CAPÍTULO 4
El joven alcanzó el pueblo a la carrera y se apresuró a llamar a la puerta de la mujer que siempre lo había tratado como a un hijo.
Ya había pasado una semana, una fascinante semana pasando el rato con Vanelope, jugando con su hija y el pequeño Erick. Una semana chinchando a la gran Dadan para recordar viejos tiempos. Una semana en el bosque cazando y enfrentando todo tipo de animales salvajes que a esas alturas ya no se le hacían para nada peligrosos... Se lo había pasado en grande, no podía negarlo.
La mujer de cabellos verdes abrió la puerta sonriendo al verlo. El pequeño no tardó en aparecer corriendo extendiendo los brazos para que lo alzara, y así lo hizo haciéndole carantoñas para sacarle unas carcajadas.
-- Ya te vas, ¿verdad?
-- Sí, he venido a despedirme... y a recuperar lo que es mío. -- Miró al pequeño inquisitivamente observando el sombrero en sus pequeñas manos. -- Ya te lo he dejado una semana campeón, va siendo hora de que me lo devuelvas.
El niño, nada tonto, comprendió al instante lo que le insinuaba e hizo una mueca negando con la cabeza. Luffy rió fuerte ante el gesto del pequeño.
Le arrebató el sombrero de las manos y antes de que el pequeño pelirrojo comenzara a hacer berrinche le puso la corona de flores en las manos. Todos los días la Pequeña princesa le hacía una distinta suponiendo que las otras se marchitaban durante la noche.
El pequeño comenzó a darle vueltas mirando el objeto con curiosidad olvidándose por completo del sombrero.
La mujer, que acababa de adentrarse un momento al interior del hogar, regresó con un chaquetón a medio poner y una bufanda en la mano, que se notaba que había sido confeccionada manualmente por ella. Se la puso a Luffy en el cuello.
-- De recuerdo, que dicen que estos días va a refrescar bastante. Venga vamos al muelle.
El asintió sonriente y comenzó a caminar con el pequeño en brazos. La mujer fue detrás, tras cerrar la puerta con llave, y observó con ternura el panorama. Se sentía como si tuviera dos hijos, el hermano mayor y el pequeñito. Los recuerdos de una escena similar llegaron a su mente y tuvo que pasarse la manga por los ojos para ocultar sus lágrimas de nostalgia.
Cuando el joven llegó al muelle lo primero que vio fue a la Pequeña Princesa correteando por el lugar junto a su madre que ya tenía cara de estrés. Esa niña era un verdadero terremoto.
Miró el bote que llevaba toda la semana allí arribado y sonrió recordando algo que aún le quedaba pendiente. Dejó al pequeño en el suelo quien no tardó ni un minuto en correr tras las faldas de su madre. El niño miedoso y la pequeña extrovertida. Por lo que tenía entendido solía ser al revés.
Rió más fuerte inclinándose para sacar una de las baldas de la barca que daban a un compartimento oculto. Cogió con sumo cuidado lo que allí escondía y lo ocultó en todo momento al principio posándolo sobre su pecho y al instante de girarse tapándolo con su espalda.
Miró a la pequeña que se había detenido unos instantes y ahora lo contemplaba con suma curiosidad. Extendió una mano para revolverle ese cabello blanco que relucía como la luna que bañaba las noches.
-- Tengo un regalo para ti.
-- ¿Enserio?
-- Sí, cierra los ojos.
La Pequeña Princesa muy entusiasmada hizo caso y el chico no tardó en mostrar lo que escondía para posarlo con firmeza sobre la cabeza de la niña.
Mientras Vanelope parpadeó un poco aguantando las lágrimas al reconocer el objeto, la pequeña abrió los ojos y con impaciencia lo cogió para observar el sombrero naranja con dos caritas, una alegre y otra triste, que le habían regalado. Se lo volvió a poner sobre la cabeza y sonrió más entusiasmada si aun era posible.
-- ¡Gracias tío Luffy!
-- No lo pierdas eh, es algo muy importante.
-- ¡Sí!
Volvió de nuevo con su incansable carrera de un lado para otro sujetando esta vez el sombrero con una mano para cerciorarse de que no se caería con el viento.
El chico miró a Makino y se tiró a sus brazos para estrecharla fuerte, volvió a coger al pequeño para darle un beso en la frente y, tras dejarlo en el suelo, llevó la vista a su querida amiga y quizá ya a esas alturas hermana.
La muchacha se le abalanzó encima ocultando las lágrimas en su hombro. Sabía que no lo volvería a ver así que quería conservar al menos ese detalle, ese abrazo. Poder despedirse como debía, como no había podido ser con su amado.
-- Luffy cuidate mucho y... y disfruta al máximo todos los días. Sabes por qué lo digo.
-- Sí. Tranquila, eres una gran madre que lo sepas. Y también una hermana ejemplar. Cuidate mucho tú también Vanelope. Y cuida a la enana.
Ambos rieron ante el último comentario del chico y la muchacha se secó las lágrimas al separarse.
De un salto el joven capitán volvió al bote, y desató la cuerda que lo anclaba al muelle. Miró por última vez a sus amigos... A la que fue su madre, a la que fue su hermana, a la que fue su extraña abuela o quizá tía, al que sería su hermanito, a la que sería su sobrinita... a la gente del pueblo que ya se había aglomerado al rededor para verlo partir de nuevo. A todos y cada uno de ellos les mostró la mejor sonrisa que demostraba la enorme felicidad que llevaba en el corazón y en el alma. Y con un simple gesto de mano los despidió a todos girándose para que no pudieran ver sus lágrimas de tristeza... y alegría.
Y cuando ya se encontró algo lejos, cuando ya ni el pueblo le alcanzaba a la vista, pudo suspirar aliviado sabiendo que había dejado su último pendiente resuelto. Ahora solo debía esperar con grata paciencia el día de la verdadera partida, ese en el que volvería a reencontrarse con quien lo esperaba al otro lado de las estrellas.
Y mientras de pie en la barca respiraba el aire puro y salado que traía el viento del océano pudo percibir algo distinto. Entreabriendo los ojos vio los pequeños pétalos rosados que volaban por su lado, esos mismos que habían llovido sobre él en aquella bonita noche de navidad. Y junto a ellos, una brisa que traía consigo un murmullo que rozó sus oídos con gracia y cariño. La alegre, risueña y divertida carcajada de aquel que lo esperaba allá donde los ángeles como él nunca lloran.
Y con una enorme sonrisa y la compañía invisible, pero certera de esa persona a la que tanto admiraba, tomó rumbo de vuelta a la primera isla más cercana para ir recogiendo uno a uno a sus queridos nakamas, aquellos que le habían enseñado a vivir y disfrutar de la vida.
Sus lágrimas fueron secadas y su sonrisa no podía ya ser más amplia. Estaba satisfecho con su vida y todos sus cometidos y aventuras en ella. Ya no podía pedir más que seguir brillando y ver brillar al resto.
FIN
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De interés: Hay una parte del relato, concretamente cuando se mencionan los pétalos rosados y la navidad, que hace alusión o va referido a otra historia, la de "Regalo de Navidad". Podéis encontrarla en mi perfil.
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