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Prólogo

Abril de 2005, Prisión Stupak, Ucrania.

Con diez años me decían danger. Ahora soy Anastasia la danger.

El primer día de entrenamiento, cuando tenía cinco años, mi madre me obligó a correr treinta vueltas al patio de la cárcel. No solo eso, sino que también me forzó a hacerlo con unos tacones seis números más grandes que mi pie y bajo el sol. Mi yo interior de cinco años pensaba que lo hacía para castigarme por haber dibujado en las páginas de su biblia, con el tiempo entendí que solo me entrenaba, ¿para qué? ni idea, nunca me atreví a preguntarle.

Alisa Romanenko no era mujer de hablar mucho, de hecho, en la actualidad sigue siendo así. En la prisión de Stupak todos le temen, su nombre es sinónimo de muerte y descontrol. Nadie sabe el porqué de su sed de venganza y sangre, pero tampoco nadie se atreve a averiguarlo. Nadie excepto yo. Su hija.

Nunca he creído en Dios, aun a pesar de los intentos de mi madre para que me aprendiera cada versículo de la biblia. Si realmente existiera, Alisa no fuera mi madre y yo no hubiera tenido que resistir dieciocho años de torturas y golpes.

—Mamá —interrumpo su lectura por tercera vez en el día. Ella levanta su cabeza de su biblia y me mira fijamente como si se arrepintiera de haberme traído al mundo.

—Anastasia, estoy cansada de explicarte que mis secciones de lecturas bíblicas no pueden ser interrumpidas, el señor no me lo perdonará esta vez —se levanta de la cama y coloca su biblia debajo del colchón. Durante dieciocho años he estado consciente que mi madre quiere más a ese libro que a su propia hija.

—Solo vine a despedirme, ya casi es hora de irme —murmuro, sin atreverme a levantar la voz demasiado, mi miedo por esta mujer solo incrementa.

Ella sonríe y se acerca a mí.

—Hija, soy consciente de que ya eres mayor para vivir bajo mis faldas. La cárcel ya no es tu hogar —me dice, palmeando mi hombro.

«Já, como si alguna vez la hubiera sentido como un hogar»

—Mamá, ahora que ya soy mayor de edad, ¿crees que podrías decirme quién es mi padre? —pregunté con decisión. Mi madre frunce el ceño y percibo como sus ojos azules pasan a un tono más oscuro. Su cuerpo se tensa ante mi pregunta y su primer instinto es sonreír para aparentar que no le ha causado incomodidad.

—Querida Ana, aun siendo mayor de edad sigues preguntando estupideces —ataja con furia, alejándose de mí —. Tu padre está muerto, gracias a Dios.

— ¿Muerto? ¿Y por qué nunca me lo dijiste? ¿No hubiera sido mucho más fácil? —demasiadas preguntas que Alisa no contestará, demasiada la ansiedad que estoy comenzando a sentir.

—Tenías una misión, tienes una misión, no podía permitir que te distrajeras en cosas tan banales como esa —responde, y la observo de nuevo extraer su biblia debajo del colchón y abrirla por una página cualquiera. Ningún remordimiento en sus palabras.

— ¿Te parecen banales los sentimientos, Alisa? —indaga dolida y ella ni siquiera me mira —. Eso no es lo que enseña la palabra de Dios.

Alisa levanta la mirada y parpadea perpleja ante mi osadía. Jamás, en toda mi vida, había sido capaz de contraatacar alguna decisión de mi madre. Siempre tuve miedo de ella, de su reacción. Ella corre hacia mí de un salto y toma mi rostro entre sus manos. Aprieta sus puños contra mis mejillas, lastimándome.

— ¡No te atrevas, Ana! —me advierte y continua presionando sus puños cerrados contra mi rostro, ya comienzo a sentir el ardor.

— ¡Suéltame! —la empujo y me zafo de su agarre, paso mis dedos por mis mejillas para aliviar la comezón que estoy sintiendo, le lanzo a mi madre una mirada de reproche y ella solo me observa de pie frente a mí.

—Deja de perder el tiempo y escúchame —gira su cuerpo hacia la mesita de noche al lado de su cama y saca un sobre blanco de su interior. Vuelvo a encararme y me tiende el sobre —. Toma esto, aquí encontraras toda la información que necesitas para llevar a cabo nuestra venganza.

Tomo el sobre con manos temblorosas. Lo observo con detenimiento, pero no pienso abrirlo ahora mismo.

—Es tú venganza, Alisa, no mía —recalco, enfatizando en la palabra tú.

—No, cariño, no me he pasado dieciocho años de mi vida entrenándote día a día para eso. Es nuestra, de ambas, porque para eso soy tu madre, lo más importante en tu vida, ¿no es así, Ana? —está jugando conmigo, con sus palabras trata de manipularme como siempre ha hecho, pero no, ya no es igual que antes. Se ríe de manera perversa, haciendo que dé un paso atrás y pegue mi espalda a los barrotes de su celda.

—No lo sé, Alisa. —Respondo sin ganas de seguir manteniendo esta conversación tan absurda con ella, meto el sobre dentro de mi mochila dispuesta a salir de este maldito lugar para siempre —. Alisa, ya me tengo que ir.

—Espera, hija, dentro del sobre tienes información del lugar donde vas a vivir. Estoy segura que te encantará —murmura, cambiando el tono de voz y la expresión de su rostro como si fuera una serpiente mudando su piel. Asi es Alisa, bipolar y malévola hasta la medula. Una persona en la que no puedes depositar tu confianza y mucho menos tus sentimientos.

—Está bien, pronto tendrás noticias mías, cuídate —y acto seguido salgo de su celda sin siquiera mirar hacia atrás y sin un ápice de remordimiento por dejarla a ella detrás. Supongo que cada cual recoge lo que siembra.

Dieciocho años aguantando la actitud de mi madre conmigo, dieciocho años resistiendo largarme de este lugar, dieciocho años esperando una libertad que me tocaba desde el momento de nacer, todo eso se esfuma de golpe cuando el aire frío de la ciudad de Odesa me pega en la cara.

—Por fin libre — mascullo en alta voz.

—Veo que no soy el único que habla solo —dice una voz conocida a mis espaldas.

Me doy la vuelta y sonrío al ver el rostro juvenil de Danilo. Corro a sus brazos y nos abrazamos con entusiasmo. Hace tiempo que no lo veía, pero si manteníamos comunicación vía telefónica desde la cárcel.

—Estás muy guapa, bella —masculla con un acento ucraniano muy marcado mientras me mira de arriba abajo, causándome gracia.

—Tu también estás muy guapo, veo que la cárcel te ha rejuvenecido —bromeo.

—Ya sabes, yo soy cliente VIP en la cárcel.

Ambos nos reímos y comenzamos a caminar, alejándonos del edifico de la prisión que tantos malos recuerdos me causó durante mi infancia.

—Volviendo a lo que nos importa, ¿tienes la información? —le pregunto, yendo directo al asunto sin perder tiempo.

—Pues claro, bella, estás hablando con el mejor hacker de ucrania —chasquea la lengua como si hubiera dicho un insulto hacia su persona. Y sí, Danilo es el mejor hacker de todo el país y muy probablemente de todo el mundo.

Extrae de su chaqueta un papel con la información que esperaba. Esto apenas está comenzando y ya la adrenalina ha comenzado a recorrer mis venas.

«Calma, Anastasia, aún quedan muchos años»

—Aquí tienes, bella Ana, todos los datos sobre Nicholas Connolly que solicitaste.

Tomo el papel entre mis manos y leo de reojo todos sus datos, saco la foto del bolsillo delantero de mi mochila y observo al señor mayor de unos sesenta años que posa en ella. Esto será pan comido.

Prepárate Nicholas porque tu verdugo está libre y sedienta de venganza.

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