Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Le Festin



—¿Ale? —inquiere Rubén, por detrás de mí, apenas termino de bajas las escaleras.

Me vuelvo, confundida, y asustada, pero, al verle vistiendo un saco azul, y unos jeans lisos, con unos tenis blancos y una playera lisa, me quedo sin habla. Oh, Dios mío. Pero qué guapo luce. Parece que ha salido por el pasillo lateral derecho.

—Madre mía —exclama, mirándome—. Alejandra, cada vez me sorprendes más.

Agacho mi cabeza un poco, ruborizada. Me gusta cuando me hacen cumplidos, y más cuando vienen de Rubén; será porque tiene una manera de decirlo que, parece sincera y, pasmada, cuando me ve vistiendo cosas distintas a mis jeans y suéteres grandes.

—Gracias —digo, quitándome el cabello de la cara—. Tu te ves muy bien.

—Muy guapo, diría yo —sonríe, irónico, y comienza a caminar hacia mí—, merci, madamoiselle.

Se inclina ligeramente hacia delante, toma mi mano, y le planta un beso cerca de los nudillos, provocando que me dé un vuelco el corazón. Siento mi cara hirviendo, y mis piernas temblando. Rubén, si continúas haciéndome esto, te voy a golpear en el brazo.

De rien, Monsieur—le quito mi mano y retrocedo unos pasos.

—¿Lista? —inquiere, señalándome la salida—. ¿Podemos irnos?

—Sí —sonrío, tranquila, y comienzo a avanzar.

¿Deberé entrometerme en la cocina y avisar que vamos a irnos ya? Javier se nos une, saliendo por un costado, y se adelanta a abrirnos la puerta para dirigirnos al restaurante.

—¿Nos vamos, jóvenes? —inquiere Javier, abriéndonos la puerta de atrás.

Mientras bajamos las escaleras, me encargo de mandarle un mensaje a Joana, avisándole que nos hemos ido ya. La tarde, sigue estando limpia, despejada, a pesar de que el sol ya se ha ocultado, todavía hay bastante luz por delante.


۹(˒௰˓)۶


Cuando el auto disminuye la velocidad, Rubén me coloca las manos sobre los ojos.

—Espera, ¿qué haces? —digo, nerviosa—. No veo.

—Ese es el propósito de que te cubran los ojos —dice, riendo—. Confía en mí, ¿vale? No abras los ojos.

El auto se detiene, y escucho que la puerta se abre. Me quedo quieta, sobre mi lugar, y de pronto, vuelvo a escuchar su voz. La tentación por querer abrir los ojos es enorme.

—Por aquí —siento que su mano atrapa a la mía, con gentileza. Su tacto es tibio—. Baja, con cuidado.

Primero una pierna, luego la otra, me repito. Debo utilizar mis sentidos a su máxima capacidad para evitar hacer alguna torpeza. Siento el aire frío, soplando con gentileza, y un olor a mariscos y a tartas horneadas.

—Me voy a caer —digo, dando los primeros pasos, a ciegas.

—No. Te tengo —añade, sujetándome con fuerza—. Tu tranquila.

Escucho bastante gente hablando, el ruido de un motor muy grande, y música, de fondo, a lo lejos. Los autos pasan por detrás de nosotros, a una distancia no muy lejana, y el ruido del follaje de los árboles me relaja a niveles muy grandes, sintiéndome más segura.

Nuestras manos jamás habían estado tanto tiempo juntas, tan cerca, compartiendo un mismo calor. Sonrío, involuntariamente, al pensar en que esto pudiera llegar a ser así siempre.

—Hay escalones —explica—. Y una barandilla. Tómala con cuidado —me dirige la mano hacia el frío metal, y comienzo a bajar de manera muy cuidadosa.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete.

—Sigue caminando —acerca más su cuerpo al mío—. Ya casi llegamos.

—¿Por qué tanto misterio? —suelto de pronto, nerviosa.

—De eso se tratan las sorpresas —me susurra la oído, provocando que un escalofrío me recorra el cuello.

La gente sigue hablando, pero ahora también se escuchan ruidos de cubiertos, de platos, y un aroma a comida me envuelve los pulmones, seguido de un sonido suave, de música de jazz. Entonces, se detiene, y me suelta, provocando un sentimiento de miedo en mi pecho.

—Puedes abrirlos.

Y cuando lo hago, me encuentro con un restaurante donde se encuentra un piano precioso al fondo, seguido de varias sillas acomodadas en fila, como música en vivo. Pero lo extraordinario no es el lugar, ni las luces doradas que lo iluminan, ni la pista de baile que hay frente al piano, o el suelo de madera recién encerado. No, no. Lo impresionante está, en que no es un edificio, sino un bote. Un pequeño crucero flotando sobre el agua, que se mece bastante suave, de derecha a izquierda.

—Dios... —digo, mirando a todos lados.

—¿Te gusta? ¿A que es precioso, no?

—Sí... —lo miro, y sonrío, contenta.

Nos colocamos en la mesa del fondo, de la primera línea, junto al pequeño escenario, y junto a las escaleras que conducen al segundo piso. Antes de poder recorrer mi silla, mi amigo se me adelanta y lo hace por mí.

—Oh —me siento, tímida—. Gracias.

Nous sommes à quelques minutes de la voile. S'il vous plaît, soyez à l'aise et dans quelques minutes, nous serons présents —explica el camarero, con voz cordial.

Oui, merci—responde mi acompañante.

—Espera, ¿qué? —inquiero—. ¿Entendiste lo que dijo?

—No —ríe.

Continúo echando un vistazo al lugar; no hay paredes, sino cristal, haciendo que tengamos vista hacia donde miremos. A nuestro alrededor, sólo hay calles y edificios, seguidos de gente y autos que vienen y van. Las luces comienzan a asomarse cada vez más.

—La comida consiste en siete platillos —se acerca al frente, para que lo escuche—. Espero que tengas espacio.

—De hecho, muero de hambre —río.

—Menos mal —dice—. Conseguir esta mesa no fue fácil. ¿Tenéis idea de la cantidad de contactos que tuve que mover para poder conseguirla? —se recarga en su respaldo—. ¿Y la cantidad de favores que ahora debo? —río ante su comentario—. Pero, aún así, ¿te han dicho qué lindo luces ese vestido?

—Sí, es bonito —miro la falda—, gracias.

Tengo ganas de levantarme y brincar al agua helada para que este calor que siento en el pecho se me baje de una buena vez.


(/≧ω\)


Como aperitivo nos han dado una copa de Castel Mouche, una champaña un poco dulce para mi gusto, pero perfecta con el ambiente.

—Mmh —exclama Rubius, dándole la primer mordida—. Madre mía.

Todo, absolutamente todo, está bastante agradable. El sabor, la temperatura, el sazón, la impresión que te deja en la boca, se combina provocar una explosión en boca, deleitante.

Un señor de traje negro, reluciente, comienza a tocar una pieza que al principio no reconozco, pero que el ritmo suena bastante agradable. Toda la audiencia prosigue con sus charlas, con su cena, pero yo, me enfoco en la melodía; ¿dónde la he escuchado antes? Estoy segura de que conozco la letra.

And that's why birds do it—comienzo a cantar en voz baja, al recordar parte del tema—. Bees do it. Even educated fleas do it —miro a Rubén, emocionada porque he recordado la pieza—. Let's do it, let's fall in love.

Me mira, con una sonrisa en los labios, como, pasmado pero, con algo más que eso. ¿Es agrado? ¿Es, admiración? Esta pieza es una obra maestra de Ella Fitzgerald. ¿Cómo es que soy la única loca cantándola?

The Dutch in old Amsterdam do it. Not to mention the Finns —comienzo a reír, intimidada por la mirada del chico sobre mí—. Folks in Siam do it. Think of Siamese twins.

Esta canción solía escucharla mi mamá cuando yo era muy pequeña, cuando ambas la entonábamos mientras jugábamos con el jabón de la ducha; me alegra haberla podido escuchar de nuevo hoy.

Why ask if shad do it? Waiter, bring me shad roe! —no dejo de mirarlo, pensando en la letra de la cación, que comienza a tener sentido—. In shallow shoals, English soles do it, goldfish in the privacy of bowls do it. Let's do it, let's fall in love.

Clin, clin, clin, clin, clin.

Y ambos comenzamos a reír. ¿Desde cuándo me gusta cantar frente a la gente? Frente a él, siendo específica.

—No creí que supieras la letra —dice, riendo.

—Ni yo —me encojo de hombros—. Fue, algo repentino.

Continuamos comiendo nuestros platillos, haciendo comentarios aleatorios de cualquier tema posible, entre los cuales, entran algunos videojuegos, lanzamientos de consolas, revelaciones de nuevos álbumes musicales, trucos en minecraft, entre otros.

—Por cierto, ¿cuánto, va a costar todo esto? —inquiero, dudosa, al percatarme de que sólo he cargado conmigo ochenta euros—. La cena.

—Tú no te preocupes por ello —le da un pequeño trago a su copa de vino—. Que ya ha quedado cubierto.

Lo miro, admirada. ¿Qué significa eso exactamente? ¿Que ya ha pagado lo de ambos? Su mirada luce tranquila, calmada, sin preocupación alguna que le agobie. Su cabello peinado hacia un lado sólo lo hace ver más guapo además su conjunto de ropa.

—No, no —niego con la cabeza—. Déjame darte mi parte.

Me sentiría bastante culpable si permito que pague todo. No parece ser de esos lugares baratos.

—De eso nada —me da unas palmaditas en la mano, tranquilizándome—. Favor se paga con favor.

Después de eso, la charla entre él y yo se pone más interesante; hablamos sobre pasajes de nuestras vidas, en su mayoría divertidas, por lo que las risas sobran durante esos minutos. Comenzamos a conversar sobre nuestro mutuo interés en lo que hay más allá del cielo, en criaturas como los ovnis, como las galaxias distantes y realidades alternas que pudieran existir en nuestro universo, haciendo mención de agujeros de gusanos, hoyos negros, materia oscura, entre otras tantas, hasta que comenzamos a escuchar un cambio de música, y, así mismo, a percibir un aroma de galletas recién horneadas.

You do something to me —digo, reconociendo las notas musicales.

—¿Qué? —me mira, enredado.

De pronto, su vista serena y amena, se enfoca en algo que viene hacia nosotros, haciendo que sus ojos luzcan atentos a todos los movimientos siguientes.

—¿Mademoiselle? —inquiere alguien, haciendo que me vuelva a un chico de cabello rubio y lacio, recogido hacia atrás, vestido de un saco y pantalones estrechos, acompañados de una camisa blanca—. ¿Allons-nous danser?

—Uhm...

Pienso en Rubén, en que, tal vez me gustaría bailar con él, y no con este sujeto, pero, debo admitir, que bailar con un francés es una fantasía que me gustaría cumplir en este momento. Rubén alza ambos pulgares, acompañados de una línea curva en sus labios, demostrando aprobación.

Los ojos claros del chico parisino se posan en mí, y con cuidado, correspondo a su invitación. Acto seguido, nos colocamos en la pista de baile, y con movimientos suaves, comenzamos a movernos. Odio bailar, con todas mis fuerzas, pero, si un chico guapo, alto, de traje, me invita, no se lo negaré.

—¿Appréciez-vous le dîner? —inquiere el chico, atrayendo mi cuerpo al suyo, con gentileza.

Absolument—respondo, aunque estaría disfrutándola más, si no supiera que todo tiene un fin.

Do do that voodoo that you do so well. For you do something to me, that nobody else can do, canto en mi cabeza, repitiendo en mi cabeza que mis emociones son producto de lo que quiero sentir. Ojalá pudiéramos cambiar de pareja de baile.

Êtes-vous d'ici? —pregunta, levantando una ceja.

En fait, je viens de Madrid.

Me da una vuelta, y vuelve a atrapar mi mirada. Huele a perfume dulce, y sus manos son suaves.

Oh je vois —dice, un tanto decepcionado—. Donc ce n'est pas ma nuit, après tout.

Non —tuerzo el labio, apenada—. Désolé. Nous partons dans quelques jours.

Alors, dois-je supposer qu'il est ton petit ami?

—Je voudrais assumer cela aussi —río, en voz baja, moviendo mis caderas a ambos lados, con cuidado—. Je le veux vraiment. Mais je pense qu'il est amoureux d'une autre fille.

Miro por detrás de mi hombro, y veo a mi compañero observándonos fijamente, como, analizando nuestros movimientos para tratar de memorizarlos. Yo me concentro en utilizar palabras del vocabulario francés que ya conozco, porque si intento lucirme, me veré en problemas.

—Eh bien, il est un peu aveugle —dos vueltas seguidas.

Merci. Je suppose —prosigo, cuando lo tengo frente a mí de nuevo.

Su nariz es fina, angular, ligeramente puntiaguda, y sus cejas no son tan pobladas, pero sus rasgos finos lo hacen ver llamativo. ¿Con que así son los jóvenes franceses? Necesito más de éstos, por favor.

J'espère que vous continuerez à profiter de votre nuit —me besa la mano, y se inclina ligeramente.

—Merci beaucoup. Également.

Y cuando la pieza finaliza, camino de nuevo a mi mesa. Rubén, que no había dejado de mirarnos, desvía la mirada, con movimientos lentos.

—Ale, ven —me mira, y de pronto, sin expresión alguna, se levanta de la mesa, y me hace un gesto para que le acompañe.

Sube por las escaleras de la derecha, las que conducen a la planta alta del bote, y de pronto, ambos nos encontramos con la dama Eiffel frente a nosotros, arreglada de dorado y negro, con una altura que te hace sentir pequeño. Ambos nos recargamos en la barandilla que tenemos a nuestra izquierda, al tiempo que contemplamos el paisaje; el frío sopla de una manera agresiva, haciendo que mi peinado se vuele con movimientos bruscos.

—Oye —dice, al cabo de unos segundos—. ¿Y la chica de los dibujos?

—Uhm, no sé —viro la mirada al frente—. Perdida.

Sonríe, y camina hacia mí, con cuidado.

—¿Ah, sí? ¿Perdida? —me toma el rostro con cuidado, con su mano derecha, sintiendo un escalofrío que me recorre las piernas—. ¿Estás segura?

—Sí —titubeo, mirándole directamente a los ojos.

¿Va a besarme?

—¿Sabes? Hace no mucho —continúa—, sufrí un bajón. ¿Vale? Me sentía mal, conmigo mismo, y con todos. No quería saber nada de nadie, ¿lo recuerdas? —me suelta, con cuidado, para tomar mis hombros, y me sonríe de una manera tan linda, que me pone tímida—. Hasta que llegó una chica a levantarme el ánimo, a ayudarme, a cuidarme. A apoyarme.

¿Qué...? ¿De qué está hablando?

—Hasta que llegaste —corrobora, al tiempo que da un paso más cerca de mí—, con tus dibujos. ¿verdad, Miss N.?

Abro los ojos, sorprendida. ¿Pero qué demonios?

—¿Pero có—

—Ale —se agacha un poco para quedar a la altura de mi rostro—. No sé cómo, ni qué hiciste, pero lo lograste; me ayudaste a encontrar algo que no sabía que estaba buscando, y...

Esboza una línea curva en sus labios, como, tratando de ocultar sus nervios.

—También aprendí que los sentimientos más sinceros, son los más difíciles de expresar, con palabras. Así que... —de pronto, se lanza sobre mí, y, me envuelve el cuello con sus brazos, hundiendo su rostro junto al mío, y negándose a dejarme ir—. Gracias, Ale. Gracias, por lo que hiciste.

—Pero... —me estruja las mejillas con su abrazo—, no hice nada especial.

—¿Estás de coña? —se separa de mí, sin soltarme los hombros—. ¿Tienes idea de cuánto me tomó encontrarte?

No respondo. ¿Encontrarme? ¿Se refiere, a, mi nombre de usuario?

—¿Tienes idea de cuántos mensajes te dejé en todas tus cuentas? ¿De todos los comentarios que tuve que dejarte para que me hicieras caso? ¿Sabes lo acosado que me hiciste sentir? —parece alucinar, emocionado—. Quiero decir, todo este tiempo, estuve buscando a una chica que hacía dibujos de puta madre, y, resultó, que, ¿eras tú? —da una vuelta en sí, y, de nuevo, presiona ambas de mis mejillas, con cuidado—. Estoy flipando, Alejandra. Eres un estuche de monerías. De verdad.

Sonrío, ruborizada por sus palabras. ¿En serio dibujo así de genial? Todo este tiempo, yo fingía que él lo ignoraba, cuando realmente la que ignoraba que él sabía era yo. Rubén lo supo desde hace mucho, y no dijo nada, ni yo sospeché nada. ¿Desconozco también entonces que sabe sobre mis sentimientos hacia él? 

Oh, no...

—Pero... ¿cómo supiste entonces?

—¿No será por los dibujos que tiene tu mamá en su oficina? —levanta una ceja, soltando mis mejillas.

—Ah...

Cierto.

De pronto, la música del piano comienza a sonar, acompañado de un violín, y una voz aterciopelada de mujer. ¿Qué prosigue en este tipo de situaciones? ¿Debo fingir que todo está bien, y que, no me esfuerzo por ocultar mis ganas por plantarle un beso en los labios?

De pronto, me extiende una mano.

—¿Quieres bailar...?

Sonrío, gentil, agradecida por la oferta, y la tomo.

Podrían haber cientos de chicos, franceses, ingleses, japoneses, y de cualquier nacionalidad que gusten, pero por ahora, mi mano prefiere sostener la de un chico noruego-español, y bailar esta pieza sólo con él, porque me hace sentir un alboroto en mi estómago, sin mencionar que me eriza los vellos de mis brazos, pero, al mismo tiempo, me alivia su compañía, y su tacto me aquieta.

Coloca su mano derecha en mi cintura, y, sin verme muy obvia, le envuelvo el cuello con mis brazos, acercándome a él, mientras nos mecemos con movimientos suaves a los lados. Podría estar toda la noche así, con él, a su lado, disfrutando de la noche, de la velada, con vistas preciosas, y no me refiero a las panorámicas.

Las ganas de besarlo me consumen, lentamente con cada segundo que pasa.

Porque soy una vil soñadora, y él es el sueño.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro