Mi Gente
—¿Quién quiere otra hamburguesa? —grita el papá de Jamie, emocionado. Hace años que no lo veía así de vivo en un convivo familiar.
—¡Yoooo! —gritamos al unísono unas diez personas, en su mayoría niños.
Saco las piernas del agua y comienzo a caminar hacia el señor de lentes de sol y camisa tropical. Estoy tratando de comer muy poco para probar de todo, aunque, no voy a negar que la nadada me ha abierto todavía más el apetito.
—Me gusta tu outfit —dice Janeth, una de las muchas primas de Jamie.
—Oh, gracias —sonrío—. Tu cabello se ve hermoso.
—¡Thanks! —sonríe, y continúa con su camino.
La familia de cabello naranja se ve preciosa.
—Mamá —llamo, y se vuelve a mí en medio de una carcajada—. ¿Quieres una hamburguesa?
—No, gracias —da un trago a su vaso.
Jamie va por su tercera hamburguesa, mientras que yo, por la segunda mitad de mi primer pieza. He estado comiendo un poco de chorizo argentino y de ensaladas con todo tipo de aderezo.
—Tengan —dice el señor junto al asadero, haciendo entrega de la carne—. ¡Uno a la vez!
La alberca está llena de inflables de niños y de juguetes acuáticos. Todo mundo se divierte, desde el bebé más pequeño que todos traen en brazos, hasta el adulto más grande, que disfruta de bebidas refrescantes en la comodidad de la sala de estar, con el resto de su familia.
—¿Hay alguien en el cuarto de invitados?
—¿Cuál de los tres?
—El que tiene baño, arriba —donde dejé mis cosas.
—No, creo que no. ¿Te quieres bañar ahí?
—Sí, pero, más tarde —traje un cambio extra para no tener que hacerlo en mi casa.
Los pequeños son los que más disfrutan la fiesta; entran y salen corriendo de todos lados, jugando a carreras o, a piratas que tratan de robar los motines del equipo rival. Ya hemos hecho el juego de derribar al oponente, formando parejas y trepándonos a los hombros de nuestro compañero para tumbar al del frente. Como siempre, Jamie y yo ganamos un par, y perdemos otras cuantas.
Es bastante divertido convivir con toda su familia, considerando la cantidad de gente que es. Hay gustos de todo tipo.
—¿Quieres soda, hermosa? —me pregunta la mamá de Jamie cuando paso junto a ella.
—No, gracias —respondo, con el plato en mi mano—. Mejor un agua, por favor.
Ja. Como si eso fuera a hacer que engorde menos.
—¡Me too, mom! —añade Jamie, colocándose frente a mí.
Su cabello y su ropa está empapada, haciéndolo ver como un gatito recién salido de bañar. Yo sólo me molesté en vestir un traje de baño amarillo, pero usando una playera con un nudo en la cintura para cubrirme del sol. Todos usan gorras para meterse a nadar.
—Vuelve a ponerte sunscreen, por favor —indica su mamá, entregándonos el agua.
—Sure, mom.
Y volvemos a correr hacia las mesitas que están en la parte techada del jardín. Mientras comemos, platicamos acerca del calor y de nuestro siguiente juego, para el que debemos coordinar mente y cuerpo; relevos de carreras de delfines. Debemos empujar una pelota de playa con nuestras narices hasta el final de la alberca, durante un turno cada pareja. Así que, después de treinta minutos practicando nuestras técnicas y atajadas, nos adentramos en la alberca y comenzamos a nadar.
—¡C'mon, Ale! ¡Ya casi llegas! —escucho por debajo del agua—. ¡Sólo un poco más! ¡Yes!
Jamie toma la pelota y comienza a nadar, al tiempo que me quito el cabello de la cara y elimino el agua de mis ojos. El ruido, las risas, el ambiente, me hacen ser como ellos; gritona, escandalosa, efusiva.
—¡Hey, Jamie! —llama Paul, su primo, una vez que ambos salimos de la alberca—. ¡I saw that you lost a few pounds!
—Ah —dice nervioso—. ¿En serio?
—¡Sí! —levanta sus brazos hasta la mitad para flexionarlos y mostrar sus músculos—. Si te esfuerzas, puedes lograr grandes resultados.
—Yeah—asiente, un tanto tímido, o, ¿incómodo?—. Estaba considerando ir a un gimnasio.
—¡La mejor forma de adelgazar es corriendo! —añade el chico, dándole una palmada en la espalda.
Este sujeto, en años anteriores, era igual a Jamie; bajo y, regordeto. Luego, durante un semestre completo, se motivó bastante y logró bajar de peso, cosa que, a mí no me sucede. Yo suelo perder la motivación en un par de semanas.
—Si te animas a ir al gimnasio, puedo pasarte mis dietas.
—¡Hell, no! —grita su hermana, Melina, la chica que está a su costado—. No lo hagas, Jamie. ¡You're gonna be starving all day!
Y, mientras comienzan a discutir sobre comida y dietas de atún, mi amigo y yo aprovechamos para salir huyendo de la conversación.
—Hey —dice, tomando mi muñeca—. ¿Quieres ir por pasta?
—Claro.
Se ve tan adorable con su cabello mojado, aunque, tan diferente sin sus lentes; estoy tan acostumbrada a verle con ellos, que ahora que no los trae puestos, me cuesta creer que es él. Por otro lado, lo disfruto bastante, ya que el azul de sus ojos está despejado y limpio, sin un marco negro que me impida deleitarme.
Al adentrarnos a la cocina de la casa, nos encontramos con varias de sus tías terminando de preparar alguno que otro postre frío, como gelatina con una variedad de frutas picadas, o, poniendo tequila en los vasos de jugo de mango y un poco de chile para meterlos a la nevera. Definitivamente tomaré un par de esos más tarde.
—Deténmelo —pido, entregándole mi plato lleno con trozos de manzanas—. Ven.
Camino por el pasillo que conduce a uno de los dos baños de la planta baja y, una vez adentro, tomo un poco del bloqueador solar que su mamá siempre guarda en el cajón de abajo. Me coloco un poco en mis dedos y camino a mi amigo.
—¿Qué haces?
—Te dijo tu mamá que te volvieras a poner —regaño, acercándome a su rostro.
Cuando palpo su piel, siento un calor reconfortante, seguido de un aroma a cloro. Aplico gentilmente la crema sobre sus mejillas, colocando las palmas de mi mano en su rostro. Me siento increíblemente hipnotizada por el color de sus ojos; ¿habrá alguien con estas características de tono? Su mamá, su papá, su familia, tienen los ojos más lindos que haya visto jamás, pero, es que los de este chico tienen algo especial.
Jamie tiene algo especial.
—Vámonos —le digo de pronto para evitar que vea mi vulnerabilidad, y entonces, a lo lejos, escucho música y gritos de personas.
Comenzamos a caminar, tan juntos que de vez en cuando nuestros brazos se rozan. Cuando llegamos al jardín, veo la piscina repleta, y a mi mamá sentada en su lugar, comiendo fruta picada y con la pierna cruzada. En un par de días, no podré tener este tipo de retratos que tanto disfruto.
Verla, tan, hermosa y bella, con su cabello hecho un moño, con cabellos cayéndole por los costados, con, esa risa y sonrisa tan suya, que la hacen la mujer más guapa del lugar... sólo lo logra hacer ella. Nadie más puede, ni podrá compararse con su gallardía.
(⺣◡⺣)♡*
—¡Baby in the air! —grita de pronto el chico musculoso.
—Oh, fuck —digo, interrumpiendo mi trago para mirar a todos lados, dándome cuenta de que el caos va a comenzar.
Jamie y yo brincamos fuera de la alberca, poniéndonos listos para cualquier cosa que pueda pasar. En pocas palabras, el juego consiste en acomodarnos a manera de círculo, con una persona en el centro que asigna secretamente un número a cada integrante, y, para iniciar el juego, dice un número al tiempo que lanza el globo por el aire.
Lo divertido, es tener que hacer lo posible para cacharlo en medio de su caída para evitar perder, porque si lo hace, tendrá que escribir su nombre en el aire, con su trasero. ¡Se imaginan escribir Alejandra de esa manera! ¡Mi nombre tiene nueve letras! Pobre del pequeño Maximiliano, que se encuentra en el equipo rival.
Jamie se coloca frente a mí, y me guiña un ojo, emocionado.
—Once —me dice la chica al oído.
Ah, demonios. La masacre está a punto de comenzar.
Cuando se vuelve a colocar en el centro, sonríe, pícara, y entonces se coloca en una posición lista para lanzar el globo. Nos mira a todos, decidida a gritar nuestros números, pero, al final, todos sabemos que escogerá al primo con el que mejor se lleva.
—¡Cuatro! —y se echa a correr.
Un muchacho apenas más alto que yo sale del circulo disparado a atrapar el globo, al que apresa por fortuna. Maldición, a partir de aquí, cualquier puede ser tocado por el dedo de Dios. Si mi suerte es tan buena como de costumbre, será difícil que me mencionen. Aunque, no debo bajar la guardia.
—¡Ocho! —grita, y lanza el globo por los aires, a lo que sale corriendo Melina, que logra cachar el globo.
Ojalá le toque a Paul.
—¡Dos!
—¡Fuck! —exclama su hermano—. ¡You gotta be kidding me!
Y, para fortuna mía, a pesar de todos sus esfuerzos por correr, no logra atrapar el globo, y le revienta en los pies.
—¡Yes! —grito emocionada, al igual que otros.
Ahora, la parte interesante; el baile.
—No, hell no.
—C'mon—dice su hermana—. No seas bebé.
Y poco a poco, con ayuda de nuestros ánimos y aullidos, comienza a bailar al ritmo de la música de fondo y comienza a escribir la letra P con su trasero, haciendo una especie de flexión de piernas. Sonrío, pícara, y Jamie se acerca a mí disimuladamente.
—Lo disfrutas, ¿verdad?
Le echo un ojo a los músculos del cuerpo de su primo, a los cuales parece dedicarles bastante tiempo a la semana. Tiene marcada la pantorrilla, la pierna, y, sus glúteos se ven redondos y firmes, como los de anuncios de Calvin Klein.
—Efectivamente —sonrío, complacida.
'・ᴗ・'
—Ahhh —exclamo, con la toalla húmeda secando mi cabello—. Delicioso.
Tuve que ponerme la ropa dentro del baño, lo cual, fue una verdadera pesadilla. Salí fresca, con la piel de gallina, pero, apenas terminé de ponerme la ropa interior, ya estaba comenzando a sudar. Usar los baños como vestidor no es para nada cómodo, o, agradable.
Cuando termino de desenredar mi cabello y de ponerme una crema humectante en el rostro de mi mamá, tomo mi mochila y camino hacia el cuarto de Jamie. Apenas abro la puerta, veo que termina de esconder varios objetos detrás de un armario para el cual se ocupa llave.
—Mis primos quieren jugar Mario Kart—se queja, cansado.
Tiene el cabello a punto esponjoso, como, recién secado con una toalla. Parece un gato a la defensiva, listo a atacar al primero que se le acerque.
—Quién te manda a tener el Wii en tu cuarto —me encojo de hombros.
Cuando se vuelve a mí, se queda congelado un par de segundos, mirándome el rostro y el cabello fijamente. Al principio, me siento incómoda, pero luego, me acostumbro.
—¿Qué? —inquiero, moviéndome de lugar.
—Nada —ríe—. Es que... no recuerdo cuándo fue la última vez que vi tu cabello así de mojado.
Jamie y yo compartimos lazos bastante arraigados; ambos hemos tenido el placer de vernos en pijama, en bañadores, con abrigos térmicos, en uniforme, e incluso, con ropa deportiva. Tanto así, que incluso dos años seguidos fuimos a pedir dulces en California, disfrazados de cosas diferentes. Sus disfraces siempre fueron súper elaborados y realísticos.
Con suerte, mi mamá lograba maquillarme la cara con sus sombras y máscaras, y, de una forma u otra, lograba hacerme ver como la pequeña bruja que siempre quería ser.
Tomo uno de sus cepillos de cabello y le señalo su sillón de juegos.
—Siéntate. Te voy a peinar.
Sonríe, relajado, y se encoje de hombros. Cuando toma asiento, me coloco detrás de él y comienzo a cepillarle sus cabellos naranjas, de manera cuidadosa para no lastimarlo. Cuando logro acomodar la parte frontal hacia atrás, se mueve—
—Sólo déjalo de lado —pide.
—Okay —sonrío, y hago lo opuesto.
Cuando se percata de que su cabello se transforma en una cresta estilo punk, pega grito en el cielo y se levanta de golpe, alborotándose de nuevo su peinado, haciendo que quede más esponjoso.
—Cuando me pidas que te peine —habla, volviéndose a sentar—, te voy a enredar el cabello.
—Tú no sabes peinar niñas.
—Puedo aprender —alza ambos hombros, con una sonrisa en los labios.
—Quisiera ver eso.
Le vuelvo a meter el peine al cabello y comienzo a dirigirles hacia el lado izquierdo, para que quede al estilo de Justin Bieber, pero, más genial. ¡Mi obra de arte está lista!
Cuando escucho mi teléfono vibrar, noto que es un mensaje de Rubén.
Si no estas muy ocupada
Puedo llamarte en la noche?
:3
Sonrío, ante la idea de escuchar su voz de nuevo.
—¿Qué? —averigua Jamie.
—Nada —bloqueo la pantalla y guardo el móvil en mi bolsillo trasero del pantalón—. Vamos a jugar, ¿o qué?
Claro, me encantaría :3
'・ᴗ・'
—¡C'mon Jamie! —dice Nick—. ¡No seas cruel conmigo!
Hay seis niños aquí dentro, mayores de siete años, pero menores de doce. Son una monada, considerando que se frustran y no pueden decir palabrotas, porque saben que alguno de los otros seis le dirá a algún adulto. ¡Adoro esto!
—¡Ja! —grita otro chico, lanzando el caparazón azul.
—¡No, no, no, no! —lloriquea Jamie junto con la alarma del control, y entonces, su personaje da una voltereta por el aire y los demás comienzan a esquivarle por un costado—. ¡Aaaahhh!
Mientras intenta colocarse de nuevo en primer lugar, llego yo y me coloco justo delante de él, para dejarle caer de golpe tres bananas, a lo que resbala y su auto comienza a girar. ¡Ja!
—¡Hey! —me dice, entre risas, empujándome con su brazo.
—Quítate —río, recuperando el control del volante—, de todos modos vas a perder.
Y entonces, terminando de atravesar el centro comercial, en la rampa, agitamos todos el control. La competencia va reñida; Rusell a la cabeza, seguido de Nick, luego yo, y después Jamie. Todos tomamos un cubo y esperamos a nuestro siguiente poder.
—¡Yes! —grito entre dientes, sintiendo una enorme alegría por dentro.
—¡No! —se queja Jamie, a quien le han dado un triste plátano.
Cuando lo lanza hacia el frente, Rusell se estrella contra él. Quizá haya quedado en cuarto lugar en la primer pista, pero, logré recuperarme en los últimos dos circuitos, y ahora voy por la victoria y la copa dorada.
—¿Whaaaat? —canta Nick, adelantándose.
Usaré mi caparazón rojo para atacar a quien vaya delante de mi. ¡Estamos en el estacionamiento! Sólo unos segundos más y sabremos quién será el ganador. Mi corazón está a mil por hora, aunque, confío plenamente en mi moto y en Toad.
—¡Ja! —grito, superando a Rusell. Voy en segundo lugar.
Desde aquí, veo la meta, y, cuando veo que Nick tiene todas las de ganar, le lanzo el caparazón, y da una pirueta en el aire.
—¡Wooo! —aullo, alterada, levantando mis manos para cantar victoria.
—¡Crap! —lanza Nick el control contra la cama.
—Hey,be careful—regaña Jamie.
Suspiro, sintiendo seis kilos menos sobre mis hombros. Incluso mi abdomen se libera de tanta tensión, provocando que mi cuerpo se relaje y se extienda sobre la cama. ¡Pero qué buen juego! He logrado quedar cuatro puntos por encima de Jamie, por lo que me entregan la copa dorada.
—Sí, sí —dice Josh, que ha estado esperando su turno desde hacía quince minutos—. Una buena carrera. Ahora dénme el control.
—No —dice Nick, aferrándose al mando.
—¡Hey, you lost! ¡Es mi turno!
—¡No way!
Cuando veo que el caos se va soltar, me incorporo de una abdominal y le extiendo mi control al chico más grande.
—Ya me había enfadado de ganar, de todos modos —le digo, encogiéndome de hombros.
—Yo también —le cede el mando a uno de los más pequeños que también habían estado esperando.
Entonces, mientras las carreras comienzan, Jamie y yo comenzamos a apostar. Las primeras tres carreras, me atrevo a ayudarle a mi jugador estrella, por lo que termina ganando. Entre risas y gritos, pasamos un rato bastante agradable, usando atajos y ayudando a los novatos.
Para el final de las partidas, termino ganando diez euros. Excelente.
—Chocolala —me dice—. Quiero mi dinero.
—Te doy dos, si me ganas —reto.
Nos colocamos uno frente al otro, sentados sobre la cama en flor de loto, y comenzamos a cantar.
Choco-choco, la, la
Choco-choco, te, te
Choco-la, choco-te
Cho-co-la-te
La primer ronda resulta fácil, pero en la segunda y tercera, aumentamos la velocidad, y termino cediendo dos de mis euros. Igual sigo teniendo ocho. Entonces, en una última desesperada partida por conseguir el resto, mi amigo termina haciéndose embrollos con los movimientos de sus manos y termina perdiendo, a lo que suelto una carcajada enorme.
—¡Hey, no! —ríe también—. ¡Eso es injusto! Otra ronda.
Me toma las manos y comienza a aprisionarla con sus dedos. Su piel es bastante suave y tersa, aunque no puedo concentrarme en ello debido a lo gracioso que se me hace el asunto. Entonces, ambos nos miramos a los ojos y apagamos las risas poco a poco, dejando que se consuman con nuestras sonrisas.
Se siente bien, dejarse llevar con el momento de la emoción.
Desde aquí, sus ojos se ven más oscuros, pero, inquietos, como si el océano estuviera en medio de una tormenta nocturna que forma olas grandes pero, no agresivas. Se ve tan lindo y, gentil desde aquí. Si tan sólo...
—Dude, get a room.
El comentario me hace volver a la realidad. Le arrebato mi mano con cuidado y comienzo a agarrarme el cabello. Río, nerviosa, y me levanto de la cama para ponerme mis zapatos de nuevo.
—Shut up —dice Jamie.
—Está con su crush —dice Josh, defendiéndonos—. Déjenlos solos.
El comentario me toma por sorpresa. ¿Qué...?
—Claro que no —escucho titubear su voz—. ¡Shut up already!
Me vuelvo a él, y, noto en su rostro, un miedo que no me explico, combinado con una especie de enojo. Seguramente sus primos están gastándole una broma, porque el chico suele ponerse delicado con este tipo de temas.
—Oh, vamos —dice Nick—. Te escuchamos hablar dormido. Y sólo decías "Ale, Ale" ¡Muac, muac, muac!
Entonces, las mejillas del chico se tornan rojas, y, me doy cuenta que, tal vez sea verdad.
—Sí, Jamie —prosigue Rusell—. Sólo dile que te gusta, y ya.
Acto seguido, siento un golpe seco en el pecho, como si un balón de futbol dirigido a diez kilómetros por hora me golpeara y me sacara todo el aire.
—¡No! —les golpea a todos en la cabeza con una almohada—. ¡Basta, ya! ¡Cállense!
Me quedo quieta, analizando todo. Si no fuera verdad, estoy segura de que Jamie no se habría puesto de esa manera.
—¿Es en serio...? —me atrevo a preguntarle.
Agacha la cabeza, avergonzado, y, entonces, doy una especie de traspié. Levanta la cabeza, lentamente, y aprieta los labios.
El ambiente se ha puesto exageradamente incómodo. Me siento perpleja, como, atontada por la noticia, y, sin decir nada, doy vuelta y salgo por la puerta para dirigirme a la salida.
Siento que el aire me falta, pero, no logro evitar sentirme, traicionada.
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