Capítulo 10
4 de octubre de 1939.
Eran apenas las 5 de la mañana cuando ya estábamos subiéndonos a un camión. El ambiente dentro de este era asfixiante e incómodo. Sentía que en cualquier momento alguien cometería la locura de saltar del automóvil.
Desconocía cuanto tiempo duraría el viaje, pero mínimo serían unas diez horas. No sabía si aguantaría tanto tiempo encerrado con personas que hiperventilaban.
Me había tocado asiento junto a Conrad, quien se encontraba sudando frío.
-Tranquilo -dije tocando su hombro-, todo va a estar bien -él negó.
-Vamos a la guerra y solamente para morir. ¿Acaso no te das cuenta? No lo lograremos, nada estará bien. Aún no puedo creer que decidiera venir aquí...
Esto último lo murmuró, pero pude oírlo claramente.
-¿Viniste por tu cuenta? ¿Por qué?
Sus ojos se oscurecieron en la tristeza y supe que no debía seguir preguntando más respecto al tema. Tal vez era un dolor muy grande el que apresaba en su corazón, después de todo, tomar la dura decisión de lanzarse a una guerra en la cual posiblemente no viviría para contarlo, debió hacer arder su alma en agonía.
El tiempo transcurrió con dificultad, pues aún el ambiente se encontraba tenso, hasta que una acción tan simple cambió el rumbo de las cosas. Entre los pasajeros, uno comenzó a cantar la melodía de salvación y, poco a poco, los demás se le unieron. Al darme cuenta, yo también estaba cantando, recordando a una persona olvidada en mi memoria, mi hermana.
Auf der Heide blüht ein kleines Blümelein
und das heißt: Erika.
Heiß von hunderttausend kleinen Bienelein
wird umschwärmt Erika
denn ihr Herz ist voller Süßigkeit,
zarter Duft entströmt dem Blütenkleid.
Auf der Heide blüht ein kleines Blümelein
und das heißt: Erika.
En el brezal florece una pequeña florecita
y se llama: Erika.
Cálido de cientos de miles de pequeñas abejas
que pululan alrededor de Erika
porque su corazón está lleno de dulzura,
se desprende un aroma floreado de su delicado vestido.
En el brezal florece una pequeña florecita
y se llama: Erika.
Si solo pensamos en las sombras, nunca podremos ver la luz...
(...)
Era las tres de la tarde cuando nos acercábamos a los puestos de comando no muy lejos de Kock, Polonia, el cual era nuestro objetivo final. Para mi sorpresa, no había armas resonando por el sitio, sino al contrario, reinaba el silencio de los muertos. Nuevos rostros aparecieron, entre ellos, uno conocido. Intenté asegurarme de que era él, pero la voz de mi coronel me detuvo. Nos ordenó a hacer una fila.
Todos obedecimos al unísono y, como la primera vez que nos vimos, sacó una lista de la cual iba mencionando nombres.
Aprecié las trincheras con repudio, las cuales eran cubiertas por polvo y manchas escarlatas. Las personas lucían nerviosas, como si acabaran de vivir la experiencia más traumática de la vida. ¿Tan mala es la guerra? A veces pienso que la pregunta es muy tonta.
El campamento se encontraba en peores circunstancias que el anterior y habían heridos en las camillas siendo a duras penas atendidos.
Alguien de pronto tocó mi codo bruscamente y entonces me percaté que el comandante me veía con notable enojo. Me había mencionado.
-Presente -dije dando un paso al frente.
Suspiró como respuesta y continuó nombrando a las personas.
Tiempo después designó los puestos, siendo la mayoría en la infantería y yo no fui la excepción, ahora pertenecía a la división número dos.
Las órdenes no eran muy claras, o por lo menos, no para mí. Mi cabeza se encontraba en un dilema permanente entre mantenerme firme o intentar huir. Saber que el juego comenzaría era aterrador... ¿Por qué tenía que ser la pieza más débil? ¿Por qué tenía que ser... un simple peón de guerra?
(...)
Koch se acercó y sentó a mi lado. Era el único que había entrado a mí misma división. Sentía alegría de compartir tiempo con alguien conocido, aunque también la presión de tener que protegerlo de cualquier mal.
- ¿Nervioso? -preguntó intentando ocultar su propio temor.
Asentí -Esto es más cruel de lo que pensaba -. admití- ¿Has visto a los heridos? Muchos han perdido más allá de sus extremidades.
-Si nos cuidamos mutuamente, todo va a estar bien.
No sabría decir que tan inocente e ingenuas eran sus palabras. ¿Realmente estaríamos bien?
- ¿Cuál era aquella canción? -preguntó de golpe, intentando animar el ambiente.
- ¿Te refieres a la que cantábamos en el auto? -asintió levemente- Se llama "Erika". Es bastante famosa, recuerdo que mi padre la cantaba para mi hermana cuando era pequeña.
- ¿Podrías cantar alguna parte?
Pensando en los buenos momentos que había vivido en aquella humilde casa, di inicio a la melodía.
Los recuerdos me inundaban y, poco a poco, un nudo se formó en mi garganta, impidiéndome seguir. Quería llorar, pero no podía. Tenía que ser un hombre fuerte ante estas dificultades porque, como decía papá... "llorar es para débiles".
(...)
5 de octubre de 1939.
Me desperté de golpe. Mi cabeza dolía ante el ruido alarmante de una corneta. Todos nos dispusimos a levantarnos y prepararnos lo más rápido posible.
Aún no comprendía que sucedía, pero una vez vino el líder e hicimos una fila, sabía que todo había comenzado. Junto a él venían dos oficiales más, los cuales no iban entregando dos pequeños utensilios. Llegó el primero a mí, dándome una especie de collar, del cual colgaba una chapa.
-Son identificadores, por si mueres -dijo fríamente.
Admiré el objeto unos segundos antes de ponérmelo en el cuello. Era redonda y muy fina. Tenía tallado en letras pequeñas algunos datos sobre mí.
Fritz Klein 21 años Sangre A+
1189
Oberost-Este
Mi cuerpo reflejaba asco y algo de miedo ante aquellos números que demostraban mi vida como un código más, un dígito sin importancia entre tantos más.
Poco después vino el siguiente chico, quien me tendió una diminuta bolsa que cabía perfectamente en el bolsillo de mi camisa.
- ¿Qué es? -cuestioné.
-Píldoras de cianuro... -murmuró.
No entendía que era aquello o para que funcionaba, pero el tono de su voz demostraba que no era algo bueno.
Tras aquello, fuimos guiados hacia un camión, el cual nos llevaría al campo de batalla. El juego comenzaba, ¿podríamos ganar?
(...)
Suspiré mientras me aferraba a mi arma. Estaba escondido como una rata atrás de la trinchera. Los disparos aturdían mis sentidos, provocando que me sintiera mareado y con ganas de vomitar. Era tan miserable.
Mis compañeros no eran muy diferentes a mí. Todos temblorosos, sin saber qué hacer, solo tiraban al aire esperando matar a alguien.
Asomé mi cabeza, encontrándome de cara con la crueldad. Los soldados caían como las hojas en otoño y la sangre se dispersaba por todo el lugar. Mi corazón se llenaba de rabia al ver como los sesos de conocidos eran reventados por las balas. Los gritos y balbuceos eran inútiles porque terminaban ahogados en la muerte.
- ¡Tenemos que salir! -sentenció un muchacho al lado mío.
Los pocos que escucharon negaban con la cabeza, aferrándose a la esperanza de vivir unos minutos más.
-Cobardes -culminó antes de abalanzarse al campo.
Lo seguí con la mirada, pero a los pocos segundos mis ojos se expandieron. Una granada le había alcanzado, dejando todo su cuerpo fragmentado por el suelo. Sus órganos adornaban el pavimento junto a muchos más, para después ser olvidado. Mi repudio se profundizó cuando patearon una de sus piernas para poder pasar. No lo pude soportar y terminé vomitando sobre mis pantalones.
- ¿Qué pasó? -preguntó Conrad, quien había estado oculto a mi lado todo el tiempo.
-Él... murió... -y, con aquellas palabras, salí de la trinchera.
Corrí hasta donde más pude, tal vez para buscar una salida o para encontrarme con mi muerte, no lo sabía. Fui interceptado por un polaco, quien no dudó en dirigir el arma hacia mí. Sus ojos mostraban odio, aunque no me conocía. Estaba tan cerca de mí que pude oír su voz desesperada.
No pude comprender su grito, pero sabía que estaba lleno de odio. Sonaba tan joven, como de mi edad, aunque eso no importaba. Disparó, pero falló. Era inexperto al igual que yo.
Por unos segundos sentí que solo estábamos nosotros dos. En otras condiciones hubiésemos podido ser amigos. Jugaríamos póker con los demás y cantaríamos, pero no era el caso.
Ese chico desconocido era como yo, tan aferrado a la vida que daba pena.
Disparó de nuevo, esta vez rozando mi hombro. Se le notaba más nervioso, tal vez porque esperaba mi reacción.
- ¡Asesino! ¡Dispara! –dijo en alemán y supe que algo se había roto en mí.
Hice lo que pidió, matándolo con un tiro al pecho...
Y, otra vez, vomité...
(...)
1920.
Sostuve las botas de mi progenitor para después dejarlas al lado de la puerta. Regresé donde mi padre, quien se encontraba en una silla mientras veía como mamá preparaba la cena. Me posicioné a su lado y sonreí ante el pacífico tarareo de la mujer. Era una melodía lenta, pero alegre. No sabía la letra, ni tampoco el nombre, pero me uní a ella ante "el canto".
- ¿Cómo fue tu día? ¿Lustraste muchos zapatos? -preguntó el hombre con una media sonrisa en su rostro.
Asentí, para después buscar la lata donde guardaba las monedas que me daban por mi labor. Le entregué el objeto, orgulloso de la gran cantidad de chapitas de 5 marcos que había conseguido. Asintió conforme, pero luego chasqueó la lengua.
-Deberías trabajar más horas... -bajé la mirada triste ante su cometario serio-. Pero no está mal -dijo por lástima y revolvió mi sucio cabello. Reí ante su gesto y, como juego, jalé levemente su negro bigote, ganándome una fuerte carcajada por su parte.
Así fue como inició otra vez una lucha por ver quién podía molestar al otro y, entre risas fuertes, mi madre nos regañó. Pidió que tomáramos posición a la mesa y sirvió un plato con sopa y guisantes en su interior, el cual recibí con una mueca.
-Tienes que alimentarte para ser un hombre fuerte y poder proteger a tu futuro hermano -dijo mamá y acarició su crecido vientre.
Tras sus palabras, comí todo lo servido y, como recompensa, papá prometió que mañana iríamos a cazar por primera vez. Al principio la mujer se negó, pero accedió ante mis súplicas.
(...)
La caza no era actividad que mi familia realizara con frecuencia, debido a la poca cantidad de animales que se encontraban en los alrededores. La mayoría de las veces el resultado de una minuciosa búsqueda era una liebre, la cual venderla no costaba más de 50 marcos. También, debido a la escasa carne que nos potenciaba, sólo duraba uno o dos días como máximo, lo cual al comparar con el hecho de la pérdida de tiempo y dinero al tener que comprar la munición de escopeta, no resultaba muy beneficioso.
- ¡Vamos, Fritz! -gritó mi padre desde el umbral de la sala.
Me apresuré en terminar de hacer un lazo a mis viejos y desgastados zapatos, para luego correr en su dirección. Sonrió y bajó aún más su sombrero de cuero, ahora apenas se podía apreciar el filo de sus rudos ojos. Su traje aún estaba sucio y mostraba suturas, parches y pequeños huecos que se iban deshilando cada vez más. Sus botas permanecían rígidas ante el lodo de días atrás y habían perdido el brillo majestuoso de la primera puesta. Tomó un saco, el cual contenía patatas asadas. Recogió el arma cargada y volteó.
-Es hora de partir -anunció con un toque de euforia y dio inicio a una extensa caminata.
Atravesamos el pueblo para adentrarnos en un campo mucho más amplio ante mis ojos. Las montañas se mostraban verdosas y brillantes gracias al sol que resplandecía frente a ellas. No había tantas flores, pero si frondosas manadas de pájaros cantarines.
-Amo el verano -comentó respirando profundamente-. A veces me siento afortunado de vivir en un poblado ubicado al Sur.
Con sus palabras, seguimos el sendero de rocío que había dejado la lluvia por la noche. Hicimos algunas paradas para beber agua y descansar de los rayos de calor, pero no tardábamos en volver a caminar. Tras una hora, llegamos a un bosque. Los árboles se estiraban con intenciones de tocar el cielo y la escasa brisa era acompañada por el canto de aves. El suelo era resbaladizo, lleno de moho y raíces sobresalientes. Las hojas hicieron un techo sobre nuestra cabeza y las ramas se movían cada cierto tiempo.
-Precioso, ¿no? -asentí mirando hacia arriba para detallar cada rincón del sitio.
Sentí la risa de mi padre y, con ella como música del recuerdo, comenzamos una búsqueda por alimento. Apenas sentíamos o veíamos animales. Todos parecían haber ido a lo más profundo del bosque, pero era peligroso adentrarse en este.
Pasó el tiempo con lentitud y nuestras esperanzas de cazar algo se iban esfumando como la comida y el agua. La mirada de papá se ensombrecía ante la decepción, hasta que sus finos labios se curvaron al apreciar a nuestra presa. No era una simple liebre, sino algo grande, aunque delgado, era fascinante.
-Es una cría de ciervo -susurró agachándose y escondiéndose entre el follaje.
Posición su escopeta y aguantó la respiración para agudizar su disparo. Hizo un pequeño gesto para que cubriera mis oídos. Hice lo pedido, pero, aun así, sentí el fuerte estruendo del disparo, el cual dispersó a todos los pájaros cercanos. El animal cayó, haciendo una alfombra de sangre.
Fuimos hacia él y, para nuestra sorpresa, seguía vivo, luchando por no irse hacia el otro mundo. Sus ojos pedían clemencia y me vi reflejado en ellos.
- ¿Por qué no terminas el trabajo? -dijo entregándome el arma.
Quería negarme, pero no me lo permitió. Sostuvo con fuerza mi brazo para después brindarme unas palabras que jamás olvidaría.
-O los matas, o te matan. En este juego no puede haber dos ganadores. Decide si quieres seguir siendo un peón o intentar convertirte en un rey.
Aún con mis manos temblorosas, apreté el gatillo, haciendo que algo de aquel líquido rojo y caliente cayera en mi ropa.
-Bien hecho. Hoy será un banquete -comentó y sacó un cuchillo para desguazar la recompensa.
Sentí asco, ganas de vomitar y deseos de no volver a regresar. Me prometí nunca matar, pero esa promesa jamás podría ser cumplida... porque ahora yo me convertía en el cazador y, al mismo tiempo, en la presa.
(...)
Desperté de golpe, sintiéndome sofocado.
Me encontraba en una camilla rodeado de enfermos.
- ¿Dónde estoy? -murmuré mientras me levantaba.
-Despertaste -comentó un señor, quien no reconocí al inicio, pero ¿¡cómo olvidar ese bigote!?
- ¿Bernardo? -asintió.
-Veo que me recuerdas, chico -antes de poder preguntar algo, comenzó a relatarme lo ocurrido-. Según tus compañeros, cuando mataste a un hombre, otro te golpeó la cabeza por atrás. Lograron rescatarte y llevarte a la trinchera hasta que pasó el conflicto.
Asentí mientras llevaba mi mano a la frente. Apenas podía hacer memoria de lo sucedido, pero llegaban pequeños fragmentos y, entre ellos, la mirada de odio de mi primera víctima.
-Es una suerte que estés vivo -comentó mientras me brindaba una especie de pastilla.
- ¿Qué es?
-Pervitin, te ayudará al dolor y a que te sientas más eufórico. Apenas está comenzando la guerra -agradecí y se levantó, pero, ante de irse, me dio un último anuncio-. Hay un chico, Koch, que estaba muy preocupado, le diré que pase a verte.
Tras unos breves minutos, apareció el mencionado. Se acercó a paso rápido y le brindé una sonrisa para calmar su nervio.
-Me alegro que estés vivo -dije y, con sus ojos cristalinos, me dio un abrazo-. Tranquilo -le consolé mientras daba palmadas en su espalda-. ¿Sabes algo de los demás?
Se alejó, mostrando un semblante oscuro.
-Benno... fue herido. Una bala le atravesó el hombro. Se encuentra estable, pero no podrá ir al combate durante un tiempo.
Aquel nombre me hacía estremecer en repudio, pero debía fingir lo contrario, por el bien de Conrad.
-Sé que no se llevaban bien, pero-
-Es tarde, mañana lo iré a ver -hablé, cortando sus palabras-. A pesar de todo lo sucedido, no deja de ser un compañero -los ojos del muchacho se iluminaron.
En estos momentos donde cualquiera puede morir, tal vez lo mejor sea dejar atrás los rencores antes que sea muy tarde... porque no hay peor sensación que el arrepentimiento. ¿No es así papá?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro