7. La descendiente del diablo.
Anastasia
10:02 am
Los ladridos de un perro hacen que me levante mosqueada de la cama. Miro el reloj del móvil y son apenas las diez de la mañana. Me coloco un camisón y atravieso el pasillo donde se encuentran las recámaras de la iglesia, es la única manera de llegar a mi destino. A cada paso que doy los ladridos perrunos se intensifican, percatándome que estoy cada vez más cerca de él. Me detengo en el arco de entrada al comedor y lo veo, un enorme Golden Retriever amarillo con la punta de la cola de un tono más oscuro y una mancha blanca en la oreja y los ojos. El corazón se me dispara cuando el perrazo se percata de mi presencia y comienza a correr hacia mí.
—Oh no, perrito, conmigo no —echo mi cuerpo hacia atrás evitando ser blanco de una mordida.
— ¡Marley, ven aquí! —grita el hombre que sostenía su correa.
El peludo corre hacia mí y salta a mi regazo, haciéndome caer al suelo. Aunque por un momento pienso lo peor, el mimoso can me dedica lametazos por toda la cara mientras mueve su cola al compás de sus caricias. Es muy adorable. Entre risas y jadeos logro apartar a la mole peluda, me pongo en pie y le acaricio la cabecita con delicadeza.
— ¿De dónde has salido tú? —inquiero sonriente y el can se remueve travieso a mi lado.
El hombre que lo sostenía, un señor de unos sesenta y pocos años, se acerca recolocando el cuello de su grueso abrigo negro. La bufanda cuelga de su cuello con elegancia, su pelo canoso igual que su barba bien cuidada le da un aspecto encantador y sofisticado. Las marcas de expresión se aprecian alrededor de sus ojos azules afables. El perro continúa dedicándome lametazos, esta vez en mis piernas.
—Disculpe, señorita, debí haberla sujetado mejor —se disculpa el señor con su rostro lleno de vergüenza.
—Descuide, no me molesta en absoluto. Es muy cariñosa. Se llama Marley, ¿verdad? —señalo observando al can olfatear la estancia.
—Sí, es un nombre muy peculiar. El señor Nicholas estará muy contento de verla —el hombre suspira y camina hacia la perra para volverle a colocar la correa. Ella se deja y mueve su colita de felicidad.
Frunzo mi ceño al escuchar el nombre de Nicholas en toda esta ecuación y no pierdo tiempo en preguntar.
— ¿Marley es de Nicholas?
El hombre asiente.
—Sí, la rescató de un refugio cuando apenas era una cachorrita. Sabe, iba a ser sacrificada si no conseguían darla en adopción, a ella y sus dos hermanos, pero gracias al joven Nicholas todos fueron rescatados —explica con orgullo el señor y sus ojitos se iluminan cuando habla de Nicholas —. El señor los acogió a todos en su apartamento, y luego fue encontrando hogares ideales para todos sus hermanos.
Es imposible que pueda ocultar la estupefacción que mi rostro emana ahora mismo. Mi mente me juega una mala pasada, debatiéndose entre un cura de la iglesia que lleva pistola y fue capaz de colocar a mi madre tras las rejas aun teniendo conocimiento de su estado de embarazo, o el buen samaritano que rescata perritos en apuros en refugios de animales.
Agito mi cabeza y camino hacia al arco de salida del comedor. Antes de salir por completo giro mi cuerpo para hacerle una última pregunta al señor.
— ¿Usted es familia de Nicholas?
—Como si lo fuera, soy su mayordomo. Mi nombre es Harol Butler, un gusto conocerla, señorita. Ahora debo llevar a esta preciosura ante su dueño.
Le correspondo el saludo y acaricio la cabeza de la perra antes de irme a mi habitación.
—Un gusto, Harol, yo soy Ana.
Le sonrío y salgo del comedor. Circulo por el pasillo hacia las habitaciones y me detengo frente a la puerta de Nicholas, la entreabro un poco y observo la habitación en penumbras y un bulto encima de la cama. Aún duerme, por lo que puedo tener total libertad para mi próximo movimiento para acabar con su existencia.
«Es una pena, Marley, pero te quedarás sin dueño pronto»
Entro en mi habitación y abro el closet para desembolsar el frasco de ácido prúsico que guardo en mi maletín de mano. Observo el pequeño envase en el que se encuentra uno de los líquidos más potentes capaz de acabar con la vida de una persona sin dejar rastro alguno y en solo unas horas. Justo lo que necesito teniendo en cuenta que mi plan con el cuchillo en la polea no surtió efecto. El muy cabrón resultó ser más ágil de lo que yo creía.
Salgo con sigilo casi en puntilla de pies hasta la cocina, con el frasco de veneno en mis manos. Observo a mi alrededor que nadie se encuentre mirándome. Abro la cazuela donde se cocina el caldo del almuerzo, a pesar de que faltan más de tres horas para ello. Esparzo con cuidado todo el contenido del veneno en su interior, percibo como burbujea un poco para luego asentarse y sonrío porque mi plan está funcionando de maravilla, hoy será el último día de Nicholas con vida. Guardo el frasco dentro de mi camisón y camino trémula devuelta a mi habitación. De lejos veo la figura de Nicholas transitar por el pasillo con dirección a la cocina. Ambos nos miramos de reojo al cruzarnos pero ninguno de los dos se detiene o le dice algo al otro. Sonrío con malicia al recordar mi perverso plan. Nada puede salir mal. Ahora mismo me siento una justiciera de Dios, o del diablo, en todo caso. Soy hija de Alisa, la representación en carne y hueso del diablo en la tierra. Lo llevo en la sangre.
1:24 pm
A estas alturas el veneno debe haber surtido efecto y ya el querido padrecito debe estar de vuelta en el infierno. El lugar al que corresponde. El lugar se encuentra en absoluto silencio. Nicholas viene hacia mí y me mira para luego dirigirme la palabra.
—Ana, ¿has visto a Marley? —me pregunta, y no pasa desapercibido la preocupación en sus ojos claros.
Niego con la cabeza, pero igual le respondo con palabras para que me entienda mejor.
—No, o sea sí, esta mañana la he conocido, pero no la he vuelto a ver en todo el día —explico sin apartar la vista del videojuego del móvil.
Rasca la cicatriz de su mano y camino de una esquina a otra, preso de la desesperación.
—No sé dónde pudiera estar, ya la he buscado por toda la iglesia. Si le pasa algo yo… —acaricia su rostro frustrado y suspira. Me pongo de pie al verlo de esa manera y le propongo un trato.
—Calma, yo te ayudo a buscarla.
Me decepciona un poco el hecho de que aun este con vida, eso significa que todavía no sirven el almuerzo. Juntos comenzamos a buscar a la perra, y Nicholas tenía razón, no se encuentra por ningún lado. Nos separamos para abarcar mejor el lugar, yo continúo la búsqueda en el interior y Nicholas en el exterior. Segundos después de separarnos un grito retumba en las paredes de la iglesia. Enseguida corro hacia afuera y la escena que veo me horroriza. Tendido en el suelo, bañado en lágrimas y el sudor corriéndole por todo el cuerpo, Nicholas sostiene el cuerpo tieso y peludo de Marley. La perra desprende un olor a resina del interior de su cuerpo, suelta espuma mezclada con sangre por la boca y se convulsiona con pausados espasmos productos del veneno. Está muerta, y soy consciente que yo soy la culpable. Mi conciencia se remueve y siento ganas de llorar como nunca lo he hecho. Este no era mi plan.
— ¡Marley! ¡Marley! ¡Abre los ojos, muérdeme, ládrame, por favor, mírame! —grita desesperado.
Me acerco a él sintiéndome la peor persona del mundo, tengo los ojos aguados, pero me niego a llorar y mostrar debilidad ante él. En cambio Nicholas si lo hace, lloro como un niño pequeño mientras abraza el cuerpecito de la perra. Tiene las manos manchadas de sangre, pero no le importa.
«No, Ana, no, la perra no» me recrimino mentalmente.
—Nicholas, ya está muerta —recalco lo obvio, pero una realidad que él se niega a ver. Coloco mi mano en su brazo, pero él me la aparta de un manotazo.
— ¡No me toques! ¡¿Quién diablos me odia tanto en este pueblo?! ¡¿Quién?! ¡Marley, mi niña! —y vuelve a romper en llanto. Unas lagrimillas corren por mis mejillas pero me encargo de limpiarlas enseguida.
De repente se pone en pie, dejando el cadáver de la perra en el suelo, mira hacia la iglesia y entra corriendo en ella hecho una furia. Sus puños se aprietan por cada paso que da y yo lo sigo temiendo que cometa una locura. Si supiera que yo soy la culpable de todo. ¡Maldita Alisa y su venganza! ¡Maldito el día que llegué a este dichoso pueblo!
Nicholas entra en la cocina y agarra al cocinero por el cuello. El pobre chico asustado abre los ojos de par en par sin entender la situación.
— ¡¿Qué le hiciste a mi perra?! ¡Habla, canalla! —lo interroga sin soltarlo.
—Nicholas, déjalo —le digo, pero él no reacciona.
—Yo… nada, padre, solo le di un poco de caldo —susurra el chico nervioso.
Las venas del cuello de Nicholas han comenzado a hincharse mucho más, anunciando que no parará hasta dar con el culpable.
— ¿Caldo? ¿Qué caldo? —lo suelta y el chico le muestra la olla de caldo casi entera.
Nicholas acerca su nariz a ella y seca sus lágrimas con rabia. Aspira el olor del caldo y de un empujón termina derramando todo en el suelo. Vuelve a tomar al cocinero por el cuello pero esta vez con mucha más presión que antes.
— ¿Quién cojones te pagó para que le echaras veneno al caldo?
—Nadie, señor, le juro que no he hecho semejante cosa, lo juro —el muchacho tiembla y casi se pone a llorar.
—Nicholas, para, por favor —le pido con amabilidad, logrando que se aparte del chico.
—Si me entero que tuviste algo que ver, juro que acabo contigo. Nadie toca lo que es mío, esto no se quedará asi, voy a encontrar a los culpables y haré que paguen con la misma moneda: la muerte —promete con rabia para luego salir al exterior y tomar el cadáver de Marley entre sus brazos.
2:37 pm
—Te agradezco que me acompañaras, Ana —murmura Nicholas a mi lado mientras juntos echamos tierra encima del cadáver ya rígido de Marley. Ha dejado de llorar, pero sé que su corazón no lo hará por un largo tiempo. Esa perra era mucho más que una mascota para él y eso es evidente.
—No tienes que agradecerme, Marley me caía bien, era muy cariñosa —digo sonriendo, aunque la verdad no tengo ni putas ganas.
Si supiera que, en realidad lo hago porque la culpa me corroe.
—Juro que voy a vengarla, ella era todo para mí. Esmond no debió enviármela aquí, y, aunque sé que lo hizo porque me estima, no puedo dejar de buscar culpables donde no los hay —confiesa mirándome.
¿Esmond, quien diablos es ese?
No me atrevo a preguntar porque no merezco el derecho, lo sé, por lo que me limito a sonreír y tirar tierra en hueco.
—Pasará, ningún dolor dura para siempre, confía en mi —mascullo tratando de sonar confiada porque en el fondo quiero que él se olvide de Marley y asi yo puedo dejar de sentirme culpable cada vez que lo veo.
De repente, y sin previo aviso, toma mi rostro entre sus manos llenas de tierra y me lo acaricia. Sus ojos azules se iluminan y me miran directo a los míos.
— ¿Tu confías en mí, Ana? —inquiere tomándome por sorpresa. Su boca se encuentra muy cerca de la mía y su aliento roza mi rostro.
—La verdad es que no, no suelo confiar tan fácil en las personas —respondo, tratando de zafarme de su agarre, pero es en vano.
— ¿Y qué pasaría si yo trabajara para ganarme tu confianza?
—Nada, no pasaría nada.
—Esa no era la respuesta que yo esperaba, Ana, porque ahora mismo tu cuerpo me dice otra cosa.
Pongo los ojos en blanco y aparto mi rostro del suyo de un solo movimiento. Capullo oportunista. Y yo creyendo que estaba dolido por su perra fallecida y solo busca oportunidad para aprovecharse de mí.
— ¿Acaso solo piensas meterte en mi cama? te recuerdo que eres el padre de esta iglesia, Nicholas —digo enojada porque sí, mi cuerpo reacciona sin pensarlo ante su toque o su mera presencia.
«Traidor. Él es el enemigo» pienso.
Una sonrisa perspicaz adorna sus labios.
—Sí, Ana, la verdad es que no tiene ningún sentido negarlo —confiesa y mi boca se abre sorprendida por sus palabras. Jamás había dejado sus intenciones tan claras como ahora.
Me levanto como un resorte de la tierra y lo miro furiosa. El hecho de que solo me vea como un trozo de carne me asquea. Además, es mi maldita venganza, no puede suceder nada entre nosotros, no puedo permitirme encariñarme otra vez con un hombre.
—Eres un jodido neandertal —espeto molesta y él solo sonríe.
A estas alturas no tengo ningún interés en mantener mi tapadera a salvo, me da igual si se da cuenta que no soy monja. Otro punto a mi favor para acabar con él cuanto antes. Corro hacia el interior de la iglesia y planeo concienzudamente mi próximo movimiento para acabar con esa sabandija pecadora.
7:45 pm
La cuerda de polietileno descansa sobre mis manos, la observo y termino enredando uno de los extremos en mi mano derecha mientras mantengo el otro suelto. He decidido terminar con Nicholas de una forma más directa, ahorcándolo con la cuerda, en vista de que mis planes para acabar con él de forma sigilosa no han dado resultados. El muy cabrón es inteligente y termina esquivando cada una de mis trampas. Estoy sentada en una esquina de mi cama, en espera de escuchar sus pasos por el pasillo hasta entrar en su habitación.
—Maldita tierra pegajosa —maldice en un murmuro que hace eco en el pasillo de acceso a las recámaras.
«Es el momento, Ana»
Espero unos cinco minutos antes de salir de mi habitación y colarme en la suya. Cierro su puerta teniendo cuidado de no hacer ruido. La oscuridad abarca toda la habitación, a excepción de la luz que se filtra por la puerta entreabierta del baño. Observo con lujo de detalle los cuadros que cuelgan de la pared frente a la cama, uno es el Sagrado Corazón de Jesús, y el otro la Virgen María. Me persigno y acerco mi cuerpo a la puerta del baño.
«Perdóname, señor» susurro bajito en dirección a los cuadros.
El sonido del chorro de agua cayendo en las baldosas me entretiene, suena relajante y no sé por qué. Mis ojos recorren toda la habitación y se posan en un libro cerrado encima de la cama. Levanto mi cabeza para poder leer el título: Vendida de Patricia McCormick. Frunzo el ceño, impresionada, cada cosa que descubro de este hombre me hace replantearme mi venganza. El libro publicado en el año 2006, narra la historia de una niña nepalí de 13 años vendida a la prostitución en la India por su padrastro. La novela es inquietante y apasionante, la leí hace unos añitos atrás en la cárcel, en los pocos ratos libres que Alisa me permitía. Incluso tiene una adaptación cinematográfica estrenada en 2014.
¿Qué hace un cura de una iglesia insignificante en un pueblucho abandonado leyendo sobre trata de blancas? No lo sé, ni me interesa saberlo tampoco. Regreso mi atención a lo que estoy a punto de hacer. Entro en el baño sin hacer ruido y abro la cortina, agarro la cuerda con mucha más fuerza de la necesaria y me planto detrás de Nicholas, lista para colocar la cuerda en su cuello y terminar de una buena vez con todo esto.
No sé cómo, pero de pronto gira su cuerpo, colocándose frente a mí, desnudo, mojado y muy sexy. Mis ojos se dirigen a su miembro y termino por esconder mis manos detrás de mi espalda. Por suerte, sus ojos se encuentran cerrados producto del agua, pero termina por abrirlos cuando se limpia la cara con una de sus grandes manos.
«Dios, no ayudas a la causa»
—Vaya, veo que tengo compañía —murmura sonriendo y sus manos van a parar a mi cintura. Mi cuerpo es incapaz de reaccionar y apartarse, todo lo contrario, se mantiene inmóvil, en espera de sus caricias.
«Muévete, por favor» le pido en silencio.
—No… yo… —no me salen las palabras.
Sus manos acarician mis muslos y sube la tela para tener un mejor acceso. Su pecho roza mis pezones casi erectos. Apoya su frente en la mía y sus labios terminan apoderándose de los míos. Por instinto de supervivencia, envuelvo mis brazos alrededor de su cuello. Su lengua se desliza en mi boca, ofreciéndome una muestra gratuita de lo que me he estado perdiendo por una venganza. El agua cae encima de ambos, mi ropa comienza a mojarse y se pega a mi cuerpo. Siento que no puedo respirar y la cuerda ha terminado en el suelo de la ducha.
—Ana… —susurra mi nombre entre besos, dejándome sin palabras otra vez.
— ¡No, no puede ser! —me las arreglo para gritar y apartarme de él y de sus labios tan adictivos. Me agacho y recojo la cuerda del suelo, la escondo entre mis muslos para que él no la vea y salgo corriendo sin mirar atrás y sin escuchar los latidos desbocados de mi corazón.
— ¡Maldita sea, Ana, no puedes meterte en mi ducha y dejarme asi! —grita a mis espaldas mientras me sigue. Me atrevo a detenerme en medio de su habitación y lo observo por encima de mi hombro. Está desnudo, tal y como Dios lo trajo al mundo.
— ¡Eres un maldito aprovechado! —contraataco furioso y excitada a partes iguales.
Da dos pasos hacia mí, y yo respondo dando cinco lejos de él.
—Fuiste tú la que entró a mi ducha, yo no te busqué, diablos, Ana, mírame —abro sus brazos, mostrando su desnudez al completo. Lo miro, claro que lo hago —. Llevas toda la puta semana provocándome, y ahora esto, ¿acaso planeas volverme loco de frustración? Porque lo estás consiguiendo.
— ¡Yo no planeo nada, imbécil! ¡Ni siquiera he estado provocándote! —chillo agitando mis manos en el aire.
Nicholas sonríe y se cruza de brazos.
—Entonces, ¿qué hacías en mi ducha? No creo que desees ahorrar agua a estas alturas.
—Yo… yo… ¡no tengo por qué explicarte nada!
Huyo de su presencia, y gracias a Dios no me sigue. Me encierro en mi habitación y me tiro en la cama, frustrada. Todos mis planes terminan fracasando, ya no sé qué intentar. Tapo mi rostro lleno de vergüenza, principalmente porque su toque me gustó. Estoy mojada, y no solo el cuerpo y la ropa, sino también mi humedad. Este hombre es peligroso en todos los aspectos. Es satírico, sarcástico, idiota y muy muy sexy.
—Necesito desprenderme del fuego que ha iniciado este canalla —hablo conmigo misma. Me miro al espejo y agarro la primera ropa que encuentro en el armario. Seco mi pelo y el cuerpo y me visto, dispuesta a desfogarme con el primero que encuentre en este pueblo del demonio.
8:22 pm
Aparco la bicicleta en el exterior del bar de la ciudad. Miro las estatuas brillantes amarillas y verdes que cuelgan de la entrada. Paso por delante de un grupo de hombres borrachos en la entrada e ignoro la cantidad de sandeces y comentarios despectivos que me dedican. El ambiente del lugar es agradable, mucho mejor de lo que pensé. Observa desde la puerta a todos los hombres que beben en el lugar, buscando alguno que me convenza lo suficiente como para terminar la noche en un hotel con él. Enciendo un cigarro y le dedico varias miradas a un tipo alto, musculoso, de pelo castaño y ojos claros. Es guapo, aunque no es mi tipo, pero me vendrá bien para suplir mis carencias.
— ¡Eh, tú, acércate! —grito en público, dirigiendo mi mirada hacia el tipo castaño. Él se acerca dejando su copa encima de la barra.
—Señorita —me saluda con un caluroso beso en la mejilla y sus curiosos ojos me miran de arriba hacia abajo. Le sonrío devuelta y tomo su boca en un beso profundo, sin pensarlo.
—Tú y yo en un hotel, ¿qué tal? —inquiero cuando me separo de él.
—Un placer, señorita.
—Sin nombres, solo follar y luego cada cual por su camino —le aclaro para que no hayan dudas.
—Justo lo que me gusta —susurra en mi oído con intención de provocarme, pero no es el efecto que logra.
Como sea, esta noche es mía, Nicholas y su sexy figura no se interpondrá en ella.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro