Confident
Después de levantarme de la cama con mucho trabajo, voy a la cocina y saco la bolsa de comida para mi gato de manera un tanto ruidosa, y así éste logre levantarse y alimentarse.
Pero ni así lo consigo, por lo que termino llevándoselo a la comodidad de su cama.
—Flojo —me quejo, rascando suavemente por detrás de su oreja—. ¿Qué haré contigo?
Ayer, mientras lo bañaba, intenté limpiarle los araños que traía; supuse que otro gato se había peleado con él.
Sin dejar de pensar en todo lo que pasó anoche en el arcade, termino de desayunar y tomo una rápida ducha; el calor está insoportable y estoy sudando a más no poder.
Justo cuando quiero prepararme mi desayuno, alguien toca la puerta. Por favor, que no sea Joana. O la vecina a pedirme más azúcar.
Abro apenas un poco y me encuentro con el desagradable muchacho de ayer. Con el tal Raul.
—¿Otra vez tú? —pregunto, molesta—. Esto es propiedad privada.
—Mi casa también —excusa, cruzándose de brazos—, y tu gato aun así entró en ella.
—Ni pedo, es un gato—comienzo a cerrarle la puerta lentamente para dejarme terminar mi frase—, no puedes culparlo ni a él ni a mí.
De pronto, empuja con su antebrazo la puerta y ésta se abre de golpe, que afortunadamente alcanzo a detener con la mano.
—Tienes que hacerte responsable —comenta serio, con aire molesto.
—Lo hago —entrecierro los ojos—. Estoy corriendo de mi casa a un desconocido.
Intento cerrar la puerta de nuevo, pero ahora pone su pie para detener el impacto.
—No me estás entendiendo —dice—. ¡Tú gato hizo daños en mi casa!
Me mira como si yo tuviera la roña, o algo peor. Este tipo no me quiere, ni a mí, ni a Toncho. El sentimiento es tan mutuo, que casi puedo sentir que lo que pienso de él, él lo piensa de mí.
Se pone en una postura más firme y comienza a escudriñarme la mirada.
—Rompió varias cosas, y lamentablemente debes responder por ello.
No. Definitivamente no. Si quieres sacarme dinero, tendrás que intentar con otra excusa.
—Vete de mi casa —cierro la puerta más fuerte pero vuelve a poner su brazo.
Si hubiera sido Jamie, Rafa, Jorge, o cualquier otra persona, ese empujón habría bastado para dejarles fuera de la zona de la entrada.
Odio que Ramón sea tan alto; me molesta que esté aquí, obstruyendo mi camino, no soporto que me hable en ese tono, y mucho menos me gusta que quiera pasarse de listo.
—No escuchas —comienza a regañar—. Te estoy diciendo que tenemos un problema aquí y no me prestas atención —de pronto, veo cómo intenta señalarme con el dedo.
Una desagradable imagen viene a mi cabeza y entrecierro los ojos, mirándole el dedo. Se interrumpe solo y comienza a analizar la situación, luego, sólo se queda inmóvil.
—No —dice serio, en tono de advertencia—. No te atrevas.
—Pues no me señales.
Lo acomoda lentamente dentro de su puño y luego se cruza de brazos. Ya no sabe qué decir, ni qué hacer; se le agotaron las ideas.
—Vete —vuelvo a añadir.
—No hasta que me des una solución —se pone eufórico.
Si continúa de esta manera, vendrán los vecinos a callarme.
No puedo simplemente aceptar órdenes de un completo extraño y admitir que debo estar dándole dinero por algo de lo que ni si quiera estoy segura. Pudo haberse encontrado a Toncho en la calle y decirme el rollo de su casa.
No confío en él.
—Va. Ya sé —hago mi tono de voz apenas menos brusco—; cierra los ojos...
Se queda unos segundos esperando a que prosiga, hasta que por fin suelta;
—¿Y luego?
—Ya.
Se queda atónito. Caray, ¿por qué no sólo se marcha y ya? Hace que las cosas se compliquen mucho, y yo odio lo complicado.
—Madre mía. ¡Eso no es una solución!
Qué la chingada.
—Claro que sí —trato de no exaltarme—; ojos que no ven, corazón que no siente.
Y le cierro la puerta en la cara.
Espero un par de segundos ahí de pie, esperando a ver qué sucede, y de pronto solo se hace un silencio en el ambiente; no se escucha nada. ¿Se habrá ido ya?
—¡Oye! —comienza a gritar—. ¡Abre la puerta!
No respondo y comienzo a caminar dentro de la casa para ponerme mis audífonos e ignorar por completo al loco sujeto extraño que está allá fuera. Si continúa haciendo ese escándalo, estaré en problemas.
Enciendo el Xbox y continúo ignorando al mundo. Cuando me siento en el sillón, me cruzo de piernas y Toncho aparece de la nada para mirar fijamente la puerta, como asechando algo. A los cuántos minutos de partida, vuelvo a mirar al gato, y me percato de que sigue contemplando fijamente a la puerta; es una de las pocas veces que lo veo así de concentrado, así de atento.
¿Seguirá Roberto ahí?
Me pongo de pie, dejo los audífonos junto al control remoto con la partida del juego en pausa, y tratando de hacer el menor ruido posible, me pongo a gatas junto a la puerta para observar por la pequeña ranura superior hacia el pasillo; hay un par de pies del otro lado, moviéndose de un lado a otro.
Sigue ahí.
Y entonces, sucede algo que no espero.
—¿Rubén? —exclama alguien con asombro. ¿Qué haces aquí?
—¡Joana! —exclama aliviado—. ¡Qué bueno que llegas!
Me asomo por el pequeño orificio redondo de la puerta; están charlando a unos centímetros de las escaleras.
—Llevo tanto tiempo aquí de pie —señala mi puerta con brusquedad—, ¡y esa tía se niega a abrirme! Ya no sé qué hacer.
Cuando veo su dedo apuntar mi puerta, me dan ganas de salir y morderlo.
De pronto, veo cómo Joana toma la oreja de Rubén y tira de ella hacia abajo con un poco de fuerza, molesta.
—¿Qué te dije de venir a molestarla? —habla dura, entre dientes, con voz queda—. ¿Qué fue lo primero que te dije ayer?
Al no responderle, Joana hace más fuerte su agarre.
—¿Qué te dije?
—¡Auch! —se queja—. Que no viniera. ¡Que no viniera!
—¿Y qué fue lo que hiciste?
—Venir...
Esto es tan intenso; significa que la que manda entre ellos dos es Joana. Y está sometiendo a Rubén de una manera gentilmente dolorosa.
Esto es tan divertido.
¡Y me encanta! Quizá Joana no sea tan mala después de todo.
—Ve a casa, Rubén —dice, soltándolo—. Hablaremos de esto luego.
—¿Qué hay de lo que pasó? —exclama en voz baja—. ¡Tengo que resolver esto!
—Y esta no es la manera.
Se acerca a él y le dice algo que mis oídos ya no alcanzan a percibir, aunque alcanzo a notar que el muchacho frunce el ceño y asiente una vez, resignado. Luego, se marcha.
¿Pero qué?
Me alejo de la entrada y me quedo ahí, esperando a ver qué sucede, hasta que reacciono; Joana vino y encontró a Rubén. Vino hasta aquí, a mi casa... Probablemente porque este güey la llamó. Y ahora sabe dónde vivo.
Al cabo de diez minutos, una llamada entrando a mi celular me interrumpe los pensamientos, y por los nervios, contesto de inmediato.
—¿Bueno?
—¡Ale, Hola! —saluda emocionada la chica—. ¿Cómo estás? ¿Estarás libre ahora? Quería invitarte a salir —se escucha nerviosa—, por una nieve o... a comer algo. Estoy cerca de tu casa porque quería disculparme por lo de ayer.
Entonces por eso estaba ella aquí.
—Oh, claro, está bien.
—¿De verdad? —noto alivio en su voz—. ¿Entonces puedo verte en unos diez minutos?
—Uhm, te regreso la llamada ahorita.
Hay un silencio en el área muy intenso, tanto en el departamento, como en la calle de afuera, como en el pasillo.
—¡Hey!
Hablé muy pronto.
—¡Abre! ¡Sé que estás ahí, acabo de escucharte!
¿Pero en qué momento regresó este sujeto? Aquí es donde debo coordinar mi lógica con mi conveniencia; a lo que se ve, Joana podría ser mi salvación hacia Rubén. Podría ser mi repelente, mi escudo. Podría ser mi salida.
Sólo debo saber usar esto a mi favor.
Le marco sin demora.
—¿De casualidad estás cerca de los jardines Lepanto?
—Sí, bastante.
—¡Perfecto! Te veo entonces en el puestito de nieves, el quiosquito.
—Muy bien.
Me preparo a cerrar las ventanas y las puertas, a dejar la sala más o menos arreglada, el plato del gato lleno de su comida y la casa algo presentable; no quiero tener problemas cuando llegue mi mamá.
—Ahorita vengo —le digo a Toncho, poniéndome de cuclillas junto a él—. No tardo. Pórtate bien.
Tomo mis llaves y comienzo a prepararme para salir lo más rápido posible de la casa; si tengo suerte, Rubén apenas y se dará cuenta de que me he ido.
Intento revisar por el orificio redondo, y al no ver nada, suspiro, me preparo, y abro la puerta de golpe.
—¿Eh? ¡Oye! —me grita—. ¡Espera! ¡Vuelve aquí!
Rayos. Otro poco de velocidad y no me hubiera visto del todo; estaba distraído viendo hacia el fondo del pasillo. Bajo trotando las escaleras y me preparo a salir del edificio lo antes posible. Eso sí, mi intención no es perderme de él.
—¡Que te estoy hablando! —grita—. ¿A dónde vas?
—Lejos de ti.
—Tengo pruebas —dice molesto, tratando de llevarme el paso.
¿No tiene nada mejor qué hacer? ¿No debería estar en clases o algo así? Es como si intentara arruinar el lindo día que planeaba tener hoy. La calle parece más larga hoy que de costumbre, aunque debo admitir que el aire de esta hora se siente bastante agradable.
—¡No me ignores! —vuelve a ponerse frente a mí mientras camina de reversa—. Tengo fotografías. Evidencia. ¡Pruebas!
—¿Y quieres que te aplauda o qué pedo? —no me digno a mirarle y continúo caminando.
Al frente, veo un poste de luz, por lo que decido ir guiando a Rubén hacia éste; al tiempo que camino, me voy haciendo lentamente a la izquierda.
Sin dejar de hablar y caminar de espaldas, poco a poco se va acercando a su inminente choque.
Esto va a estar bueno.
—¡Hey! —vuelvo a la realidad—. ¿De qué te ríes? ¿Te parece gracioso lo que estoy diciendo?
Este cabrón debería voltear al menos para corroborar su seguridad cuando camina de esa manera.
Aunque, bueno, tratándose de él...
—Primero que nada —respondo—, te vale tres hectáreas de verga de qué me río.
Solo un par de pasos más...
—Y segundo —le digo, indiferente, sin dejar de caminar—, aguas.
—¿Aguas? ¿Qué coño es e—
Se vuelve de golpe y su cuerpo queda estampado contra el poste.
No evito contener las risas y suelto una honesta y gran carcajada mientras me apresuro a cruzar la calle.
Es agradable sentir el silencio y la paz de este lindo lugar, escuchar a los niños jugar y...
—¡Oye! —escucho, y cuando volteo, siento un golpe seco en todo el cuerpo.
Me cuesta trabajo recuperar mi visión clara, pero cuando lo hago, me percato de que Rubén se ha lanzado sobre mí para derrumbarme; ahora tengo ramas y hojas en mi ropa.
—¡Escúchame, coño! —grita.
Me molesto y lo aparto de mí con un empujón. Me incorporo como puedo y ambos nos miramos de frente.
—¿Qué putas quieres? —le grito—. ¿Qué chingados te pasa, cabrón?
—¡A ti qué cojones te pasa! —exclama.
Tengo una tremenda ira hacia él que no puedo explicarme. De pronto, me vuelvo a mi izquierda: a no más de cien metros, está Joana de pie.
Rubén y yo nos miramos con cara de pocos amigos, y es entonces cuando sé que que ambos tenemos la misma idea. Sin decir nada, comenzamos a hacer una carrera hacia donde está ella. Debo ganarle a este sujeto; puedo ser un poco bajita y rellenita, pero mis piernas son más hábiles de lo que parecen.
Entonces, siento otro empujón y esta vez caigo a la tierra.
—Hijo de la chingada —digo para mis adentros.
Rubén, te vas a arrepentir.
(⋋▂⋌)
—¿Qué está pasando? —pregunta Joana—, y, ¿qué te pasó en la cara?
—Que te diga esta tía —responde Rubén, tratando de no hacer gestos.
Está lleno de tierra y hojas y unos cuántos arañazos.
—Ale, ¿estás bien? —cuestiona, dando un par de pasos hacia mí—. Estás llena de tierra y... hojitas.
Retira unas cuantas mientras habla.
Por alguna razón, me siento furiosa contra él; me ha ensuciado la ropa y ha provocado que tenga que darme un baño.
Cómo lo odio.
—Me cansé —añade Rubén de pronto—. Intenté pedírtelo de buena manera.
—¿De qué hablas? —indaga Joana.
—Tengo pruebas —saca su móvil —. Y se niegas a verlas.
—No quiero nada que tenga que ver contigo —respondo, seca.
—¿¡Ves?! —exclama, un tanto ruidoso—. ¡Que con ella no se puede! No, se, puede.
Me cruzo de brazos y me quedo inmóvil, frunciendo el ceño.
—A ver, enséñame a mí.
Joana toma el móvil y comienza a observar las fotografías. Hace aumento a las mismas y se queda callada unos segundos.
—¿Esto es en tu cuarto? —indaga en voz queda.
Al ver el rostro de la chica, noto que ahoga una risa entre sus mejillas.
Cuando me entrega el celular, reproduzco el video de nuevo. Ahí, frente a la cámara, está el chico grabándose mientras está en la computadora.
Por un momento no evito pensar "qué pedo", y no es hasta que continúo un par de segundos más, que me doy cuenta de que está haciendo un video de él mismo jugando, como los nuevos youtubers que juegan Minecraft. Y entonces, lo veo, Toncho entrando por la ventana, Rubén asustándose ante dicho acontecimiento y lanzando su cuerpo hacia atrás, junto con sus audífonos, teclado y parte de su silla. El gato, por otro lado, sólo brinca de allá para acá, asustado y confundido.
La cara y los gritos del chico son oro puro.
Suelto una carcajada desde el fondo de mi pecho, claramente burlándome de lo que acabo de ver.
Incluso me toma un par de segundos volver a tranquilizarme.
—Necesito ese video —pido.
Joana suelta una risita.
Suspiro un tanto ruidoso luego hago una expresión de desagrado.
—Tsk. Está bien pues.
—Vale —se acomoda su sudadera, molesto—. Entonces estaremos en contacto.
—Si el primer mensaje que reciba de ti, no es ese video —le amenazo—, no esperes que "estemos en contacto".
Da media vuelta, refunfuñando, y comienza a caminar lejos de nosotras; ni si quiera se despidió de Joana.
—Bueno —dice ella—. Al menos lograron resolver ese detalle...
Eso no significa que vayamos a estar bien ahora. Por su puesto que no, y menos por lo que hizo hoy.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro