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You're Somebody Else


—Vale —digo, un tanto ansioso—. Ya tienes tu smoothie. O como se diga.

Me mira con sus ojos redondos.

—Quiero ahora mi premio.

—¿Y qué es?

—¿No es obvio? Conocerte mejor —sonrío.

Desvía su mirada y comienza a caminar.

—Dos cosas —dice, dando un sorbo—. Una; ¿cómo es eso obvio? —suelta una risilla—, y dos; ¿cómo pretendes hacer eso?

—Podemos sentarnos y hablar tranquilamente —me hago a un lado para dejar visible un sillón largo.

Escudriña la situación y se vuelve a mí nuevamente. No tiene ninguna señal de seriedad en su rostro.

Creo que no tiene expresión alguna.

La postura de Alejandra se ve tensa. Su rostro no luce muy relajado.

—¿A qué le tienes miedo? —me atrevo a preguntar.

—¿Miedo? —responde divertida, irónica. Luego se vuelve a mí con una ceja levantada—. ¿Qué te hace creer tal cosa?

Pienso mi respuesta antes de contestarle.

—Pues... Vale —deduzco—, eres muy reservada con todos. Puedo suponer que es un tipo de defensa, como cuando un erizo se envuelve en sus espinas para... evadir... cosas —carraspeo la garganta—. Crees que pasará algo si revelas tus secretos.

Se queda callada unos segundos, como queriendo atravesar mi mente. ¿Tengo la razón? ¿Qué... hará? ¿Me... va a golpear? No hace nada indebido. Sólo se acomoda a un costado mío con sus piernas en flor de loto y sigue bebiendo de su smoothie.

—Te tengo miedo a ti —suelta.

Siento un golpe seco en el pecho. ¿A mí...?

—¿Pero, por qué...?

¿Hice algo mal? ¿Habré hecho o dicho algo indebido? Quizá no fui consciente de algún error que cometí con ella, y ahora me tiene miedo. ¿La habré... lastimado? Hostia, tío.

—Cuando la gente quiere hacer daño, es muy buena recordando —dice de manera cuidadosa—. ¿A que sí?

Pero claro que sí. Y no sólo lo digo por mí; conozco personas que solían ser mis amigos, y que, como Ale dice, fueron buenos recordando todo aquello importante de mí cuando intentaron provocarme un daño.

—Sí... —miro hacia el suelo.

—Es difícil confiar en las personas —prosigue—, y más cuando varias ya te han decepcionado. Pronto... —se vuelve a mí—, aprendí a alejar a la gente, antes de que ellos me alejaran.

Proceso sus palabras unos segundos. Justo como hizo con Cristian... Ahora lo entiendo todo; ahora todo queda más claro. Me vuelvo a ella y trato de cobijarla con mi mirada.

—¿Quién te hizo tanto daño?

Sonríe apenas un poco. Me duele que Alejandra sea así; ¿qué pasó en su vida para que ella sea ahora de esta manera? Joana tiene razón: detrás de una persona difícil, hay una historia difícil.

—Nadie.

Parece insatisfecha con su respuesta. De hecho, no parece muy contenta con el tema, y para desgracia suya, no soy de esos que se conforman con haber rascado la superficie de la tarta. Yo quiero llegar al centro, en donde está la mermelada y los trozos de fruta.

—¿Qué pasó entonces?

Parpadea de manera rápida y luego comienza a cubrirse con sus espinas.

—¿Por qué quieres saber?

—Hicimos un trato, Alejandra —regaño, poniéndome de pie y mirándola de frente—. Cumplí con mi parte. Tu turno.

Relajo mi mirada, sintiendo cómo mi entreceja se vuelve a estirar. Quizá levanté mi voz un poco más de lo que debía; Ale parece un tanto sorprendida.

—¿Qué quieres exactamente de mí?

—Quiero entender —me pongo de pie—, entenderte. Quiero... —siento una piedra en la garganta—, ¡no lo sé! ¡Conocerte! ¡Comprender muchas cosas! ¡Quiero ser capaz de entenderte, como Jamie y Joana!

Se queda callada, escudriñando mi ser. Pero, no, no lo hace. Creí que sus ojos me estudiaban con gran velocidad, pero no, no lo hacen; tiemblan. ¿Qué le sucede a esta tía? ¿Habré hablado muy alto?

Camino hacia ella con cuidado y le tomo los hombros, al tiempo que flexiono mis rodillas un poco, para quedar a la altura de su cara.

—Eres inteligente —hablo con gentileza y en voz baja—. Me lo has demostrado decenas de veces. Eres capaz de leer cuerpos y de hacer solos imposibles, y, memorizar muchos ataques —noto una chispa en sus ojos—. ¡Hostia, Alejandra! ¿Quién hace eso? ¿Quién tiene tanto conocimiento de videojuegos como tú?

Me incorporo de nuevo y doy una vuelta sobre mi eje, sacando la emoción que llevo dentro.

—Haces cosas increibles y, ¿soy yo al que le tienes miedo? —río un poco—. ¿Al mundo le tienes miedo? ¿Después de todas las cosas geniales que haces? ¿De tu forma de ser? —niego con la cabeza, queriendo reír—. No. No. Tu eres la que da miedo —asiento con la cabeza, con la mirada perdida—, tu eres la chica que da miedo. La chica que se fue a una ciudad nueva con dos desconocidos, y que, estaba dispuesta a irse a México a buscar no sé qué. Eres valiente, eres fuerte, eres inteligente y eres genial... Eres... Eres... —llevo mi brazo a mi cabeza, al no poder encontrar más palabras. Mi pulso sanguíneo está al tope—. Eres... tú.

No sé si estoy molesto, o emocionado. Sé que estoy ansioso y tengo el corazón latiendo a mil por hora. También siento mucha hambre; demasiada.

—Pero... de eso se trata, ¿no? —cuestiono, calmándome y volviendo a tomar asiento a unos cuantos centímetros de ella.

—¿Qué cosa?

—Vivir. Coincidir con gente que te haga ver cosas que tú no ves —intento penetrar su mirada y descifrar sus pensamientos—. De ver con otros ojos.

Se queda callada, mirándome. Tiene algo en ese rostro que luce diferente, como, intrigado, como... asombrado, perplejo. Acto seguido, parpadea un par de veces y desvía sus ojos para terminar mirando hacia el techo y las tiendas que están sobre nosotros. ¿Habrá sido eso suficiente para convencerle? Jamie dijo una vez: ella se ve fría, pero no lo es; en realidad es dulce y tierna.

Sólo tiene miedo a que la lastimen otra vez.

—No espero que seamos los mejores amigos del mundo —concluyo—, pero, quizá, podríamos tratar, ¿no?

Pronto atardecerá, y quiero asegurarme de tomar un autobús que no vaya lleno de gente y evitar el tráfico lo más que se pueda. Una señora quedó de visitar a los gatitos en la noche para ver si se quedaría con uno; espero que no sea Toncho Jr. Esa cosa es preciosa.

—Sí. Podemos.

En serio que tengo hambre; mi estómago no deja de moverse, y de gruñirme. Escucho un sorbo de popote.

—Entonces comienza —invito—. Soy todo oídos.

—¿Qué quieres saber de mí?

—Comencemos desde cero —trato de acercarme un poco a ella, pero la forma en la que está sentada me lo impide—, ya que no empezamos de la manera cotidiana —río un poco—. Dime algo de tu vida.

He recopilado varios datos con Joana y Jamie, pero están revueltos y me cuesta trabajo acomodarlos.

—A ver —piensa un poco.

¿Qué dirá primero? ¿Dónde nació? ¿Quién es ella y cómo llegó aquí? ¿Me dirá toda su historia, o solo unos fragmentos? La miro atento, esperando; puedo percatarme del esfuerzo que hace por recordar, pero nada. No dice nada.

—No sé por dónde comenzar.

—Vale —digo, suspirando—. ¿Dónde naciste?

—En Estados Unidos.

—¿Y aún así hablas español?

Voltea los ojos, sonriendo, como si se le hiciera divertida la pregunta.

—A los pocos años fuimos a México.

—¿Viviste en México? —inquiero, perplejo—. ¿Cómo es? ¿Es peligroso?

—No —se vuelve a mí, confundida—. Y es muy lindo. Las mejores playas en las que he estado. La mejor comida que he probado —comienza a hacer ademanes con sus manos—, ¡Los mejores tacos del mundo! ¡Las tradiciones más preciosas que he visto...!

La miro, sin saber bien cómo. ¿Entonces México no siempre es vandalismo, problemas con la mafia, tomas de escuelas y esas cosas?

—Guau —suelto con una sonrisa—. Debo ir allá.

—Sí. Debes. Definitivamente, debes.

Sus ojos están tranquilos, al igual que su postura. ¿Qué tiene esta tia? Le da un gran trago a su bebida.

—Luego, ¿qué pasó? —pregunto—. ¿Regresaste a Estados Unidos?

—Así es.

—¿Y ahí conociste a Jamie?

—Exacto.

—Vale, vale —el rompecabezas comienza a tomar forma—. ¿Y cómo terminaste aquí?

—La mamá de Jamie trabajaba para el gobierno —explica—, una especie de trabajadora social. Nos ayudó mucho, a vivir mejor, conseguirle un trabajo bueno a mi madre, comenzar una vida de nuevo, y, así. Poco a poco su relación se afianzó muchísimo.

—¿Como Jamie y tú?

—Así es —le da otro trago—. Cuando la señora se enteró de la mudanza a España, no tardó en decirle a mi mamá.

—¿Y por qué Sandra aceptó?

—Supongo que la mamá de Jamie era muy buena persona como para dejarnos solas en un país extraño —se encoge de hombros—; le ofreció a mi mamá la oportunidad de iniciar bien aquí, en un trabajo estable para ella y una educación becada para mí.

—¿Cuánto tiempo llevas exactamente aquí?

—¿En España? Seis años.

—Entonces, la mamá de Jamie, ¿le ofreció a tu mamá venirse para acá, a cambio de qué, exactamente?

—Ella, como toda madre, siempre busca lo mejor para su hijo. Supongo que me quería cerca de Jamie para cuidarlo —se vuelve a mí, un tanto ansiosa—. O, no lo sé, sólo, era muy buena amiga de mi mamá y no quiso dejarla sola en un país. Nos quería mucho, o, no sé, no sé, no lo sé.

Agita su cabeza hacia los lados en su última línea, como para espantarse cualquier otra hipótesis.

Pasan un par de segundos antes de que pueda formular mi siguiente pregunta, cuando de la nada, la chica logra incorporarse de un brinco y quedar de pie frente a mí, ligeramente inclinada hacia mi rostro. Tiene una especie de sonrisa, una muy pequeña línea curva que se forma en sus labios, y sus ojos están abiertos, sin expresión de seriedad; pareciera que le he dicho que la llevaré a su lugar favorito en el mundo. La miro atento, con los ojos como plato, confundido.

—¿Qué sucede?

—Vámonos —señala con su cabeza hacia la calle—. Vámonos de aquí.

—¿Por qué? —pregunto entre risas, nervioso—. ¿Te desagrada el olor a café?

—Nunca había compartido tanta información mía con alguien —retoma su postura y comienza a caminar hacia la salida—. Y... se siente... bien...

Abre la puerta de cristal que está a un par de pasos de mí y la atraviesa. Me incorporo rápidamente para comenzar a seguirla; ¿eso significa que puedo seguir preguntando cosas? ¿Qué va a hacer esta tía? Cuando consigo colocarme junto a ella, prosigue:

—¿Te ha pasado que, tomas un item que te da cierto poder durante un corto periodo de tiempo?

—¿Como el hongo amarillo que puede agrandar a Mario?

Me escudriña el rostro con una ceja levantada mientras bajamos los escalones que dirigen a la acera. ¿Dije el color correcto?

—Uhm, sí —tuerce la boca. ¿O sonrió?—. Pero pensaba más en, algo así como el martillo del Super Smash Bross. Ya sabes, ese que te hace imparable.

—¡Oh, sí, sí! —suelto cuando lo pillo—. Sí, me ha pasado, ¿por qué lo dices?

—Siento como si hubieses activado ese poder sobre mí —me mira, inocente—. Así que úsalo sabiamente, ¿vale?

—Vale —sonrío aún más.

Cruzamos la calle en dirección al restaurante Minotauro.

—¿Qué es lo que te gusta?

—¿De la vida?

—De gustos, me refiero —me cercioro que no vengan autos por ninguno de los dos caminos, ya que Ale no se toma la libertad de hacerlo—. Comida, o, lugares, o música, o, no lo sé. Algo.

—Hmm —dobla hacia la derecha—. Ardua cuestión.

Un olor a hamburguesas y pan me atraviesan los pulmones con fuerza. El lugar de Tommy Mel's huele muy bien.

—Me gustan los gatos, casi todo tipo de música, los videojuegos, dibujar, leer... —lo dice como si fuera una frase que se sabe de memoria—, el cereal con leche, los suéteres... uhmm... No lo sé; ¿churros? ¿Japón?

—¿Te gusta Japón? —me vuelvo a ella de golpe—. ¡Hostia!

—Uhm, sí. El ánime me encanta, también.

—¡Ooohh! —grito.

Es tanta mi emoción, que termino llevando mis manos hacia mi cabeza. ¿Japón? ¿Le gusta el ánime? Bueno, sí lo supuse pero, ahora que lo tengo corroborado, ¡mola mucho!

—¿Viste Durarara?

—Obvio que sí.

—¿Y te gustó?

—Obvio que sí.

De pronto mi estómago ruge; ¡huele a pizza! La pizza de Papa Jones. Me acaba de entrar hambre. Mucha, mucha hambre.

—¡Dios! Y yo que creí que eras una completa amargada —suelto, pero me retracto en seguida—. perdón, no quise... decirlo de esa forma...

—Está bien —se encoge de hombros—. Me gusta de esa manera; siempre sólida y firme.

Seguramente se refiere a lo que dije del erizo. Se cubre con espinas para evitar que le hagan daño. Se protege.

—¿Siguiente pregunta?

Luce tan emocionada como yo.

—¿Qué es lo que más extrañas de los lugares donde viviste?

Esa pregunta brota de la nada. Mi mente tenía planeado otra frase, pero los labios lo soltaron por accidente.

—Las personas. Mis amigos.

—¿Amigos? —me vuelvo a ella de golpe—, ¿Tú? ¿Con amigos, fuera de Jamie?

—Mh.

—Vale, perdón —suelta una risa—. ¿Tenías muchos colegas?

—No —se encoge de hombros—. No todos tus amigos son tus amigos, si sabes a lo que me refiero.

—Claro...

—¿Cómo se llaman?

Esto es nuevo; todo este tiempo creí que Alejandra era una especie de roca impenetrable, pero, después de decirme esto, corroboro que no es antisocial, sino selectiva. Muy selectiva con sus amistades.

—Valeria, Gaby, Mireya, Leonardo.

—¡Uuuhhh! —aullo—. ¿Quién era? ¿Un antiguo novio?

No responde y continúa caminando. El rechinido de un autobús deteniéndose en su respectiva parada me resuena en los tímpanos con gran fuerza.

—¿Has tenido novios antes? ¿Además de Cristian?

—La pregunta ofende, Rubén.

—Hablo en serio —¿por qué nunca había pensado en ellos? Quizá por eso es tan seria.

—¿Pareciera que no?

—Pareciera que ningún chico se te acerca porque los asustas con tus miradas.

—Y aun así, mírate aquí.

Saca su móvil y comienza a teclear un par de cosas. Se retira el teléfono de la oreja y lo coloca entre ambos.

—'Sup, Ale.

—Hola, Jamie —dice ella, seria—. Uhm, una pregunta súper rápida; ¿podrías recordarme cuántos novios he tenido, por favor?

—Uhmm, ¿sure? —piensa unos segundos—. Dos en middle school, y otros dos en high school. ¿Why?

Me mira, aburrida, y luego levanta la ceja izquierda un par de veces. ¿Cuatro noviazgos? ¿Esta tía ha tenido cuatro novios? ¿Qué le pasa?! ¡Está loquísima!

—No es nada. Gracias, Jamie.

Estoy muy confundido ahora... Pero, Sure thing, Ale. ¡See ya' Later!

—Bye —canta.

Cuelga y se cruza de brazos, satisfecha por lo que acaba de pasar. Antes de llegar a Sukiji, bajamos la velocidad del paso apenas un poco al tiempo que deposita su vaso en el bote de basura.

—Vale, vale, vale —la calmo con mis manos—. Ya entendí. No debo juzgar sin saber.

—Me alegra que pienses eso.

Comenzamos a cruzar la calle en cuanto el semáforo nos da luz verde. Alejandra con cuatro tíos por novios. He de suponer que algo vieron en ella; pudieron haber sido sus redondos y grandes ojos, o, su cabello súper negro y rizado o, no lo sé, ¿su habilidad para el dibujo? ¿O su ingenio en los videojuegos? Sea lo que sea, eso es más de lo que hubiera imaginado.

Creí que era más de esas chicas rudas que no se les da bien las relaciones por su tipo de personalidad.

—Te quedaste muy callado —añade—. ¿Se te acabó el poder del martillo ya?

—No —digo lo primero que me cruza la mente—. Hmm... Hermanos. ¿Tienes?

—No. Soy sólo yo.

¿Qué más puedo preguntar? Ya sé que vive con su madre, que tiene una personalidad introvertida, que le gustan los gatos y tiene un peculiar gusto por ciertas cosas, que tuvo cuatro relaciones amorosas, que su mejor amigo es Jamie, que sus ojos son cafés, que su piel es muy clara, que lee libros extraños y... que no tiene mucho parecido a Sandra.

—¿Te puedo preguntar algo y prometes no golpearme?

—Depende...

Pongo mi brazo tenso por si decide soltarme un puñetazo.

—¿Eres hija, hija de Sandra? —corrijo mi frase—; ¿Quiero decir, biológica?

—¿A qué va eso?

—¡Es que, tía! Tu madre tiene el cabello rubio cenizo, sus piel es un poco más oscura que la tuya, sus ojos son muy claros, distintos a tu color, y sus rostros no se parecen... —me quedo pensando en su mamá—. Hasta pareciera que eres adoptada.

Suelta una especie de risa.

—Puedo asegurarte que soy cien por ciento su hija.

Comenzamos a dirigirnos de nuevo a la entrada de la pista. El césped del lugar luce recién cortado, y la acerca se ve limpia, los árboles regados y el clima pinta a mi favor. Me siento tan tranquilo y con tanta confianza, que termino llevando mis brazos a la cabeza para recargarla en ellos. Una ráfaga de viento me despeina el cabello, sintiendo una agradable sensación en la nuca, y de pronto, mi boca termina diciendo algo de manera involuntaria. ¿Sentí un zumbido?

—¿Y tú papá? ¿Qué me cuentas de él?

Todo pasa tan rápido, que para cuando quiero retractarme, Alejandra ahoga un grito pequeño y se queda con una cara de horror. Suelto mis dedos entrelazados y dejo caer mis brazos lentamente al notar tal expresión en su rostro.

—¿Ale?

Miro al suelo, que es donde su mirada apunta, pero no logro ver nada. Tiene su mano derecha en la nuca, como sujetando algo.

—¿Qué tienes? —pregunto—. ¿Qué es?

Se vuelve a mí, atónita, y por un segundo, veo el terror en sus ojos.

—Una abeja —suelta—. Me picó una abeja.

Cuando vuelvo a mirar a la acera, veo el yaciente cuerpo de la abeja retorciéndose con agonía. ¿Qué significa esto?

—Eres...

Asiente rápidamente con la cabeza, nerviosa.

—¡Ve por mi mamá! —grita—. ¡Ya, ya, ya!

Una descarga de miedo me recorre el cuerpo, y mis piernas se activan incluso antes de que mi cerebro pudiera dar la orden de avanzar. Alejandra me sigue tan rápido como puede, y en un intento frenético de desesperación, termino subiendo los escalones de tres en tres hasta llegar a las puertas automáticas de vidrio. Doy varios traspiés por el miedo y la adrenalina, pero cuando logro entrar a la taquilla, mi mente sólo se le ocurre una cosa; tomar por culo todo y meterme a la oficina de Sandra.

Abro la puerta azul y de un empujón logro quedar casi dentro de las oficinas.

—¡Sandra! —comienzo a gritar—. ¡Señora Sandra!

—¡Hey! —me grita alguien—. ¡No puedes pasar! ¡Hey!

—¡Señora Sandra! —grito más fuerte.

La desesperación comienza a invadir cada parte de mi cuerpo, iniciando por mis manos, que se han quedado torpes ya.

—¡Sandra!

Busco entre los gabinetes de oficinas, y al ver que sale por un costado mío, le suelto de golpe:

—¡A Alejandra le picó una abeja!

Veo como sus ojos se abren de par en par, y en cuestión de milésimas de segundo, corre hacia su bolso y saca un tubo color azul y naranja. Sale disparada hacia la salida, y trato de alcanzarla para decirle dónde está su hija, pero, pareciera que la rastreó con su radar, porque sin siquiera ver por dónde va, la encuentra.

Y la encuentra de cuclillas en el suelo, al pie de las escaleras, respirando con fuerza y tomándose el cuello por la parte delantera, como si no pudiera respirar. En un fugaz movimiento, Sandra encaja el tubo en el brazo izquierdo de su hija y luego comienza a revisarle el rostro con un poco de prisa, pero con una serenidad que me sorprende, como si ya lo hubieran hecho decenas de veces.. Varios de los trabajadores salen a ver qué está pasando, y comienzan a ahogar comentarios entre ellos al ver lo que está pasando.

No había sentido el cansancio hasta ahorita, ni el sudor, ni el ardor de los pulmones; siento la espalda fría, y los nervios de punta. ¿A-Alejandra está bien? ¿Qué le va a pasar ahora? ¿Se pondrá bien? Quizá deba llamar a Joana, más tarde...

Por ahora siento que... siento que... debería irme de aquí.

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