Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Alligator


Camino hacia la ventanilla. Joana está ocupada con negocios que no entiendo, y Cheto sigue descansando después de haber trabajado tan duro. Jamie está de vacaciones y Mangel ha decidido salir a tomar aire a Barcelona. Todo mundo aquí sale de vacaciones menos yo.

Menos yo y Alejandra.

—Hola... —la señora hace un intento por recordar mi nombre—. ¿Rogelio?

—Rubius.

—Rubius... —parece desconcertada—. ¿Quieres patinar? Estamos a punto de cerrar.

La verdad no sé ni qué hago aquí, sólo recibí un mensaje que decía:

Ven conmigo si quieres vivir! Pista de Hielo. Ya.

Ale suele ser más convincente de lo que aparenta. ¿Cómo rechazar una invitación de ese tipo? Parece una especie de advertencia; ¿se acabará el mundo? No me sorprendería que tuviera un búnker debajo de la pista de hielo.

—Déjalo —interviene una voz suave—. Probablemente viene a otra cosa —la señora Sandra se coloca junto a mí y me guiña un ojo—, ¿verdad?

—Uhm, ¡claro! —respondo de manera nerviosa.

Sonríe y le hace un gesto a su amiga con la cabeza.

—Dale unos patines al chico —me señala—. Van por cuenta mía.

—¿Qué...? —trato de detenerle, pero se adentra en las oficinas antes de que pueda decirle algo—. P-pero yo... No sé... —cierra la puerta—. Patinar.

—Suertudo.

La trabajadora da media vuelta y comienza a buscar un par de patines de mi talla. ¿Qué se supone que debo hacer?

—¿Sabes cómo atar los cordones? —pregunta, al tiempo que hace entrega de los patines—. Debes ajustarlos bien, o si no —tuerce la boca—, podrías romperte un tobillo.

Me acerco a las puertas corredizas y me adentro con patines en mano. ¿Dónde está Ale? Aquí está helado y no sé si deba entrar; casi darán las dos de la tarde y todos se preparan para cerrar los negocios e ir a comer, para después tomar una siesta y regresar al trabajo.

Luego de quitarme los zapatos y ponerme los patines, inicio a atarme los cordones; quiero evitar que un tobillo se me rompa, y es que la última vez que patiné fue hace años en una pista de hielo pública en Noruega.

—Hey.

Me volteo para ver a Alejandra de pie junto a mí. Tiene el cabello peinado en una cola de caballo, y una sudadera color gris oscuro. Sus patines no son en nada parecidos a los que me dieron.

—Hola —saludo con una sonrisa—. Lindos patines.

—Gracias.

—¿Dónde estabas? Creí que tendría que romperme un pie solo.

—¿Sabes patinar?

—No.

Y lo poco que sé, no me servirá de mucho. ¿Cuál es el propósito? Digo, no creo que tenga mucha lógica.

—¿Puedes mantenerte en pie?

—No lo sé.

Se acerca a mí y se pone encima de su rodilla derecha para desabrochar mis agujetas.

—Es fácil.

—¿Qué planeas? —siento en mis pies pequeños tirones—. Seguramente quieres provocarme moretones.

Siento un apretón un tanto fuerte. La parte de mi tobillo luce apretada, justa a mi tamaño y el botín no se mueve de su lugar. Se siente incluso más cómodo.

—¿Qué diferencia tienen los patines? —inquiero, dejando que me acomode los cordones del otro.

—El diseño, supongo —se encoge de hombros y luego se incorpora—. ¿Puedes levantarte?

Me pongo de pie como puedo y sin dificultad alguna logro mantener el equilibrio. El piso acolchonado es de mucha ayuda, a pesar de la navaja delgada que tienen los patines.

—Camina, y dime cómo sientes los tobillos.

Me acerco a ella, notando una seguridad y protección en esa zona. Si caminar y mantener el equilibrio es así de fácil, entonces creo que patinar será pan comido.

—¿Todo bien?

—Sí.

—Okey —camina hacia el interior de la pista—. Ahora ven, y trata de sostenerte del borde.

Una pequeña orilla sobresale del muro que separa el cristal con el suelo. Esto es fácil, pan comido.

—Iré a quitar los conos de la orilla —señala al fondo de la pista unos triángulos naranjas—. Inicia.

Da media vuelta y comienza a mover sus piernas con cuidado y gentileza. Avanza hacia adelante, pie derecho, pie izquierdo, deslizar, hacia afuera. Y se repite todo de nuevo.

¡Es fácil! Meto un pie y me aferro a la barandilla con fuerza. Comienzo a caminar con pasos muy pequeños para luego,comenzar a deslizarme con mi cuerpo rígido y tenso. Por fortuna mía esta chamarra es tibia y gruesa, justa para esos medios días frescos de Noruega. Puedo hacerlo sin la barandilla.

—¡Ale, mira! —exclamo contento, emocionado.

Las piernas me tiemblan pero de un modo u otro logro mantenerme en pie. Con los conos en mano, patina en dirección mía con apenas una línea curva en los labios.

—¿Lo estoy haciendo bien?

De pronto, siento que mis piernas se abren conforme avanzo. En un intento rápido por cerrarlas, termino perdiendo el equilibrio y cayendo al frío suelo con un golpe que me retumba los oídos.

Un dolor tibio me nace en la pierna derecha. Ni siquiera me molesto en ponerme de pie.

—Ibas bien —se coloca encima de mí.

Desde aquí abajo, sus ojos se ven más oscuros que de costumbre.

—Es difícil.

—Tranquilo. Trata de incorporarte —da media vuelta—. Iré a dejar esto.

Doy una vuelta hacia mi derecha y me incorporo con cuidado. ¿Por qué esto es tan difícil? En las películas sólo les toma un par de minutos aprender. Me siento como un tonto por ser el único de mis amigos que no sabe patinar. Me pongo de pie con mi cuerpo tembloroso, y justo cuando logro estar derecho, comienzo a tambalearme de nuevo.

—¡Hostias! —grito, sacudiéndome de manera agresiva para evitar caer—. ¡No, no, no!

Pero no lo logro, y vuelvo a caer.

Aunque encima de unos brazos. Abro los ojos y veo a Alejandra sosteniéndome con sus extremidades la espalda. Me empuja hacia adelante para levantarme y se coloca delante de mí.

—No puedo.

—No digas «no puedo» hasta que ya lo hayas intentado todo.

Me toma de las muñecas y comienza a patinar en reversa, por lo que me aferro a sus brazos. Mis pies no se mueven pero mi cuerpo se pone tenso y firme; mis piernas se arrastran sin sentido, y no siento que pueda mantenerme de pie si Alejandra me suelta. Me aferro a ella con fuerza. El hielo debajo de mis pies tiene los rastros de los patines de Ale.

—Te voy a soltar.

—¡No! —grito, volviéndome a ella—. ¡No, Ale, no! ¡No me sueltes!

Aunque mi voz fue en tono de advertencia, ella sólo esboza una leve sonrisa y me suelta. Hago más fuerte mi agarre, pero se esmera en quedar libre de mis brazos.

—¡Ale, Ale, no! —me tiemblan las piernas y las manos.

De pronto, logra quedar libre y termino tambaleándome para mantener el equilibrio.

—¡Mueve tus piernas! ¡Patina!

—¡No puedo!

Intento imitar los movimiento de Alejandra pero termino cayendo con un golpe seco en el costado de la pierna derecha.

—¡Coño! —grito molesto.

El ruido de los patines arrastrándose por el hielo se hace más suave conforme avanzan.

—Arriba.

—¿Qué?

—¡Levántate! —anima. Vuelve a tener la vista área de hace unos instantes—. Apenas vamos iniciando.

—¿Estás de coña? —me incorporo de una abdominal—. ¿Viste el golpe que acabo de darme?

—He visto peores.

—Ni de coña vuelvo a intentarlo —me incorporo con cuidado y entrelazo mis piernas.

Me extiende una mano y la tomo con cuidado. Con esfuerzo, logro quedar en pie. Tengo las uñas encajadas en el suéter de Ale.

—Intentemos otra cosa —dice.

—¿A qué vas con esto? ¿Por qué tanto esmero en enseñarme?

—Aposté con Jamie —explica—. Debía enseñarte a patinar si perdía.

—¿Y perdiste?

—No, pero aquí estoy por gusto.

—¿En serio? —una chispa de emoción nace de mis ojos.

—¡No! ¡Claro que perdí!

—Eres muy cruel, Ale.

Me guiña un ojo y se coloca detrás de mí. Siento sus manos colocadas en mi espalda, con la palma extendida, tal y como si quisiera empujarme.

—Separa tus piernas —pide—. ¡Y agáchate un poco! Debes mantener tu punto de equilibrio ahí.

—¿Cómo hago eso? —sus dedos me provocan escalofríos.

—Inclínate hacia adelante. No hacia atrás, o te caerás.

—Vale —digo con un suspiro.

Otra gente lo hace sin ningún problema, niños pequeños se enseñan en cuestión de minutos. ¿Por qué yo no puedo?

—¿Listo?

—No.

—Cuando te suelte, mueve tus piernas hacia afuera. Con un pie sostente, con el otro impulsa.

—Vale.

—¿Vale?

—¡Vale!

—¡Pues vale! —grita—. ¡Y no te pongas tenso! Por eso te caes.

Comienzo a sentir la presión de sus manos contra mí, y de manera un tanto lenta comenzamos a patinar.

No hay nadie, ni un alma en todo el lugar. Ni en las gradas, ni en los pasillos externos. ¿Esto es legal? ¡A tomar por culo! Me estoy divirtiendo a hostias.

—¡Es tu turno!

—¡No, espera! ¡Ale! ¡Ale!

Me da un suave impulso y termino improvisando los pasos que me dijo; me agacho ligeramente, relajo mi cuerpo y comienzo a mover las piernas. Con una me mantengo en pie, con la otra me impulso. Una, otra.

—¡Ale! —grito emocionado—. ¡Lo estoy haciendo!

Siento el aire frío golpeándome el rostro. Mi nariz está helada, y mis dedos se ponen rígidos por la baja temperatura, pero a pesar de que quiero recordar momentos que pasé en Noruega, me concentro sólo en el momento.

—¡Muy bien! —grita sin emoción—. ¡Ahora gira!

—¿¡Qué!?

¿¡Cómo hago eso!? Frente a mí está el muro con el cristal, y voy tan rápido y tan desequilibrado que ya puedo verme estampado.

Lo último que siento es una fuerte y dura sacudida en todo mi cuerpo. Eso fue intenso, emocionante, ¡flipante!

—Ay, Dios mío —escucho la voz de Ale—. ¿Estás bien?

Comienzo a acostumbrarme a esta vista de ella, tan alta desde aquí. Tiene unos ojos cafés desesperados, ¡pero brillan! Emanan un brillo que no había visto nunca. ¿Fue ese golpe que me di?

—Rubén —insiste.

—¿Viste eso? ¡Lo hice! —intento ponerme en pie—. ¡Estaba patinando de verdad!

Me siento en el suelo con las piernas cruzadas. Acto seguido, se agacha para escudriñarme el rostro con su mirada

—¿Te lastimaste?

Lo que sentí fue adrenalina pura. ¡Fue un sentimiento que quiero volver a repetir! Me siento mareado y alto atontado, pero con toda la actitud del mundo.

—¡Quiero hacerlo otra vez! —la tomo de los hombros.

—Por hoy fue suficiente.

—¡No! —sonrío—. No, no. Déjame intentarlo otra vez. Por favor.

No responde. Tuerce la boca un poco y libera sus hombros al tiempo que comienza a incorporarse.

—Bien —suelta—. Adelante entonces. Rómpete una pierna si tanto insistes —Avanza de manera levanta—. Estaré cuidándote desde lejos.

Asiento con una sonrisa, y me levanto. Vamos, hostias, ¡puedo hacerlo de nuevo!

—Pero... —me miro los pies—. ¿Cómo es que... —busco la mirada de Alejandra—, avanzo?

Parpadea de manera rápida, confundida, y con un suave movimiento de piernas, termina colocándose detrás de mí. Sus manos nuevamente en mi espalda, comienzan a empujarme hacia adelante, ahora con más fuerza.

Empieza a darme hambre.

—Esta vez —dice con voz suave—, no te caigas.

Y me da un impulso. Muevo mis piernas un poco para impulsarme, una seguida de otra, pero vuelvo a caer.

—¡Hostia! —grito.

Esta vez, golpeo mi trasero. Me siento anonadado. ¿Qué pasó? ¡Tan bien que lo estaba haciendo! ¿Qué falló? Ya tengo el cuerpo adolorido de tanto golpe, aunque el frío debería ser reconfortante.

—Otra vez —pido en cuanto se acerca.

—Tu insistencia es admirable —dice ella—. ¿Sueles ser así siempre?

—A veces —me extiende la mano y tira de mí—. Sólo cuando en serio vale la pena.

—¿Y esto lo vale?

Me vuelvo a ella, como ofendido.

—¡Claro que sí!

Me examina unos segundos con la mirada, pero me mira a los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, hace contacto visual conmigo por más de dos segundos.

—¿Qué?

—Nada —responde casi de inmediato—. Eres ridículamente alto.

—¡Ja! —suelto entre risas—. ¿Es eso entonces?

Tengo mucha hambre, y mi estómago me lo está haciendo ver. Se me antoja unas tostadas de fresa y mermelada, con café y jugo de naranja, seguidos de una hamburguesa con queso y tocino acompañado con papa fritas.

—Tengo una idea —arrastro mis pies de manera cuidadosa—. Llévame a la orilla.

(๑✧∀✧๑)

—Si gano, me darás de regalo algo —me mira de manera incrédula—. No te costará ni un centavo.

—¿Vale? —vuelve su vista al frente—. Si pierdes, te costará un smoothie.

—Vale.

Me encojo de hombros y me coloco en una posición a la que Ale escudriña sin éxito. Sonríe, irónica y vuelve a agacharse un poco.

—Una, dos, ¡tres!

Le ordeno a mi cerebro ver un panorama rodeado de edificios por un lado y de cielo natural del otro. Frente a mí, un camino de acera naranja se pinta. En mis pies no veo patines, veo un par de tenis encima de una tabla lisa color gris, con superficie antiderrapante. Mantengo un pie sobre la patineta, y con la otra, comienzo a impulsarme.

No caigo, y logro mantenerme en pie.

Lo estoy haciendo bien.

—¡Rubén! —escucho a lo lejos. Como un eco.

Levanto la vista y veo el camino alargándose más y más, con árboles y ventanas pasando a toda velocidad. El aire huele a tierra.

—¡Rubén, alto!

Parpadeo para espantarme la imagen y volver a la realidad. Frente a mí no hay nada más que el muro de cristal. ¿Donde está Ale? Quedaré estampado contra eso, embarrado, como calca.

—¡Ale! ¡Ale, ayuda! —grito—. ¡Aleeee!

¿Cómo freno? Si caigo, será golpe seguro, pero si no lo hago, también.

Un tirón de mi brazo me hace caer hacia atrás. ¿Qué golpe me espera? ¿Duro? ¿Seco? ¿Me lastimaré? Trato de mover mis brazos, pero algo los aprisiona.

No me recibe un golpe fuerte, sino uno suave pero seco, seguido de una sacudida en todo mi cuerpo, al igual que mi cabeza. Pero cuando el efecto de la cámara lenta pasa, veo un brazo extendido debajo del mío que se mueve hacia adentro, como si quisiera llegar a mis hombros.

Volteo apenas un poco y noto el muro de vidrio justo a un lado mío, y a un costado de mis piernas, otro par ligeramente dobladas.

—¡Hostia! —grito cuando reacciono, pero sus manos ya están empujándome fuera de ella—. ¡Ale, lo siento! ¿Estás bien?

La he aplastado por completo. Ha puesto su cuerpo debajo del mío y ha recibido todo el impacto de la caída y del golpe contra el muro. ¡Pero que he intentado detenerle y ella no me dejó! ¡Me atrapó los brazos con los suyos!

Me pongo a gatas y comienzo a avanzar.

—Te dije que te detuvieras —comienza a sentarse en el hielo.

—Lo siento, lo siento —me acerco a ella al tiempo que se sacude la escarcha del suéter—. ¿Te lastimaste?

—No.

—¡Estaba patinando! —exclamo—. ¿Viste cómo lo hice? ¡Lo logré! ¡Ya sé cómo patinar!

—Yey —parece molesta.

Acerco mi mano a su mejilla para quitarle boronas de hielo, pero me retira la mano de inmediato.

—¿Qué haces?

—Tienes algo en la cara.

Se sacude la mejilla con algo de brusquedad. Tiene las cejas un poco fruncidas y la boca ligeramente torcida. ¿Está molesta? ¿Se habrá lastimado?

—Pudiste haberte lastimado —comienza a decir, seria—. Pudiste haberte roto un brazo, o la nariz.

—Perdón.

Suspira, meneando la cabeza con decepción.

—Tonto —la miro, y noto que se concentra en mis ojos—. Eres peor que un gato.

—Ya lo sé.

Tiene el cabello enmarañado, lleno de finos puntos blancos. Su nariz y mejillas, encendidas al rojo vivo, la hacen ver tierna e indefensa. ¿Sus ojos siempre han sido así de cafés? Recuerdo que eran más claros, pero, ahora son casi negros.

—Vamos por mi smoothie —dice, incorporándose.

—¿Qué? —exclamo, volviendo a la realidad—. ¿Estás de coña? ¡Gané yo!

—Ya quisieras —me extiende un brazo para levantarme.

Lo tomo y tira de mí con fuerza.

—Aprende a perder y ve por mi smoothie.

—¡Tú no ganaste! Ibas detrás de mí —me quejo.

—¿Quién te salvó de quedar como huevo estrellado?

Me quedo callado ante eso. No puedo objetar, ni negar los hechos, pero...

—Eso no significa que hayas ganado.

—Entonces nadie ganó —se encoge de hombros y comenzamos a avanzar hacia la entrada de la pista.

—Exacto. Empate.

—No, nadie ganó.

—¡Empate! —exclamo entre risas—. Ambos salimos ganando, ¿o no?

—No.

—Eres muy mala, Alejandra —hago un puchero.

Llegamos a la entrada y comienzo a caminar de manera normal en el suelo acolchonado. ¡Pero qué bien se siente volver a usar mis piernas como es debido! Al tomar asiento, desabrocho mis agujetas.

—Está bien, empate —señala, y me vuelvo a ella de golpe—. ¡Pero sólo porque tengo hambre!

—Vale —sonrío complacido.

Y ya sé qué quiero como premio.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro