Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

The Night We Met



—Lamento haber convivido con ustedes ayer por tan poco tiempo —se disculpa Ayana—. Tuve que atender ciertos asuntos personales.

—No se preocupe —dice Jamie—. Es su casa, después de todo. Nosotros somos visita nada más.

—Aún así —se pone de pie—. Javier y José han pasado más tiempo con ustedes que su propia anfitriona.

Me mira, y sonríe. Acto seguido, se pone de pie y comienza a servirse un poco de agua de la jarra que José le ha traído en una bandeja.

—Por lo que —da un pequeño trago para hidratarse la garganta—. He decidido llevarlos a un café muy popular en la ciudad.

Todos nos miramos entre nosotros, emocionados.

—Por favor, vayan por sus cosas —invita la señora—. Partiremos en unos minutos.

Nos levantamos los cuatro de golpe y comenzamos a caminar hacia nuestras habitaciones para tomar nuestros móviles y mojarnos la cara. ¿A dónde nos llevará Ayana? Mamá no subió con nosotros. ¿Se habrá quedado con ella?

—Ale —llama Rubén, antes de que entre a mi habitación.

—Mande —digo inmediatamente. 

¡Ugh, no seas tan obvia!

Camina hacia mí, por lo que deduzco que tal vez no quiere gritar. La distancia entre ambas puertas son enormes.

—¿Estás bien? —pregunta, en voz baja.

—Sí —respondo, natural.

—Es que... todo el día te vi... distraída.

Oh, no. ¿Alguien más se habrá percatado de eso?

—No —río un poco—. Más bien estaba maravillada, pensando en todo, todo, todo. Imagina cuántas fotografías tomé, y, cuántas debo seleccionar.

Rasco mi mejilla derecha con cuidado.

—Además —lo miro de nuevo, y una punzada de sentimientos en mi estómago me ataca—. Uhm, es, el primer viaje que hago con mis amigos —coloco mi mano en su hombro—, con mis verdaderos amigos.

Sonríe, de manera inofensiva, y luego me mira directamente a los ojos. La expresión en su rostro me hace creer que lo disfruta, que le gusta mirarme los ojos, pero, a mí, me pone bastante incómoda. Aunque, los suyos, son bastante lindos y, no me molesta para nada contemplar el café y verde que los colorea.

—Entonces sólo estas disfrutando las cosas —deduce.

—Efectivamente —le guiño el ojo—. Y también estuve pensando seriamente en cómo voy a ens—

Hey, Rubius—llama Jamie, y se detiene al instante al vernos—. Oh, sorry.

—¿Qué pasa? —inquiere el chico castaño.

—¿Tienes un poco de gel, que me regales?

—¿Gel? —pregunta, confundido, haciendo un ligero desajuste en su voz.

—¿Hair gel? ¿Jalea? —Jamie me mira, esperanzado en que lo salve—. You know, la que se usa en el cabello cuando vas a peinarte.

Ambos terminan mirándome. Ay... La mirada de ambos es hermosa; tienen su carita confundida, ilusionados en que tengo las respuestas a todo.

—Creo que vi una promoción hace poco en el súper —hago mi mejor esfuerzo por recordar—. ¿Gomilla? ¿Gelilla? ¡Gomina! Gomina.

—¡Oh! —exclama Rubius, volviéndose a Jamie—. Ya, ya. Vale. ¡Claro! Ven, te la doy.

Antes de que se vuelva a mí para decirme cualquier otra cosa, me adelanto y me adentro en mi habitación. Necesito mojarme la cara y bajarme este calor de la cara.


(*'ω`*)


Jamie no deja de tomarle fotos a Joana. Ambos han estado intercambiando poses y fotografías en las vistas más panorámicas del lugar.

Este café en especial, el Place du Trocadéro, tiene una vista privilegiada a la torre Eiffel. Debido a la hora, y al día, la gente que se aglomera adentro es bastante; ruidos de pláticas me invaden la cabeza, así como olores dulces y salados.

—Lucen bastante emocionados —dice Rubén, el cual ha decidido sentarse junto a mí—. Yo he quedado satisfecho con los planos que he hecho, y con mis pocas selfies.

Ayana y mi madre han charlado desde que llegaron, y a pesar de que no me concentro en su charla, noto que de vez en cuando hacen una pequeña broma y ríen. Me alegra que las cosas están mejorando entre ambas; mi miedo ahora, es que se junten para discutir conmigo sobre un tema que en serio no quiero tocar. Él.

—Yo no me he tomado selfies —le doy un trago a mi frappé de mocca—. No me gustan.

—¿Pero por qué? —inquiere, casi ofendido.

—No me gusta cómo salgo en las fotos.

Mi cara redonda y mis mejillas no ayudan mucho. Quizá sea porque me falta tener un cutis más liso, con menos imperfecciones, y quizá tener tonos más uniformes en la piel. Pero, realmente, siempre hay algo en mí que termina desagradándome en la foto; y para evitar ese tipo de situaciones, me obligo a no participar en ellas.

—¿Cómo sales? —inquiere, dándole un trago a su batido de chocolate con fresa.

—Pues —pienso mis palabras para no escucharme tan adolescente de catorce años—. Digamos que la perspectiva de estética que tengo es, variable. Los cánones de la sociedad suelen ser más... perfectos; ya sabes —trato de evitar el lenguaje, y hago ademanes con la mano—, narices perfectas, ojos grandes, maquillaje —de pronto viene a mi mente algo ridículo, así que empiezo a cantar—, y sombra aquí, sombra allá, maquíllate, maquíllate...

—En un espejo de cristal —continúa, a lo que me vuelvo confundida.

¿Se sabe esta de obra maestra? Río ante tal coincidencia, sintiendo un cosquilleo en el pecho que brota de manera natural, que me hace sentir bastante bien.

—Y mírate, mírate —cantamos—. Sombra aquí, sombra allá, maquíllate, maquíllate —nos miramos y tomamos nuestras bebidas para usarlas como micrófono. Es como, una especie de conexión neuronal—. Un espejo de cristal, y mírate, y mírate.

De pronto, la risa nos gana y terminamos cediendo ante la alegría y la emoción del momento. Pero qué bien se siente tener este instante con él, riendo sólo, sin sentido, por una cosa tan sencilla como esta. Alejandra, sé honesta contigo, y hazte un favor. Ya lo dijiste hace rato, en la tienda de macarons. ¿Por qué no te permites más momentos como este?

—Por cierto —digo, para cortar el momento—. Tienes que aprender francés— sus ojos se centran en mí—; es un problema estar detrás de ti cada vez que vas a pedir algo.

—Lo siento —suspira—. Pero que parece que el inglés no lo conocen. Con el español, al menos hacen el intento pero, no logran entender lo que digo.

Río unos pocos segundos, conmovida por su triste historia.

—Yo no domino el francés —le digo en voz baja. Yo y mi modestia—, pero, no te haría mal aprender vocabulario básico.

Esboza una sonrisa de oreja a oreja, emocionado, y noto en sus ojos un brillo precioso que me hace sentir indefensa. Dentro, me siento bastante bien, saber que puedo hacer que sonría de esa manera tan pura y hermosa.

—Vale —recorre su silla más cerca de mí, haciendo que me ponga un tanto nerviosa.

—A ver... —digo, tratando de recordar lo básico—. Buenos días es bonjour. Buenas tardes, bonne après-midi. Buenas noches, bonne nuit.

—Bonjour, bonne apres-midi —pronuncia, sin acento.

—No, no, no —río—. Pronuncia la "erre" como ellos. Con la garganta —comienzo a hacer movimientos con mis manos, simulando ser de alta sociedad, haciendo mi voz ridículamente graciosa—. Como los verdaderos franceses, Rubén.

Suelta una risotada, y por dentro, me regocijo de alegría. ¿Lo hice reír, de nuevo? Oh, Dios, pero qué hermoso sentimiento de satisfacción.

—Vale, vale —inicia de nuevo—. Bonjour.

—¡Perfecto! Ahora, por favor, se dice, s'il vous plaît. Y gracias, merci.

S'il vous plaît. Merci—repite.

—¡Muy bien! —sonrío, contenta—. Ahora, cuando quieres pedir algo, se dice, puis-je avoir un café, s'il vous plaît?

Analiza mis palabras, y tuerce su cabeza un poco, confundido. Pero qué cosa más linda tengo en frente. Comienzo a hablar más despacio, más lento, para que pueda ver mis labios con claridad.

—Puis-je.

Puis-je —repite.

—Avoir.

Acerco mi rostro más a él, para que me escuche mejor.

—Avoir.

—Un café.

No puedo quitar mis ojos de los suyos; son, perfectos. Son bastante lindos, y son, muy lindos, en todo sentido.

—Un... café.

S'il vous plaît?

S'il vous plaît?

—Ahora dilo todo junto —invito.

Puis-je... avoir un café, s'il vous plaît?

—¡Excelente! —aplaudo, bastante emocionada por mi logro—. ¡Muy bien! Bravo, bravo. Ahora no morirás en París.

Desvía su mirada un poco y le da un trago a su bebida. El aire frío me ayuda mucho a controlar el calor corporal que siento cuando Rubén se me acerca, y el olor suave de café relaja mis pulmones, provocando que dentro, me sienta a gusto.

—¿De qué hablan? —inquiere Jamie, al tiempo que se une a nuestra mesa con Joana.

—Ale me enseñó francés —dice el chico castaño, tomando otro trago.

—¡Genial! —dice Joana, tomando asiento junto a su amigo—. ¿Qué sabes decir ahora?

Sonríe, satisfecho de su reciente descubrimiento y victoria.

—Buenos días, buenas tardes, buenas noches —se encoge de hombros—. Por favor, gracias. Oh, y ya sé ordenar un café.

Lo que resta de la tarde, no dejamos de hacer chistes sobre nosotros mismos, ni de reír. Esporádicamente Ayana y mi mamá se unen a nuestras pláticas, y luego proceden a continuar con las suyas. La risa de Rubén inunda mis oídos con gusto y goce; quisiera escucharlo reír todo el día, a cada momento posible. Por primera vez en bastante tiempo no lo veo sin su gorra, ni su patineta. De hecho, luce bien.

Luce guapo.

Espera, ¿qué?


(/ε\*)


—Platicaré con Ayana un rato —dijo mi mamá, saliendo de la ducha. Su cuerpo emanaba vapor—. No me esperes despierta.

Asentí con la cabeza, y proseguí a ponerme la pijama. La ducha con agua fría me había levantado el ánimo, y me hizo sentir fresca como lechuga. Joana no había dejado de platicar con algunos de sus amigos parisinos y londinenses; están tan emocionados como ella porque se acerca el final del verano. A mí, por otro lado, la idea de comenzar un nuevo ciclo escolar comienza a parecerme, distante.

El frío me invade las piernas, y el aire me abraza por todos los costados posibles, pero la vista desde aquí luce impactante, y me deja sin habla. 

Como pude, me colé por los diferentes pisos del edificio hasta llegar al último, en donde logré escabullirme hasta quedar frente a una ventana y deslizarme fuera de ésta para escalar con cuidado hasta llegar a la azotea. Una pequeña escalera de incendio me ayudó bastante.

La sudadera gris que pensaba usar el día de mañana ha sido de gran ayuda esta noche; me protege la espalda y cierta parte de las piernas, que son abrazadas por mis brazos. La torre Eiffel es una maravilla; es preciosa, en todo el esplendor de la palabra.

—Hostia —escucho—. Que me caigo.

Me vuelvo de golpe para encontrarme a Rubén terminando de treparse al techo. 

¿Pero qué rayos? Finjo seriedad y nada de sorpresa ante lo sucedido; realmente, aunque intente alegrarme ahora, no quiero.

—Ale —llama, poniéndose de pie—. ¿Cómo lo hiciste tú? Yo estoy alto y me ha costado trabajo.

—No sé —me encojo de hombros, al tiempo que abrazo más mis piernas—. Sólo lo hice.

—Vale —se recarga en mí para poder tomar asiento—. ¿Y qué haces aquí?

—Viendo —respondo al instante—. La torre. Cómo brilla.

Trae puesta su pijama, que consta de una playera de Marvel y unos pants lisos. Una sudadera negra, que luce más tibia que la mía, le cubre los hombros y el pecho.

—Brilla igual en el piso de abajo —se recorre apenas unos centímetros más cerca de mí.

Estoy tan enfocada en distraerme de lo que pasó hace veinticuatro horas que no soy capaz de percibir emoción alguna. No sé si quiero que se vaya o, que se quede un rato más.

—Aquí circula el aire —añado—. Y no pueden verme —le lanzo una mirada—. O encontrarme.

—Oh —lleva su mano a la cabeza—. Es que vi cuando venías hacia acá.

—¿Me seguiste? —inquiero, asombrada, porque ni si quiera logré escucharlo.

Entonces, sus mejillas se tornan ligeramente rojas.

—¿S-sí? —inquiere, nervioso—. Quería darte un susto, pero, luego, cambiaste de dirección y saliste por la ventana. Eso —suspira, con una sonrisa—, me tomó por sorpresa. No sabía a dónde ibas.

—Oh, lo siento —me disculpo, temerosa.

—No te preocupes —recarga sus brazos en el suelo, al tiempo que descansa su espalda—. La vista de aquí es mejor que la de abajo.

Asiento con la cabeza, perdida.

"Él sigue vivo. En nosotros. En nuestras memorias", pienso.

¿Qué le pasó a mi papá para que terminara viviendo con Ayana? ¿Vivió en París siempre? Odio tener que pensar en ese tema ahora, porque crea incertidumbre, duda, frustración, enojo, tristeza, confusión, frustración, debate. Y odio sentirme tan vulnerable a cualquier cosa.

—¿Qué tienes? —inquiere Rubén, en voz un poco baja.

—Sólo estoy pensando —digo, con voz apenas eludible—. En cosas.

—¿Qué cosas? —insiste, tratando de buscar mi mirada.

Suspiro. ¿Deberé ser honesta con él? Quiero decir, contarle, lo que pasa conmigo, lo que sucedió ayer, y, cómo me hacer sentir todo esto. O sólo, ¿debería quedarme callada y sonreír?

—No intentes mentirme —advierte, haciendo que termine mirándolo. 

Su mirada es seria, un tanto desafiante, como, avisándome de las consecuencias que tendré.

Su expresión no denota titubeos ni duda, ni, rastro de debilidad. ¿Por qué me he vuelto tan frágil con este tío? Si quiero que confíe en mí, debo ser honesta con él, porque al menos yo, respeto a las personas que me dicen la verdad, sin importar qué tan dura sea. Como Ayana, por ejemplo.

—¿Recuerdas... que te conté sobre mi papá? —pronunciar es palabra me quema la garganta.

—Sí —titubea, como si se pusiera nervioso con el tema.

—A grandes rasgos —lo miro de reojo—. ¿Qué recuerdas?

—Vale —piensa—, recuerdo que era una especie de soldado. Y que os daba regalos súper guay. También recuerdo que tiene una cicatriz en la ceja y en la cara, y que conservas de él una bufanda.

Bueno, al menos recuerda gran parte de los detalles. Una ligera chispa de consuelo me llena el pecho, pero es nuevamente consumida por mis palabras;

—Cuando se fue, ¿qué pasó después? —escondo mi rostro dentro de mis brazos, para disuadir mi dolor.

—¿Ya no... regresó?

Incluso él se queda callado ante eso, como si, haberlo dicho hubiera provocado un terrible accidente. No lo culpo, este tema me duele. Bastante.

—Nunca entendí por qué se fue —comienzo a decir, dejándome llevar por mi enojo—. Nunca entendí por qué no regresó. Yo nunca entendí por qué lo había hecho. Siempre, desde niña he creído que se fue por trabajo, por querer cuidarnos, pero, ¿y si sólo se fue por mi culpa?

Mi cerebro me pide que me detenga; no intentes sentirte como las niñas de trece años pidiendo atención. No intentes parecer la víctima aquí. Ni se te ocurra llamar la atención de Rubén de esta manera.

—Ojalá pudiera verlo mil veces más 

Volteo mi mirada, al tiempo que me pongo de pie para darle la espalda, y permito que una lágrima resbale por mi mejilla.

—Ojalá no se hubiera ido.

El ardor en el pecho crece, y se extiende con rapidez. ¿Qué hago ahora? ¿Cómo se supone que deba sentirme con esto?

—Si tan sólo hubiera estado aquí para verme crecer —continúo, y los mocos comienzan a escurrirme de la nariz—, y en lo que me convertido.

Sorbo con fuerza, y luego aprieto mis puños, agachando mi cabeza. No quiero sentirme ahogada en mi propia tristeza.

—Cómo deseaba que estuviera aquí. Que fuéramos los tres una familia.

Limpio con mi manga las lágrimas restantes y los mocos que tanto odio que se asomen. 

¿Qué pensará Rubén ahora de mí? Siento que ha perdido por completo esa imagen fría y ruda que tiene de mí. Pero, mientras no diga nada de lo que ha visto, creo que, puedo mantener esa reputación.

De pronto, escucho pasos, dirigiéndose hacia mí, de manera cuidadosa. ¿Me dirá algo?

—Ale —llama, nervioso.

Se coloca en frente, pero no logro verle la cara. Mis ojos han de estar hinchados, rojos, al igual que mis mejillas y mi nariz. 

Definitivamente no puede verme así; no me veo linda de esta manera.

—¿Qué pasó después? —inquiere, como si fuera capaz de deducir la respuesta, o como si tuviera cierta hipótesis.

—Él... —respiro hondo—. Él murió. Él murió, Rubén.

Uno, dos, tres segundos. Nada. ¿Estaré quedando mal? ¿Por qué de pronto todas interrogantes surgen? Odio ser así conmigo. 

Lo odio, lo odio, lo odio. Cuatro, cinco seg—

—...

Sus brazos de pronto me envuelven, y me aprisionan contra su pecho, haciéndome quedar protegida del frío y de cualquier otra cosa. Su mano derecha cubre mi cabeza, y su antebrazo evita que pueda retirarme lejos de él, mientras que su extremidad izquierda resguarda parte de mis hombros. Recarga su cabeza sobre la mía, con cuidado, y trata de acercarme más a él, con gentileza.

—Lo siento —dice, con voz triste—. Lo siento en serio.

No digo nada. El sentir este tipo de calor, este tipo de protección, me hacen sentir bien, libre, me hacen querer romper todas mis barreras y soltarme a llorar. Siento que, con Rubén aquí, soy capaz de soltar todo lo que tengo dentro, de ser aquella chica de ocho años llorando por las noches, cuando siente que todo está a punto de colapsar dentro de su mente.

—No fue tu culpa —prosigue, pero su voz es un susurro en mis oídos—. ¿Me escuchaste? No es tu culpa. Está bien. No tienes por qué estar sola.

Comienza a acariciar mi cabello con gentileza y suavidad, y soba ligeramente mi espalda.

—Está bien —prosigue—. Puedes llorar. Puedes hacerlo...

Comienzo a subir mis brazos lentamente, hacia su cuerpo.

—No voy a dejarte...

Y de pronto, me aferro a su playera, atrayendo su pecho hacia mi rostro. ¿Esto es lo que se siente... desahogarse? Los hombros me tiemblan con fuerza, y un nudo tremendo en mi garganta rebota, haciéndome sentir un dolor terrible en esa zona. 

El calor en el rostro comienza a invadirme, poco a poco, muy lenta, pero constantemente.

—Tranquila —dice con voz dulce—. Te tengo...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro