Bunnydance
Después de haber sido amenazado cruelmente por Joana al momento de entregarme los archivos que le envió su amiga, los tuve que haber leído unas diez veces y haberlos estudiado tanto como pude, para finalmente llegar a la conclusión del por qué Alejandra me había pedido que hiciera un mes de su tarea.
Joana me dio consejos de redacción, e incluso me dio una especie de exposición ayer por la noche sobre cómo ser un buen redactor. Me gusta leer y eso, pero no me siento capacitado para escribir. Aunque, a juzgar de cómo estoy iniciando, supongo que no me irá tan mal como creo.
Alejandra me recomienda escribir en una especie de hoja, palabras o ideas clave que puedan servirme como guía para redactar lo que sucedido durante el día, e incluso puso varios ejemplos. ¿Por qué me toma? ¿Un tonto?
Como sea, iniciaré a escribir durante la noche.
Odio hacer esto, me molesta mucho tener que cumplir lo que digo, porque entonces pasa esto, y termino haciendo las tareas a regañadientes, sin ganas o de mala manera. Nada de esto ocurriría si Joana no se hubiera molestado en presentarme a sus nuevas amistades aquel día en el arcade. Aunque, bueno, tratándose de ella, haría cualquier cosa que me pidiera.
—¡Tío! —me grita Juan, mi compañero de piso—. ¡Vamos, que tengo que llegar a hacer de comer!
—¡Qué va! Encarga una pizza, te digo —le cuelgo el brazo en el cuello—. No quiero que vuelvas a hacer un desorden en la cocina como la otra vez.
—Eso fue un accidente, entiende, coño.
Oh, claro que sí.
—Uno innecesario —añado, un tanto histérico.
Ríe ante el comentario y continúa caminando. A medio camino, cuando llegamos a la Plaza Mayor, me quedo de pie afuera del arcade. A pesar de que el sol está apenas bajando, se siente un aire fresco y muy agradable. Me alegra que no esté todo el día caliente.
—¿Por qué te detienes? —cuestiona—. ¿Te duele algo?
—Esperaré aquí.
A los pocos minutos llega Jamie, solo, vistiendo un suéter color gris con letras japonesas escritas. Parece emocionado conmigo, como queriendo socializar y ser buena persona o algo así, y se nota que lo intenta, lo cual me agrada.
Trato de corresponder a su gesto, respondiendo sus preguntas o continuando con el cotilleo, porque siempre que hablo con él, siento que charlo con un niño muy pequeño. Aunque claro que, para la altura que tengo, todos son unos chavales.
Después de contarme lo divertido que suena la llegada de su familia escocesa, me dice:
—Vi el otro día que jugabas Point Black —comienza a decir—. Eres bueno.
—¿Huh? —me toma por sorpresa—. Gracias, creo. La verdad es que no juego tan bien.
Lanza una risita, se acomoda las gafas y continúa hablando.
—I didn't wanted to say anything about it —carraspea un poco y me habla a susurros, como si fuera prohibido decirme;—, pero también sabes defenderte en Mortal Kombat.
—¿Gracias?
—La manera en cómo me atacaste el otro día fue amazing —se escucha emocionado—. Y luego la batalla que dieron Ale y tú... Wow...
—Sigo sin explicarme cómo es que lo logró —añado, un tanto resentido—. Tenía su barra casi agotada y ella solo... ganó en el último segundo.
Es como cuando mis amigos de juegos online hacen alguna especie de trampa de último minuto, tal y como la partida de anoche antes de que el Creeper nos envistiera.
El chico pelirrojo sonríe tiernamente, como si recordara algo. Se quita unos segundos sus anteojos y comienza a limpiarlos con el borde de su playera.
—Tiene una capacidad de... —piensa unos segundos sus palabras—, sorprender cuando se lo propone.
Sí, claro. Si sorprender es «estar de pesada todo el tiempo», entonces supongo que es muy buena sorprendiendo a la gente.
Y de repente, un aroma suave y dulce me llega a los pulmones, un olor rico que podría percibir incluso a kilómetros de distancia: Joana.
—¡Hola chicos! —saluda.
Luce radiante.
La gente que pasa cerca de nosotros la mira mucho, y digo, ¿quién no? Ella es muy linda, y se ve muy bien con cualquier cosa que traiga puesta encima. Además, su cabello brilloso y suave llama mucho la atención.
Me coloco un poco más cerca de ella para lanzarles advertencias a los espectadores.
—¿No ha llegado Ale? —pregunta, buscando en todas direcciones.
—No —responde Jamie—. She's coming, tho.
Un estornudo muy fuerte nos hace brincar a todos del susto. Cuando me vuelvo para buscar el origen, me encuentro con Alejandra; tengo que bajar la vista para poder mirarle. Se frota ligeramente la nariz con su dedo índice.
—¿Estás enferma?
Cuando alza su vista, me lanza una mirada de pocos amigos. ¿Qué le hice ahora?
—Alguien está hablando de mí.
¡¿Qué?!
ヽ(*゚ー゚*)ノ
—Escucha —le digo.
Tengo que hablarle a Alejandra con un tono de voz adecuadamente cuidadoso; parece molesta por alguna razón, y temo que esto no resulte bien.
—Sé que iniciamos con el pie izquierdo —me trago el orgullo y comienzo a repetir lo que ensayé con Joana—. Pero... Si queremos que esto funcione, debemos llevarnos mejor.
—¿Que funcione qué? —inquiere, cruzándose de brazos con una mirada de confusión irónica.
—El grupo —corrijo—. Nosotros cuatro.
Se queda callada.
Joana me pidió de favor que tratara de solucionar las cosas con Alejandra porque le era incomodo la situación tensa que armábamos ella y yo cada vez que estábamos juntos los cuatro en algún lugar.
Es mi mejor amiga; no puedo negarle nada. Si hago esto, es por Joana, y porque sé que aprecia mucho a Alejandra.
—Joana habló conmigo —continúo—. Estoy seguro de que también ha hecho igual contigo.
Al no responder, tomo por hecho que sí hubo esa charla.
—Entonces sabrás que quiero cambiar —decir esas palabras me cuesta. Se siente como cuando tragas vinagre—. Si no lo harás por ti, al menos hazlo por Jamie —indico un poco más exaltado al ver que me ignora—. Él parece feliz cuando estamos los cuatro.
Le señalo en dirección a su amigo y ella se voltea para mirar. Él y Joana participan en un mini-juego de golpear a un tonto topo que brinca, ambos riendo mucho y pasándola bien, como si fueran ya muy viejos amigos.
Alejandra tiene una lógica extraña, muy cerrada y poco crítica. No es que yo sea un experto, claro, pero si me comparo con ella, me siento la persona más optimista del mundo.
Suspira de manera un tanto ruidosa, como quejándose y me voltea a ver a los ojos. Me duele el cuello de tener que mirar tanto hacia abajo.
—Está bien —se encoge de hombros y comienza a caminar lejos de mí con indiferencia—. Pero eso no significa que ya me caigas bien.
Da media vuelta para mirarme unos segundos.
—¿Me odias?
Esto definitivamente no va a resultar.
—Nah —noto un poco de sarcasmo y una sonrisa disfrazada de ironía—. No te odio. Es más, si un día tu te estuvieras ahogando con un pedazo de comida en un restaurante, y yo estuviera ahí, sí te vengo saludando.
Da media vuelta y continua caminando en dirección a sus amigos.
¿Qué? ¿Pero qué le pasa a esta loca? Intento enojarme y ponerme eufórico, pero luego recuerdo la carita tierna que me hizo ayer Joana después de haber hablado conmigo.
La puta madre. No me interesa en lo más mínimo una amistad con Alejandra. Si quiere tomarla, bien, y si no, también. Tengo suficiente con mi mejor amiga.
( ・_・)♡
—Alejandra no es agradable en ningún sentido —digo molesto—. No, no, para nada. Ni si quiera es buena persona. Qué pesada es. ¡Es que ni si quiera lo intenta!
Mi amiga suelta una carcajada al escuchar eso.
—No veo nada de lo que dijiste. En serio, Joana. No lo veo —estoy desesperado, molesto—. Esa tía me saca de quicio, de verdad. No estoy de coña; he visto piedras más alegres que ella. No me lo puedo creer.
—Vale, vale —escucho ruidos de agua cayendo por la regadera—. Admito que quizá no sea la chica más risueña y alegre de todas al principio, pero, necesita tiempo.
Su voz es tan dulce que puedo sentirla como un arrullo.
—Es como tú; al principio, no ríes a carcajadas con cualquiera, ¿o sí?
—No, pero la diferencia es que yo al menos sí lo intento.
—Cada quien es... diferente, Rubén. Detrás de una persona difícil, hay una historia difícil.
Me quedo callado, pensando en esa frase.
—Vale, pero, ¡no le da razón a ser mala con la gente!
—Ella no es mala. De hecho, me sorprende que se comporte así contigo.
—¿A qué te refieres? ¿De mala leche? ¿De pesada, la muy gilipollas?
—No, no.
Tomo asiento en la silla negra del escritorio y me recargo en el respaldo, al grado de quedar reclinado.
—Me refiero a los chistes que te hace. Son muy divertidos —ríe a carcajadas—. Nunca se me hubiera ocurrido lo de la comida, y tú ahogándote.
—Ugh, ni me lo recuerdes.
—Me refiero a que, ella quizá sí lo intenta pero, no de la manera más usual —explica—, o de la que tú esperas. Probablemente te hace este tipo de bromas para divertirse contigo, y comenzar a romper el hielo, ¿no lo crees?
—O quizá sólo quiere reírse de mí.
—¡Ah, por favor! ¡Vamos, Rubén! Te falta visión.
—Quizá necesite lentes de contacto como tú.
Ríe ante el comentario. Una sensación de escalofríos me recorre el cuerpo; pero qué tierna es.
—Tranquilo. Ya verás que pronto, comenzará a cambiar. Hablaré con ella.
—Vale, me parece bien.
Enciendo el ordenador para comenzar a jugar con mis amigos un rato antes de ir a dormir. Pronto darán las nueve de la noche.
—Debo ir a atender algo —comenta, suspirando de manera cansada—. Hablamos luego, ¿está bien?
—Vale, Joana.
—Buenas noches.
—Buenas noches.
Cuelga.
Dejo el móvil a un lado y me pongo los cascos.
Todavía recuerdo aquella noche que Joana me llamó, emocionada y contenta, invitándome a salir con unos nuevos amigos de ella. Al principio, creí que se tratarían de un par de tías con los mismos gustos de ropa que Joana, pero, luego, cuando escuché tal agitación y alegría en su voz, pude percatarme de que se trataba de algo verdaderamente importante para ella.
"¡Es una amiga muy genial, y, muy divertida! Tiene un gran sentido del humor, y es muy buena para los videojuegos. ¡Es una gran tía! ¡Definitivamente debes conocerlos! ¡El chico también es un amor! Por favor, Rubén, ven con nosotros".
En ese entonces, esperaba a alguien diferente, pero, Alejandra, no es nada como Joana dice.
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