Capítulo 44
20 de junio de 1941.
Mantuve la mirada en el automóvil, el cual marcaba una triste realidad. Era momento de regresar al campamento y, con ello, continuar en una guerra sin sentido. Aquel tiempo en Múnich había despertado una vida cruel y dulce. El poder vivir escasos días, lo que estaba destinado a perder.
Entré al vehículo, sabiendo que estaba abandonando el cielo...
-Creí que intentarías huir -admitió Gustav mientras tomaba posición a mi lado-. Has creado en poco tiempo una un camino junto a la mujer que amas.
-Pero, aun así, todavía no es momento. Hasta que no termine esta lucha, ya sea con la derrota o victoria de Alemania, no podré ser feliz.
-Nadie podrá. Sólo los muertos son capaces de ello -dijo con un tono amargo mientras sacaba un cigarrillo-. ¿Quieres?
-No se puede fumar dentro del auto.
-¿Seguro? -cuestionó y, volteando en diferentes direcciones, me percaté de varios soldados dando largar caladas de humo.
Acepté riendo y, mientras el gas nocivo entraba a mis pulmones, los recuerdos de mis días pasaban con alegría. Todas las noches donde Gretchen fue mía y las nuevas promesas eran plasmadas en besos. Ella era el motivo por el cual me volvería una mejor persona... sin embargo, también podía ser la que ocasionara mi transformación en monstruo.
(...)
Divisé a lo lejos dos siluetes familiares y, a pesar de querer ir hacia ellos, no lo hice. El recuerdo de sus rostros bañados en decepción era suficiente para limitar nuestro reencuentro a miradas lejanas.
-¿Cómo te fue? -la voz conocida me hizo voltear con una sonrisa-. ¿Visitaste a la señorita Gretchen?
-Sí... fue maravilloso. Le propuse matrimonio -ante mi confesión esperaba algo de entusiasmo por su parte, pero sólo recibí una mueca la cual no pude descifrar con exactitud que intentaba transmitir.
-Hoy anunciarán los que irán a la guerra -dijo mostrando unos papeles-. No sé si puedas salvarte esta vez.
-No importa -comenté intentando ocultar el naciente miedo-. No puedo huir para siempre.
Asintió complacido ante mi respuesta y se marchó. Una vez comprobé que se había retirado, dejé que mis piernas temblaran.
Aunque mi boca anunciaba confianza, mi cuerpo delataba la realidad de la mente. El terror surcando una vez más, sin embargo, esta vez era distinto. Estaba dispuesto a superarlo.
-Fritz -mi nombre me trajo al momento-, ¿no piensas saludarnos?
Sonreí con timidez al contemplar al dúo. Mostraban pequeñas heridas de lucha y unas gigantescas ojeras ante cada desgracia. Iban a gesticular algunas palabras, pero los detuve con un abrazo, sabiendo que, tal vez, para ellos sería incomodo, pero, para mí, sería un nacimiento en nuestra amistad.
Una vez me separé, sus facciones no disimularon la incertidumbre por mi acción; no pude evitar reír.
-El coronel tiene que dar un anuncio -comentó Benno mientras se sacudía la ropa-. Creo que es una misión.
Mientras ellos discutían las posibilidades del nuevo objetivo, yo presenciaba la entrada de Bernardo junto a Schulz y, para mi mala suerte, también se encontraba Ludwig. Este último me miró con una sonrisa que rozaba lo macabro.
-¡Orden! -gritó y, en ágiles movimientos, realizamos la típica fila-. Me enorgullece saber que Alemania tiene soldados capaces de seguir sometiendo nuevas tierras. Grecia y Yugoslavia son nuestras y, además, muchos de ustedes regresaron con vida. A pesar de ello, recién es la punta del iceberg. Tenemos órdenes que, seguramente, asustarán a todos. Las antiguas luchas no se comparan a las que están por venir. En esta ocasión necesitaré de cada uno de ustedes. Los heridos, los valientes... los cobardes. Muchos morirán, pero siempre serán recordados como héroes, seres que entregaron la vida por su patria.
Al terminar el discurso, su hijo dio un paso al frente y, con aires de arrogancia al saber que no tendrá que estar al frente de la batalla, habló.
-El 22 de junio de 1941, nosotros, Oberost-Este, atacaremos a las Unión Soviética.
Tragué saliva y sentía como en cualquier momento podría caer de rodillas. Las palabras de Bernardo dichas una vez en el tren llegaron como un tomento.
-Recién comienza la guerra...
(...)
-Hola, Fritz -ese sonido emergió en mi un deseo de vomitar-. ¿Cómo te fue en Múnich? -giré, encontrándome con la soberbia del rubio.
-Bien...
-Lo sé. Debió ser bien divertido cogerte a Gretchen -quedé en silencio algo impactado por lo recién escuchado-. Mi padre se encuentra algo, ¿cómo decirlo? Impaciente respecto a la boda con Erika. Me mandó a dejarte un mensaje... aunque, más bien, es una amenaza.
-No le tengo miedo -soltó una carcajada.
-Primero escucha la oferta: "Si desea escapar de la batalla contra la URSS, debe casar a su hermana antes de finalizar junio".
Aplaudí mientras depositaba mi cuerpo contra la pared.
-No lo haré. Asistiré a la guerra, así me toque estar en el frente. No retrocederé.
Sus facciones mostraron un claro enfado. Esta vez no estaba sediento a su manipulación.
-Ya lo veremos, Fritz Klein... ya lo veremos -se acercó, acorralándome y depositando su mano en mi entrepierna-. Aunque intentes ser alguien valeroso, jamás dejarás de ser una rata. Cuando presencies la sangre escurrir bajos tus pies y los gritos de clemencia, vendrás de rodillas hacia mi pidiendo salvación -lo aparté.
-No importa cuantos muertos hallan... esta vez resistiré. Estoy cansado que me pisoteen -mi voz sonó ronca debido a la mezcla de duda en cada sílaba.
-El contrato está firmado, incluso si vas y mueres, Erika me pertenecerá. Ya es mía.
-No lo es -intervine con enojo-. No le pertenece a nadie. Ni a ti, ni a mí. Ella es libre.
Una fuerte carcajada resonó por todo el lugar, llenándolo en una sensación de incomodidad y locura. Era como ver la transformación de un ser aparentemente elegante, abandonando su humanidad y cambiándola por la ausencia de cordura. Un monstruo disfrazado, el lobo fingiendo ser la oveja.
-¿Libre? ¿Quién es libre? -sacó de su bolsillo una foto, la cual mostraba lo mismo que tiempo atrás, a mi hermana golpeada-. ¿Esto llamas libertad?
Antes de poder pensar, me encontré dándole un puñetazo, aquel que debía haberle proporcionado hace tiempo atrás. El bullicio de la discusión ocasionó que ingresaran compañeros, quienes no tardaron en separarnos.
-¿¡Qué sucede aquí!? -el grito estremecedor del coronel hizo regresar a mi conciencia.
Me encontraba envuelto por los brazos de Helmut y Benno, mientras al otro extremo de la habitación se hallaba un herido rubio con los ojos en llamas de odio, sin embargo, escondía una maliciosa sonrisa de satisfacción. Había caído en su trampa.
-Fritz Klein -dijo el hombre de bigote-, serás llevado en primerea división al frente -me observó con seriedad-. Suerte sobreviviendo...
Con ello, todos los presentes se marcharon, dejándome en la soledad de un sentimiento que había creído superar: el terror.
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