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Pensamiento Número 73


Me encanta la escritura. En su uso, se inventa cualquier cosa y cualquier cosa nos creemos. Durante un breve momento, casi imperceptible, pero mayormente eterno, disfrutamos de vivirlo en su presente. Nos abstrae de la realidad a una subrealidad en la que todo el mundo participa. Todo.

Quién escribe crea un mundo pero quién lee ese mundo CREA otro mundo en paralelo. La imagen que cada uno tiene de Harry Potter no es la misma en cada lector. Solo cuando salieron representaciones visuales, es cuando todo el mundo tuvo una representación mental de él. Previo a eso, era lo indefinido, el estereotipo y el único. Y lo sigue siendo para aquellos más sueltos a imaginar otra representación. Hay más Harry Potters que estrellas en el cielo, más aún que partículas en el universo. ¿Cuántos cambios puede tener este personaje en cada mente? ¿Cuántas gafas, cicatrices con forma de rayo, batas o rostros se han creado, y nunca se han conocido? ¿Cuántas ilusiones han existido y existirán por siglos que sigan a su lectura?

Todo el mundo olvida en algún punto que la literatura no es real. Somos nosotros quienes la despertamos y la matamos. Quienes tienen la cabeza para reproducir la invención de otro. Elección que hacemos, meramente, por poder, por gozar, y por reflejarnos. Aunque más diestro y siniestro es el papel del autor. Él es un pequeño dios que simula la vida. Una vida que actúa como viva pero que solo es movida por algo mayor. Los autores son Dios en cuanto redactan una ficción, probablemente porque gozan de la placentera venganza ancestral. Si es que existe algo más allá de nuestro plano, claro. Porque, en el sentido contrario, estaríamos hablando de soñadores que anhelan ser Dios para autocerrarse y negarse a la inexistencia de lo supremo. Todos quieren pensar ser dioses ante su vacío, queriendo emular algo por el sincero deseo de que ser igual de reales que un ser divino.

En la multiplicidad de representaciones se vive y se recrea la existencia del todo. Nada nace ni se destruye, sino que se transforma; he ahí la dicha, el placer de escribir. Porque quien escribe se hace orden del universo, pero sobre todo del universo mental. Las mentes son una secuencia que va a lo abstracto y meramente conceptual, y ser parte de esta interacción te vuelve participante de lo metafísico, del mundo de las ideas...de lo celestial en todos los niveles.

Sí, ¡Es pretencioso! Pero todos somos así. Nos enorgullecemos de lo que sabemos y de aquello que no sabemos, porque al final, es un placer saber que hay más por ver.

Pero en fin, recapitulando, ¿qué decía?, ah, sí, ¡El placer de escribir! Que me pierdo, y en el medio me encuentro.

El factor que más determina la escritura es ese término central del contacto con lo inmaterial, con lo indefinido y, paradójicamente, con la búsqueda de lo definido. La historia humana es una búsqueda de definiciones, y, escribiendo novelas, diccionarios, teatro o cine, se inquiere más sobre nuestras raíces y nuestra identidad. La escritura logra hacer que, en suerte metalingüística, inspeccionemos nuestro lenguaje con el mismo lenguaje, ayudándonos a entender y dominar a partir de nuestra vía de entendimiento primario: el todo.

Y ese todo es absoluto, puede conectarnos con lo que hay dentro de nosotros mismos de forma similar a lo que existe fuera de sí. Es un puente entre todo lo que existe, no existe y lo que existirá.

Avanzamos poco a poco, en base a metáforas, sobre meras teorías, para hacernos lingüistas del cosmos. ¿En qué no podemos convertirnos, dentro de la infinitud literaria? ¿qué no podemos hallar en la herramienta del habla? ¿en los símbolos de la grafía? ¿en el corazón oculto de las letras?

Ja, me acabo de dar cuenta que he pecado de poeta. Pero crea que en este tipo de expresión es donde puedo plasmar realmente a qué me refiero. Y, sino tienes ninguna impresión más allá de solo ver una tontería sin sentido, estás en tu derecho: ya estás participando en la creación de un mundo completo sobre esa base. Qué lo dicho sea leído e interpretado por cuántos se quiera, porque esto sale de mí sin saber que sale.

Como sea, así se cierra este comentario a los fantásticos multiversos de nuestra imaginación. En sí, a todo lo que yo llamo como la literatura pura, la literatura universal, esa literatura que subsiste en el inconsciente y que es todo lo que movió sobre a las historias: lo que nos causa placer y nos estimula en un mundo donde nada es seguro, donde dejamos que los sueños estén acabados, pero completos dentro de una infinita recreación.

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