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Capítulo 22

12 de mayo de 1940.

Contemplé desde los lejos a Benno y Helmut, quienes, al verme, no dudaron en acercarse con una sonrisa.

-¿Una batalla difícil? -preguntaron mientras señalaban mi brazo.

Asentí forzando una risa algo exagerada.

-A ustedes los veo mejor que nunca. ¿Cómo les fue en Dinamarca? -cuestioné desviado el rumbo de la conversación.

-Mejor que las noticias de Noruega -dijo Meyer-. No hubo tantas dificultades, hasta parecía que los daneses preferían ser conquistados antes que derramar sangre.

Un silencio se propagó entre nosotros, pero fue interrumpido por una pregunta algo inesperada.

-¿Y Edel?

-Creí que regresaría con ustedes.

-No... nos separamos en diferentes regiones del país.

A pesar de no estar en buenos términos con el muchacho, no podía evitar preocuparme por él. Incluso si era un ser ciertamente despreciable, no deseaba que muriera o tuviera complicaciones porque en un pasado, no muy lejano, compartimos risas y chistes. Aunque ese tiempo no regrese, lo atesoraba con cariño, dejando el odio que a veces surgía ante los rumores y comentarios despectivos por su parte.

-Esperemos que se encuentre bien...

(...)

Observé al joven, quien permanecía estático en una cama. Lucía delgado y extremadamente pálido. Contenía múltiples vendajes, los cuales cubrían gran parte de su pecho y hombro. Cada cierto tiempo, sufría desmayos ante el insoportable dolor. Ni toda la Pervitin era suficiente para calmar el rastro de balas incrustadas a su cuerpo.

Me acerqué una vez supe que estaba inconsciente, no quería que supiera de mi preocupación. Toqué con la punta de los dedos su frente, sintiendo como esta emanaba calor y sudor. Lástima daba verlo y, aún más, comprendiendo que, en aquel sucio lugar, nadie iba a visitarlo. Todos sus compañeros estaban demasiados ocupados para atormentarse y, los que en un pasado hubieran dado todo por él, experimentan repudio ante su personalidad.

Solo estaba... y, mi mayor miedo, era que me sucediera lo mismo. Que algún día, cuando perciba la muerte más cerca que la vida, la única presencia sea del gran hombre negro que carga una hoz.

(...)

Meyer me entregó el sobre con seriedad y, sin decir algo, se marchó a su cama. Aunque no necesitaba palabras para comprender de quien venía la correspondencia. Con solo oler ese embriagador perfume sabía que era de mi amada.

"Querido Fritz:

Sorpresa no es que el 15 será mi cumpleaños. Tonto sería pedirle que viniera, pues estoy consciente de su situación, pero si le suplico un simple, aunque deseado, regalo. Tiempo atrás usted pidió una fotografía mía y con gusto se la di, ahora quiero una de su rostro.

Espero que no sea mucho atrevimiento esta solicitud. Solo anhelo aquellos momentos donde podía verlo desde el balcón. Tras tantos meses de compañera con su ausencia, temo olvidar sus facciones y ojos.

Estaré aguardando una carta de felicitaciones de su parte y, junto con ella, tendré la esperanza que haga presencia su foto.

Siempre suya,

Gretchen."

-Benno... -lo llamé, provocando que levantara levemente la cabeza-. ¿Tienes una cámara?

(...)

14 de mayo de 1940.

El movimiento brusco me hizo despertar y, aún con la vista borrosa, me percaté de la silueta de un chico. Gruñí por lo bajo y, en un intento por alejarlo, moví mi brazo lastimado, haciéndome gemir por lo bajo.

-Fritz... -reconocí su voz fácilmente, era Benno-. Levántate...

Observé el pequeño reloj cerca de mi cama, percatándome que eran apenas las tres de la mañana.

-¿Podrías despertar? -su tono agresivo me hizo hacer lo pedido.

-¿Por qué no estás durmiendo? -pregunté, pero, al presenciar al otro muchacho sosteniendo una cámara fotográfica, sabía el motivo.

Le daría su regalo a Gretchen.

(...)

No entendía como posar, incluso si me ayudaban los chicos, mi cuerpo permanecía estático ante la tenue luz. Rara vez había tenido la oportunidad de ser fotografiado. Solamente cuando la típica foto de toda la familia era demasiado vieja ante los ojos de mi madre.

-He visto cadáveres más expresivos que tu... -su comentario ácido solo me ocasionó más temor hacia el artilugio.

Me sentía tonto imitando posiciones para nada naturales.

-Se supone que debes lucir seductor, se lo vas a enviar a tu enamorada -comentó Helmut como si me estuviera regañando por mi incompetencia-. ¿Y si le quitamos la camisa?

Tragué saliva con fuerza, haciendo temblar todo mi cuerpo frente aquella idea. Negué, sin embargo, no tomaron en cuenta mi opinión y, al verme, estaba solamente cubierto por mi prenda íntima.

-¿Crees que esto le guste a Erika? -pregunté avergonzado.

-Le encantará -finalizó.

Intenté lucir lo más varonil posible, pero, entre la escayola y el simple hecho de no contener casi ropa, sólo me veía como un niño fingiendo ser adulto.

(...)

-No creo que hayan quedado bien... -comenté mientras observaba con dificultad la película a través de la luz.

-Hay que revelarlas primero para saber. Las mandaré con un conocido... tal vez tome algunos días. Cuando las tenga, escogerás la que más te complazca -dijo Meyer intentado ocultar su voz suave.

-¿De dónde sacaste la cámara?

Un silencio se propagó entre las paredes y, aquellos ojos que resaltaba en alegría se oscurecían ante los recuerdos. Sin haber dicho la respuesta, ya la conocía. Todo aquel pensamiento que fuera sobre el chico de ojos miel lo reflejaba en sus pupilas. Creí que su corazón había logrado sanar, que equivocado. Ni, aunque pasen mil años, su recuerdo dejará de doler porque la pérdida nunca se supera, sólo se aprende a vivir con ella.

A mi mente llegó una vez todos los infortunios momentos y, entre ellos, el rostro de mi padre. Sus arrugas pronunciadas y la áspera sensación de sus manos. Hacía tiempo no pensaba en él, pero la memoria hace presencia aún si estás pasando momentos de felicidad.

Entonces comprendí que no puedes ignorar tu pasado y... que los momentos alegres, fácilmente pueden volverse un amargo recordatorio de la tristeza acumulada.

(...)

15 de mayo de 1940.

Mordí levemente la punta de mis dedos ante las pocas líneas plasmadas en papel. Me sentía desconcertado al saber que no podría brindarle el regalo a mi amada o, por lo menos, no por ahora.

"Querida Gretchen:

Feliz cumpleaños. Profunda alegría surge en mi pecho ante la idea de sus sonrisas en un día de festividad. Lamento no poder estar con usted y brindarle un beso como obsequio, sin embargo, una vez termine la tragedia, nuestras almas danzarán al mismo compás sin necesidad de cartas intermediarias.

Respecto a la fotografía, me complace decirle que ya fueron tomadas, pero, ante la circunstancia de encontrarme en un punto remoto, tomará tiempo hasta poder enviarle una. Espérela con ansias, haré todo lo posible porque no demore demasiado.

Que tenga un día de bendiciones y felicidad.

Siempre suyo,

Fritz."

Finalicé no complacido con lo escrito. Más que mandar palabras que no mostraban la plenitud de mi amor por ella, deseaba fundir mis labios en los suyos.

Odiaba la distancia, era peor que las balas o huesos rotos porque, esta, destruye el alma.

(...)

17 de mayo de 1940.

-¿Cuál le darás? -preguntó Helmut mientras observaba a mi lado cada pequeña foto.

-No lo sé -admití con las mejillas coloradas ante la mezcla de calor y vergüenza.

Aquellas poses sugestivas parecían de prostíbulo. ¿Y si odia verme en simples harapos?

-Sólo escoge una para poder enviarla -comentó Benno cansado de haber perdido 15 minutos.

Suspirando, tomé una donde, a pesar de la delgadez de mi cuerpo y las cicatrices, se veía varonil, hasta sofisticada diría. Mostraba mi abdomen algo marcado ante las rutinas militares y la naciente cabellera que pronto volvería a ser cortada.

-Bien... ¿y esa? -preguntó al verme sostener otra.

Negué guardándola en el bolsillo.

Era para mi madre quien, a pesar de no escribirme más cartas ni enviarme su rostro plasmado en papel, deseaba hacerle llegar un recuerdo mío, pues temía ser olvidado ante ella.

Simple era la imagen, yo sosteniendo el fusil y mi traje lleno de remaches cautivado por el polvo y heridas, alzando en orgullo mi brazo lastimado.

-Entregaré las cartas -anunció Meyer, retirándose del lugar.

Un silencio algo extenso se propagó por los rincones y la mirada de Helmut era lo único cómodo en la habitación. Resopló con esfuerzo, sonriendo de lado en un intento de calmar el ambiente, pero su pregunta fue más allá que caótica.

-¿Por qué vendiste a tu hermana?

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