She Will be Love
Atravesamos el largo pasillo con ventanales hasta llegar a unas escaleras a mano izquierda que conducen al área de establecimientos culinarios. Supongo que podemos ir por un café o algo para hacerla sentir mejor; noto que camina extraño, pero con discreción. ¿Cómo puede intentar estar bien después de semejante golpe? Toma el barandal con algo de fuerza y no baja las escaleras con prisa, sino que lo hace despacio y con poco cuidado.
Huele a café tipo Starbucks. Doblamos a la derecha y comenzamos a dirigirnos hacia el McCafé que tenemos cerca; no sé qué decirle, o qué hacer, y no puedo contactar a Jamie ahora porque sería sospechoso. Comienzo a tener una teoría —no muy acertada ni exacta—, pero que puede hacerme entender una cosa, y eso es la mentalidad de Joana. Debo pensar como ella para ver en dónde estuvo mi error y tratar de corregirlo, probablemente y necesito mejorar algo de lo que no soy consciente, y si ella quería que fuera amigo de Ale, entonces puedo serlo, y demostrarle que soy mejor que antes.
Cuando llegamos a la salida que da hacia la calle Silvano, la chica por fin habla.
—Sé que lo viste —añade un tanto fría—. No tienes que fingirlo.
Todo el tiempo que llevábamos caminando estaba concentrado en qué decir cuando ella hiciera mención del tema, pero ahora que me toma por sorpresa, me quedo en blanco. Por si fuera poco, el ruido que hay en este lugar no ayuda mucho.
—¿Fingir qué?
Me lanza una mirada aburrida.
—Rubén...
—Lo siento —desvío la mirada un poco —. No quería, hacerte sentir... —pienso las palabras antes de decirlas—, incómoda.
Toma asiento en una mesa disponible del McCafé y cruza sus piernas en forma de flor de loto, por lo que decido no tomar asiento junto a ella. Huele a chocolate, a azúcar, a café y a dulces.
—Además —tomo asiento en una silla de color azul—, no quería hacer mención del tema sin tu consentimiento.
—¿Consentimiento? —se vuelve a mí—. ¿Desde cuándo hablas así de correcto, Doblas?
Le sorprendería a la gente saber lo correcto que puedo llegar a hablar a veces. Pero, por ahora no puedo concentrarme en ser el chico alegre y bromista que suelo ser generalmente; ahora Alejandra necesita un consuelo, un amigo, y lamentablemente Jamie no está aquí.
—Buenos días —se acerca una chica—. ¿Saben qué van a ordenar ya, jóvenes?
Esta mesera ya nos había atendido a Cheto y a mí hace varios días, la última vez que vinimos. Supongo que no me ha de recordar.
—Chocolate caliente mediano —respondo sin siquiera mirar la tarjetilla—. Y un sándwich.
—¿Está bien si es de jamón con tocino?
—Perfecto —sonrío de oreja a oreja.
Anota la orden en su libreta y luego se dirige a Ale con una sonrisa.
—Agua.
—En seguida.
¿Venir hasta acá por agua? Trato de hacer caso omiso de su orden y me concentro en mi siguiente pregunta. Acto seguido, un escalofrío me recorre la espalda, continuado de un rugido de estómago. Miro la carta que hay frente a nosotros, pero por mucho que intento quedarme callado, mi lengua logra descontrolarse.
—¿Qué les hiciste a esos chicos para que reaccionaran así?
Se queda callada, y entonces caigo en la deducción de que quizá no debí haber preguntado. ¿Por qué esto es tan complicado entre ella? No se deja ayudar tan fácilmente, y tampoco demuestra señales de querer aceptarla.
—Les vacíe una cubeta de agua sucia —responde seria, con voz ronca—. Por haber molestado a Jamie primero.
Entonces todo esto es cuestión de un círculo vicioso donde las cuestiones vengativas no acabarán hasta que uno de los dos ceda primero; donde el débil —o el inteligente— confiera primero.
—¿Qué harás si regresan? —inquiero.
—Honestamente —suspira, mirando hacia las ventanas que tenemos al fondo a la izquierda—, no lo sé.
Yo venía a conocer las respuestas de unas preguntas que podían salvarme de evitar que la chica de los dibujos dejara de darme postales, y terminé encontrándome con esta amiga problemática tipo vengadora.
—Aunque —continúa—, si lo golpeaste con el puño —me mira—, déjame decirte que tienes una manera extraña de atacar.
Miro de manera inconsciente mi mano. Cierto; había olvidado el golpe que le di al espejo. No tengo cortadas ni nada que me delante, salvo por una extraña y poco común mancha roja que palpita suavemente. ¿En qué momento se dio cuenta? ¿Escuchó el crujido?
—Oh, no —me pongo nervioso—, yo, este... No lo golpeé.
Juega con una servilleta que tiene cerca mientras me examina la mirada. Luego, llega la chica con nuestra orden. Eso fue extremadamente rápido, pero, ¡qué mejor!
—Sándwich de jamón —me extiende el plato—. Y... —se alarga para llegar a Ale —, agua.
—Gracias —respondo. Pero qué hambre hace.
—En un momento le traigo su chocolate —me sonríe de manera exagerada, aunque linda.
—Claro.
Ale recarga los codos en la mesa para iniciar a beber su agua. Cuando le muerdo al pan con queso y jamón, la saliva en mi boca se vuelve río; la crujiente hogasa de pan me reconforta el estómago, y ni hablar del ahumado jamón y del delicioso tocino recién salido del horno. ¡Esto es la hostia!
—Mmmm —confiero—. Dios. Está de... —me detengo en seco. Luego carraspeo un poco la garganta—, licioso.
Ale levanta la mirada y me mira un tanto inexpresiva.
—¿Gustas? —invito con una sonrisa.
Al principio titubea, pero luego se obliga a tomar apenas una minucia de pan.
—Hay, vamos —me quejo, luego río un poco ante la ironía—. ¡Toma un pedazo más grande!
Me examina un poco de manera tímida —cosa que nunca había hecho— y termina tomando una porción apenas más grande. Por un momento me pareció estar con una gato tratando de agarrar comida.
—Gracias —toma el pedazo de pan con ambas manos y come despacio.
Una especie de rugido me ataca el estómago, por lo que decido darle un trago a mi chocolate.
—¿Está todo en orden? —inquiere la mesera, uniéndose a nosotros con una sonrisa—. ¿Les hace falta algo?
Se dirige a ambos con una sonrisa. Tiene los dientes radiantes y una actitud limpia, muy servicial. Al ver esa sonrisa, decido corresponder apretando mis mejillas; estoy tomando de la taza y no puedo mostrarle mis dientes ahora.
—La cuenta —dice Ale un tanto fría.
—¿Qué? —interrumpo mi sorbo.
—Uhm —se sorprende la chica—, oh. Claro, claro. En seguida.
Da media vuelta y se dirige al interior del Mcdonalds.
—¿Es en serio? —inquiero un tanto confundido al ver que comienza a incorporarse.
—Sí.
Como puedo, me acabo de dos mordidas el sándwich, aunque me cuesta trabajo masticarlo bien. ¿Qué está pasando? ¿Hice algo malo? Seguramente se dio cuenta de mis intenciones.
—Serían siete con cincuenta —dice la mesera, dirigiéndose a mí.
Unos ruidos metálicos se escuchan golpear la mesa, lo que me hace percatarme de que Ale ha pagado.
De manera un poco extraña, da media vuelta y comienza a caminar de vuelta a la pista de hielo. Me tomo el chocolate de tres tragos, haciendo que no lo disfrute ni al mínimo. Siento una especie de liquido muy dulce recorriendo toda mi garganta, lo cual, me provoca una sensación un tanto desagradable.
—¡Espera! —le digo, tratando de alcanzarla—. ¿A dónde vas?
De un par de zancadas logro alcanzarle. Me coloco frente a ella para hacer que se detenga, pero al ver que trata de esquivarme, le sujeto de los hombros con cuidado para frenarla.
—Hey —tiene la mirada abajo—. Hey, hey, hey, hey, hey —me toca agacharme para verle la cara, pero insiste en ocultarla de mí—, ¿Qué sucede?
Estábamos teniendo un buen rato, o eso creí. Sube su mirada apenas un poco, haciendo que terminemos viéndonos frente a frente; sus ojos están tranquilos. ¿Entonces por qué parece que quiere irse con tanta desesperación?
—Quiero buscar a Jamie —me dice—. Necesito encontrarlo.
—Oh, entonces yo te ayudo —me ofrezco—. Voy contigo.
—No. Yo puedo.
Se sacude los hombros y comienza a caminar.
—¿Por qué no me dejas ayudarte? ¿Por qué nos fuimos? —comienzo a preguntar—. ¿Hice algo mal?
Me interesa la amistad con esta chica; es crucial para poder llegar de nuevo a Joana. Puedo utilizarla como puente.
—No. Lo siento.
—Tranquila —le tomo de la manga del suéter—, yo puedo ayudarte, en serio.
—No, gracias.
Me molesto un poco; ¡pero qué necedad! ¿Por qué es de esa manera?
—Pues adivina qué —sonrío desesperado—. Somos amigos ahora. Y los amigos se ayudan. ¡Tú y yo ni si quiera somos amigos! ¡Somos un equipo!
¡Cierto! Alejandra y yo ahora somos equipo en el arcade. Relajo mi rostro y termino esbozando una sonrisa más suave. Puede que esta chica esté loca y sea todo un desastre, pero tiene algo especial, y Joana logró verlo; sólo me falta a mí encontrarlo.
—Ven —le extiendo una mano—. Busquemos a Jamie.
Él la conoce mejor y sabrá qué hacer en esta situación. Mientras, quiero suponer que tendré que irme a casa sin respuestas. Toma mi mano y de un tirón logro levantarla. Tiene las manos heladas.
—No —interviene—. No es necesario.
—¿Perdón? —le miro a los ojos.
—Es que ya estoy mejor...
—¿Segura?
Intento penetrar su mirada para descubrir alguna especie de mentira, pero, al ver su expresión tan calmada, suspiro. Acto seguido, retira su mano un tanto rápido.
—¿Quieres algo? —aclaro—. ¿Necesitas algo?
—No. Estoy bien.
—Puedo ir por agua si gustas, o, por alg—
—Rubén —me toma del brazo antes de que pueda girar mi cuerpo—. Estoy bien. No necesito nada. Gracias.
—Vale —me encojo de hombros—. Sólo decía.
¿Qué demonios está pasándome? ¿Desde cuándo me preocupo tanto por Alejandra?
Concéntrate, Rubius. Me repito. Debemos volver a llegar a Joana. Ánimo.
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