Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

The Ocean



Mi madre no tiene idea de lo que está a punto de pasar; por suerte y bendición mía, está muy ocupada en el tráfico. Tengo solo un rato más.

Mis manos me tiemblan, y, a pesar de que Joana y yo repasamos el plan decenas de veces, todavía no puedo quitarme el sentimiento de que esta es mi última oportunidad. Espero que funcione. Mis manos están llenas de harina y azúcar granulada.

—¿Estás bien? —camina hacia mí.

—Sí —froto mi mejilla para espantarme una picazón—. Ya casi termino.

—Vale —revisa su móvil—. Revisaré los últimos detalles de la tarta.

Respiro hondo, y trato de calmarme. Oh, Dios... ¿Cómo se supone qu—

—¿Ale? —escucho por la cocina—. ¿Ale?

La piel se me pone de gallina, y termina haciendo que mi corazón dé un vuelco. Oh, no. Lo que faltaba. ¡Alejandra, más te vale que te controles!

—¡Hola! —agita su mano en el aire en cuanto me ve. Su mirada me toma por sorpresa—. ¿Cómo van?

—Hola, Rubius —saludo, neutra, fingiendo serenidad—. Bien, ¿y tú? —comienzo a atar de nuevo mis agujetas—. Digo, ¿cómo estás?

—Bien —ríe por lo bajo, haciendo que me distraiga—. Joana me dijo que ocupabas mi ayuda.

—¡¿Yo?! —exclamo, volviéndome a él.

Tiene el cabello alborotado, y una chamarra negra que no había visto antes. Tiene las mejillas encendidas, por lo que quiero suponer que se ha venido en patineta hasta acá.

—Vale —dice, nervioso, sin dejar de sonreír—. Que ambas necesitaban ambas mi ayuda.

Desvío mi mirada de él y prosigo con mis asuntos. No debo distraerme, no debo salirme del contexto. Siento mis dedos temblar con cada paso que doy. ¿Qué hace Rubén aquí? Sólo va a provocar que me ponga más nerviosa.

—¿Tu madre te ha dicho que sí, ya? —inquiero, un poco seria, caminando hacia el baño junto a mi cuarto.

—Síp —se encoge de hombros, y comienza a seguirme, dando pasos más cerca de mí. Huele a él, pero, no a sudor—. Y, veo que tú y tu mamá siguen en eso.

—Sí, pero... Joana y yo tuvimos que reestructurar de nuevo el plan.

—Oh —ríe—. Sí, me comentó.

—Espero que... no te moleste —digo, apenada—. No veo otra opción más conveniente, pero, si no lo hago de esta manera entonces...

—No te preocupes. Esta opción nos da seguridad a los cuatro. Mi madre y la de Jamie estarán más tranquilas, ¿no lo crees?

Cuando me vuelvo para regresar por mi celular, me freno en seco al ver que lo tengo a tan poca distancia de mí. No digo nada, sólo alzo mi mirada para decirle que se mueva, y de pronto, frunce el ceño apenas un poco, confundido; acerca su mano a mi rostro y me toca cuidadosamente la mejilla derecha, a lo que retrocedo un paso, a la defensiva.

—Espera —ríe con dulzura, acercándose de nuevo—. Tienes algo... blanco en la cara.

Miro su mano, dirigiéndose hacia mí, sus dedos delgados y, al sentir su tacto tan gentil y suave, me sorprendo. Una, dos, tres veces, y la retira con cuidado. ¿Pero qué? No. No, no, no. Alejandra, no.

No empieces.

Intento no mirarlo, o terminaré descontrolándome a mí misma, pero, al ver que sigue frente a mí, no me queda remedio más que volver a girar para retomar mi rumbo. ¿Por qué se me acerca tanto? ¿Conoce acaso el espacio personal?

—No sé qué estés planeando —continúa—. Pero, para haber durado todo el día haciéndolo, debe ser algo grande.

—Lo es —admito, queriendo abrir la puerta para poder quitarme toda el harina de encima—. Pero... tengo miedo.

Con Rubén aquí, me siento, como una niña pequeña que se percibe desprotegida, pero, segura, al mismo tiempo, como, confiada en que éste individuo me salvará de algo que pudiera hacerme daño. ¿Cómo es eso posible? Maldita sea conmigo; esto no es bueno.

—No lo tengas —se coloca frente a mí y se agacha para quedar a la altura de mi rostro—. Lo harás bien. Te dirá que sí. Sé optimista, ¿vale? —me toma el hombro, y siento un movimiento en mi estómago—. Si tienes miedo, es porque debes estar haciendo algo que requiere mucho valor.

Me quedo callada. Diablos... está haciéndolo de nuevo. ¡Me lleva! ¡Y todo esto inició desde que el estúpido de Chava y sus amigos me molestaron en la pista de hielo! No quiero sentirme así. No quiero... Debo hablar con alguien urgentemente. Debo pedir un consejo antes de que todo esto termine siendo un embrollo. Necesito dec—

—¿Sí...?

—Sí —parpadeo, perdida—. Lo siento. Me... perdí.

—Vale, me di cuenta —abre la puerta por mí, y por un momento, titubeo—. Corre, ya casi es hora.

—Sí...

Me da un pequeño empujón, haciendo que quede dentro de mi baño.

—¿Lista?

—Eso creo —miro el lavabo, donde descansa mi cepillo de dientes.

Hazlo. Por París. Por ti. Por el permiso. Por Rubén.

—Estaré esperando la señal de Joana. Iré con Jamie —me dice, retrocediendo, emparejando la puerta—. ¡Tu puedes con ello!

Me sonríe con toda la emoción del mundo. Demonios... Rubén estará aquí. Necesito sacar esto que siento dentro, o si no, terminaré explotando. Ahora lo que queda es arreg—

—¡Ahí viene! —grita Joana, asomándose a mi dirección.

Ah, Dios.

Estos son muchos nervios. Es demasiado estrés...

¡Alejandra, basta! ¿Dónde está esa actitud seria y fría que pretendes ante todos? ¿Dónde están esos nervios de acero que según siempre tienes? Ahora es cuando. Respiro hondo, muevo mis brazos, y contengo el aliento; aquí vamos.


@^▽^@


—¡Hola, señora! —canta mi amiga.

—Oh —mi madre se deshace de su bolso—. Hola, Joana.

En su tono de voz noto confusión. No me atrevo a voltear todavía; si me concentro, esta especie de flor que hago con betún todavía puede ser rescatable. Tranquila, Alejandra. No puede haber fallos. Hazlo por ti, por tus amigos, por ella.

—¿Qué hacen? Huele... —inhala por su nariz—, bastante bien...

—Son mini tartas de frutas —la voz de Joana se escucha peculiarmente alegre—. Preparadas lo más caseras posibles.

—Eso sí —añado—. Eres libre de comer todas estas cosas sin conservadores, madre.

—Muy bien —parece confundida.

—Hicimos café, señora. ¿Gusta que le sirva un poco? —ofrece.

Sólo un par de pétalos más y estarán listos para ser metidos al congelador.

—Por favor —toma asiento en la barra, sacando su móvil y revisando unos mensajes que le llegan—. Sin azúcar.

—También yo, por fa —digo—. Yo me lo preparo.

La medida perfecta de cucharadas de azúcar en mi café son cuatro, con media taza de leche. El mejor café que puedan ofrecerme, será así.

—Má —llamo su atención—. Toma.

Llevo hacia la barra unos perfectos macarons de cuatro colores pasteles diferentes que Joana hizo. Me consuela el hecho de que, en cuanto a presentación, ella es la reina, pero, en cuanto a sabor, le quito el puesto.

—Ay —exclama, sorprendida—. Pero qué lindos están —toma uno y le da un mordisco—. ¿Los hizo Joana?

—Ale preparó todo —se vuelve a nosotras—. Yo armé el cuerpo de los postres.

—Pues está muy rico —asiente un par de veces con la cabeza.

Abro el congelador, y deposito de manera cuidadosa mis flores deformes sobre una charola con papel encerado. Las manos me tiemblan y la frente me está sudando; ha llegado la hora. Hasta ahora, no había hecho contacto visual con mi madre.

—Estaba pensando en algo —digo, acercándole su taza, y se vuelve a mí—. En lo mucho que te gusta el café.

—Oh, sí —le da un trago con cuidado—. Bastante.

—Y, pensé —continúo—, en cuál ha sido el mejor que has probado.

—Hmm —piensa, tomando un macaron rosa—. Quizá fue... el de... olla. En México —pierde su vista durante unos segundos, como, recordando—. Sí. Ese café tiene algo especial...

—No lo dudo —continúa Joana, sacando los mini pies de limón con frutos rojos de la nevera—. Me han presumido muchísimo ese café.

Me coloco en un lugar donde mi madre pueda verme de frente, sin que le estorbe nada. Joana, por otro lado, se sitúa en un costado de la cocina, frente a la barra de preparación, al tiempo que comienza a decorar los pequeños pies con la fruta que habíamos picado anteriormente.

—Pues yo creo que hay uno mejor que ese —reto, a lo que ambas se vuelven a mí—. Hay un café en especial donde usan granos gruesos, y como no usan moledor con cuchillas, no se elimina por completo el sabor de la taza.

Durante mucho tiempo, mi madre ha logrado someterme con sus miradas, con sus cuidados constantes, con su forma de ser. Ella logra doblegarme como no tienen idea, y, quizá sea porque no he detallado ejemplos de esto pero, esto que estoy haciendo, es revelarme. Esto que hago, ninguna de las dos estamos acostumbradas a ello, pero, si continúo viviendo con mi miedo, no podré disfrutar de los cambios.

Se vuelve a mí, neutra, confundida, porque no sabe a dónde quiero llegar.

—Usan una técnica propia de ellos, y, cuando te entregan la taza, puedes ver el aceite del café flotando en la superficie, como, en una pequeña capa. Pero, cuando lo pruebas, sentirás las pequeñas partículas nadando en tu boca.

Silencio.

—O bueno, eso leí.

—¿De dónde es ese café?

Relajo mi postura, y entonces, sé que no debo titubear. Incluso, levanto un poco mi mirada para que la vea en alto. No estoy desafiándola; mas bien estoy demostrándole mi fortaleza y confianza. Esta vez no me va a poder doblegar.

—De Francia.

Apenas termino, su mirada cambia radicalmente. Sus cejas ya no están curvas, como acostumbra, sino que ahora son casi rectas. Sus ojos, que hace unos segundos estaba abiertos y atentos a todo, se han entrecerrado, y su brillo se ha ido. Incluso, su nariz ha quedado por apenas fruncida. Esa mirada que me lanza siempre a manera de advertencia, esa en donde me indica que debo cerrar mi boca antes que ella me haga el favor, esa mirada fría y lúgubre que me lanza...

No. No voy a perder contra ella.

—De Paris, para ser exacta.

Levanta muy, muy ligeramente su ceja. Claramente ella no esperaba una respuesta, ni si quiera un tono como con el que hablé. Ahora sí, está enojada.

—Deberías probarlo —camino a ella, con cuidado. Su mirada sigue siendo desafiante—. Darle una oportunidad. Podría gustarte.

—No —dice, seria.

—Quizá en la mañana no fui muy especifica —comienzo a usar frases que ella usa sobre mí—, y no me expliqué bien pero...

—No te voy a repetir las cosas.

—¡Déjame terminar! —digo, sin levantar tanto la voz. Me mira atenta, con cierto cautivo—. Estuve... pensando todo el día, en por qué me dijiste que no. Y caí en cuenta de que...

Miro a Joana, y sonrío segura de mí misma.

—Necesitas vacaciones.

—¿Yo? —ríe, y le un gran trago a su café.

—Piénsalo —señalo—. La última vez que tomaste un respiro fue hace... —cuento los meses con mis dedos—, un buen. ¿Un año? ¿Uno y medio? Ni si quiera recuerdo. Quizá sea bueno que tomes un respiro.

Joana, sin decir nada, asiente con la cabeza un par de veces.

—Y queremos... invitarte. Con nosotros. A, París —suelto, tranquila, sintiendo una calma que me recorre la espina dorsal.

Durante unos segundos, el silencio me consume. Siento que, mis piernas me van a traicionar, y, debo admitir que he estado haciendo un gran esfuerzo al no estar moviendo mis brazos, o jugando con mis manos; demostraría nervios, titubeos, debilidad.

Y no. No quiero demostrar eso. Soy fuerte, tengo confianza en mí, yo puedo con esto.

La mirada de mi madre me penetra, me examina con mucho cuidado, pero, al tomar la misma postura que ella, se vuelve una batalla de poder, una batalla donde no puedo dejar que vea mi debilidad.

—Quiero que me acompañes, en este viaje, antes de irme.

Si con eso no logro conmover su corazón, entonces tendré que usar una carta de la que Joana no está enterada, y que, nunca hubiera tenido que usar si la ocasión no me lo demandara. De pronto, recarga su espalda en el respaldo de la silla, y procede;

—Tengo que trabajar —excusa—. No puedo faltar.

—Eso ya está cubierto —dice Joana, entusiasta.

—Incluso Martha concuerda con que necesitas unas vacaciones —de un leve empujón logro quedar sobre mis dos pies, haciendo un ademán con mi mano derecha.

Espero que haya captado la señal.

—Eso es cierto —sale por el pasillo, con una taza de café en la mano.

Mi madre se vuelve, confundida.

—Y, Sandra, creo que debes ir —le toma del hombro y lo estrecha suavemente—. Tómate unos días.

—¿Qué? —parece confundida—. ¿Sólo así?

—Pensaba dártelas de todos modos —guiñe un ojo, y se coloca junto a mí—. Pero, tu hija me facilitó las cosas.

Sonrío, complacida, orgullosa, de que pude hacer algo bien hasta ahora. Lo que prosigue, es ir juntando puntos, hasta que mi madre decida aceptar mi petición. Generalmente, bajo presión, no puede negarse.

—Claudia te cubrirá —hace una seña a su amiga, que emerge de igual manera por el pasillo—. Ella misma se ofreció.

—Hola, Sandra —saluda su compañera Claudia, tímida.

—Y, por si fuera poco —añado, caminando a ella—. La mamá de Jamie se sentiría más tranquila si nos acompañas. ¿No lo crees?

Su mirada atrapa la mía; esa autoridad que irradia con los ojos comienza a bajar. Ahora parece nerviosa, como, atrapada.

—¿No puede acompañarlos ella?

Ese comentario me levanta mis ánimos al máximo; no se negó, ni puso peros. Mas bien, preguntó la posibilidad de que la señora Murphy fuera, en lugar de ella. ¿Alguien más siente que esto pinta bien?

—No —aparece por detrás de ella, tomándola por sorpresa, dándole un abrazo enorme por atrás—. Yo acabo de llegar de Escocia, y, mi esposo no apoya la idea de volver a salir de viaje.

Claudia, Martha, la señora Murphy y yo, nos colocamos frente a mi mamá para hacer una especie de barrera que le impida la visión hacia el horno; la tarta estará lista en un par de segundos más. Todo va bien, lo noto en sus ojos, en su cara, en su postura.

—Deberías ir, Sandra —dice Martha.

—¡Sí! —concuerda la mamá de Jamie—. Es una experiencia inolvidable.

—No desaproveches la oportunidad —dice Claudia, en voz queda—. Date un tiempo para ti.

Se cruza de brazos, y sonríe, nerviosa, como, atrapada. No demuestra debilidad, sino que, le da gracia la ironía. Diosito, por favor, que esto funcione.

—Ándale, ma —relajo mi rostro, al tiempo que le sonrío—. ¿No dijiste hace poco que querías ir de compras?

Me mira, y, por un segundo, intercambiamos miradas, y, no siento más ese miedo, sino que, incluso logro percibir un aliento de ánimo.

—Ve, Sandra.

—¡Sí, amiga! ¡Es precioso! Tanta cultura, y, música, y arte... ¡Debes ir! —añade la señora Murphy.

Ríe, nerviosa, agachando la mirada. ¡Sí! ¡Lo estamos logrando! Ahora sólo falta la parte crucial, la parte final de todo.

—Aprovecha la oportunidad —continúa su amiga pelirroja, en un tono más quedo, con aire un poco apagado—. Sabes lo que pasará en unas semanas.

Muerde su labio, para pensar mejor. Estas señales pintan a mi favor. ¡Lo vamos a lograr!

—¿Pero y Toncho?

—Cheto lo cuidará —respondo—. Me ha dicho que él se hará cargo.

—Pero es que no puedo dejar sólo así el trabajo —vuelve a decir.

—Sabía que dirías eso —habla Martha—. Por eso, te pediré un favor especial. Quiero que vayas de vacaciones, pero al mismo tiempo, irás a hablar con un socio que parece interesado en el negocio. Irás a representarme.

No dice nada, sólo piensa. Silencio. Ahora o nunca, Ale.

—¿Entonces, mamá? —le extiendo un folleto de información turística—. ¿Vas a venir con nosotros?

Un silencio incómodo. Por favor, por favor, por favor, por favor, di que sí. Di que sí. Dilo, por favor. Mis hombros se ponen tensos, rígidos, haciendo que comience a sudar.

—S-sí —anuncia, sonriente—. Vamos.

—¡Aaaahhh! —gritamos todas al unísono, corriendo a abrazarla.

Y la música suena; esa de felicitación que se ponen en los eventos, anunciando el logro de un premio. Gracias, Jamie.

Oh, Dios, mío. Oh, Dios, no respiro. Me siento tan aturdida y, tan, perpleja, pero tan, tranquila y, emocionada que...

—¡Qué alegría! —exclama Joana—. ¡Ahora todos a comer tarta!

—¡Mmmh! —exclama Martha—. Eso luce rico.

Jamie, del otro lado de la habitación, me levanta ambos pulgares, emocionado. Sus ojos están más que felices, y tiene una sonrisa en el rostro que apenas puede con ella. ¡Pero qué emoción! Me siento tan contenta que...

Espera. Ahora que lo pienso, ¿dónde está Rubén? ¿Para qué lo quería Joana con tanta urgencia? Mientras mi amiga de lentes comienza a repartir pedazos de pastel, voy a revisar mi habitación, y lo encuentro, sentado en mi silla, dando vueltas como un niño chiquito, con mis audífonos puestos.

¿Pero qué...?

—¿Qué haces? —digo, haciendo que se sobresalte.

—¡Ale! —exclama—. ¡Ah! ¡Lo siento! —se incorpora de un brinco—. No pude evitarlo. Se veían muy cómodos.

—Te perdiste de todo —analizo mi habitación súper rápido. Todo parece en orden.

Comienzo a agarrarme el cabello en un chongo para que no se me venga a la cara, y de pronto, noto que mis tenis se han embarrado de un poco de mermelada. Demonios.

—¿Qué pasó? —inquiere en voz baja—. ¿Qué te dijo?

—Pues —levanto la mirada, percatándome de que lo tengo a una distancia corta de mí.

Hago una pausa para mirarle los ojos. ¿Por qué sigue tan cerca? Bajo los brazos de mi cabello y retrocedo unos centímetros, nerviosa.

—Dijo que sí.

—¿¡De verdad?! —exclama, gustoso—. ¡Madre mía! ¡Uff! ¡Hostia, que estoy flipando!

Sin decir nada, ni avisarme si quiera, se lanza contra mí, y me abraza con fuerza, levantándome apenas por el nivel del suelo, dando media vuelta. Mi corazón da un vuelco, por el miedo de caernos ambos, pero, si soy honesta conmigo, quizá fue de otra cosa. Mi cara está caliente, y mis orejas hierven. Maldita sea, Rubén, ¿qué demonios haces?

Cuando me suelta, y sonríe de oreja a oreja, termina haciendo que mi pecho sienta una presión que palpita velozmente. Acto seguido, da media vuelta sobre sí, con los brazos arriba y el cuerpo irradiando emoción, para después tomar la manilla de la puerta.

—¡Iremos a París! ¡Iremos a París!

Y sale a celebrar junto con los demás. Para cuando termino de asimilar todo, caigo en cuenta de que, olía bien, a perfume, y, sus brazos... pudieron... levantarme unos segundos. Fue incómodo y, un poco extraño, pero...

Quiero que lo haga de nuevo.

Quiero que me vuelva a abrazar.

Oh, no.

Perfecto, lo que me faltaba. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro