Bubble Gum
—¡Ya, ya, ya! —digo, al ver que todos caminan con calma—. ¡Apúrenle!
El día de hoy pinta a ser muy cultural, lleno de obras maestras que he querido conocer desde hace muchísimo. Si en definitiva hay algo que me guste de hacer viajes, es poder contemplar aquella parte cultural de la ciudad.
—¡Se nos va a hacer tarde! —vuelvo a decir.
Ayana ha decidido venir con nosotros, lo que significa, que Javier estará moviéndonos por la ciudad. Casi veinte minutos duramos en el camino, comiendo unas galletas y algunos jugos para matar el hambre unas horas hasta que logremos encontrar un lugar para desayunar.
Comenzamos conel Louvre, un museo que avergüenza a todos los demás. Sin paralelo en cuanto a su colección, su sentido de grandeza y su diversidad, el Louvre es uno de los museos más famosos del mundo. Miramos a la Mona Lisa, y tomamos fotos frente a la pirámide de cristal gigante, disfrutando de las antigüedades egipcias y aprendiendo sobre el Islam en la sección de artes islámicas.
Debo admitir, que quedé inconforme con el tamaño del cuadro de la Mona Lisa, pues era más pequeño de lo que mi mente suponía, y la gente se aglomeraba justo en esa parte sólo para ver esta pieza; literalmente no se podía apreciar del todo bien.
—Creí que sería más grande —digo, torciendo el labio superior hacia la derecha.
—Yo también —me toma Rubius del hombro—, pero, no luce mal.
Me quedo callada, tratando de no gritar por su tacto. Dios, me va a dar un paro cardiaco.
—Las mejores cosas vienen en versiones pequeñas —me guiña un ojo y comienza a avanzar lejos del gentío.
La arquitectura del lugar en sí es otra obra maestra. Los techos interiores son otra cosa impresionante, sin mencionar el patio del Palacio. Describir cuatro horas y media de visita en este museo sería una exageración, pero, si sirve de consuelo, era como estar en un verdadero palacio francés, con detalles en todas las molduras de las paredes, con detalles color dorados, y ventanas altas, que refrescaban el lugar.
—Es probable que siguiéramos en la fila —me susurra Ayana—, si no hubiéramos tomado el atajo.
Cuando llegamos, no tomamos la fila normal para poder entrar, sino que usamos una de las salidas para poder entrar, y nadie nos dijo nada; claro, sólo revisaron que tuviéramos nuestros boletos.
—Sí —le sonrío, tímida.
Nos detenemos de manera rápida en un lugar llamado Cojean Louvre, donde compramos provisiones hasta salir de nuestra siguiente visita. Nos hemos cargado de botellas de agua para resistir durante el día, y yo llevo dos de las cinco que he traído conmigo. A pesar de que la atención es amable, tengo que ayudarle de nuevo a Rubén a ordenar comida cuando escucho su terrible francés. Frente a nosotros, está situada una de las partes frontales del palacio, y a un costado, la iglesia Saint Germain-l'Auxerrois. Hemos decidido comer a la orilla del Río Sena, casi junto al puesto de revistas, sintiendo el frío viento, y la agradable sombra que nos cobijan los árboles.
—Quiero subirme a un bote —dice Jamie, señalando el que va pasando—, y que nos den un recorrido por el río.
—Como en San Francisco —le recuerdo, dándole un trago a mi bebida—. El ferri del Golden gate.
—¡Yes! —ríe ante el comentario—. ¿Recuerdas cómo terminó Omar?
—Sí —comienzo a reír, al recordar tal escena.
Hace años, la escuela nos llevó de paseo al ferri, tomando una ruta hacia el puente. El viento era tanto, y las olas tan fuertes, que el barco se mecía hacia delante y hacia atrás con bastante fuerza. Varios, estábamos contentos y emocionados; era como estar en una montaña rusa, pero otros, prefirieron marearse y vomitar en los baños del lugar.
De pronto, mi vista se encuentra con Rubén, que nos mira, pero que se voltea al instante, apenas se percata de mi mirada. Luce bastante lindo con su suéter negro, y sus jeans de camuflaje. Entonces, recuerdo algo;
—Me gusta tu suéter —dije, después de asegurarme que sólo él me escuchara.
—Gracias —se giró hacia mí, y se detuvo en seco al ver que traía puesta una falda—. T-también te ves muy linda.
Un rubor me atacó el rostro, seguido de una sonrisa nerviosa.
—Nunca dije que te vieras lindo —aclaro.
—Ah —se pone nervioso, dando media vuelta, fingiendo teclear algo en su móvil—. Tu falda, se ve linda. Y ese suéter también está lindo.
—Gracias —dije, y con eso tuve para estar nerviosa todo el día.
Decidí usar una falda gris hoy, con una blusa blanca y un suéter rosa palisandro, un tanto pálido. Un lindo bolso que me había dado Jamie hace mucho, hizo juego con esto; se siente bien tener la cámara ahí dentro, y no en mi cuello.
—¿Pasa algo? —inquiere Jamie de pronto, cortándome el recuerdo.
—No —miro el bolso—. Pienso en que es muy lindo.
—Oh —sonríe, complacido—. Gracias. Me alegra que te haya gustado.
El recuerdo que me trajo de Escocia, además de mi respectiva esfera de nieve. Jamie es hermoso en todo sentido, y, atento conmigo en niveles que no me explico; me cuida y se preocupa por mí, sin que tenga que pedírselo.
Supongo que hay amigos que pelean por ti, que te incluyen, que te respetan, que se mantienen conmigo, tal y como estos tres sujetos que vienen conmigo.
('⌣'ʃƪ)
Con una historia fascinante, el Museo de Orsay se ha transformado varias veces a lo largo de la historia. Desde ser una estación de ferrocarril hasta un centro de correo, este museo finalmente se ha conformado con su forma definitiva.
Pareciera que sólo a mí me gusta este tipo de lugares; Jamie y Rubius hablan entre ellos para evitar aburrirse, mientras que Joana y mi mamá revisan detalles del itinerario y de vez en cuando, los gastos que hemos hecho. Ayana es la que habla conmigo sobre cada lugar que visitamos, y me cuenta alguno que otro dato interesante.
Durante nuestra estancia aquí, llueve, un poco fuerte, por lo que, casi tres horas después de haber entrado al museo, logramos salir y ser partícipes de un frío que nos pone la piel de gallina.
—¿No tienes frío? —inquiere Joana, dando un paso hacia mí.
—No —respondo natural—. ¿Tú?
—No —sonríe ampliamente, mostrándome su hermoso suéter rosa—. Estoy bastante bien, de hecho.
Aunque, yo no pensaría lo mismo si tiene esas botas con tacón alto. Yo tengo puestos unos tenis bastante cómodos, y ya estoy cansada; cuatro horas y media en el Louvre, y otras tres aquí, me hacen querer un descanso.
—Vamos, niños —llama Ayana, subiendo al auto—. No debemos retrasarnos.
En menos de quince minutos darán las cinco de la tarde, y el cielo parece estar despejándose lentamente. Rubén me muestra las fotos que ha tomado, y por alguna razón me hace sentir especial, por ser la única con la que comparte su contenido. Parece un niño chiquito mostrándome la maqueta que ha hecho.
Nos relajamos después de esos dos museos en una de las fuentes en Place de La Concorde, hidratándonos con las botellas de agua en la acera, mientras que Joana y Jamie prosiguen con su sesión de fotos. La atracción principal es un obelisco egipcio de veintitrés metros, adornado mágicamente con jeroglíficos que datan de hace tres mil años. Nos sentamos junto a fuentes dedicadas a los mares y ríos, y caminamos por el mismo lugar donde ejecutaron a María Antonieta, la reina de Francia.
—Tengo frío —dice Jamie—. ¿Cómo es que tú no?
—Mi corazón es de hielo —respondo, haciendo un ademán con la mano—. No esperes que un simple viento me espante.
Rubén me mira, y cuando Jamie se voltea, me dice en voz baja.
—No creo que tu corazón sea de hielo —sonríe, y luego, me aplasta ambas mejillas son sus manos de manera cuidadosa—. De hecho, creo que eres adorable.
—No soy adorable —mis cachetes obstruyendo el movimiento de mis labios me hacen escucharme altamente torpe.
—¡Awww! —aprieta su nariz y sus ojos—. ¿Lo ves? ¡Puedes preguntarle a cualquiera!
Se vuelve hacia Jamie y Joana.
—¿A que Ale es adorable?
—Súper adorable —ríe Joana, dándole la razón.
—Such a cutie—continúa Jamie, para hacerme enojar.
Me molesto un poco; ¿cómo se atreven a decir que soy así? No lo soy, en definitiva. Yo soy ruda, fría, poco sensible, y... gentil, a veces. Sólo que, desde que Rubén y Joana aparecieron, he cambiado, un poco. Estos chicos, los tres juntos, me hacen sacar lo mejor de mí, a pesar de querer volver a mi manera de ser tradicional, con ellos, hay algo que me lo impide. ¿Serán sus risas? ¿Será su compañía, o los momentos que me hacen pasar?
Quizá los quiero, más de lo que creo.
Y comienzo a pensar, que no hay nada que no haría por ellos.
(ღ˘⌣˘ღ)
Las aclamadas calles de los Campos Elíseos son conocidas por su glamour, sus elegantes boutiques y sus excelentes tiendas como Louis Vuitton, Milady, Hugo Boss, Cartier, entre otras. Debido a falta de tiempo, y a que perece que se acerca otra tormenta, decidimos regresar a casa, no sin antes pasar por el arco del Triunfo, el cual alberga la elegancia y el prestigio que emanan de uno de los iconos más simbólicos de París.
En los cuatro pilares del arco están grabados los nombres de las batallas ganadas por los ejércitos napoleónicos y los de quinientos cincuenta y ocho generales franceses, algunos de los cuales murieron en combate y sus nombres se encuentran subrayados. El dinamismo de París en la confluencia de doce de sus principales avenidas es digno de admirar. Las vistas tampoco desmerecen la subida.
—¿Ale? —inquiere Joana, con voz tímida—. ¿Estás bien?
—Sí —respondo, natural.
Da un par de pasos más cerca de mí, y aprieta mi hombro con dulzura.
—Sabes que estoy para ayudarte con todo, ¿verdad? —inclina ligeramente su cabeza, buscando mis ojos.
—Sí —a juzgar por su tono de voz, sé que hace referencia al asunto de mi papá. ¿Cómo se dio cuenta? ¿Rubén le dijo? ¿O mi madre?—. Gracias.
—No estás sola —sonríe, tierna, y me da un abrazo—. Nos tienes a nosotros. Cualquier cosa que necesites, házmelo saber, ¿vale?
—Okay...
Subir a la azotea fue fácil. Lo divertido será bajar.
De las doce avenidas les brotan los árboles frondosos, y, el suelo se mantiene mojado, húmedo, por la lluvia. La vista que ofrecen estos cincuenta y seis metros de altura es algo bastante espectacular; desde aquí, los autos y las personas lucen diminutas.
—¿Verdad que sí estaba más rico el café de aquí? —pregunto, tomando el hombro de mi mamá.
Sonríe, divertida, y continúa mirando hacia el frente.
—Nadie va a remplazar el de olla.
—Ya sé —digo tranquila, y me recargo unos segundos en su hombro, permitiéndome sentir su calor, su aroma a perfume, su cercanía.
¿Qué haremos hoy en la noche? Lo único que quiero, es estar con Rubén; después de lo de ayer, siento que hay más confianza entre ambos. Cada vez que nuestras miradas chocan, me sonríe, y dentro de mí algo se alborota. Toda una manada de elefantes se mueve de un lado a otro, desde mis pies hasta mi cabeza, pero concentrándose en el estómago.
Cuando llegamos a la casa, lo primero que hacemos todos es ir directamente a los cuartos y deshacernos de los zapatos. El piso luce bastante limpio, y andar descalzos no sería un problema.
—¿Quieren algo de cenar? —inquiere Ayana, una vez que logramos quedar reunidos todos.
—De hecho —dice Joana, algo tímida—. Yo esperaba que, pudiéramos ir a algún lugar, claro —se vuelve a todos—, los que gusten. Hay un bar al que quiero ir. Plan B.
Ayana la mira, divertida.
—¿Vas a conocer a tu gran amor en París?
—No —ríe la chica, nerviosa—. Quiero ir por una caña. Es todo. Distraer mi mente y bailar un poco.
Mi madre tuerce la boca, como si la idea no le agradara. Ayana termina suspirando y tomando a la chica de lentes por los hombros.
—Vienen a divertirse —le explica—. Vayan a hacerlo entonces.
Tanto Rubén como Joana sonríen ante tal sorpresa. Ambos suben las escaleras terminan cerrando las puertas de sus habitaciones.
—¿Vas a ir? —le pregunto a Jamie, cansada.
—¿For a beer? —levanta una ceja—. No, gracias. ¿Tú irás?
—Nah —respondo, lo suficientemente alto para que me escuche mi madre—. Quiero cenar, y bañarme.
Y para mantener lo dicho, lo hago. Ayana y mi madre preparan una ensalada de lechuga con ciertos frutos dulces, mientras Jamie y yo preparamos batidos de tres sabores diferentes, sin bastante azúcar. Los cuatro pasamos un rato bastante agradable, y para fortuna mía, no pienso en Rubén, a pesar de que se haya ido con Joana, tan guapa con su vestido y tan hermosa con su rostro maquillado.
Espero que ambos estén teniendo un rato agradable; parece que esta noche lloverá.
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