Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Sugar Plum Fairy


Me despierto llena de energía destinada a no hacer nada, y veo el estropajo de cabello que me cargo. Me miro en el espejo un poco más de tiempo de lo usual. Ahora que lo veo, parece más bien como un brócoli de color negro.

Como sea, después de ver eso, voy a necesitar un buen baño. Abro la puerta del cuarto, y lo primero que veo es a Toncho, esperándome sentado junto al sillón. 

Le sirvo un poco de comida en su plato, y me cercioro de que tenga suficiente agua.

—Buenos días —dice mi madre. También tiene el cabello enmarañado.

—Hola —camino a la cocina, y veo que tiene agua hirviendo.

—Toma —me ofrece una taza—. Tómatelo.

No pregunto qué es; huele demasiado bien como para tener un sabor amargo. 

Al primer trago, siento cómo mi estómago se calma, se relaja. Me sonríe, y correspondo apenas un poco. Cuando sonrío, siento algo extraño en los cachetes.

—¿Vendrás conmigo al trabajo? —me pregunta, acariciándome un poco el cabello. Asiento con la cabeza.

—Me voy a bañar —digo.

—Eso me parece excelente.

Terminando de bañarme, analizo el clima. Tengo suéteres más gruesos y calientes que otros, pero, estaré todo el día en el trabajo de mi mamá, y el clima no se ve muy prometedor a mis ojos. Finalmente, después de casi pensármela diez minutos, opto por un suéter gris, que es mas bien como una sudadera ligera.

Oh, por Dios, cómo adoro las sudaderas.

—Ya vámonos —dice mi mamá, envolviéndose una bufanda en el cuello—. ¿Llevas todo?

Asiento con la cabeza. Me tiento el bolsillo trasero del pantalón para asegurarme de que llevo mi teléfono. No necesito más.

—¿Pondrán música hoy? —le pregunto. A veces suelen ponerla en todo el lugar.

—Creo que sí —responde—. Hoy es domingo.

Me regreso a mi cuarto, tomo mis audífonos y me los cuelgo en el cuello.

—Listo, vámonos —me sonríe.

Busco a Toncho, y le hago una última caricia antes de irme.

Después de cerrar todo con llave, bajamos las escaleras y atravesamos el recibidor. 

El portero nos dice adiós con la mano. 

Veo a mucha gente caminando, los árboles verdes, verdes, el cielo azul a morir, y el calor a más no poder. Por eso me gusta bajar la ventana durante la mañana; los rayos solares no son tan fuertes, y se siente agradable durante unos minutos.

Nos detenemos en un semáforo rojo, y veo por el rabillo del ojo, que las tiendas comienzan a llenarse de ropa destapada y veraniega. 

Es decir, yo todo el año uso suéteres, salvo en primavera y verano, que es cuando usualmente uso chamarras—sudaderas; el calor suele ponerse insoportable en estos días.

Para cuando por fin llegamos a la pista, me apresuro a ponerme mis patines y a poner mi música, porque una vez que me pongo los audífonos, ya nadie me saca de ahí; la música que escucho me hace sentir como si estuviera dentro de alguna película, y es que estoy tan acostumbrada a hacerme fantasías y a querer pensar que puedo hacer cosas que las protagonistas de las películas hacen, que termino decepcionándome de la vida.

Y después de eso, me doy cuenta de que vivo en el mundo real.

—¿Qu...?

Cuando menos me espero, la pista ya está llenándose de gente. Hoy es domingo; casi a partir de medio día, es cuando más se aglomera. Y digo, con este calor, ¿quién no?

Muy bien. Me voy de aquí.

—¿Qué pasó? —pregunta mi mamá cuando entro a su oficina—. ¿Por qué tan pronto? No ha pasado ni media hora.

—Ya está llenándose —respondo, sería.

—Oh —teclea a una gran velocidad las letras—. Claro.

Me dejo caer sobre una silla que tiene cerca y me quedo mirándola.

Es tan hermosa. Podría observarla todo el día sin cansarme de ello.

—¿No han llegado niños? —pregunte de repente.

—No —pero eso me recuerda que pronto comienzan los cursos de verano.

Y estos cursos incluyen niños chiquitos. Humanitos indefensos que no saben lo que son patines, que en cuanto ponen un pie en la pista, caen de bruces y les da miedo levantarse otra vez.

Y para eso estoy yo.

O algo así. A las encargadas de los pequeños no les gusta que me acerque a ellos. Como si fuese a robármelos o algo así.

Me pongo de pie en cuanto recuerdo que a medio día es cuando llegan los grupitos.

—¿Ya tan rápido? —pregunta, divertida—. ¿No te quieres quedar otro ratito?

—No —miento, para no darle la satisfacción de la razón—. Ya me dio calor.

Salgo de la oficina, atravieso el pequeño pasillo y me sitúo en la entrada de la pista, me pongo mis audífonos, pero no pongo música. Así estoy alerta, pero hago entender a los demás que estoy sorda; así nadie me molesta y puedo vigilarlos de manera cautelosa.

Inicio, y no pasa nada interesante. De vez en cuando entran uno que otro niño, o grupitos pequeños de jóvenes de mi edad. 

Y por unos momentos, logro escuchar las risas incluso a través de los audífonos. ¿Tan divertido será? ¿Qué pasaría si decido unírmeles a ellos solo por unos breves minutos? Saludarlos, hacer algo de conversación. Digo, no ha de ser tan malo como creo. 

Patino a ellos de manera discreta, pero apenas me acerco a su área, se hacen a un lado con expresión de disgusto que logro ver, y se van.

Suspiro frustrada. Lo sabía. Ya lo sabía.

Si no me gusta convivir con la gente es por algo.

Me pongo roja, roja; eso pasa cuando o, estoy muy molesta, o quiero llorar. Y por ahora quiero quiero ambas, pero veo por el rabillo del ojo, veo que una chica me mira desde la entrada de la pista. Una chica muy bonita, lo demasiado como para que me vea llorar. Y no me gusta complacer a la gente, a menos que yo así lo quiera.

—¡Uy! —exclama alguien, chocando contra mí, haciendo que los audífonos se me desacomoden.

Logro equilibrarme y no caer al hielo frío. Me quedo quieta, sin mirar a la persona con la acabo de chocar a los ojos.

Perfecto. Lo que me faltaba.

Escucho a un par de chicas exclamando algo. Quizá se asustaron porque choqué con su acompañante. 

¿Por qué me pasa esto? Ah, sí. Por distraída.

—Lo siento —digo, seria, acomodándome los audífonos, incorporándome—. No miré por dónde iba.

—No, no —dice ella, porque es voz de chica—. Descuida. No pasó nada —habla con tal dulzura, que no puedo evitar verla—. ¿Estás bien?

Tiene puesta una falda lisa color blanca, y unas medias beiges, acompañadas de una blusa y un suéter claro que le hacen parecer una bailarina de hielo, entrenando. Su rostro, ligeramente adornado con maquillaje y sombras, resalta de entre las demás chicas, haciéndola ver muy linda.

—Sí —respondo, al tiempo que aparto la vista—. Perdón otra vez.

Me hago a un lado y comienzo a patinar hacia la salida de la pista. ¿Qué fue todo eso? Demonios... Necesito calmarme y no pensar en el ridículo que acabo de hacer.

Necesito una taza de chocolate caliente.


(ノд`@)


—¿Sabes qué tiene tu gato? —inquiere Jamie.

Asistimos a una invitación de su mamá para venir a cenar. Ahora, sólo esperamos el llamado del postre.

—Creo que está empachado —confieso.

—Puedes ir al veterinario mañana temprano, antes de que todos salgan de la escuela —propone—. Pero aparta la noche, porque es de arcade.

Yay.

—Y, ¿Cómo te ha ido, sweetheart? —me pregunta la mamá de Jamie de pronto—. ¿Qué cuenta el verano?

—Mucho calor —expreso, con una sonrisa—. Me dan unos bochornos bien feos.

—¿Piensan hacer algún viaje este año? —pregunta el padre de Jamie, sentado del otro lado de la mesa.

—No lo creo —dice mamá—. No creo que tengamos mucho tiempo—bebe un poco de agua para hidratarse los labios—. No soy mucho de viajar.

—¿Ustedes? —indago.

—Probablemente sí —contesta Jamie—. Como todos los años, antes de que se acabe el verano.

Claro. ¿Por qué no? Llevan practicando esa tradición desde años, y, me agrada mucho la idea; despedirse del verano con un viaje para "relajarse" y conocer. Y lo mejor es que hacen este tipo de viajes "tranquilos" cerca de tres veces al año. Una inversión considerable, pero, satisfactoria.

Pequeños lujos que pueden darse debido a una larga vida de arduos trabajos y sacrificios que trascenderá por años si es que Jamie continúa de ésta manera.

—¿Y ya tienen todo listo? —me pregunta el señor.

Sé a qué se refiere.

—Eso creo —respondo, sonriendo—. Pequeños detalles que faltan de afinar con unos papeles de la escuela. Pero, ya está contemplado todo.

—Igual a mí —añade el chico—. Pero, estoy arreglando los últimos detalles de un trámite. Same as Ale.

—Ya están madurando —dice la mamá, sonriendo de manera melancólica.

Ya estamos creciendo, que sería la palabra correcta, porque la edad no define tu madurez. Alguna gente son como los árboles, les toma una eternidad desarrollarse.

Y es que mucha nunca crece.

—Como mis ganas por un postre —agrego, para cambiar de tema de una manera sutil.

—¡Claro, el postre! —responde la señora, levantándose de su silla—. Casi lo olvido.

Jamie me lanza una uva desde su asiento en cuanto mi mamá y su papá se distraen. Me cae en un costado de la cara, por lo que en cuanto siento el golpe y veo a Jamie tratando de tragarse su risa, me indigno un poco. 

Embarro la misma uva con un poco de crema restante de mi plato y la coloco en mi cuchara. Luego, la lanzo como catapulta y le cae a media cara, salpicándole parte de la nariz, los anteojos y las mejillas de crema blanca.

Tomo mi vaso de agua y lo levanto un poco, brindando por su salud de manera sarcástica.

—Quedó justo en su punto —dice la señora, situando el plato cerca de Jamie. Luego se vuelve a él—. Sweetie, por favor, come bien.

Sonrío un poco.

—Sí, Jamie —digo—. Ahí tienes una cuchara.

Me mira con ojos entrecerrados, y su madre comienza a limpiarlo con una servilleta.

—¡Mamá, no! —dice Jamie, tratando de evitar la saliva de su madre en la cara.

Él inicia las guerras.

Yo las termino.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro