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Paris in The Rain



Durante el camino, bromeamos y hablamos sobre los distintos sabores de los sándwiches, y jugos que Ayana, Joana y yo preparamos. Rubén y yo constantemente intercambiamos miraditas, y una que otra sonrisa, sabiendo que lo de ayer representó una conexión entre ambos. En estos momentos, sólo pienso en tomarle de la mano, besarle, y recargarme en su hombro.

It's hella windy—dice Jamie al teléfono—. Yes, mom. I'm already wearing the green one. No. Mom.

Lo miro, divertida, empujándolo.

Mom, stop—dice, apenado—. Yes, yes —comienzo a hacer muecas y caras, fingiendo una escena—. I gotta go. Yes, yes. Me too. Okey. Okey, mom. Mom. ¡Mom, bye!

Comienzo a reír, divertida ante tal suceso. Las diversas habitaciones que hemos atravesado son en su mayoría blancas, con decoraciones doradas, techos que se levantan a lo alto, ventanas altas y delgadas, con pinturas en lienzos y en paredes, o bien, con tapices de colores pasteles, decorados con patrones complejos.

Hay bastantes esculturas, así como varias pinturas que abarcan el largo y ancho de toda una pared.

—Ale —me llamó Jamie por la mañana, antes de que pudiera bajar a desayunar—. Here.

Me extendió una caja de zapatos, y cuando la abrí, me encontré con un par de zapatillas color beige, con la decoración de una perla en el centro de la punta. Me sentí tan emocionada como confundida. ¿A qué iba tal gesto?

—Son para ti —dijo, tímido—. Ayer los vi, cuando fui a dar una vuelta, después de que Rubén y tú se fueran —explicó, llevando la mano a su cabeza—. Estaban en descuento así que, pensé en dártelos.

—Están muy bonitos —añadí, sonriendo, contenta por mi regalo—. Gracias, Jamie.

Lo abracé fuerte, emocionada por su gesto, y cuando me los probé, dos minutos después, me quedaban bastante bien.

—¿Te gustaron? —curioseó, una vez que comencé a caminar con ellos.

—Sí —sonrío, tímida—. Gracias, en serio.

Son cómodos para caminar, y lucen bastante bien. Mi madre me ha dicho que si calzáramos del mismo numero, definitivamente los usaría. Pero ahora, sólo me concentro en darle algo del mismo valor a mi amigo. ¿Qué puede ser?

—Lo interesante del lugar —me dice Joana—. Es la cantidad de espacio que abarcan los jardines. Dicen que hay árboles de muchas regiones de Francia.

Y como el plan es quedarnos aquí gran parte del día, hemos traído baguettes, jugos, algunos postres, y botellas de agua natural. José y Javier han venido con nosotros, y mientras terminamos de recorrer el gran palacio, ellos montan la comida y una sábana; Ayana dice que hay partes del jardín donde se permite tener picnics, así que, ¿por qué no?

—Oye —me toca Rubén el hombro—. Dice Sandra que uses esto —me extiende el bloqueador solar.

—Gracias —miro su cara, sintiendo dentro de mí un escalofrío—. ¿Quieres un poco?

—Así estoy bien, gracias —dice, encogiéndose de hombros—. Tengo puesta la gorra.

—Okay —respondo, colocándome a un lado de él, y comenzando a caminar juntos.

Las risas que logramos intercambiar en ese momento son puras, honestas, lindas. No tengo nada que ocultar, ni nada que reprimir. Cuando Joana y Jamie se nos unen, proseguimos jugando y haciendo chistes de todo. Ojalá este sentimiento de felicidad nunca se acabara.

Cuando logramos salir al jardín, dos grandes fuentes nos reciben rodeadas de unas cuantas esculturas. Entonces veo a Jamie colocándose una gorra, y logro percatarme de una mancha blanca que tiene en la nariz.

—A ver —le digo, colocándome frente a él—. Ven.

Le tomo el rostro con ambas manos, y limpio el bloqueador que tiene con mis pulgares, esparciéndola a los costados. Su piel es bastante suave, limpia, salpicada de pecas en las mejillas, como el efecto que le doy a las estrellas de los dibujos oscuros.

—¿Te faltó algún lugar? —pregunto.

—No, creo que no —confiesa, con voz nerviosa.

Sus ojos azules examinan mi rostro con rapidez, y cuando los veo, sonrío, aliviada. 

¿Alguna vez han sentido la calma que provoca ver el océano, con sus oleaje, su sonido y su olor a sal? ¿Les provoca calma ver el mar? Cuando miro los ojos de este chico, veo eso; calma, serenidad, paz.

—Okey —sonrío, y le suelto el rostro.

Continuamos caminando por el largo sendero de piedrillas para bajar por las escaleras, notando que, a lo largo del lugar, descansan bastantes metros cuadrados de jardín, acompañados de dos fuentes enormes, posando muy a lo lejos. Después de rodear una gran fuente circular, hay una gran área de césped verde, aún mojado, que divide el camino en dos, y sin darme cuenta, sigo a mi madre y a Ayana por el camino de la derecha, mientras que Joana y Rubén toman el de la izquierda.

Durante todo ese tramo, no dejamos de mirarnos, y si volteamos a otro lado, es para corroborar que no vamos a chocar con alguien. Pero qué linda cara tiene.

Ojalá él pudiera decir lo mismo de mí.

—Es aquí —dice Ayana, doblando a la derecha.

Cuando veo a Javier y José esperándonos de pie junto a una sábana con la comida encima, sonrío. Luce bastante lindo todo, con sus platitos, sus vasos, sus cubiertos y con el resto de comida que preparamos. Cuánta hambre hace ya, por cierto.


(^ω^)


—Ay —suspira Ayana—. He quedado satisfecha.

—También yo —dice mi madre, mirándola—. La champaña estuvo bastante agradable.

—¿Sabías que se llama champaña porque sólo esta bebida se hace aquí en Francia? —explico, mirando a Rubén—. Quiero decir, es una denominación de origen. Si no cumple con ciertos requisitos de procedencia, no se considera como tal.

—Como el tequila —añade Jamie, un tanto serio.

—¡Como el tequila! —corroboro—. O la Charanda.

¿Por qué dije eso tan de pronto? Rubén me mira, intrigado, o, confundido, quizá. Tal vez me hubiera quedado callada y ahorrarme mis comentarios; parezco bicho raro.

—¿Listos para irnos? —inquiere mi mamá—. Parece que va a llover.

Comenzamos levantando la vajilla, así como la basura que hemos dejado. Debemos mantener limpio el espacio, por lo que nos llevamos todas nuestras cosas. Entre todos cooperamos, para no perder tiempo y aligerar el peso que cargamos cada uno.

Cuando llegamos a los coches, nos separamos; Ayana, Rubén, José y yo, en un auto, y el resto, junto con Javier en otro. Rubén y yo nos acomodamos en la parte trasera del carro gris, acomodándonos un tanto separados uno del otro. Mis ganas por querer abrazarlo y plantarle un beso en los labios se intensifica cada vez más; no dejo de pensar en él, ni en su cabello, que quiero peinar y despeinar a mi gusto, o en sus ojos, que no me molestaría mirarlos decenas de veces más.

—Por favor pónganse su cinturón —indica José, al volante—. Parece que lloverá un tanto fuerte.

El automóvil que conduce Javier va justo delante de nosotros, con sus luces encendidas por la falta de luz, y a una baja velocidad a causa del tráfico. Ayana y José de vez en cuando intercambian palabras, pero no entablan una conversación de más de tres minutos.

Mientras, Rubén y yo tratamos de mantenernos callados, en silencio, como si estar juntos no fuera lo suficientemente incómodo para mí. La lluvia parece bastante agresiva, con un fuerte viento, y unas gotas bastante grandes y pesadas que me hacen pensar que en cualquier momento pueden romper el parabrisas.

—Jóvenes, ¿hay problema si enciendo el aire acondicionado? —inquiere Ayana—. Se está empañando el vidrio.

—No, adelante —decimos al unísono.

A pesar de que el aire se dirige hacia arriba, logra repercutir en mis piernas. Para fortuna mía, el abrigo rojo que tengo es ligeramente abrigador.

—¿Qué harás cuando regresemos? —inquiere, acercándose a mí un poco.

—No lo sé —suspiro—. Quiero acostarme un rato. Tengo mucho sueño —bostezo, tratando de no hacer demasiado ruido.

—Me refiero a, Madrid —ríe en voz baja.

—Oh, también —estiro los brazos—. Pero, supongo que, volver a ver a Toncho. Dibujar. Disfrutar del resto de vacaciones antes de volver a entrar a la escuela. Ojalá pudiera quedarme aquí.

De pronto, llegamos a una zona donde el camino se rodea de árboles.

—Con esta lluvia, me siento en una especie de película romántica-misteriosa de donde puede salir un hombre lobo o un vampiro de ahí —señalo la profundidad del boscaje.

¿Qué pasaría si pudiera hacer eso? Quiero decir, transformarme en alguna criatura mágica. ¿Y si...?

—A ver —le digo, seria, abriendo bien los ojos—. Vas.

—¿Qué?

—Conviértete en un hombre lobo. O gato —suelto, analizándole el rostro—. O en un vampiro.

—¿Qué? —inquiere, nervioso—. Que yo no puedo hacer eso ¿De qué hablas?

Este tipo podría ser capaz de convertirse en un gato de ojos cafés verdosos, con pelaje castaño, ¿o blanco? Podría hacerse por un gato casero, flojo, y nadie notaría la diferencia. Al ver que no trae puesta su chamarra, y que tiene al descubierto su playera, dirijo mi dedo hacia sus costillas.

—Tienes que poder —le digo, divertida, a manera de amenaza—. Hazlo, hazlo —comienzo a picar con cuidado esa zona, a ver si reacciona—, hazlo, hazlo.

Y de pronto, comienza a retorcerse en sí y a reír, tratando de aguantar sus carcajadas. Qué lindo, y qué divertido. Incluso Ayana profiere unas risitas ante tales ruidos.

—Ale, no —ríe—. Para, para, para —se esfuerza en no sentir tales piquetes, hasta que de pronto, en medio de una carcajada, me toma ambos brazos, con una sonrisa desquiciada en el rostro, y se acerca al mío, con rapidez—. Basta, por favor.

Sus ojos penetrantes me miran con advertencia. Estamos tan cerca que, si me inclino sólo un poco hacia delante, podría besarlo. Aquí, tan cerca de él, de su respiración, me doy cuenta de lo mucho que deseo estar con él, por el resto del verano, tomando su mano, sintiendo su tacto, como ahora.

Suspira, cansado de tanto reír, y cierra sus ojos, para recargar su frente sobre la mía.

—Tengo muchas cosquillas —dice en voz baja.

—Me doy cuenta.

Sin soltarme las manos, sonríe, hasta que decido apartarme de él, con cuidado.

Alejandra, ¿qué estás haciendo? A él le gusta Joana, no lo olvides. El que tú veas las cosas color de rosa cuando estás con Rubén, no significa que él también lo haga. No olvides que le gustan las chicas tiernas, guapas, con una gran personalidad, y con un alto gusto en vestimenta, que usa lentes, que viaja constantemente a todos lados, y que tiene un cuerpo que combina a la perfección con ese hermoso rostro.

El camino parece bastante largo con él aquí.

Después de lo que ha pasado en los últimos días, la cantidad de información que he tenido que procesar, los momentos agradables que me ha hecho sentir, el consuelo y la tragedia que he vivido, ¿en serio quiero a este chico? Pasamos de ser completos extraños, que no se toleraban en lo más mínimo, a ser buenos amigos, que, incluso tienen ratos bastante agradables.

—Parece que se ha dormido —dice Rubén a Ayana.

Este chico cambió poco a poco conmigo; no fue un giro brusco, sino que fue lento y constante, que poco a poco me hizo quererle. Quizá fue su atención conmigo, sus buenas maneras, o, su interés constante por ayudarme o cuidarme. Hubo un momento del verano donde me descuidé, bajé la guardia, y llegó él, con sus encantos ocultos que mi odio y sed de venganza no me permitían ver.

Pero es que es peor que un gato. Llega y parece lindo, pero cuando lo conoces, es un pequeño diablo, y luego, sin más, al paso de los días, te enamora con sus ronroneos y su mirada, obligándote a conservarlo, y a querer de él.

—Falta todavía un rato para llegar —continúa ella—. Si quieres, puedes dormir también.

—Vale.

Todo este tiempo, he pensado que su constante atención hacia mí no es normal en los demás chicos que he conocido. Quiero decir, Jamie tiene sus límites, y parece que Rubén rebasa algunos. ¿Podrá ser? ¿Podría ser?

A no ser...

¿Que existe la posibilidad, de que también le guste...?


(〇o〇;)


Las gotas resbalando por el cristal me relajan. Mi móvil, descansando a un costado de mí, reproduce una canción de ritmo lento, haciendo el momento melancólico. ¿Qué pasa conmigo? ¿Desde cuándo me permito momentos de debilidad como este? No quiero llorar, ni quiero explotar de ira. Sólo quiero, dormir, y olvidarme de todo.

—¿Ale? —inquiere una voz—. ¿Are you here?

Cuando volteo, miro a Jamie abrazando una frazada y usando la pantalla de su teléfono como linterna. Trae puesta su pijama, así como unas calcetas que cubren sus pies descalzos del suelo.

—Sí —sonrío, cansada—. ¿Y tú? ¿No tienes sueño?

Camina hacia la ventana donde estoy, y se sienta en el suelo, junto a mí, respetando mi espacio.

—No podía dormir —dice—. Estaba pensando.

—¿Ah, sí? ¿En qué?

—En qué estaba pasando contigo —me vuelvo a él, y sonríe con cuidado—. Has estado extraña, lately

Negar lo que dice, sólo sería mentirle. Y no puedo mentirle a Jamie, porque me descubriría al instante. ¿Qué hago ahora? Debería buscar alguna situación paralela, y evitarme la charla. Aunque, ya que Joana, Rubén, Ayana y mi mamá han estado al pendiente de mí, y al tanto de la situación, ¿no sería justo que Jamie también lo estuviera? 

Your mom told me. Vi las fotos, hace como tres noches, cuando estaba buscándote —desvía la mirada, nervioso—. Bajé por un vaso de agua, y cuando regresaba a mi habitación, vi que te adentraste en otros pasillos. Y, revisando los cuartos, vi, las fotos.

Me quedo callada, sintiéndome culpable por no haberle dicho antes. La verdad, es que no quería hablarlo con nadie.

—Ah —regreso mi mirada a las gotas—. Eso. Bueno, estoy bien.

¿Ahora resulta que todos se preocupan por cómo me encuentro? Lo que menos quería era tener la atención de todos en este viaje; esperaba pasar desapercibida con este incidente. Quiero evitar lo más que pueda las charlas incómodas como estas, donde no sé qué decir, o donde me quedo sin material de plática.

—¿Por qué no me dijiste nada?

—No le dije a nadie —respondo—. Ya sabes que no me gusta hablar de eso.

Right...

Abrazo mis piernas, hasta donde me es cómodo, y respiro hondo para no llorar. La lluvia sigue cayendo, pero ahora con menos intensidad que antes. ¿Será que mañana tendremos un día completamente soleado? No estoy segura de si quiero permanecer más tiempo aquí del necesario; no quiero encontrar más secretos sobre nadie de mi familia.

—¿Necesitas algo?

—Estoy bien. Gracias.

—¿Tienes frío? —insiste.

Lo miro, con los ojos cansados, y al ver su rostro suplicante por ayudarme, sonrío, débil, y asiento con la cabeza un par de veces. De un rápido movimiento se levanta, y me extiende la frazada sobre mi espalda, cubriéndome los hombros. Acto seguido, se vuelve a acomodar junto a mí, y se cubre los hombros de igual manera.

Ambos estamos dentro del calor de la cobija.

—Mira —dice con una sonrisa—. Anunciaron que Sword Art Online se estrenará el próximo año. Anyways, I've already read the books.

El tono de su voz es entusiasta; es de ese tipo de voz que te hacen olvidarte de todos tus problemas, porque es emocionada, contenta, alegre, y, ese es el tipo de cosas que me ponen de buenas.

—Publicaron unas imágenes promocionales para su lanzamiento —continúa—. No son de tan buena calidad, pero, el diseño se ve bastante bien.

Suspiro, y finalmente termino recargándome en su hombro.

Su aroma es suave, a shampoo fresco, y a fragancia de manzana con chocolate. El mismo aroma que me llevo de él desde San Francisco. ¿Puedo permitirme momentos así? Es mi mejor amigo; conoce mis fuerzas y debilidades, o al menos, la mayoría de ambas. Escucharlo hablar me relaja, me tranquiliza, me hace sentir mejor.

—Oh —busca algo entre el bolsillo de sus pijamas—. Here.

Recargo mi cabeza sobre su hombro, y veo una envoltura no más grande que mi mano.

—Te traje un dulce —sonríe, tímido—. Los compré en la tienda de recuerdos del palacio.

—Gracias —comienzo a destapar la envoltura, feliz, por tenerlo conmigo.

—Lo elegí de chocolate con leche, como te gusta, y está relleno de caramelo dorado, sin canela —aclara—, y sin trozos de nuez.

Sólo este chico sabe que no mezclo el chocolate amargo con otros ingredientes, y sabe que no me gusta combinar el sabor del cacao con nuez, ni mucho menos con caramelo. Sabe que odio el sabor de la canela combinado con el chocolate, y aún así, se esmeró en encontrar este tipo de golosina.

¿Habrá algo que Jamie no sepa de mí?

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