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My Course



No hay demasiada gente en el arcade, así que todos nos sentimos libres de pedir dos pizzas y comer hasta llenarnos. Los tres amigos de Jamie y Ale; Rafael Jorge y Francisco, han asistido al famoso evento. Me siento ansioso y nervioso a morir, y sólo puedo pensar en una sola cosa; voy a tener que dar lo mejor para quedar bien frente a todas estas personas.

Veo cientos de opciones frente a mí, tanto como si ganamos, como si perdemos. ¿Por qué comenzó todo esto en primer lugar? Oh, cierto; Alejandra se metió en problemas y recurrió a mí, a pesar de saber lo inexperto y novato que era. No estoy de coña cuando digo lo nervioso que estoy. Cheto también, como buen tío que eso, ha venido a mostrarme su lealtad.

—¿Recuerdan cómo entraron Toreto y Bryan al bagón? —comienzo a escuchar.

—¿Del tren? Pudieron haber muerto ahí.

—¡Por favor! —exclama Francisco—. ¡Son los personajes principales! No pueden morir simplemente con una tontería como esa.

—Pero casi mueren en la emboscada —reafirma Jamie—. Eso fue intenso. ¡Toda la movie fue intensa!

Recuerdo cuando fui con Joana a ver esa película; era tarde, casi oscurecía. A dos lugares de nosotros había un par de sujetos con un aroma a canela, o manzana, con chocolate, y por culpa suya, tuve hambre casi todo el filme.

—No sé ustedes —comenta Rafa, creo—, pero me tendré un Pagani Huayra cuando sea más viejo.

Jorge se vuelve de golpe, como ofendido.

—Qué auto tan feo —expresa—. Prefiero un Bugatti Super Sport.

—¡Qué saben ustedes de autos! —interviene Jamie—. ¡Nothing! El mejor auto es el Koenigsegg Agera R.

Pronto, una guerra de opiniones y autos se lanzan sobre el ambiente. Joana participa también, y aunque Cheto conoce dos que tres cosas de este tema, prefiero no meterme. Todos ellos ignoran que el Aston Martin One-77 es en definitivo el mejor auto del mundo. Me cruzo de brazos, y noto por un costado de ellos, allá, viendo hacia las máquinas de juego a Alejandra. De manera discreta, me acerco a ella y me coloco a unos cuantos decímetros de distancia.

—Hey —digo.

—Hey.

—¿Qué haces? —inquiero.

—Observar.

—¿Estás nerviosa?

Las manos me sudan y conforme pasa el tiempo siento mis piernas temblando con más intensidad.

—No.

—Pues yo sí —admito—. Tuve pesadillas.

—¿Y qué pasó?

—Me tronabas la guitarra en la cabeza por no poder hacer el solo de Throught the fire and flames...

Ambos reímos ante la idea. Su risa es un tanto forzada, pero a pesar de eso se percibe que brota con naturalidad; ¿esa es su risa o la está reteniendo? Se limita a verme por unos breves segundos.

—Gracias por estar aquí —dice.

—De eso nada —admito—. No es la gran cosa.

Gira su cuerpo apenas un poco para quedar frente a mí.

—Pase lo que pase —prosigue, y noto gentileza en su voz—, seguirás siendo uno de los mejores jugadores. Seguiremos siendo un equi—

De pronto, los dos sujetos llegan, haciendo un espectáculo.

—¡Hemos llegado! Los reyes del lugar.

Han provocando un ambiente tenso, haciendo que se forma un silencio incómodo. La mirada de Alejandra se pone seria a morir, y me doy cuenta de que su voz gentil ya no estará presente. Cuando observo al par de tíos dirigiéndose hacia nosotros, reacciono.

—¿Qué ibas a decir? —curioseo.

—Oh, nada. Perdón.

Camina, fría y molesta hacia las máquinas de GH. Acto seguido, se cruza de brazos y se recarga en una pierna.

—Llegan tarde —dice ella.

—Problemas de tráfico —se encoge uno de hombros.

Tiene una mancha roja en su ropa, parecido a la marca de un lápiz labial, cerca del cuello.

—O de liarse con alguien —suelto.

Ambos se vuelven a mí, iracundos. ¿Qué más podría ser?

—Quizá —responde el mismo sujeto, acomodándose el cuello.

—¿Vamos a jugar o qué?

—Ow —el más delgado de ellos se vuelve a Alejandra—. ¿Tan rápido te quieres ir llorando con tu mamá?

—Me concentro en ganar —lo fulmina con la mirada—. Tú concéntrate en nosotros.

Eso se escucha... Se escucha como una frase que ya había escuchado antes. Los tíos asienten con la cabeza, irónicos, como divertidamente molestos.

Los ganadores se enfocan en ganar —repite el que trae suéter azul—, los perdedores en el ganador.

Se cruzan de brazos y comienzan a asentir con la cabeza.

—Muy bien, niña.

Comienzan a instalarse las guitarras, y a pesar de que repito los movimientos que hace Alejandra, no puedo evitar sentirme perdido. Mi mente se ha distanciado, se ha desconcentrado y perdido.

—Hey, Rubén —llama en voz baja—. ¿Estás bien?

—Sí —la miro a los ojos, y de pronto me doy cuenta de algo—. No...

—Cálmate —me toma del brazo—. No es nada fuera del otro mundo.

No lo es, pero hay personas mirándome, lo que me hace sentir en una cierta desventaja al ser observado. Bajo presión. Estoy emocionado pero nervioso al mismo tiempo.

—¿Cómo es que haces para mantenerte tan calmada? —parece estar tan bajo control y despreocupada que me da envidia.

Se acerca a mi rostro, y habla casi entre susurros, apenas eludible.

—Estar nervioso no es malo —dice—, sólo significa que algo importante está a punto de pasar. Además —me acomoda la cinta de la guitarra—, nervioso y emocionado es la misma sensación. Negativo contra positivo —señala de manera discreta a los sujetos contrarios—. Deja de decir que estás nervioso y empieza a decir que estás emocionado.

—Es fácil para ti decirlo —digo nervioso, un tanto ofendido—. Tú tienes los nervios de acero. ¡Nada te da miedo!

—No saques conclusiones tan precipitadas.

Coloca una de sus manos encima de la mía, muy por encima, apenas haciendo tacto. Me vuelvo a ella de golpe, pero explica en seguida:

—Estoy temblando —esboza una media sonrisa, y su siguiente línea la dice en voz baja para que sólo yo escuche—; me estoy desmoronando por dentro.

Desde que llegó, la vi tranquila y serena, decidida y muy confiada en lo que estaba a punto de pasar. Actuaba como si no fuera la gran cosa, y no dejé de preguntarme cómo es que lo hacía; ignorar a la gente y al ruido que le rodeaba. Pero ni así lo capté.

—Soy humana, como tú —vuelve a decir, retirando su mano.

—Pero luces tan normal...

—Sé controlar mi lenguaje corporal.

Asiento con la cabeza, y me coloco junto a ella para dar inicio al juego. Pronto, un cosquilleo me recorre el cuerpo, y cuando mis ojos miran en la pantalla los pequeños ángeles rockeros tocando guitarra y volando, me doy cuenta de que esto va a iniciar.

Joder, aquí vamos.


ゞ◎Д◎ヾ


—¡Vamos Rubén! —gritan todos—. ¡Acábalo de una vez!

Jamie y Joana nos miran desde el lado de los espectadores, y ambos están comiendo pizza junto con Rafa y los demás amigos de Ale. Poco a poco, un par de chavales que pasaban, se quedaron a observar el espectáculo.

Siento los nervios de punta, y una extraña sensación en el cuerpo.

—No creí que... hubiera tanta gente —comento.

Las manos me sudan como nunca, y siento muy dentro de mí que voy a colapsar en cualquier momento. Incluso siento mis piernas temblar. ¡Es demasiado estrés!

El ruido que hay me aturde los oídos. ¡Es demasiado! Voy a fallar, me voy a equivocar en una nota y perderé todo, Alejandra se molestará mucho conmigo, quedaré mal frente a todos, Joana no volverá a dirigirme la palabra en lo que resta de la vida, y seré el bufón de todos. ¡No puede ser!

Rojo, rojo, rojo. Amarillo y verde, seguida de naranja, azul, y verde. Vibrato, notas de tres, más rápido.

—¡Eso, Ale! ¡Ale, Ale, Ale!

—¡Eso!

Las manos sudan, los nervios me matan, y a pesar de que Ale se ha equivocado sólo dos veces, me pregunto cómo lograré hacerlo bien. No puedo concentrarme, hay muchos gritos, mucha presión, mucha gente.

Me consuela el hecho de que al menos estoy dándoles un buen espectáculo de tres rondas, con diferentes canciones. Alejandra se lució con la segunda canción. Su puntuare fue limpio, impecable, sin ninguna falla. Jamie dice que la chica se identifica mucho con esa pieza.

Yo puedo. Puedo hacerlo. tengo seguridad en mis movimientos. Recuerdo la sala de Alejandra, la tranquilidad de su casa, el silencio de los alrededores, y la atención que prestaba a las notas viniendo hacia mí a toda velocidad. Podemos hacerlo. Puedo demostrarles a todo que Ale y yo somos un buen equipo, y ganar, como todos unos cracks.

De pronto, Alejandra pierde parte de un estribillo, y el caos entre ambos equipos comienza a desatarse.


(╯⊙⊱⊙╰)


209,728.

209,731.

Los gritos comienzan, y es entonces cuando me doy cuenta de que hemos ganado, por sólo tres puntos. Nuestros amigos corren y nos abrazan mientras festejan; es tanta mi emoción que apenas y puedo moverme, lo único que hago es sonreír mucho, soltar pequeñas risas, y relajar mi cuerpo. Joana y Jamie abrazan a Ale mientras que Cheto a mí. Pronto, veo el rostro de la chica de cabello rizado, tan inexpresivo y tranquilo como de costumbre.

Entonces lo entiendo todo.

En cuanto a la ansiedad, Alejandra no tiene idea. Ella no se siente nerviosa ahí afuera. Sólo es una chica que se preocupa por ser competitiva y eso es todo. Le sonrío a manera de invitación, y ella acepta, apenas dibujado una pequeña linea curva en sus labios.

—Buen trabajo, Rubius —dice una voz suave—. Sabía que podrían hacerlo.

Joana, de pie frente a mí, sin sus acostumbradas plataformas, me mira dulce con una sonrisa blanda que me vuelve frágil. La tensión que tengo acumulada se descarga en una sola acción; un abrazo. Me lanzo contra ella y la aprisiono contra mí con mucha fuerza.

—Gracias —le digo, encajando mi rostro en su cabello—. Gracias.

Corresponde a mi abrazo y me envuelve de igual manera. Huele a perfume, a flores, fresco y dulce. Quiero iniciar con ella de nuevo, desde cero, amigos de nuevo, pero, soy tan tímido para decírselo a la cara, que prefiero que este acto hable por mí.

Un abrazo es algo maravilloso. Es la manera perfecta de demostrar lo que estoy sintiendo cuando no encuentro las palabras para decirlo. Tengo las mejillas encendidas y las orejas calientes. Mi corazón palpita como loco, y siento mi cuerpo con unas energías de correr tremendas.

—Bienvenido de nuevo —me dice al apartarme un poco.

—Es bueno volver.

Se vuelve hacia Jamie cuando éste le habla, y entonces Cheto aprovecha para advertirme sobre mis mejillas coloradas. Río un par de segundos ante el comentario, y entonces, ahí, detrás de su hombro, veo el rostro de Alejandra, perturbado, aturdido, o, ¿afligido? ¿Qué pasa? ¿Qué es lo que vio que le hizo tener esa expresión? Muevo mi brazo sobre mi cabeza para atraer su atención y dirige sus ojos a mí. Sin decir nada, parpadea un par de veces de manera rápida y sacude su cabeza.

—¿Estás bien? —pregunto sin voz.

Levanta el dedo pulgar, indicando una confirmación.

—Oye, tío —saluda Francisco, haciendo que me vuelva a él—. Esa jugada fue majestuosa.

—Oh —no puedo evitar sentirme halagado—, gracias.

—¿Cómo es que hiciste la par...

Perdiéndome de su voz, veo cómo la chica de cabello rizado se dirige a la salida del arcade, justo detrás de los tíos que acaba de perder. No puedo evitar concentrarme en la escena; un apretón de manos franco entre el tío rubio, una asentida de cabeza, y un rápido intercambio de palabras.

—¿Rubius?

—Oh, lo siento —me vuelvo a él—. Estuve practicando mucho. Creo que sólo dejé salir algo que tenía dentro.

—¿Como qué?

Me vuelvo a Joana de manera discreta, y mi vista alcanza a atrapar una hermosa imagen de ella riendo a carcajadas. Sonrío levemente, al tiempo que siento mis mejillas encenderse con rapidez.

—Como el perdón.

Comprendo a Joana, el por qué me rechazó, y no voy a cuestionarla. No podía más con el sentimiento de culpa, de remordimiento, de traición y de vacío; no se puede seguir adelante con algo que te inmoviliza fuertemente los pies. Debía soltarlo y seguir adelante, perdonar, porque quien no perdona, no es perdonado, y Joana me ha perdonado muchas cosas.

—Eso es tan cursi, Rubius —se une Cheto a la plática, colgándome un brazo en el cuello.

—Oh, cállate —le digo riendo, despeinándole el cabello.


(^▽^)


Mia, gata gorda —le llamo, acercándome a ella—. Tus vitaminas.

Con la jeringa en mano, le abro cuidadosamente la boca y le inyecto el líquido color blanco. Ella mueve la cabeza, pero se la sujeto con un poco más de fuerza.

—Lo siento —digo—. Pero es por tu bien...

Me lastima verle de esta manera, sin poder defenderse ni decirme algo, queriéndolo evitar con todas las fuerzas que tiene. Al finalizar, le retiro la jeringa y le acaricio la cabeza un par de veces.

—Te quiero. Lo sabes, ¿verdad?

Me incorporo y camino a la cocina. Un emparedado me espera en la mesa, con papas fritas a un lado.

—Ya está lista la cena.

—En serio, Cheto —recorro la silla y tomo asiento—. Sólo te falta lavar mi ropa para que parezcas mi novia.

—¡De eso nada! —exclama, sacando las sodas.

Todavía me siento mucho por haber ganado en la batalla de hace unas horas, pero, no dejo de pensar en Alejandra, en su rostro. ¿En qué estaba pensando? ¿Qué fue lo que vio? Tomo una papa y la embarro de ketchup.

—Hostias —continúa, finalizando de darle una mordida al pan—. Esto está delicioso, tío. Pruébalo antes de que el queso se ponga frío.

Asiento una vez y comienzo a comer. El veterinario dijo que Mia tendría a los gatitos mañana; espero que demore otro día más para prepararme un poco mejor.

Me alegra ir al tanto con las fechas de la tarea de Alejandra, si no mal recuerdo, esta noche comenzaré a escribir el día de ayer. Lo que me recuerda, debo hacer algo importante. Termino mi cena, lavo mi plato y agradezco por la cena. Luego, me encierro en mi cuarto para estar tranquilo.

Tomo mi móvil y comienzo a llamar a Joana.

—¡Hola, Rubius! —saluda. Parece tomarla por sorpresa—. ¿Cómo estás? ¿Qué haciendo?

—Hola, Joana —digo, y me dejo desplomar sobre la cama—. Nada, sólo quería llamarte.

Ya —sonrío—. Está bien. ¿Quieres decirme algo? Estoy en medio de un asunto.

Oh, diablos, le estoy interrumpiendo.

—No —me doy la vuelta en mi lugar—. No en particular, pero seré rápido.

Aunque quiero decirte muchas cosas..., pienso.

—Sólo quiero disculparme. Por lo que ha pasado.

Con que es eso —suspira, tierna—. No debes preocuparte, ¿sí? El pasado se queda en el pasado.

—Vale —me incorporo de una abdominal y termino sentado—. También debo darte las gracias.

Escucho voces de fondo llamando su nombre con fuerza, como si fuera muy urgente. No tardará en despedirse.

—¿Por qué? —no parece comprender mi punto.

—Por todo.

—¿A mí? —suelta una risita que me pone los vellos de punta—. Oh, Rubén... No soy yo a la que debes darle las gracias.

¿Qué? ¿A qué se refiere? Ella fue la que soportó mis tonterías y mis malos comportamientos, ella fue paciente conmigo, y comprendió mi situación. Fue comprensiva y me dio su apoyo de manera indirecta.

Tengo que colgar —avisa—. Te llamo en cuanto pueda. Ba-bay.

Clic.

Pienso en Jamie, y en Alejandra, en su gordo gato y en la señora Sandra. Definitivamente esos cuatro están locos, pero, he aprendido una que otra cosa de ellos; Jamie, es un amigo incondicional. Sandra es una señora que más que tener una hija, tiene una amiga en quién confiar. Toncho, parece gordo por tanto pelaje que tiene. Y Alejandra es un libro de códigos secretos; es como leer un manuscrito en otro idioma: debes traducir, entender, decodificar, para después aplicarlo de manera exitosa.

Jamie lo logró. Joana se esfuerza mucho, ¿pero, y yo?

¿Qué secretos tiene esta niña que no quiere revelarlos con tanta facilidad?

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