquel hombre me había dejado atónita. Cuando lo ví por primera vez creí que sería un tipo malo y seductor, de esos que te asaltan en la calle y terminas brindándoles tu número de teléfono para que te llamen si es que se les apetece asaltarte una vez más.

—Y bien, chica autobús —pronunció apareciendo repentinamente frente a mí, se apoyó en su codo en el escritorio mientras me miraba fijamente con una sonrisa.

—Me llamo Elisa Mendes, doctor —contesté, luego de tragar saliva.

—Si, Srta.Mendes, perdón —se excusó carraspeando y se irguió—. Recuerdo que huyó aquella linda tarde en la cancha.

—¿De qué habla? —inquirí y le dí la espalda en un gesto nervioso, tomé un expediente que estaba cerca de mí y fingí estar completamente centrada en su contenido, ajena a aquella penosa situación que estaba viviendo.

—¡Wow! —exclamó exageradamente cubriendo su boca con ambas manos—. Qué poder tiene usted señorita, puede leer expedientes aunque estos estén al revés —tomó el objeto de mis manos y lo miró con el entrecejo hundido, analizando cada parte de este con admiración.

—Ya —dije abrumada, apretando los puños a mi costado y pisando fuerte con ambos pies—. Si, estaba nerviosa, sí, huí, sí, estoy trabajando aquí y me siento demasiado tímida como para verlo a los ojos —confesé dejándole boquiabierto, agradecí al cielo cuando la supervisora me llamó y me fuí dando pasos larguísimos para dejar atrás a aquel guapetón.

—Debes tener cuidado con el Dr.Torres —habló con voz queda y una sonrisa ladina—, es un gran hombre, pero todo lo de bueno que tiene se le multiplica en ser un seductor empedernido.

—Ya lo veo —pronuncié nerviosa, mirando sus pies mientras la seguía.

Tomamos el ascensor, siendo envueltas por el incómodo silencio típico de dos personas que apenas se conocen. Al llegar a la segunda planta caminamos un poco más y nos detuvimos frente a una puerta cerrada que anunciaba pertenecer al área de pediatría, la enfermera tocó suavemente y esta se abrió dejando ver a una doctora embarazada que sonreía y sostenía su espalda denotando lo dificultoso que era cada movimiento que hacía.

—Pase, Anabelita —invitó y ella me hizo un ademán con la cabeza para que tambien entrara.

—Quiero presentarle a la señorita Elisa Mendes, ingresó ahora —la doctora Córdoba, como decía su identificación, me tendió la mano con un gesto de alegría.

—Mucho gusto —dije correspondiendo a su saludo.

—Usted será la encargada de ayudar a la Dra.Córdoba durante estas dos semanas que le quedan en el hospital, ya luego podrá unirse directamente a sus compañeros en la Sala de Emergencias —informó y ambas me miraron expectantes.

—¡Será un placer! —exclamé y las dos sonrieron complacidas.

La enfermera nos dejó y rápidamente nos pusimos manos a la obra: leyendo expedientes y ordenando citas. Tampoco fue difícil y el ambiente era muy ameno, nuestras personalidades eran parecidas y me sentí muy a gusto con ella, tanto que deseé quedarme en esta área para siempre. Pero dos semanas después tendría que volver abajo y enfrentar al doctorcito que no dejaba de hacer un strip tease en mi cabeza.

—¡Ah! —dejó salir un suspiro y se recostó en la silla llevando sus manos a la cabeza—. Qué difíciles son los niños.

—Ni lo mencione —dejé salir sin darme cuenta.

—¿Tiene hijos, Eli? —al parecer era propio de ella achicar el nombre de las personas y no me incomodó en absoluto.

—¡No!

—Y ni los tenga, yo voy por el tercero y ya tomé la decisión de esterelizarme, que tedio tener tanto crío.

Estuve a punto de preguntarle: "¿Qué cree que es peor? ¿Tener tres hijos normales, sanos y que todo el mundo sabe que son reales o tener uno solo, que apareció de ni Dios sabe dónde y que nadie puede corroborar su existencia?

—¿Eli? —inquirió buscando mi mirada.

—Ah si, lo siento. Estaba pensando en algo...ya vuelvo —me levanté del asiento y llevé los expedientes de los pacientes a la oficina de administración que estaba fuera del consultorio.

Nuestra jornada fue tranquila, la mayoría de niños solo habían llegado a recibir su chequeo de rutina para que los padres fueran conocedores del crecimiento y desarrollo de sus pequeños tesoros, como los llamaban algunos.

—Buenos días, pase adelante —indiqué a una mujer que lucía exhausta mientras cargaba a un bebé en sus brazos, el cual también tenía una cara de frijol aturrado.

—Buenos días, doctora —saludó dejándose caer en la silla—. No sé qué le pasa pero no me ha dejado pegar ojo toda la noche y él tampoco pudo dormir, ha estado muy inquieto y se muerde las manitas.

La doctora dejó salir una risita con aire comprensivo—. Bienvenida a la bendita etapa de dentición, mi querida madre. Veamos…si, Danielito tiene siete meses y déjeme ver, Eli.

Cargué al niño y lo senté en la camilla que estaba en la parte de atrás mientras hacía muecas para que se quedara quieto, mientras la doctora pasaba por la odisea de levantarse con semejante panzota. Revisó al niño durante unos minutos y asintió.

—Si, su querubín está a punto de tener sus primeros dientes —confirmó y la mujer se veía desorientada—. Recomiendo que le compre un aro de goma, puede encontrar en cualquier supermercado o farmacia y le recetaré ibuprofeno, puede pasar a traerlas abajo.

—Aro de goma e ibuprofeno —murmuré haciendo una nota mental.

Teníamos alrededor de media hora libre, la cual aproveché usando la excusa de que iría al baño, para buscar a mi vecino. Llegué a la sala de emergencias usando las gradas y mi cabello empezaba a alborotarse, busqué por todos los pasillos mientras saludaba a pacientes que me seguían con la mirada. Lo ví cerca de una camilla, estaba administrando suero a una paciente; esperé a unos cuantos metros mientras lo contemplaba trabajando.

—Vecino —le hablé cuando terminó su tarea—. ¿O debería decir Nathan?

—Elisa —respondió con el mismo tono de alegría—. Esto es tan loco.

—Lo sé —entrelacé mi brazo con el suyo y lo llevé a un sitio apartado—. Dejemos la emoción para después, ahora somos padres —sentí un leve cosquilleo en el estómago por mi propia broma—, aro de goma e ibuprofeno, para Javi.

—Ah si, lo compré ayer —mencionó y se rió a carcajadas al notar mi estupor, con sus dedos apartó unos mechones de mi frente—. Al parecer eres una madre lenta, vecina, no, Elisa —rectificó rápidamente.

—Siempre vas un paso adelante, ¿Cómo tienes tanta experiencia con los niños?

—Con respecto a hoy en la madrugada…

—No, no te preocupes —lo corté—. Seguramente tenías algo importante que hacer y yo me fuí con el niño para evitarte más molestias.

—Es que tuve que-

—No, en serio. No tienes que darme explicaciones.

—Aunque siento que si… —murmuró pero logré escucharlo.

—Nos vemos más tarde entonces —me despedí y me fuí casi corriendo—. No tienes por qué explicarme qué te fuiste a la casa de tu ex novia a las 4:30 de la madrugada —mascullé en mi camino de regreso.

¿Acaso me estaba sintiendo celosa o simplemente era curiosidad? Probablemente era curiosidad, toda mi vida he sido como un gato mirando por el agujero del ratón. Si, solo era curiosidad.

—¿Qué es solo curiosidad? —preguntó el doctor con tono asustado al tomarme de los brazos, debido a que no lo había visto y choqué con él, casi provocando una caída.

—¿Qué? —inquirí sorprendida también agarrando sus brazos con mis manos por inercia.

—Dijo que solo era curiosidad.

—A veces hablo en voz alta, no es nada importante —respondí apartándome y mirando sus pulcros zapatos café. Seguí con mi camino a paso apresurado, con mi maldita curiosidad volteé a verlo y él se había quedado contemplando mis pasos al final de las gradas.

Cuando lo miré me sonrió, y justo ahí sentí que mi alma dió cinco volteretas hasta llegar a mi estómago y provocarme un sinfín de emociones.

Pero esas emociones de chica adolescente intercambiando miradas con su enamorado se desvanecieron de golpe cuando mi vista reparó en aquella pareja frente a la entrada. Donde ella acariciaba su brazo y él sonreía con dulzura a la vez que sujetaba su muñeca para dirigirla hacia adentro.

Un gesto normal que no tendría que haberme afectado, pero al parecer si lo hacía. Porque esa pareja eran ellos, el moreno que entró a mi vida solicitando mi compañía para saber si la chica que estaba ahora junto a él lo engañaba, se veían muy a gusto juntos.

—Entonces si son celos —comprendí con una sonrisa incrédula mientras los veía, a pesar de que lo había estado negando desde la madrugada caí en cuenta de que la curiosidad no era una excusa tan buena como para engañar a mi cerebro.

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