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She's My Best Friend



Había invitado a Joana a acompañarme a una cena en el Club Allard, justificando que había ganado un par de boletos en una rifa de un supermercado, y ella había aceptado con mucho gusto. Pero ahora, aquí, frente al espejo, comienzo a pensar que es una mala idea. ¡No puedo llegar a un lugar tan elegante como ese vistiendo una sudadera verde y playeras enormes! Haría quedar mal a Joana.

—Cheto —le digo—, si fueras a cenar con alguien... —miro mis prendas—, ¿qué usarías?

—Depende —gira su silla hacia mí—. ¿A dónde irás?

—Al club de la calle Ferraz.

—¿Al restaurante más caro que pudiste encontrar? —se queda perplejo—. ¿De dónde sacaste el dinero para ir ahí?

Me quito mi sudadera y comienzo a guardarla en el closet.

—¿Recuerdas el dinero que estuve guardando para el lanzamiento del Call of Duty?

—¡No! —parece estupefacto—. ¿Hablas del Modern Warfare 3? —asiento con la cabeza de manera lenta—. Estás loco, tío.

Asiento a manera de decepción. Me gusta ahorrar para muchas cosas, y tengo varios montones pequeños, pero con este juego —que era una de mis mayores prioridades, llevaba meses. Incluso tuve que quitar otro tanto para poder completar; hablábamos de que valdrá la pena. Sé que lo hará.

—Entonces no puedes ir así —me señala de pies a cabeza—. ¿Tienes más ropa? —corrige—, ¿que no sea como esa?

—Uhm...

Me hago a un lado y le permito observar lo que tengo. Cuando Cheto sale con sus amigas, la mayor parte de las veces lo veo bien vestido, decentemente. No es que yo no me vista así, pero, debo admitir que para ciertos lugares se debe cambiar un poco la rutina.

—¿Con quién irás? —pregunta.

—Con, uhm... —me pongo nervioso—. ¿Jo... ana...?

Se levanta de la silla de golpe y comienza a ponerse extraño, como queriendo alegrarse y celebrar al mismo tiempo. ¿Qué?

—Definitivamente no puedes ir con esos trapos —vuelve a sentarse en la silla y comienza a dar vueltas—. Buscaremos en internet si es necesario.


(✖╭╮✖)


—Debo admitir —dice Joana, examinándome—, que hiciste un buen trabajo con la ropa.

—Cheto me ayudó —admito, dando una vuelta sobre mí.

Al final, no sé cómo, pero lo logramos. Quizá porque hasta tuve que usar parte de su ropa. Joana luce preciosa como siempre, con una blusa negra que deja al descubierto sus hombros. Con los tacones que tiene puestos me llega a la altura de la ceja. Después de la cena, será mi novia. Lo presiento en su manera de sonreírme.

Al entrar al lugar, me percato de lo frío y elegante que luce con sus paredes blancas, sus barrotes de piedra blanca, sus elegantes muebles de madera oscura y las luces que le dan sin duda alguna un toque romántico. 

—Bienvenidos —dice la señorita de recepción.

—Hola —saludo mientras camino a ella. Tiene unas flores blancas en el mostrador—. Tengo una reservación.

—Claro —checa el monitor de su computador—. ¿Su nombre?

—Rubén Doblas.

Teclea un par de cosas en el ordenador y comienza a checar la reservación. Tuve que hacer casi milagros para poder reservar a tiempo. 

Bueno, bueno, Jamie tuvo que hacer casi milagros; tiene un conocido aquí, por lo que nos ahorramos la gran fila que está fuera del edificio. Una segunda señorita nos conduce a nuestra mesa.

Comenzamos a observar el lugar; es tan genial que no sabemos qué decir. Estoy casi seguro de que ella ya ha venido a este tipo de restaurantes con sus demás amigas, y no me sorprende que sea uno de los que usa como diario, donde puede venir todos los días y tomar un café y pedir todo lo que guste para el desayuno. Después de todo, puede costearse este tipo de lujos.

—Son preciosas —añade, mirando el centro de la mesa.

—¿Qué cosa?

—Las flores —señala las peceras redondas—. No son como las demás.

Volteo a ver la mesa junto a nosotros, y me percato de que no tienen las mismas. Ni si quiera sé distinguir cuáles son, pero tal parece que somos los únicos locos que tienen tres flores en lugar de una. ¿Qué es esto?

—La de color rosa me gusta —añade, relajada, sin dejar de contemplarla.

Sí, es muy linda.

iMessage
Hoy 7:02 PM
Te dije que llevaras flores
No llevaste flores verdad?
Te dije que llevaras flores!

Alejandra. ¿Cómo es que eligió flores y logró ponerlas aquí? De pronto, mi móvil comienza a vibrar.

—¿Me das un segundo? —pido, al percatarme de que es Alejandra.

—Claro —dice con voz suave y tierna.

Salgo hacia el pasillo y comienzo a hablar en susurros, un tanto molesto.

—¿Qué tal van las cosas? —me dice.

—¿Cómo es que sabes de esto? —inquiero, alarmado.

Joana me dijo. Y de las flores, de nada —aclara, más tranquila—. Pedí que las pusieran.

Ah, claro.

—Vaya... —digo, un tanto avergonzado—. Gracias, cr—

Cuelga.

Ugh. ¿Por qué interrumpe de esa manera? En serio, ¿qué le pasa? Cuando vuelvo con Joana, veo que teclea un par de cosas en el teléfono.

Espero que no se dé cuenta de mis intenciones antes de lo planeado.


o(≧o≦)o


—Gracias por la cena —dice alegre.

Después de la llamada no hubo más interrupciones, todo estuvo delicioso y verdaderamente agradable. No parábamos de reír y de hablar sobre nuestras viejas historias y nuestras más antiguas anécdotas; se sentía como aquellos días donde sólo éramos ella y yo.

—De nada —respondo.

La noto más tranquila de lo usual, incluso hasta feliz, como si hubiera pasado algo verdaderamente grato para ella.

—Dime —comienzo a decir—. ¿Disfrutaste la noche?

—Claro —confiesa, contenta—. Volvería a repetirla cientos de veces —un brillo peculiar le llena la mirada—. Estuvo todo, todo, verdaderamente lindo.

Entonces sí le gustó. Cuando llegamos a los trajes Guzmán, sé que he llegado a mi destino. 

Vamos, Rubius, es ahora o nunca. Antes de que pueda sacar las llaves de su departamento, la detengo, tomándole de la muñeca. No sé que hacer primero, si mirarla o no, si reír o llorar, si decirlo lento o rápido. Estoy tan nervioso que hasta la mano me tiembla.

—Joana... —digo con trabajo.

Debo ser valiente para decirle todo, debo ser fuerte y no titubear un segundo, debo ser yo mismo para terminar esto y poder estar junto a ella. La miro, y sé que puede notar la desesperación que siento.

—Yo, uhm... Vale...

¡Vamos! ¡Sácalo, suéltalo! ¡Dilo y ya, gilipollas!

—Es... Tu me... Uhm...

No puedo hacer esto. Creí estar listo y poder manejar ya esta situación, pero tal parece que hoy no. No estoy listo... Suelto su mano y doy un paso hacia atrás. No. No puedo. Al llegar a casa, lo primero que haré será pedirle a Cheto que me suelte un buen golpe en la cabeza para ver si las ideas se me acomodan un poco.

—Nada —digo, llevando mi mano a mi cabello—. No es... nada.

Soy un débil, soy un temeroso que está dejando ir la oportunidad más genial y asombrosa de todas por no saber cómo decirle, por no querer soltar lo que tiene. Debo ir a casa ahora antes de que siga haciendo el ridículo frente a ella.

—Rubén... —dice con voz suave y tierna, tomándome el rostro—. Tranquilo.

La miro a los ojos, que irradian una tremenda desesperación por hacer algo.

—Escucha yo... —suspira, desviando su mirada un poco—. Lo entiendo.

Oh, rayos...

—Sé por qué fue la cena. Sólo que... No quise decir nada porque tenía miedo —por alguna razón, su tono de voz suena ligeramente decaído—, de lo que fuera a pasar si te lo decía en esos momentos, pero, ahora que veo lo que tratas de hacer...

Sí, dilo, por favor.

—Quiero que seas feliz Rubius —me dice, queriendo llorar, con una preciosa sonrisa en los labios. Me dan ganas de besarla—. Y puedes serlo —da un paso a mí—. Te prometo que así será: serás muy feliz, siempre. Te ayudaré con ello, y estaré para ti eternamente —suelta una lágrima—. Estaré contigo siempre, a tu lado, a cada momento del día, si me lo permites. Verás que trabajaremos los dos para que ambos seamos felices, y cumplirás tus metas y sueños.

De manera lenta, comienzo a subir mis manos para tomarla del rostro y besarla antes de que pase otra cosa. 

Supongo que no fue tan difícil; dentro de mí, me siento tranquilo y más relajado, quizá hasta contento. A partir de ahora, será todo muy diferente. Eso nadie lo puede negar. Por fin podré tomarle de la mano, besarla, abrazarla tanto como yo quiera, acariciarle el rostro, poder j—

—Pero no hoy —susurra con voz rota.

...

¿Qué...?

Me suelta el rostro y ambos dejamos caer los brazos a un lado.

—Lo siento, Rubén —comienza a decir—, pero, me gusta alguien más.

¿Q... ué...?


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