Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Blank Space



Quisiera poder decir que desperté con ganas de quedarme en casa todo el día, ver caricaturas o algún anime, o simplemente estar con Mía, pero, desde hace un par de días, se ha arrinconado en uno de mis cajones donde guardo ropa interior y pijamas. Hace menos de una hora, lo abrí, y ahí, entre un desastre sin acomodar, estaba acurrucada, hecha bolita. Se veía tan indefensa y gorda que no quise importunarle más.

Tuve que llamar a Alejandra para preguntarle unas cosas sobre los pequeños mininos, a lo que respondió por medio de un mensaje;

"Estoy en la Chocolatería San Guinés. Anexo 5. Frente al mural. Ven".

Y ahora, en este punto sin retorno, me doy cuenta de que debí haberme puesto un mejor atuendo. Huele delicioso, a churros horneados, a chocolate, a café, a aceite. Y tengo mucha hambre. Alejandra, sentada, con un moño en la cabeza y uno de sus cotidianos suéteres, me saluda un tanto entusiasta.

—Te tardaste mucho —saluda.

—Son como mil cuadras —excuso—. Y hay mucha gente en todos lados.

—Claro —toma una pequeña libreta y me la muestra—. ¿Cómo va?

Un dibujo de un café y un par de churros descansan sobre el papel, coloreados en tonos cafés muy claros.

—Madre mía —digo, acercándome a ella—. Está genial.

—Gracias —agacha su mirada.

Tomo asiento del otro lado de la mesita, y cuando intento encontrar un par de acuarelas sobre la mesa, no logro encontrarlas. No hay pintura, ni rastro de pinceles, o, de nada. El aire que se cuela

—¿Cómo lo pintaste? —inquiero al no encontrar señales de materiales—. Quedó muy bonito. Yo no haría eso ni en mil años.

Sonríe, tímida, haciendo que las mejillas se le estiren ligeramente. Le da un trago a su taza de café, para luego darme su pequeña libreta.

—Huele la hoja.

Sin cuestionarla, lo hago, con cuidado. Mi cerebro y mis sentidos esperan un olor a papel, pero, me sorprendo al percatarme de que, de hecho, huele a café. Muy, tenuemente, huele a café.

—¿Lo pintaste con café? —inquiero, casi gritando.

La técnica me ha tomado por sorpresa. Ale me ha tomado por sorpresa; ¿desde cuándo se puede pintar con esto? ¡Quedó súper guay!

—Así es —remoja un pedazo de churro en el vaso de chocolate—. No es mucha ciencia, realmente. Muchos pintores usan el café como pintura, y, a falta de material... —levanta una ceja, irónica.

—Aún así quedó genial —sonrío de oreja a oreja, observando cada detalle.

La gente entra y sale de la pequeña puerta que tenemos a nuestra derecha, con sus bolsas de papel llenas de churros, o sus vasos de cartón rellenos de café. El olor me impregna los pulmones de churros recién horneados, por lo que mi estomago ruge con fuerza.

—¿Gustas? —ofrece, al ver que mi mirada se centra en su plato.

—Uhm, ¡sí! —me levanto de la silla y comienzo a dar pasos hacia la entrada del lugar—. Pero, iré por unos para mí. No te preocupes.

—¿Seguro?

—Síp —toco su nariz, haciendo un pequeño "bup".

Me mira, con los ojos muy abiertos, y por primera vez, noto lo redondos que son. La luz artificial que descansa sobre nosotros le ilumina el café de sus ojos, haciéndole ver una pequeña mancha color miel. ¿Pero qué demonios? Siento mi cara extraña, como, tibia, y, un hormigueo me recorre el estómago. Debo alimentarme antes de que pase otra cosa.

—¿Quieres algo más?

—Uhm... no —se vuelve al frente, desviando su mirada de la mía—. Gracias.

—Vale.

Eso fue incómodo. ¿Cómo demonios se me ocurre hacer semejante cosa? Aunque, incluso si lo digo así, somos amigos ya, ¿no? Entro al establecimiento, siendo recibido por un tapete que anuncia mi ubicación; chocolatería San Guinés. No hay mucha fila para llegar a la barra, pero sí hay bastante gente sentada en las mesitas, con sus tazas de café y té y churros. ¡Pero qué delicia! Las luces iluminando las verdes paredes me hacen recordar el estilo de las farolas que se encuentran en algunas plazas de Noruega. Hay demasiada iluminación aquí; el techo está alumbrado con luz blanca, y los espejos son de gran ayuda, aunque, si vienes de noche, te has de sentir probablemente cegado.

Huele bien. Quiero chocolate.

Una imagen de los ojos de Alejandra viene a mi cabeza. Pero qué ojos tan redondos tiene. Si los miras de lejos, parecen muy oscuros; me atrevería a decir que son negros. Y realmente no lo son. Son un café oscuro, como el chocolate, pero, si les da un rayo de luz, se convierten color miel, un tono avellana muy lindo.

Para cuando terminan de atender a la chica que tengo enfrente, me decido a pedir unos simples churros largos, sin café, sin bebida.

—¿Rubius? —inquiere una voz femenina al cabo de un par de segundos.

Me vuelvo hacia su origen, y me percato de la existencia de una chica de mediana estatura, de cabello castaño y ojos oscuros, con la nariz ligeramente aguileña. Es Julia. Tiene dos cafés en mano.

—¿Julia?

—¡Madre mía, Hola! —me da un abrazo rápido—. ¿Cómo estás? ¡Pero qué alto te has hecho!

—Sí —río nervioso—. Ha pasado mucho. ¿Cuánto tiempo? ¿Tres, cuatro años?

—Sí —responde, acomodándose un mechón de cabello detrás de la oreja—. Cuatro años.

Julia era una compañera de la escuela, pero, desde que cambié de escuela, no había vuelto a verle. Antes usaba lentes, y, se agarraba el cabello en una coleta; ahora lo trae con rizos en las puntas, y hasta usa maquillaje. Se mira diferente.

—Hostia, ¿qué has hecho? ¿Cómo te trata la vida?

—Nada importante —me encojo de hombros—. Estudiar, trabajar, ya sabes. Vivir.

—¿Sigues jugando videojuegos? —inquiere, con una risita.

En ese entonces, nuestros amigos y yo éramos conocidos por saber jugar videojuegos, y estar hablando de ellos todo el tiempo. Julia era mas bien de las chicas que hablaban de boy-bandsy series de novelas juveniles.

—Sí —sonrío, llevando mi brazo a la cabeza.

—Me alegro —sonríe apenas un poco—. ¿Vienes solo?

—No —miro por una ventana disponible—. Vine con una amiga.

De pronto, su móvil nos interrumpe, haciendo que se vuelva a mí, emocionada.

—Ya llegó —sus ojos indican algo lleno de felicidad—. Está afuera esperándome.

—¿Quién?

—Mi novio.

Ah. Vale, vale, espero que no sea del tipo celoso golpeador que se aloca por ver a su novia con un tío cualquiera, o estaré muerto. Para fortuna mía, Alejandra podría defenderme, aunque, conociéndola, disfrutaría de la vista con mucho placer. Incluso lo retrataría.

—Sus churros, joven —me llama la chica de la barra.

—Gracias —los recibo, y mi amiga me invita a salir del establecimiento.

Apenas salimos, la mirada de Alejandra está lista para recibir la mía. Siento una reconfortante señal de calidez, puesto que sigue ahí esperándome. Al percatarse de que vengo acompañado, su mirada cambia, se pone seria, y observa a Julia con cuidado. Caminamos hacia mi mesa, justo a tiempo para que mi acompañante se ponga de pie.

—Julia, ella es Alejandra —presento—. Ale, Julia.

—Hola, Ale —saluda ella, entusiasta—. Mucho gusto.

—Igualmente —dice, con un tono no tan entusiasta.

—¿Dónde está? —inquiero, buscando a posibles prospectos que puedan ser novio de Julia.

—Ahí —señala un punto justo debajo de una mesa con sombrilla—. ¡Cristian! ¡Por aquí!

Ale y yo nos volvemos al chico alto, de cabello castaño y de complexión delgada, de tez morena clara y un gusto formal de vestir. Sus ojos no son cafés oscuros, sino más bien unos claros. Su nariz luce respingada y delgada, y sus rasgos son finos. Cuando me vuelvo a Ale para hacer un comentario acerca de lo geniales que son los tenis del tío, noto en su mirada algo que me hace confundirme.

En su rostro, hay una expresión de asombro, y en la de él, sorpresa. La cara del tío, y la cara de Alejandra me lo dicen todo.

—¡Hola, Cris! —le planta un beso grande en la mejilla izquierda.

—Hola —el chico tiene su mirada sobre Ale.

Me toma un par de segundos procesar todo lo que pasa; Cris, con la mirada perdida en Alejandra, se queda callado. Sus ojos están inquietos, y, algo dentro de él, no logra entender una cosa. Por otro lado, la chica de cabello rizado lo mira, nerviosa, asustada, quizá hasta con miedo.

—Hola, Ale.

—Hola, Cris —dice ella.

Ni si quiera se mueve. Su postura se hace rígida, y desde aquí, puedo notar que no está cómoda con la situación. ¿Pero qué demonios está pasando? Todavía no logro entender qué pasa aquí. De pronto, Julia carraspea la garganta, haciendo que el momento sea interrumpido.

—Bueno, ¿nos vamos? —inquiere ella, con una sonrisa, mirando a su novio.

—Uh, vale —parpadea un par de veces de manera rápida y toma el vaso de cartón que le extiende.

—Rubius —me dice—. Espero poder verte pronto, ¿vale?

—Vale —sonrío, feliz.

Evito despedirme de ella con un beso para que Cris no me golpeé, que, a pesar de que es apenas un poco más bajo que yo, no me cabe duda que pueda soltarme un puñetazo a la nariz. Me vuelvo a él, pero sigue mirando a Alejandra, perdido, pero, quizá hasta contento de volverle a ver. ¿Eran viejos amigos? Ambos lucen perdidos, y bastante sorprendidos de haberse encontrado aquí, en este preciso momento.

—Fue... un gusto volver a verte —dice él, refiriéndose a Ale—. Cuídate.

—I-igual.

¿Eso fue un titubeo? ¿Eso que acaba de pasar fue nerviosismo? ¿Alejandra estuvo nerviosa frente a un chico? Aquí hay gato encerrado. Julia y Cris se despiden con la mano y comienzan a caminar hacia el otro lado de la calle, rumbo a la plazuela de San Guinés. Sin decir otra palabra, retomo asiento donde estaba apenas unos minutos atrás.

Destapo mi bolsa y comienzo a comer. Madre mía, pero qué delicia. Debí haberlos pedido para comerlos aquí.

—¿Y...? —indago, curioso—. ¿Quién era?

—Era... un conocido —dice, dándole un sorbo a su taza.

—A mí no me engañas —continúo, pícaro—. No fui el único que se puso incómodo con la situación.

No responde. Inmediatamente le da una mordida a sus churros.

—Ella era mi compañera de escuela —explico—, y tenía una amiga llamada Carla. Carla era muy guapa; todo mundo quería ser su novio. Julia fue buena conmigo alguna vez —bajo un poco la voz—. Llegó a ayudarme con algunas tareas de matemáticas, y una que otra de inglés.

Cuando en algún punto de ese año escolar, tuve problemas con esa materia, Julia se ofreció a ayudarme. Fue sólo una vez; a partir de ahí, me tocó a mí buscar medios para no pedir ayuda de nuevo, al menos, hasta que consiguiera más conocidos que supieran de matemáticas. Para ese entonces, Joana estaba en otro salón, y en una escuela que quedaba a un par de cuadras.

—No debes responder si no quieres —añado al cabo de unos segundos, a lo que se vuelve a mí.

Luce tierna con la taza de café entre sus dos manos.

¿Deberé guardarle un churro a Cheto? Me vería muy descortés si me como los tres y no le guardo siquiera uno. El camino a casa desde aquí no es tan largo, pero, a pesar de eso, no espero el momento de llegar para ver a Mía. Es temprano, aún.

—Cris era mi novio —dice, mirando hacia otra dirección—. Lo fue, durante un tiempo.

—¿Qué? —exclamo con poca fuerza—. ¿Y cómo pasó eso? Me refiero, a, ti, con, novio...

—Íbamos en la misma clase —dice—. Trabajamos en equipo un par de veces. Nos gustaban las mismas cosas y, era amable conmigo. Fuimos conociéndonos más, poco a poco. Ya sabes, como todos buenos amigos. Y un día, sin más, sólo, comenzó a gustarme. Le dije. Él correspondió.

Noto en su voz, más que un recuerdo, nostalgia, pero, como si lo extrañase. Su mirada demuestra una extraña incertidumbre, y quizá, hasta remordimiento.

—¿Y qué pasó?

—Terminamos —suelta sin sutileza—. Tuve, ciertos problemas, y, no quise hacerle daño. Preferí soltarlo antes de aferrarme más al sentimiento. Lo dejé... —me mira—, ir. Era lo mejor.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque... —ríe ligeramente—, vi que no era feliz, ya. No lo sé. Teníamos dieciséis años —se encoge de hombros—, es difícil de explicar.

—¿Entonces tú lo terminaste?

—Sí —agacha su mirada un poco—, creo. Fue todo muy, rápido y, sutil. Desde Cris no he... tenido novio.

—¿Dos años?

—Uno —corrige—, y medio.

Eso es, extraño, y, no entiendo.

—Sigo sin entender por qué terminaron.

—Ah, Rubén —se queja.

—¡Lo siento! —profiero—. ¡Es que no me los imagino juntos! Además, ¿cómo supiste que no era feliz? ¿Tú eras feliz, al menos?

—Lo fui —indica—. Rubius, no voy a darte lujo y detalle de mis relaciones amorosas —me lanza una miradita extraña.

—Vale, vale —excuso—. Sólo digo que, debiste haberle preguntado antes de sacar conclusiones tan precipitadas.

Si yo fuera Cris, me hubiera gustado al menos una razón más aceptable para terminar. ¿Cómo sabría mi novia si soy feliz realmente? ¿Cómo se daría cuenta Ale de eso? Cris debió haber hecho algo muy obvio para que ella llegara a esa conclusión. ¿No?

¡Me lleva el coño! ¡¿Por qué no sé nada de este tipo de temas?!

—Llega un momento donde te das cuenta de muchas cosas —añade—. Eres capaz de sentir lo que siente la otra persona. Eres capaz de ponerte en sus zapatos. No necesitas palabras para poder comunicarte con ella; las miradas lo dicen todo.

—Lenguaje corporal —ahogo una exclamación.

—Exacto...

Miro su cabello, y sus ojos, que hace unos momentos atrás parecían llenos de color y vida, y que ahora vuelven a ser los mismo ojos oscuros que recuerdo. No me imagino a Alejandra como novia de un chico como Cristian, o, de cualquier sujeto que no sea bajito, de cuerpo promedio, y no atlético. Alguien como Jamie, ¿no? Alguien que sea tierno y amable, y que soporte caracteres fuertes, como los de ella.

—Pues creo que no debió haberte dejado ir tan fácil —se vuelve a mí, tímida—. Quiero decir, que hubiera luchado un poco más por quedarse contigo. ¿No? Al menos, es lo que me dicen.

—El pasado está en el pasado —suspira, y le hace una seña al mesero para que le traiga la cuenta—. Sabía que este día llegaría, tarde o temprano.

—¿Y estás bien? —hablo con cuidado, sin rapidez.

—Sí —cierra su libreta y la coloca dentro de un pequeño bolso que tenía tras su silla—. Súper bien.

Sonríe, sin ganas, como es costumbre suya. Su cuerpo está tranquilo y relajado, como cuando encuentras calma en algo que ha pasado. No miente; está diciendo la verdad.

—Vale.

El mesero llega con la cuenta, a lo que Ale deja un par de euros sobre el ticket. ¿Qué haré lo que resta del día? Podría seguir acompañando a esta chica otro rato más. Quizá podamos ir a caminar por ahí. Incluso podemos hablarle a Jamie, o a Joana. O podemos solo... estar nosotros dos. Podríamos ir a una tienda de videojuegos, quizá a Chollo Games. No queda tan lejos, solo son un par de cuadras y, listo.

—Ale —llamo su atención—. ¿Quieres ir Chollo games?

—¿Ahora? —mi pregunta parece tomarle por sorpresa.

—Sí —sonrío ampliamente—, o, ¿debes ir a otro lugar?

—¡No! —exclama, por lo que me asombro un poco—. Quiero decir, no. Solo voy a estar... perdiendo el tiempo —profiere una risita extraña.

—Vale —relajo el rostro.

Podemos ir a buscar nuevos comics, o ver los nuevos modelos de controles de consolas que tienen. ¿Quién sabe? Incluso podemos hablar sobre lo mucho que me gu—

Brrrr. Brrrrr. Brrrr.

Una llamada.

Al ver mi expresión, Alejandra pregunta;

—¿Quién es?

—Es Cheto, pero —deslizo el dedo sobre el botón verde—, él nunca me llama.

—¡Rubius! —grita apenas contesto—. ¡Tío, dónde estás! ¡No vas a creer lo que pasó! ¡Vas a flipar!

—¿Qué sucede?

—¡Mía! ¡Ya tuvo a sus gatitos!

...

¿¡QUÉ!?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro