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Extra 1: Lo que Dios ha unido.

Anastasia

Las Vegas, Nevada
Capilla de Elvis.
Una hora, doce minutos y seis segundos después…

Elvis tiene un culo que parece una mandolina de madera de teca y lleva un ridículo traje blanco de lentejuelas con un estampado de corazón rojo. Alrededor de su cuello cuelga una boa de plumas rosa y en sus pies unas botas a juego del mismo color.

— ¿Estás seguro que es un hombre? —pregunto, dirigiendo mi mirada hacia Elvis.

Nicholas y Aidan me miran y sonríen.

—Claro que sí, Ana, es Elvis, ¿no lo ves? —Lo señala y toma mi mano y la Aidan para situarnos frente a él —. Queremos casarnos, cuanto antes —pide Nicholas tajante.

Elvis sonríe y asiente con la cabeza, posicionándose frente al gran arco nupcial y tomando la biblia entre sus manos. Hago el intento de ir hasta allí, pero Nicholas me detiene halando mi mano hacia él.

—Espera, falta algo, o mejor dicho, alguien —replica él, dirigiéndome una maliciosa mirada en confabulación con Aidan. ¿En qué momento estos dos planearon algo?

De repente entra en la capilla un hombre mayor vestido de traje blanco y corbata gris. Lleva el pelo casi blanco de canas peinado hacia atrás. Sus ojos verdes se muestran ansiosos y acaricia sus manos con nerviosismo. Me percato que Nicholas me observa con atención esperando que diga algo.

— ¿Qué sucede, Nicholas? Algo tramas, te conozco —lo reprendo con mis ojos, negando con la cabeza y sonriendo débilmente.

Él me sostiene por los hombros y deposita un suave beso en mi frente antes de hablar.

—Cariño, te presento a Terrence Wilkerson, tu padre —anuncia mi futuro marido a los cuatro vientos mientras sonríe de forma maliciosa.

Contengo una carcajada al ver su expresión de miedo mezclada con las ganas de reírse. Tomo su cara entre mis manos para obligarlo a mirarme.

— ¿Es en serio? —Asiente con la cabeza —. Bien, porque ya me sentía demasiado intrigada con algo en lo que estabas trabajando, que resultó ser esta sorpresa.

— ¿Lo sabías? —pregunta con dulzura.

—Claro que no, pero algo imaginaba —ronroneo en su oído mientras me acaricia el cuello con la nariz. Un carraspeo nos interrumpe haciéndonos darnos cuenta que no estamos solos.

— ¿En serio van a hacer esta escena ahora? No me lo esperaba, la verdad —pregunta el hombre canoso fijando sus ojos en mí y solo en mí. Nicholas sonríe porque por fin ha encontrado a alguien con su mismo sarcasmo y sentido del humor.

«Dios, dos hombres igual no, por favor» pienso poniendo los ojos en blanco.

— ¿Esperabas gritos? ¿Qué te echara de aquí? —pregunto con intención de acercarme un poco más a sus sentimientos. Porque, mierda, quiero tener un padre, por supuesto que anhelo tenerlo.

Él asiente con la cabeza cabizbaja y Nicholas aprieta mi mano.

—No, eso no pasará —me zafo de los brazos de Nicholas y me acerco a él, decidida —. Quiero conocerte, quiero que seas mi padre, el padre que me negaron por muchos años, quiero que seas el abuelo de mi hijo, y también quiero que me acompañes al altar en esta extravagante capilla con este ridículo Elvis.

Lo observo tragar saliva y levantar la cabeza hacia mí, sus ojos brillan con la intención de llorar, pero no lo hace. Me dedica una mirada cargada de cariño y toma mi mano entre las suyas, luego se la lleva a sus labios y deposita un cálido beso en ella.

—Nunca, jamás, volveré a dejarte a tu suerte, pero ni siquiera conocía tu existencia…

No le permito continuar con su discurso, lo silencio colocando mi dedo índice en sus labios.

—No tienes que explicarme nada, Terrence, conozco de sobra lo que sucedió —aunque algún día me gustaría llamarlo papá, de momento no puedo, es demasiado pronto.

—Entiendo. Mi madre… no es la persona que yo creía —susurra angustiado.

No quiero preguntar por esa arpía, aunque tengo curiosidad de conocer que fue de ella. Cuando aceptamos entrar al programa de protección de testigos, firmamos un documento en donde nos comprometíamos a mantener el anonimato, eso incluía redes sociales de cualquier índole. Y las noticias de Hawái parecían ser locales, ni una sola salió a la luz con referente a Alice Wilkerson. Pero como si Nicholas leyera mi mente, alza la voz para preguntar.

— ¿Qué sucedió con ella?

Contemplo el verde de su iris brillar con intensidad y sus pupilas se dilatan.

—Cuarenta y dos años y tres cadenas perpetuas —responde Terrence con pesar. Después de todo es su propia madre.

Mi boca se abre, pero trato de mantenerme serena para no soltar una barbaridad como “se lo merece”. Me remuevo incómoda en mi posición y carraspeo la garganta para tragar el nudo que se me ha formado. De repente, y sin previo aviso, el chico vestido de Elvis aplaude captando nuestra atención.

—Bueno, tortolitos, planean casarse ya o tengo que esperar a que se decidan —su voz chillona hace que los oídos me retumben y sonría. Estoy segura que es una mujer y no un hombre como aparenta ser.

Nicholas y yo nos miramos cómplices y Terrence agarra mi mano temeroso de mi reacción.

—Vamos, tenemos una boda a la que asistir —cedo mi mano hacia él y ambas se entrelazan. El pequeño Aidan que hasta ahora se había mantenido callado entretenido con la boa de plumas de Elvis, alza la cabeza y aplaude torpemente mientras sonríe y grita su felicidad al mundo.

— ¡Yupi! ¡Yupi! —exclama dando saltitos con la boa enredada en el cuello.

Aunque llevo un discreto vestido blanco crema, catalogado por las mujeres de la alta sociedad como pobre y poca cosa, me es imposible sentirme hermosa, como si llevara todo el lujo del mundo en mi ropa. Fue lo único que pude escoger entre tanta urgencia por casarnos. Miro a Terrence caminar de un lado al otro, impaciente, todavía no me creo que se encuentre aquí, conmigo.

— ¿Estás segura? Todavía puedes arrepentirte y escapar por la ventana del baño —propone Terrence de forma dramática y graciosa. Ni siquiera nos conocemos y ya intuyo que mi vida al lado de estos dos hombres no será, ni de lejos, aburrida.

— ¡No! No voy a escapar del día más feliz de mi vida —digo indignada por su propuesta. Él me sonríe y asiente.

—Yo solo decía, cielo —el apodo que acaba de ponerme me hace ruborizarme. Se siente bien, la verdad. Lo miro con admiración y le devuelvo la sonrisa —. Vamos, desde aquí puedo ver al novio pasearse nervioso por el pasillo de la capilla.

Comienzo a caminar por el pasillo que me parece demasiado largo en un momento como este, sostengo la mano de Terrence y me parece que estoy en un sueño, uno del que no quiero despertar nunca.

— ¿Estás segura? Todavía puedo ayudarte a escapar —vuelve a proponer Terrence preocupado, aunque con un halo gracioso en su mirada.

Me giro hacia él un poco cabreada.

— ¡La madre que te parió, Terrence Wilkerson! ¡No vuelvas a preguntarme lo mismo! —termino perdiendo los papeles por completo y Terrence me observa boquiabierto, hasta que una sonrisa aflora en sus labios y de un pequeño empujoncito me coloca delante del nervioso novio.

La capilla es iluminada por lámparas de cristal azul, una mesa con mantel a juego decora una esquina de la misma y un par de árboles artificiales le otorgan la calidez necesaria para crear un ambiente ideal.

—Damas y caballeros —comienza a hablar Elvis mientras sostiene una biblia y nos mira a ambos a la vez —. Hoy es un día especial para los novios. Comenzaremos la lectura de sus votos matrimoniales acompañados de un versículo de la biblia.

Nicholas fulmina a Elvis con la mirada, y cuando este comienza a abrir la biblia por una página ya marcada, mi futuro esposo termina de perder la paciencia y le arrebata el libro sagrado de un solo movimiento.

—Sáltese esa parte, Elvis, no tenemos tiempo para esa mierda —le reprocha, y el chico solo lo miro y sonríe.

—Bueno, entonces digan sus votos y ya, da igual —verbaliza este.

Los ojos de Nicholas se centran solo en mí. Toma mi mano y la besa.

—Ana Lewis, he intentado ser un novio romántico, pero esa mierda no es lo mío —le sonrío a pesar de que quiero que sea romántico aunque sea por una vez —. Nunca he sido bueno en el amor, jamás esperé en toda mi puta vida que esto pudiera pasarme a mí, pero pasó, y aquí estamos dando el sí quiero, porque cuando se te ocurra decir que no, te secuestraré y nunca más volverás a ver la luz del sol. Si no eres mía no eres de nadie —Elvis abre los ojos de par en par, asombrado por la amenaza de Nicholas.

—Eso es muy posesivo de tu parte —replico, pero en realidad quiero besarlo y reírme por sus palabras.

—Eso es justamente lo que quiero, poseerte por todos lados y en todas partes, de hecho, me decepciona un poco que estés vestida ahora mismo —hace un mohín de lo más chistoso con sus labios.

—Es una boda, no puedo ir desnuda por el mundo. ¿Quieres decir tus votos de una vez? Aidan se ha quedado dormido.

Se gira para observar a nuestro hijo dormir en la banca, acurrucadito.

—Vale, al grano. Yo, Nicholas Lewis, te acepto a ti, Ana Lewis, como mi legítima esposa, y todo lo que viene detrás —le lanzo una mirada de reproche y se encoge de hombros —. ¿Qué? Son muchas oraciones y la verdad es que casi no puedo hablar. Estoy emocionado, joder.

—Yo, Ana Lewis, te acepto a ti, Nicholas Lewis, como mi legítimo, tonto, posesivo, irascible, e irritante esposa, y toda la mierda que sigue detrás. Excepto eso de hasta que la muerte nos separe, esa palabra está prohibida en casa.

Estoy evitando llorar como una magdalena.

—Te amo, pequeña sabandija de las tinieblas —murmura él mientras acerca su rostro al mío con lentitud.

—También te amo, orangután burricalvo —contesto riendo para después besarnos con pasión. Elvis y Terrence comienzan a aplaudir emocionados y Aidan aún duerme.

La sonrisa y la felicidad de ambos es luz divina. La luz más brillante de toda la galaxia. La mirada de Nicholas expresa todo lo que necesito saber. Siempre ha estado ahí para mí, por muy enojado, herido o cansado que estuviera. Quiero ver su dura mirada y su cuerpo caliente sobre mí siempre. Que mis hijos lo llamen papá. Quiero arriesgar mi vida para salvar muchas más y que al terminar él esté ahí para recibirme con sus besos. Lo quiero todo, ahora y siempre, incluyendo esos pensamientos impuros que muchas veces pasan por mi mente.

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