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4. Su santidad (no tan santo)

Nicholas

Hostia puta.

¿Quién diablos es esta mujer y que hace en mi iglesia?

Miro a la sexy novicia que tengo delante de mí, ni siquiera parece perturbada por el hecho de que ahora mismo la estoy amenazando con un arma en su cabeza.

—Repetiré la pregunta por última vez… ¿Quién cojones eres y que haces en esta iglesia? —le pregunto en un tono agresivo perdiendo la paciencia.

Ella se observa la uñas con total indiferencia y ese gesto me cabrea mucho más. Esta mujer es de todo menos frágil e indefensa, y mucho menos débil. Eso seguro.

—No me apuntes con esa pistola si no tienes intención de usarla… además, yo te dije quién diablos soy, pero tú en cambio no has respondido mi pregunta —su mirada se oscurece y posa sus ojos en los míos.

« ¿Me está retando?» quiero pensar que solo son los nervios al verse acorralada.

Observo su traje de monja perfectamente planchado, su cabello azul y rosa asoma por el velo que lo cubre y sus uñas azul cielo resaltan entre todas sus cualidades. A pesar de llevar esa horrible ropa, su figura esbelta se hace notar por entre la tela fina. Sus pechos se mueven cuando ella hace el gesto de bajar sus brazos a sus costados, dándome una idea de lo turgentes que son. Me remuevo incomodo aun con la pistola en mano apuntándola, ahora mismo quisiera acomodarme mi entrepierna, pero me es imposible. Chasqueo la lengua frustrado.

—Yo… soy el nuevo sacerdote del pueblo, vine a sustituir al difunto padre Miguel, el cual murió en extrañas circunstancias —hago una breve pausa para continuar —. El vaticano me ha enviado a investigar su muerte.

Aunque no pretendía explicarle nada, porque a fin de cuentas era mentira, me asombré yo mismo cuando todas esas palabras salieron de mi boca. Ella eleva una ceja y no aparta la mirada de mí.

— ¿Y el arma? No sabía que el vaticano permitía tanto libertinaje —indaga ella utilizando las mismas palabras que yo cuando nos conocimos la otra noche.

—Ah, esto —miro mi arma y la desvío de ella —, es solo por protección, pero ni siquiera sé cómo usarla —miento descaradamente —. ¿Y tú? ¿Me vas a decir la verdad o tengo que volver a apuntarte con la pistola?

Ana acerca su cuerpo al mío con lentitud, meditando sus próximas palabras, apoya su mano en mi hombro y me observa sonriendo.

—Ya te dije la verdad, soy novicia, pero ni siquiera nos dejaron tener la preparación básica de cómo serlo. Por eso no tengo muchos conocimientos acerca del tema, pero me gusta servir a Dios —sonríe y siento que su mano quema en mi hombro, mis ojos se detienen en sus labios, unos hechos para el pecado seguro. Termino apartándome antes de que le haga caso a mis impulsos y acabe besándola.

—Ya veo… oye, y ahora que estamos manteniendo una conversación con amo y cierva, ¿Qué te parece si estrechamos lazos y nos conocemos mejor? —la propuesta sale de mi boca a gran velocidad sin darme tiempo a dejar de hablar. Sí, no es precisamente mi plan ideal, pero las sensaciones que Ana despierta en mí son primitivas, por algún lado estallará todo esto en algún momento.

—Yo no soy tu cierva y tú no eres mi amo —sentencia ella furiosa.

«Dios, todo hace enfurecer a esta mujer» pongo los ojos en blanco y sonrío.

Ahora soy yo el que acorta la distancia y se acerca a ella. Pego mi cara muy cerca a la suya y acaricio su mejilla con mis pulgares.

—Pero podrías serlo si quieres —susurro en un hilo de voz muy sensual. Ana se sonroja y de un manotazo aparta mi mano de su rostro, haciéndome sonreír.

—No seas imbécil, tus dotes de Don Juan no funcionan conmigo —espeta para luego suspirar.

Sonrío y camino hacia la puerta de la iglesia para volver a abrirla al público, son apenas las diez de la mañana. Ana sigue mis pasos detrás de mí, y sin darme tiempo a nada, ella tropieza con la alfombra de la entrada y cae en mi espalda, haciendo que la pistola que guardo en sotana salga disparada y termine disparándose en el proceso.

— ¡Dios! —chilla Ana encima de mí.

La bala sale disparada y termina incrustándose en la puerta de la iglesia. La miro sobre mi cuerpo y juro que en lo menos que pienso ahora es en nada lujurioso, todo lo contrario.

— ¡Por Dios, Ana, eres un peligro andante! Mi seguridad está en riesgo si tu estas cerca de mí —la empujo con delicadeza y ella se levanta con cara de pocos amigos. Cruzo sus brazos por encima de su pecho y solo me observa.

—Ha sido tu culpa —dice.

Frunzo el ceño mirándola.

— ¿Mi culpa? Perdona, pero no soy yo el que va caminando por la vida como una vaca ciega —murmuro recogiendo mi arma del suelo y colocándola de nuevo en su sitio.

La furia le brota de entre sus ojos, aprieta sus puños y me mira como si quisiera matarme. Noto que le sale sangre de uno de sus labios, seguro producto de la caída.

— ¿Me acabas de llamar vaca ciega? —pregunta, clara-mente molesta. Ay perdón, asi no era, claramente quise decir.

«Shakira sal de mi cuerpo» pienso en mi interior mirando al techo.

—Sí, creo que lo acabo de hacer.

Ella suspira con resignación y se prepara para atacarme. Yo solo la miro esperando su respuesta.

—Vaya, veo que se te dan bien los apodos, a mi igual, orangután burricalvo —contraataca, causándome risa en vez de molestia. Mis carcajadas resuenan por toda la iglesia, lo único que me falta es lanzarme al suelo y continuar riendo. Ella se enfada mucho más, resopla y sale corriendo enfurecida, perdiéndose mi espectáculo.

—Jajajaa, orangután burricalvo, es muy bueno el chiste —murmuro en alta voz —. Ahora que lo pienso, ¿qué diablos significa burricalvo?

Dejo de carcajearme de golpe, cayendo en cuenta que no tengo idea de que significa su insulto. Saco el móvil de entre mis calzoncillos blancos y tecleo la palabra en el buscador de Wikipedia.

Burricalvo: persona bruta e incivil.

Abro mi boca sorprendido ante el léxico de Ana. Me ha llamado bruto solo que ha utilizado una palabra más científica. Tendré que explicarle en otra ocasión que conmigo no tiene que hacerse la inteligente, yo ya soy consciente que lo es, y mucho. Una idea surca mi mente, quizás Esmond la ha enviado a vigilarme, aunque, de ser asi, debieron haber enviado a alguien mucho menos… apetecible.

Enseguida vuelvo a desbloquear el móvil y marco el número de mi jefe.

— ¿Me puedes explicar por qué has enviado a alguien a vigilarme? Pensaba que confiabas en mí, Esmond — averiguo en cuanto descuelga la llamada.

— ¿De qué hablas, Nicholas? —rebate Esmond entre jadeos.

—Hablo de la mujer frívola y más buena que el vino de Dios que has enviado para vigilarme. No vengas a hacerte el inocente conmigo, Esmond —susurro y casi siento un latigazo de rabia. Los jadeos de Esmond se filtran por el altavoz del móvil, haciendo que despegue mi oído de él.

«Qué diablos le pasa»

—Nick, ahora mismo no puedo atenderte, estoy un poco… ah, ocupado con cierta masa cárnica, pero que sepas que yo no he enviado a nadie para vigilarte, confío en ti plenamennnnnteeee ah.

Más jadeos, esta vez procedentes de una voz femenina. No, no puedo creer lo que mis oídos escuchan. Qué asco.

—Esmond, ¿estás follando hablando conmigo? —pregunto sin muchos preámbulos y se me forma un nudo en la garganta.

—No sé de qué me hablas, oh, sí, nena.

—Acabas de llamarme nena, Esmond, eres un pervertido.

Y corto la llamada. Voy a matar a Esmond cuando lo tenga frente a mí, por hacerme pasar tal vergüenza. Es probable que pase el resto de la mañana pensando en Esmond follando y en una mujer gimiendo. Dios.

«Una mujer gimiendo» mi mente viaja enseguida hasta Ana encima de mi cama mientras le quito su uniforme de monja y acaricio cada zona de su cuerpo de pecado.

Como sea, aparto esos pensamientos pecaminosos de mi cerebro. Algo no termina de cuadrarme con Ana, algo en ella me dice que no baje la guardia y me mantenga atento a cada uno de sus movimientos. De forma instintiva toco el arma escondida en mi sotana y camino a paso firme hacia mi habitación.

Abro la puerta y arrastro la silla de madera que decora un rincón de la habitación, la coloco debajo del agujero del falso techo y me trepo en ella. Tomo el dossier amarillo que tengo escondido dentro del agujero y me bajo de la silla para repasar mi próximo objetivo en este pueblucho de mala muerte.

Releo la lista de nombres que me ha facilitado Esmond. Son varios, cada uno con una función distinta pero con el mismo destino en común: la muerte. Debo acabar con todos y no dejar a nadie con vida, ninguno que pueda ser testigo de absolutamente nada. El primer nombre que encabeza la lista es Valerio Bossi, primer cardenal de la Curia Romana. Según los informes, el cardenal Bossi se encuentra en el vaticano realizando labores pacíficas. Debo interrogarlo con el objetivo de extraerle información valiosa sobre quién está detrás de toda esta organización de trata de blancas.

Leo en alta voz los archivos del cardenal.

Nombre: Valerio Bossi
Rango religioso: Cardenal obispo perteneciente a la Curia Romana.
Ocupación: Consejero principal del sumo pontífice.
Edad: Ochenta años.
Iglesia asignada: Alas de Ángel, Raycott, Alaska.
Nota: principal sospechoso de trata de blancas de la organización La Serpiente. Creemos que el cardenal puede tener información importante según los antiguos archivos del anterior oficial encubierto. Tu misión es torturarlo para sonsacarle información valiosa que nos pueda llevar al líder de La Serpiente. No lo elimines a menos de que sea necesario.

Suspiro y echo la espalda hacia atrás para recostarme en el respaldar de la silla. Sonrío socarrón porque será pan comido torturar al cardenal. Que Dios me perdone por esto.

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