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Día 06. Destino

Para Kou siempre había sido normal el extraño don de ver los hilos rojos que unían a una persona con otra. Delgados y finos, chocaban con fuerza contra otros, como si sus destinos ya estuvieran escritos en algún libro de algún Dios, o quizás simplemente eran casualidades extrañamente hermosas y satisfactorias. Para Minamoto era algo bastante común, incluso cuando sus padres y hermano estuvieron bastante preocupados desde el momento en que el menor empezó a manifestar con sus propias palabras la idea de que él podía ver los hilos rojos que unían a dos almas gemelas.

Por más que sus padres hicieran lo que hicieran, nunca pudieron borrarle esa peculiaridad y mucho menos pudieron encontrar la razón exacta del por qué el menor podía hacerlo. 

Sí, no era un secreto que esa extraña característica era inofensiva, y sólo se desarrollaba bajo unas simples condiciones: el hilo siempre era rojo, unido por una atadura en uno de los dedos de cada persona y corrían hasta el otro extremo de la misma forma, y, siempre, absolutamente siempre, los hilos rojos se presentaban cuando las almas gemelas estaban a unos centímetros de distancia, máximo un metro (lo cual era algo muy bueno, pensando que si pudiera ver los hilos de todas las personas en todo momento sin importar la distancia, su vista sería entorpecida).

Repetición exacta: a Kou nunca le molestó su extraño don que recibió, siempre lo vio como un regalo y nunca se preocupó por descubrir a su alma gemela... o así era antes. 

Ahora estaba completamente molesto, dando gruñidos por lo bajo, con su ceño fruncido y uno de sus dedos tamborileando sobre su butaca. Al entrar a la secundaria, y apenas sentarse en su asiento de su respectivo grupo y grado, lo que no quería saber llegó hasta su dedo. Kou no podía creerlo: el chico que se sentaba a su lado era su alma gemela. Y eso no le gustaba.

Amane Yugi (supo su nombre después de que el profesor pasara lista), era alguien de cortos cabellos azabaches en un corte similar al de un hongo, sus grandes y redondos ojos ámbar eran serenos y calmados. Tenía rostro atractivo, y no parecía una mala persona, pero quizás, simplemente no era el tipo de chico que le atraería a Kou; más sabiendo que hasta hace poco juraría que su alma gemela iba a ser una chica, ¡resultó que era un chico!

Las pupilas azules del rubio lo observaron de reojo, cuando la campana que sonaba indicando el descanso tocó sin rechistar tres veces seguidas. Kou lo meditó unos segundos, se mordió sus labios y miró con cierta disconformidad su mano y el pequeño nudo del hilo rojo que llegaba en su mano y se tambaleaba con suavidad cuando Yugi hacia algún movimiento. Si era su alma gemela, debía de ser por algo, ¿no? No por nada a veces las almas gemelas eran tan misteriosas, ya que había ocurrido en más de una ocasión que cualquier pareja de jóvenes melosos dándose amor en el parque no fuera la unión definitiva de esas personas, así que, suponía, que ese extraño término unía a ambas almas de una forma más fuerte que la atracción física, sexual y quizá también el romántico, ¿o no? Ya ni siquiera sabía lo que pensaba.

Kou suspiró una vez más, recargando sus brazos sobre su butaca y miró sin nada de tacto a Amane. Lo encaró con tal fuerza que terminó rindiéndose, tomando la voluntad necesaria para golpear con fuerza a su destino y afrontarlo.

—Oye... —llamó el rubio al chico que se sentaba a su lado. Yugi no tardó en girar su rostro tímidamente hasta el mayor, después de creer vagamente que lo había llamado. El de ojos ámbar se mostró un poco nervioso ante los ojos de Minamoto, sacando incertidumbre de sus enormes orbes y sus labios temblaban. Kou lo observó, sin rechistar, volviendo a afirmar mentalmente que era bastante atractivo y no parecía una mala persona. Sin pensarlo más, sonrió de improviso, aceptando que quizás no le gustaba, pero podían hacerse amigos—. Seamos amigos —confesó sin rodeos, con una sonrisa de par en par y levantando su cara del pupitre.

Los ojos de Amane se abrieron de par en par, mostrando genuina sorpresa tras lo que había escuchado y no pudo evitar sonreír. Una sonrisa tan hermosa, curvada hacia arriba, con sus ojos ligeramente cerrados por el movimiento involuntario y un paisaje lleno de pinceles románticos que logró pintar el corazón de Kou. El mayor guardó silencio, sintió sus mejillas arder y todo de él dio vueltas al verlo sonreír: ¡no podía ser! ¿¡Quizás sí era su alma gemela!?

—¡Está bien, niño!

Kou no pudo responder correctamente, sólo logrando atinar a posar una de sus manos sobre su boca, intentando ocultar el mar de emociones que lo llenó al ver esa sonrisa hermosa.

Hice algo así bien tierno y azucarado, porque estos dos bebés son todo dulzura y diabetes que yo me muero. Necesito insulina urgente cada vez que escribo de ellos.

Sin más, espero y les haya gustado.

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