Get You The Moon
—Me gustas, Alejandra—resuena en mi cabeza, como un eco ahogado en el agua—. Me gustas mucho.
Comienzo a abrir los ojos lentamente. ¿Qué día es hoy? Poco a poco, comienzo a mover mi adormilado cuerpo, sintiendo las frías sábanas encima de mis piernas. Siento que mi cerebro no termina de despertarse por completo, a pesar de que mi cuerpo ya se ha incorporado y se dirige al baño. Mi cabello luce desastroso; mi cara no ayuda tanto.
—Buenos días —dice mi mamá saliendo de su habitación.
—Buenos días —respondo, poniendo pasta dental en el cepillo.
Cuando la miro por el rabillo del ojo, me percato de que trae puesta un abrigo impermeable azul y unos botines con plataforma color arena. Su cabello está arreglado en una sencilla cola de caballo. Toncho sale de su habitación tranquilamente caminando tras de ella, con la cola en alto y ligeramente doblada de la punta. ¡Ha amanecido de un muy buen humor el maldito!
—¿Qué quieres de desayunar?
—Cereal —respondo.
—¿Me acompañas al trabajo? —inquiere desde la cocina.
Termino de cepillar las muelas, y luego enjuago mi boca un par de veces.
—No. Voy a lavar la última ropa que me queda sucia.
Salgo caminando por el pasillo y me recargo en la esquina de una pared.
—Y voy a planchar la que ya lavé.
—Bueno —saca una cápsula de café mocha y lo inserta en su Nespresso—. ¿Ya no te hace falta nada? ¿Jabón? ¿Champú? ¿Desodorante?
—Voy a volver a checar la lista.
—Muy bien.
Miro a través de las cortinas; la mañana se ve triste, cansada, con ciertas probabilidades de un clima lluvioso durante un par de horas. Quizá, más tarde, el cielo logre quedar despejado. Siento mucho frío en los pies.
—Saldré con mis amigos más tarde —le aviso, en un tono triste, pero que se percibe como apagado—. Para despedirnos.
Me limito a no mirarle. No había pensando en que, esta será la última vez que vea a mis amigos, y que, pasará bastante tiempo antes de que pueda regresar. Meses antes del verano, lo único que quería era salir de aquí, irme lejos, tratar, de una manera u otra, sentirme fuerte e independiente y ocupar mi mente en cosas más trascendentales y así evitar pensar en tonterías que sólo me estancaban.
—Bueno —le da un trago a su taza—. ¿A dónde irán?
—Probablemente a la plaza mayor. No sé.
Iremos al arcade. El lugar donde todo comenzó.
(╥_╥)
—¡Hola, Ale! —saluda Joana, más emocionada que nunca.
—Hola —sonrío en cuanto llego al punto de encuentro.
Corre hacia mi y luego me toma de las manos y comienza a brincar en círculos. Su sonrisa es tan grande y reluciente, que lo único que puedo suponer es que pasó algo increíble.
—¿Viste ayer a Rubén?
—Sí.
El pasillo se siente más frío que de costumbre; llovió hace un par de horas, pero, el frío se quedó, así que toda la gente que camina por el lugar usa suéteres y rompe vientos para entrar en calor. Huele a café y a churros de chocolate.
—¿Y qué te dijo? —sus ojos brillan.
—Uhm... —la pregunta me toma por sorpresa.
Da brinquitos en sí, apretando sus puños con emoción. ¿Pero qué demonios? Verla así me da algo de gracia. Obviamente la chica ya sabe algo, así que para evitarme rodeos, le doy el gusto:
—Que le gusto —sonrío, y siento que una punzada me recorre el cuerpo.
—¡Aaaahhh! —chilla emocionada—. ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, por Dios! —comienza a hiperventilar rápidamente con sus manos—. ¡No puedo, no puedo, no puedo con tanto! ¡Aleeee! —me toma el rostro con sus manos y estruja mis mejillas con algo de fuerza—. ¡Aaaahhhh!
Me suelta y comienza a hacer movimientos locos con su cuerpo; ese estilo de reacciones que suceden cuando sabes que no puedes contener tu felicidad dentro de tu cuerpo. Es preciosa.
—¿Y qué le dijiste? —me mira con los ojos bien abiertos, esperando por mi respuesta.
Llevo una mano a mi cabeza, nerviosa.
—Que... También me gustaba.
—¡AAAAHHHHH!
Mi tímpano queda aturdido ante tal grito. La gente que pasa junto a nosotras nos miran de manera confundida, y otras, asustadas. ¡Ja, Joana, cálmate!
—Shhh —digo, tratando de calmarla.
—¿Y... luego qué pasó? —no puede con tanta energía.
Nada.
—Yo —agacho la mirada, tímida—, le dije que me iría a Canadá.
—Oh...
—Sí —asiento con la cabeza, triste.
Ahora que lo pienso, no sé qué esperaba ganar diciéndole lo que sentía por él. ¿Qué ambos nos hiciéramos una pareja? Claro que no. Las relaciones a distancia no funcionan, y, aunque lo hiciera, todavía existen muchos factores para que se deteriore con el tiempo.
—Sólo el veintiséis porciento de relaciones a distancia son exitosas —comento, con voz apagada.
—Y de ese porcentaje, las relaciones suelen ser más exitosas que las convencionales —se agacha para encontrarse con mis ojos—. Una investigadora de Hong Kong y un profesor estadounidense están haciendo una investigación de eso.
Sonrío, irónica. ¿Eso es un consuelo? Mañana todo termina, y me da miedo pensar en qué será de nosotros cuatro.
—Ya llegaron Jamie y Rafa —señalo a los chicos que caminan por el pasillo hacia nosotras.
Cuando el chico pelirrojo me ve, sonríe. Es la misma sonrisa que siempre ha tenido conmigo, la misma expresión boba en su cara que me hace querer cuidarlo, que, sin importar qué haga, quiero estar ahí para él. Sigue siendo igual de alegre y optimista a pesar de las circunstancias.
—¡Hola, Jamie! —saluda mi amiga, dándole un beso en la mejilla de manera rápida.
—Hola, Joana —levanta su mano para saludarme.
No es costumbre nuestra saludarnos ni despedirnos de beso, aunque sí tenemos ciertas excepciones.
—¿Listos? —inquiere la chica, a los que los tres asentimos con la cabeza—. ¿Alguien quiere pizza?
—Yo —responde Rubén apareciendo detrás de mí.
Lo volteo a ver, sintiendo un doloroso escalofrío bajándome la espalda.
—De pepperoni, por favor.
Me sonríe, gentilmente. ¿Por qué está de buen humor después de lo que le dije? Sonrío de vuelta, casi sin ganas, y entonces, los cuatro nos adentramos al arcade. No llores, Alejandra.
(πーπ)
Durante varios minutos, logré sentirme como antes; tranquila, disfrutando del momento, gozando cada victoria y burlas entre nosotros—
¿Por qué habré querido que eso terminara?
Cuando me di cuenta de que sólo quería llorar y hacer chiquita, fui al baño a mojarme la cara. Me analizo en el espejo; una chica normal, común y corriente, con ojos corrientes, labios corrientes. Mis cejas desiguales, mis pestañas lisas, los poros de mi piel abiertos. Labios pequeños, nariz chata. Unos cuantos lunares...
¿En serio Rubén logró fijarse en alguien como yo? ¿Por qué? ¿Fue porque decidí ser linda con él, y, de cierto modo, mostrarle mis partes vulnerables? No entiendo qué pasó. Mi cerebro no logra explicarse por qué, teniendo a una chica como Joana, decidió cambiar de opinión.
Ugh. Es peor que un gato.
Le doy otro chapuzón al rostro y luego peino mi ceja para que no luzca tan mal. De todos modos, la falta de luz en esta zona hace todo mejor; me encanta que mi piel se ilumine con tonos neones.
—Ale —me llama Rubén.
Maldita sea.
—¿Estás bien? —inquiere al tiempo que se acerca a mí.
—Sí —sonrío, pero no lo miro.
Trato de dar media vuelta para regresar con el resto de mis amigos, pero me detiene del brazo.
—Suéltame, por favor —pido, seria.
—No. Dime qué sucede.
Mis cejas comienzan a temblar, al igual que mi pecho.
—Nada, sólo quiero regresar con Joa—
Me gira bruscamente hacia él y termina colocándose bastante cerca de mí. Se agacha para quedar a la altura de mi rostro, y entonces, me hace sentir intimidada por unos segundos. Parte de su rostro se ilumina con tonos verdes y rosas, y sus ojos, sólo reflejan una silueta; la mía.
—¿Por qué no me habías dicho que te irías?
Desvío la mirada, dolida.
—No supe cómo —le arrebato mi brazo—. No, estaba lista. No creí que fuera importante para ti.
—Ale —me dice—. ¿Qué esperabas? ¿Que me alegrara por tu partida?
No lo miro. Su voz suena como un regaño, y, no me gusta que me hable así. Ahora sólo me siento más mal.
—Tu me apoyaste cuando lo necesité —explica, con voz suave.
El ruido de las máquinas y de los juegos me obligan a concentrar toda mi atención en sus palabras.
—Estuviste ahí, en plan, me diste cariño cuando más lo ocupé —ríe, melancólico—. Tu fuiste la primera que me hizo reír después de lo mal que me sentía. O sea —menea su cabeza, recordando—, eres la razón por la que funcionó todo en mí después de lo que pasó entre Joana y yo.
Comienzo a llorar.
Sus palabras me tocan, me queman, me encantan.
Es un dolor ardiente que brota desde mi pecho. Quiero tenerlo conmigo, llevármelo en una pequeña esfera de nieve y poder verlo cada día, cada noche, a cada momento.
—Todos tenemos a alguien que no tenemos —digo molesta, triste, queriéndome comer las palabras.
—Si hubiera dicho todo lo que quería decir —me toma el rostro con delicadeza—, hoy todo sería diferente.
Lo miro, y, al igual que yo, tiene lágrimas en los ojos. ¿Por qué...? ¿Por qué es tan complicado esto? Su rostro, ahora afligido, me mira perdido. Inclino mi rostro hacia su mano al tiempo que levanto mi hombro para sentir más cerca de mí su tacto tibio y gentil. Comienzo a frotar mi mejilla contra su palma, y, se siente bastante bien.
—Ale... —le tomo el brazo con mi mano.
Esto en serio, en serio, se siente bastante bien dentro de mí, en un lugar donde rara vez se reciben sentimientos de afecto por otros. Esta parte de vulnerabilidad que tengo por las muestras de cariño, ¿cuándo fue la última vez que fui así de permisiva?
—No —cierro los ojos y una lágrima cae. Luego, le beso la palma de la mano con cuidado—. No lo hagas.
Le retiro la mano de mí.
—Mañana me iré. Y, esto, no, funcionará —me encojo de hombros, tragándome el llanto—. Estaré en Vancouver y tú... —extiendo mis manos y meneo la cabeza, confundida—, a ocho mil cuatrocientos kilómetros de distancia.
Retrocedo un par de pasos para poder regresar.
—¿Quién nos asegura que... no pasará otra cosa? ¿Que... todo será igual?
No expresa nada, porque sabe la respuesta. Ambos sabemos la respuesta.
—Perdón —digo, seria.
Nadie tiene las respuestas que busco. Es lo divertido de crecer; tengo que pasar mucho tiempo averiguando las cosas. Pero tengo en claro que todo cambia, que nada se mantiene constante, y que, entre más pronto domine el arte de dejar ir, más fácil será la vida para mí.
Y a Rubén, tengo que dejarle ir.
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