Tokyo Drift
Por la mañana, lo primero que hice al despertar fue checar la puerta. Imaginen mi sorpresa al encontrarme un dibujo sobre un gato de la fortuna pegado en mi puerta... En cuanto terminé de desayunar, fui a mi habitación y tomé un par de billetes para meterlos a mi bolso del pantalón y comenzar a cambiarme.
—Jamie, hola —digo apurado—. ¿Cómo estás?
—Hi, Ruben —dice contento—. Bien, gracias. ¿Y tú?
Me siento absurdamente optimista. Tenía días sin sentirme de esta manera.
—También bien —comienzo a subirme el pantalón—. ¿Sabes dónde está Ale?
—¿Ale? —parece confundido—. ¿Por qué?
—Me hizo un favor ayer y necesito agradecerle —explico.
Escucho ruidos de fondo, como si se hubiera incorporado de algún lugar.
—¿Intentaste llamarla? Puede que esté e-
—¡Jamie! —río nervioso—. ¿Sabes dónde está o no?
Es difícil sostener el móvil contra el hombro y la oreja.
—Con su mamá —responde finalmente—. Ice Palace, creo.
—¡Muy bien, gracias! —cuelgo en cuanto termino de escuchar respuesta.
Salgo de la casa a toda prisa y comienzo a correr; si mi memoria no me falla, todavía alcanzo el autobús que lleva hacia esas direcciones. Le dejé agua limpia y comida a Mia. Creo que yo puedo comprarme algo en un McDonald's que me quede en el camino. Tomo mis llaves, cierro la puerta y salgo disparado a buscar respuestas.
୧☉□☉୨
Pasé a VIPS rápido por una tostada con mermelada de fresa porque, ¡vamos! Son tostadas, y hace mucha hambre ya. Cuando logro llegar a la recepción del lugar, me atiende la misma señora de la vez pasada.
—Buenos días —saluda—. ¿Cómo puedo ayudarle?
—Busco a Alejandra —admito—. La hija de Sandra. ¿Está aquí?
Me mira un tanto extraña, como confundida pero aburrida al mismo tiempo. Luego, me analiza de pies a cabeza percatándose de la bolsa de plástico que llevo en la mano, haciendo finalmente una seña en dirección a la pista de hielo.
—Suerte en encontrarla.
Sin decirme nada más, da media vuelta y comienza a buscar unos papeles en un archivero de metal, por lo que decido tomar ese gesto como una cálida bienvenida a la pista de hielo. ¡Qué mejor! Entrada gratis y con permiso de entrar con comida.
Al cruzar las puertas, una oleada de frío me golpea secamente el pecho y la cara. En esta parte, también hay gradas para poder mirar a los patinadores —que extrañamente no son muchos el día de hoy— y unas habitaciones en la parte trasera, que creo que son baños. Tomo asiento y dejo la bolsa a un lado mío; antes de que pueda abrirla para comer la tostada, mi teléfono comienza a vibrar.
Jamie Bru
Móvil
Llamada entrante
Presiono el botón verde y me pego el auricular a la oreja. La música del lugar se fusiona con mi voz.
—¿Ruben?
—Hola, Jamie —saludo—. ¿Qué pasa?
—¿La encontraste?
—¿Qué cosa? —me concentro en el hielo raspado de la pista.
—¡A Ale, Ruben, Ale!
—¡Oh! —exclamo—. No. Estoy en eso todavía.
Miro a la pista al percatarme de las sombras que se mueven con rapidez. Es hora de darle mantenimiento al hielo, supongo. Justo cuando estoy a punto de rendirme en mi búsqueda de ojeada, distingo un par de audífonos con orejas de gato color rojos.
—¿Understand? —escucho a lo lejos.
Trae una chamarra negra que dice... Algo en japonés. Tengo que bajar y encontrarla para preguntar cómo o qué debo decir para evitar que la chica de los dibujos deje de darme las postales. Vine hasta aquí por eso y no pienso irme sin respuestas.
—¡Ruben!
—Ah, vale, vale —respondo distraído—. Jamie, te llamo luego.
Cuelgo. Cuando me levanto, un gruñido me ataca el estómago seguido de algo extraño parecido a movimientos. ¿Qué es eso? ¿Hambre? Mis tripas han comenzado a comerse solas porque no les alimento bien. Dejo la bolsa en el asiento donde estaba y comienzo a acomodarme bien la chamarra para que no se me cuele el frío. Unas sombras pasan cerca de mí, dirigiéndose directamente a la pista. Decido no tomarle importancia y continúo acomodándome la ropa; las chamarras grandes desacomodan de manera muy fácil las playeras. De pronto, noto mi agujeta desabrochada, por lo que decido agacharme a atarla antes de que pase algún accidente y muera por un golpe en el cráneo.
Mi teléfono vibra, pero no puedo atenderlo, así que cuando me incorporo, el primer espectáculo que mis ojos logran captar, es el del cuerpo de Alejandra siendo empujado con brusquedad contra el suelo por un sujeto más alto que ella; no es empujón que le haga caer de lado, sino de sentón, por lo que me duele hasta el golpe que ella recibe. La vez pasada no había sido tan dura como esta, pero me enfurezco con ellos por una inexplicable razón. Tanto, que me dan ganas de soltarles golpes; y son los mismos tíos de la anterior ocasión.
—Se acabaron los buenos modales —dice el más alto de ellos—. Ya no hay nadie cuidándote.
Da media vuelta y comienza a caminar hacia los inodoros o la salida, por lo que mi mente se pone en dos dilemas; ayudar a Alejandra, o hacer algo verdaderamente estúpido. Mi cordura me dice que vaya con ella y le ayude a incorporarse para hacerme ver como un buen amigo, pero es más grande mi estupidez, por lo que sigo a los chicos hasta los baños (efectivamente).
—¿Vieron su cara? —se burla el que la empujó—. No debió haberme hecho eso.
—¿Alguien nos vio? —indaga el más bajo de ellos.
Trato de dar pasos silenciosos y cuidadosos. ¿No debió haber hecho qué cosa? Soy más alto que ellos; no por mucho, pero sí lo suficiente.
—Qué importa —vuelve a decir el primero de ellos—. No volverá a vaciarme porquerías encima —se toca el cabello—. Todavía apesta a alcantarilla.
—Al menos no te tocó la parte de la fruta podrida —se queja el que había estado callado todo ese tiempo.
—Cierto —señala entre dientes—. Me tocaron la de los pescados.
Cuando entramos a los baños, un frío metálico nos recibe; acto seguido, la adrenalina comienza a subirme por la garganta y el cuerpo. Cuando entro, me percato de que cada quien se dirige hacia un urinal, y justo antes de que continúe escuchando su ridícula conversación, mi boca suelta algo estúpido.
—¡Eh, mamacallos! —no grito tan alto como hubiera querido—. Callaos ya y dejadla en paz.
Los tres me miran confundidos desde su lugar, y por un momento me siento muy tonto. Ahora, por mucho que quiera retractarme de lo que acabo de hacer, no puedo. Soy gilipollas.
—¿De qué hablas, tío?
—La chica —señalo—. Déjenla tranquila.
Se hace un breve silencio, hasta que el más alto reacciona. Tiene ojos cafés claros y cabello oscuro, con una desgarbada y escuálida figura.
—¡Oh! —reacciona—. Te refieres a Ale. Sí, bueno, eso depende de ella.
—¡No me interesa de quién dependa! —grito molesto.
—Pues debería, tío —da un paso a mí, cruzándose de brazos—. ¿Quién eres tú, por cierto? ¿Su nuevo novio? —mira a sus colegas—. ¿Te mandó a golpearnos o algo así?
Ríen todos al unísono. Madre mía, no conozco a este tipo y ya lo odio. Nunca antes había hecho esto, no sé qué hacer ahora, tampoco sé qué decir, y mucho menos sé cómo voy a atacar si ellos me embisten primero. Pero a pesar de todo eso, no puedo evitar sentirme furioso.
—Dile a Alejandra —señala con cuidado—, que si tiene algo que decirme, —da otro paso hacia mí. Ahora lo tengo de frente— me lo diga a la cara —me lanza una mirada cínica—. ¿Vale?
En un impulso desesperado por querer hacerle daño, lo tomo con fuerza del cuello de su playera y lo atraigo hacia mi cuerpo. Al principio, sus colegas ahogan un grito y quedan sorprendidos ante la fuerza con la que lo sacudí. Mi mente es rápida en pensar, así que se me acude una escena de un anime a la cabeza.
—Escúchame bien, cabrón —le digo con brusquedad entre dientes—. No. Vuelvas. A tocarla.
—¿O sí no qué harás? Vas a g—
Lo arrojo con fuerza hacia atrás, para que quede frente a mí y a espaldas del espejo, luego, suelto el golpe más frío y seco que puedo lanzar hacia el espejo que tengo detrás de mí, creando un chasquido que me aturde los oídos un poco y el derrumbe de los pedazos de vidrio hacia el lavabo de manos. Se ha creado un silencio incómodo en el ambiente.
—Haré eso —explico—, en tu cara.
Puedo ver una especie de titubeo en sus ojos; no es miedo, pero tampoco es serenidad. Al menos he logrado causar en ellos una impresión fuerte. Salgo sin limitarme a darles una última ojeada, y cuando cierro la puerta, noto que las piernas me tiemblan.
⊙﹏⊙
—Ale —le llamo cuando la encuentro.
Está sentada en un asiento de las gradas cercana a la pista. Tomo mis cosas y las coloco a un lado mío para poder sentarme junto a ella. Tiene una mirada inexpresiva.
—¿Estás bien?
—Mejor que nunca —no suena a sarcasmo; esto es un tono de voz más apagado.
Nunca tuve la oportunidad de ser lindo con ella después de todo lo que hizo por mí en las últimas semanas. Pero, puedo comenzar ahora, ¿no? Al igual que con Jamie... Estos chicos necesitan con urgencia amigos, amigos de verdad. Quizá por eso Joana estaba tan empeñada en emparentarse con esta tía.
—Te traje algo —digo para hacerla sentir mejor.
Saco la bolsa de VIPS y le entrego mis tostadas. No tenía mucha hambre de todos modos.
—¿Por qué? —no me mira, pero abre la bolsa con cuidado. Al percatarse de lo que es, se queda pensativa.
—Pues... Hiciste magia con la chica de los dibujos —explico—. Quería corresponder al gesto.
Mi plan original era venir, hacer una reverencia y agradecerle. No estaba contemplado darle mi comida, pero después del espectáculo que vi, creo que es una buena manera de hacerle sentir mejor.
—Gracias.
Me mira un tanto sorprendida, aunque todavía con los ojos caídos.
—Eres peor que un gato —responde en voz poco eludible. Luego cierra la tapa de unicel y desvía su mirada.
—Tomaré eso como un «de nada» —le hago saber con una sonrisa.
Por detrás de nosotros, un par de voces hablando se escuchan; cuando me vuelvo, veo a los sujetos del baño dirigiéndose a la entrada principal. Por alguna extraña razón, me siento con el deber de ayudarla; no un deber de opción, sino un deber de obligación.
Estoy tonto.
—Ale —suelto una sola risa irónica—. ¿Quieres salir de aquí?
Esboza apenas un intento de sonrisa y asiente una vez con la cabeza.
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