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Epílogo

Anastasia
Hawái
Cuatro meses después…

—Cásate conmigo —dice Nicholas saliendo del baño totalmente desnudo. Lo miro desde mi posición en la cama, enroscada en una delgada sábana de Hello Kitty.

Debo reconocer que amo a Nicholas a cada hora del día, por la mañana, en la tarde y en la noche, pero cada vez que me ofrece algún trato asi sin pensarlo antes, hace que mis ganas de matarlo aumenten. Tal parece que todo se lo toma a broma. Aunque ambos acordamos tomarnos las cosas con calma ahora que estamos a salvo bajo el programa de protección de testigos del FBI, no hemos pasado ni un solo día en cuatro meses separados.

Le sonrío e incorporo mi cuerpo en la cama.

—No. Quiero algo romántico y tú no lo estás siendo en absoluto —me quejo cruzándome de brazos y haciendo un puchero.

Lo observo morderse la comisura de su labio inferior. Toma asiento frente a mí en la cama y desliza las yemas de sus dedos por mis labios.

— ¿Qué tipo de romance deseas, Ana? Dime cual deseas y prometo comportarme como tal —responde poniendo los ojos en blanco.

—Hablamos de amor, Nicholas, no puedes comportarte de una forma si no lo sientes en realidad —me pongo de pie junto a la cama.

Pasa su mano por el pelo, frustrado y yo sonrío al verlo en una encrucijada.

—Si lo siento. Solo dime que quieres, Ana, no es tan difícil.

—Bueno, quiero mucho drama, muchas sonrisas y sobretodo, tienes que arrodillarte ante mí como todo buen caballero.

—Entonces descartamos esa porquería.

Se acerca a mí riéndose.

—En serio no eres bueno en el romance.

—Nunca lo he sido, y tú tampoco, Anita. Asi que… creo que tendrás que conformarte con una proposición cutre en la que el héroe no se arrodilla ni hace el ridículo.

Antes de que pueda responderle, su boca se estampa contra la mía en un beso apasionado. Suspiro contra su boca y luego sonrío. De un tiempo para acá solo hago eso, suspirar y sonreír. Nicholas se aparta un poco para darme aire y lo miro embelesada.

—Sí —digo de repente sin quitarle la vista de encima.

— ¿En serio estás aceptando? ¿Después de diecinueve proposiciones rechazadas? —indaga confundido y yo río entre dientes.

—No han sido tantas —replico guasona.

Nicholas niega con la cabeza y coloca sus manos en mi cintura.

—Te lo he preguntado cada día de los últimos veinticinco días, y tu respuesta siempre ha sido no. ¿Intentabas provocarme una crisis existencial?

Se ve tan mono ahora mismo.

—Ese dato es imposible teniendo en cuenta que han sido diecinueve preguntas, no veinticinco —recalco lo obvio.

—Las otras han sido mentalmente. Me sentía demasiado acojonado como para preguntarte seis veces más.

Nos reímos y lo empujo contra la cama para besarlo, tomándome mi tiempo para explorar su cálida y suave boca, disfrutando de la forma en que peina mi pelo con sus dedos.

—Solo quería romance. Entonces necesitamos anillos —mascullo contra su boca entre beso y beso.

—Ya los he comprado.

Echo la cabeza hacia atrás para mirarlo mejor.

— ¿Desde cuándo?

—Hace veinticinco días, ocho horas, cincuenta minutos y cuatro segundos, cinco, seis…

Lo beso para que cierre la boca de una buena vez y deje de contar. Él agarra el borde inferior de mi top con la intención de quitármelo por encima de la cabeza, pero no se lo permito. Desde que llegamos a Hawái no hemos hecho otra cosa que follar como locos y beber margaritas en la piscina de nuestra casa.

—Ana —gime mi nombre con voz ronca y jadeante.

—Tendremos tiempo para esto, ahora necesitamos resolver cierto tema que hace tiempo no me deja dormir en paz —expongo, poniéndome de pie y dejándolo totalmente excitado encima de la cama.

Lanza un suspiro de resignación y se pone de pie junto a mí.

—Ok, tomemos ese dichoso vuelo en clase turista y traigamos aquí a ese niño —murmura sin ganas.

Doy saltitos de alegría a su alrededor mientras aplaudo, Nicholas me observa y sonríe, tomándome del brazo.

Orfanato Davenport, Raycott, Alaska
Cinco horas después…

Los pasillos del Orfanato Davenport causan repelús. Sus lámparas casi no iluminan sus alrededores lo que hace que la oscuridad absorba casi todo el lugar. Observo a través de la enorme ventana que adorna el recibidor como las luces del exterior parpadean. Un closet antiguo sirve de trastero en la entrada de la oficina de la madre superiora que dirige este horrible lugar. Dos pinturas abstractas cuelgan de la pared y un escritorio de madera blanca parece fuera de lugar en este sitio tan sombrío.

Nicholas aparta un mechón de mi cabello ahora negro y deja un pequeño beso en mi cuello. Sí, he tenido que teñirme el cabello para poder hacer creíble mi nueva identidad dentro del programa de protección de testigos. Las manos de mi novio acarician mis brazos y descienden hasta mi cintura. Cierro los ojos por unos instantes y, en cuanto los abro, diviso la ruda mirada de una señora sobre nosotros.

—Buenos días, señores —carraspea y nos dedica una mirada de desaprobación.

Nicholas me suelta y yo me acerco a la señora para tenderle la mano.

—Buenos días, hermana, somos los Lewis, tenemos una cita con la madre superiora —le informo sonriente y un poco nerviosa.

Ella asiente y comienza a caminar hacia la oficina decorada que tenemos justo enfrente. La seguimos y enseguida nos recibe una mujer con su habitual traje de monja, con arrugas en todo el rostro y unos ojos oscuros capaces de hacer que te orines encima con solo mirarte. El traje negro oculta casi toda su figura, pero se alcanza a percibir que tiene varios kilitos de más.

La madre superiora se pone de pie y nos saluda a la par que nos sonríe. Ahora me doy cuenta que es cierto todo lo que Aidan decía sobre ella: da miedo.

—Un placer conocerlos al fin —masculla volviendo a tomar asiento detrás de su inmaculado escritorio blanco —. El pequeño Aidan está impaciente.

Nosotros también, sobretodo yo. Nicholas toma mi mano y la mantiene prisionera en sus muslos, otorgándome la seguridad que me falta.

—Queremos firmar los papeles cuanto antes, estamos deseosos de llevarlo con nosotros —afirmo con una sonrisa tierna.

—No hay ningún problema, tengo justo aquí los papeles de la adopción preparados —ella extrae de la gaveta de su escritorio una carpeta blanca con la documentación pertinente, la coloca delante de nosotros y nos ofrece un bolígrafo para que firmemos.

Tomo el bolígrafo, pero me permito releer todo de nuevo. No confío en nadie y mucho menos en una persona capaz de dañar a seres tan indefensos como lo son los niños. Hace dos meses mi intención era acabar con ella, pero Nicholas me convenció para que tomáramos la vía legal ahora que tenemos una nueva identidad. Y aquí estamos, firmando los últimos papeles para llevarnos a casa a nuestro futuro hijo adoptivo.

Releo el papeleo una vez más.

Solicitud de adopción
Consejo Nacional de Adopciones
Número de expediente: A13567
Estados Unidos de América

Nosotros, Ana Lewis y Nicholas Lewis de 23 y 25 años respectivamente, ambos de nacionalidad americana, raza blanca, ambos con oficio de profesores de cadetes militares, con domicilio en 124 Street Mon, Hawái, con números de teléfonos 127-345-9088 y correo electrónico [email protected], solicitamos se realicen los estudios jurídicos, psicológicos y sociales correspondientes para ser declarado madre y padre adoptivo del menor Aidan Farrell, con padres biológicos fallecidos.

Bajo juramento de ley, declaramos ser de los datos personales consignados, que tenemos conocimiento de los requisitos exigidos y que no estamos comprendidos entre las prohibiciones, impedimentos para adoptar, regulados en la ley de Adopciones y en el Reglamento de la ley de Adopciones, descritos a continuación.

—Todo está perfecto —murmuro y estampo mi firma en los papeles, Nicholas hace lo mismo. Sonrío y le entrego la copia de los documentos a la madre superiora. A la vez, ella le cede el certificado de adopción a Nicholas, ahora padre de Aidan. Legalmente, ante la ley, Aidan es nuestro hijo: Aidan Lewis.

Nicholas y yo nos miramos con adoración para luego ponernos de pie. La hermana de antes nos guía hacia el lugar del orfanato donde Aidan se encuentra con otros niños. Nos detenemos en el umbral del arco del comedor y observamos al pequeño jugar con su comida, pensativo, triste.

—Estará feliz de vernos —me susurra Nicholas al oído y yo suelto un suspiro dejando que sus palabras impregnen mis sentidos.

—Eso… eso espero —me encuentro reflejada en su mirada, una mirada que me llena de paz absoluta.

Nicholas asiente y lleva sus labios a mi frente, depositando un beso lleno de ternura. A veces pienso que terminé arrastrándolo para adoptar a Aidan, que en realidad no lo deseaba como yo, que solo aceptó para complacerme. Me abraza y puedo sentir que lee mi mente.

—Si lo deseo, casi tanto como tú, lo que más quiero es ser papá de un hijo tuyo, aunque este no sea de nuestra propia sangre —susurra.

Asiento y limpio la lagrimita que ha comenzado a correr por mi mejilla derecha. Este es uno de los días más felices de mi vida. Caminamos hacia el niño y le sonreímos. Cuando Aidan se percata de nuestra presencia, se pone de pie como un resorte haciendo que la cuchara caiga al suelo causando gran estruendo. Se abraza a nuestros pies y lo siento sollozar. Nicholas y yo nos agachamos a su altura, Nicholas besa su frente y yo acaricio sus manitas delicadas.

—Te vienes con nosotros, pequeño —le susurra Nicholas, sonriéndole para que sepa que no vamos a fallarle nunca.

— ¿De verdad? —pregunta con entusiasmo, abriendo los ojos y mostrando sus dientes mal cuidados en una enorme y resplandeciente sonrisa.

—De verdad, ahora eres nuestro hijo. Te hemos adoptado, Aidan —vuelve a abrazarnos incapaz de esconder su alegría. Desde hoy me he prometido ser la madre que yo no tuve, desde hoy soy una guerrera dispuesta a luchar contra viento y marea contra todo lo que dañe a mi hijo. Es cierto que el amor siempre salva, pero la fe mucho más.

—Tenemos que irnos, pequeño —indica Nicholas despeinando su cabello negro. Los ojitos azules de Aidan brillan como nunca antes los he visto brillar.

Aidan se coloca en el medio de ambos y toma nuestras manos mientras nos mira con adoración. Supongo que esa es la mirada de alguien enamorado, la misma que me dedica a mi Nicholas todos los días a toda hora.

— ¿A dónde vamos, papi? —pregunta el pequeño con vocecita dulce, y Nicholas lo mira serio al escuchar como acaba de llamarlo. Sus ojos se aguan y percibo que siente la necesidad de llorar, pero se aguanta.

—A Las Vegas —le contesta sonriente.

Frunzo el ceño y lo miro esperando su explicación para ese cambio de planes.

— ¿Las Vegas? ¿Por qué? —pregunto al darme cuenta que no piensa adelantarme sus planes ocultos.

Sonríe cómplice.

—Porque te vas a casar conmigo, hermana —explica de forma graciosa, causándome risa.

Emprendemos nuestro camino hacia la felicidad completa, solo espero que Elvis esté disponible para casarnos.

Fin

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