23. Ofrenda de paz.
Nicholas
Treinta y dos horas después.
Ni una sola lágrima sale de los ojos de Ana cuando en los titulares anuncian la muerte de Alisa Romanenko en la prisión.
«Muere esta madrugada la Asesina de la Cobra, Alisa Romanenko. Un infarto agudo de miocardio ha estipulado medicina interna como la causa de la muerte. »
«Se descubre la enorme red de tráfico de personas que dirigía Alisa Romanenko. »
«Seis cuerpos son encontrados en diferentes localizaciones de Raycott, el pequeño poblado de Alaska. Todos miembros de la famosa organización de crimen organizado La Serpiente. »
Es la primera vez en toda mi vida que los titulares me agradan. Alisa Romanenko y su retorcida organización criminal acapara toda la red de comunicación y noticieros. Su historial criminal está siendo destripada en todas las cadenas de noticias nacionales e internacionales. Hasta el momento nadie tiene conocimiento sobre nuestra participación en destronar a la organización de trata de blancas, pero es cuestión de tiempo para que eso suceda y le pongan precio a nuestras cabezas.
He llamado a Esmond esta mañana para informarle de todo lo acontecido. Para mi suerte, está muy contento con mi trabajo y no ha puesto pero en cederme una de las casas que la CIA utiliza para esconder enemigos de guerra. Ana y yo llevamos casi un día entero encerrados en una propiedad en The Strip, un pueblucho cercano a Raycott pero lo suficientemente alejado para no despertar sospechas. Ni Ana ni yo tocamos el tema de los titulares, tan solo nos limitamos a mirarlos de vez en cuando y apagar la tele con un gruñido de enojo.
Ana entra en la habitación sonriendo y me mira. Agarra el portátil que le he comprado hace unas horas. Me dijo que lo necesitaba para su próximo movimiento. Se siente en una esquina de la cama y coloca el portátil en sus muslos, la observo abrir Google y colocar una dirección IP en el buscador.
— ¿Qué haces, cariño? —le pregunto curioso, tratando de meter mis narices en la dirección de internet que acaba de teclear.
Ella vuelve a dedicarme una sonrisa cómplice y se centra en su misión antes de responderme.
—Acabar con Alice Wilkerson —se ríe, pro luego su sonrisa se desvanece lentamente —. Estoy rellenando su sentencia de muerte.
Frunzo el ceño al no entender a qué se refiere.
—No entiendo —murmuro.
Ella gira el portátil hacia mí para que pueda leer lo que intenta hacer.
«Formulario de denuncia sobre orden de asesinato y soborno policial para la Policía de Washington»
Me gustaría denunciar un complot por asesinato que involucra a mi abuela, Alice Bethany Wilkerson Cox, millonaria y excéntrica, a Alisa Yulia Romanenko, mi madre adoptiva y ahora fallecida, y a Nicholas Connolly, ex alcalde de Raycott y también fallecido.
Mi abuela contrató los servicios de Alisa para asesinar a mi madre, Angelika Kulik y a mí misma. Sobornó al ex alcalde Connolly para que este testificara en contra de mi madre y fuera a prisión, lugar donde Alisa la asesinaría. Alice Wilkerson ha estado mintiéndole a todos y me gustaría que la maldita verdad salga a la luz.
Creo que esa mujer debe estar en la cárcel y estoy dispuesta a testificar en su contra. Tengo pruebas para demostrar lo que estoy alegando. Tengo un móvil y un número de teléfono donde se me puede localizar una vez que reciban este aviso.
Atentamente.
Anastasia Romanenko.
907-099-1934
Miro fijamente lo que ha escrito en el formulario, esperando que le dé el visto bueno. Asiento con la cabeza y ella presiona el botón de enviar. Me mira y sonríe complaciente. Solo es cuestión de tiempo para que arresten a la señora Alice Wilkerson.
— ¿Lo harás? ¿Testificarás en un juicio contra ella? —pregunto con los ojos entornados.
—Por supuesto, aunque lo haré como testigo protegido, por nada del mundo pienso mostrar mi identidad al mundo —replica, esperanzada de que por fin se haga justicia.
Asiento con la cabeza y la abrazo, depositando un tierno beso en su frente.
— ¿Qué haremos ahora? Ya no nos queda nada pendiente —inquiere ella entre mis brazos. Siento su aliento en mi cuello.
—Entregarnos —digo, y sus ojos se abren de par en par y aleja su cuerpo del mío —. Iremos a las oficinas de la CIA en Kansas y nos entregaremos. Alegaremos que fue en defensa propia.
— ¡Estás loco, Nicholas! No vamos a hacer esa barbaridad. Tú no sabes lo que es vivir en una prisión, pero yo sí, y créeme, no es nada agradable —suelta enojada mientras se aleja de mí y de la cama, dejando el portátil en una de las sillas que adornan la habitación.
Me pongo de pie y la sigo hasta el baño, la tomo del brazo para que me escuche antes de sacar conclusiones precipitadas.
—Ana, no te preocupes, cariño, como agente especial tengo protección, no pueden hacernos daño porque cumplí mi misión al pie de la letra —le explico, aún sin estar seguro de mis propias palabras, pero intento darle seguridad.
Sus ojos me miran suplicantes y apoya sus manos en mis hombros.
— ¿Estás seguro? —pregunta indecisa.
Asiento con la cabeza.
—Segurísimo.
Ese mismo día, pero cuatro horas después…
El edificio de la CIA se alza imponente sobre nosotros. El sol brilla tanto que tengo que protegerme los ojos al igual que Ana. Respiro hondo cuando nos situamos frente a frente a la puerta de entrada. Agarro la mano de Ana y la veo suspirar, dudando si este es el mejor plan para los dos. Observo los veinticuatro pisos que conforman el edificio gubernamental. Es una mezcla de mármol nuevo y madera que conseguía de alguna manera que fuera un lugar precioso.
—Entremos —sugiero, tomando la mano de mi amante y arrastrándola hacia el interior del edificio.
A penas entrar dos guardias de seguridad se interponen en nuestro camino hacia la oficina de Esmond. Una de ellos no logro reconocerlo, debe ser nuevo. En cambio el otro sí que se quién es.
—Hola, Bob, es un gusto volver a verte —lo saludo, esperando que se retire de mi camino, pero eso no sucede. Ana me mira nerviosa y yo doy un apretón en su mano.
—Lo siento, agente Connolly, no puedo dejarlo pasar sin detenerlo, son ordenes de Esmond —alega él.
—Tranquilo, Bob, haz tu trabajo —le ofrezco mis manos y Ana me imita, el guarda gordinflón coloca sus esposas en nuestras muñecas y nos conduce por el pasillo hacia la oficina del jefe.
Claro que lo esperaba, siempre que termino una misión hacen el mismo paripé. Ana se encuentra a mi lado asustada. Sus ojos se han vuelto brillosos, creo que está a punto de llorar. Esto no era lo que quería para ella, por eso intenté mantenerla lejos de todo esto, pero ella no es de las que escuchen órdenes.
—Juntos todo estará bien —le susurro para que sepa que estoy aquí, con ella.
Asiente y luego sacude su cabeza para espantar las lágrimas que amenazaban con salir.
La puerta de la oficina de Esmond se abre y Bob nos introduce dentro, desata las esposas y Ana masajea su muñeca dolorida. Esmond nos mira fijamente, primero a uno y luego al otro, a través de sus gafas de leer. Se pone de pie y camina hacia mí, para luego abrazarme de forma posesiva, tomándome por sorpresa.
—Me alegra verte sano y salvo, ya sé que no te lo puse fácil —murmura él casi en mi oído.
Lo aparto un poco y lo miro.
—La verdad es que no —alego, aunque en el fondo estoy orgulloso de haber completado mi trabajo con éxito, o al menos, todo el éxito que se puede esperar teniendo en cuenta las muertes de niños inocentes.
— ¿Y a quien tenemos aquí? —pregunta él dirigiendo sus ojos hacia Ana, la cual observa el suelo sin atreverse a levantar su vista de él.
—Ella es Anastasia, mi novia —replico con claro orgullo en mi voz.
—Ustedes dos tienen mucho que contar, asi que, tomen asiento y empiecen de una maldita vez —Esmond vuelve a su puesto detrás del escritorio y espera con paciencia a que comencemos a hablar.
—Mi madre adoptiva era la cabeza del cartel de La Serpiente —comienza a decir Ana —. También era una asesina profesional que asesinó a mi madre biológica y se quedó conmigo para que le sirviera de escudera. Por suerte está muerta, yo la maté.
La mirada de Esmond se mantiene incauta, como si ya supiera todo eso. Se acaricia la barbilla, pensativo, y extiende hacia mí un documento.
—Todo eso ya lo sé —gira su rostro hacia mí —. Fírmalo, es un contrato de confidencialidad en donde te comprometes a adoptar una nueva identidad y entrar al programa de testigos protegidos del FBI.
— ¿FBI? ¿Desde cuándo la CIA trabaja en conjunto con el FBI? —inquiero curioso echando mi cuerpo hacia atrás en la silla. Ana se mantiene inquieta a mi lado.
—Desde que nuestro mejor agente ha exterminado al mayor y peligroso cartel de crimen organizado de todo Estados Unidos y México —explica con el pecho hinchado.
Miro a Ana, la cual ha comenzado a morderse las uñas.
— ¿Y Ana? ¿Qué pasará con ella? —inquiero dudoso, aun sosteniendo el esferográfico para firmar el contrato. No pienso firmar nada si ella no viene conmigo.
Esmond resopla.
—Irá a prisión como la única culpable de todo —lanzo un bufido antes de que la oficina se quede en silencio absoluto. Ana niega con la cabeza y su boca se abre estupefacta por las palabras de mi jefe.
—No te atrevas, Esmond, sabes que volaría este maldito edificio por los aires como las torres gemelas —lo amenazo sin cortarme ni un pelo, no me importaría hacerlo por Ana.
Observo a Ana tragar saliva, tratando de mantener la calma. Esmond sonríe nervioso y frota sus manos.
—Era broma, Nicholas —sus palabras son lentas y vehementes, dándome entender que no, no era broma, hablaba en serio.
Me pongo de pie con el contrato en la mano y le ofrezco la otra a Ana para que se una a mi lado. Cuando lo hace pega su cuerpo al mío de un rápido movimiento y beso sus labios con pasión.
—Estamos listos para firmar —siseo con la voz tranquila.
Esmond extrae otro contrato de confidencialidad de la pequeña gaveta de su escritorio y se lo tiende a Ana, esta lo toma entre sus manos temblorosas.
—Debo aceptar que ya mi hijo mayor se ha enamorado —dice en tono dramático, llevándose su mano derecha a la frente —, es tan difícil verlos crecer y dejarlos ir.
Siempre he reconocido que Esmond me trata como su propio hijo. Ana y yo sonreímos por su estelar actuación mientras él finge lloriquear encima del escritorio.
—Estaremos en contacto, Esmond —le digo —. Además, sigo siendo tu mejor agente.
—Señor Esmond, ya no pretendo interponerme en el trabajo de Nicholas, por nada del mundo —susurra Ana por lo bajo, rompiendo el silencio que hasta ahora había mantenido.
Mi jefe la mira a través de sus pestañas y termina por ponerse de pie, se acerca a Ana y la toma por los hombros. En ningún momento deja de sonreír como un psicópata.
—Claro que no lo harás, Anastasia, porque a partir de hoy formarás parte de este equipo, si decides aceptar, claro —arqueo una ceja, no tenía conocimiento de nada de esto.
Me echo hacia adelante, esperando una explicación, pero al ver que no llega decido tomar las riendas. Ana parece mucho más confusa que yo.
— ¿De qué hablas ahora?
—EL presidente de la organización me ha cedido la autoridad para contratar a nuevos agentes de campo. Por lo que he decido contratar a Anastasia, solo que ella pasará directamente a ser agente encubierta. Ya conozco sus métodos de espionaje y defensa, y debo admitir que son lo suficientemente buenos para unirse a la CIA. ¿Y bien, Anastasia?
—Acepto —dice con cara seria.
La miro incrédulo con la boca abierta. Esmond sonríe feliz y da dos saltitos de alegría.
— ¿Perdón? —murmuro perplejo por su respuesta tan repentina, sin siquiera pensárselo.
—Lo que oyes —contraataca ella —. No quiero una vida aburrida viviendo en una casita de valla blanca a las afueras de la ciudad. Tampoco quiero el final feliz que todas las mujeres desean. Sé que tú tampoco deseas eso, porque no eres hombre de finales felices. Quiero ser como tú, quiero vivir en tu mundo, quiero simplemente sentirme útil y viva.
Parpadeo anonadado. No debería dejarla aceptar, pero la mirada en sus ojos me indica que no está jugando, habla muy en serio. Me acepta tal y como soy y eso me hace sentir muy especial.
—Mi mundo no es un lugar agradable, Ana —replico —. Una vez que entres no habrá vuelta atrás. Empezarás a analizar a las personas a tal punto que descubrirás sus más sucios e íntimos secretos, sus pensamientos más impuros, y desearás ser una persona normal otra vez.
—Genial, me encanta. Nunca he sido una persona normal, me crié en la cárcel, es imposible que sea una persona normal.
Ella sonríe, yo sonrío y Esmond carraspea.
—Ana, estoy seguro que eso no es lo que quieres —digo, encerrando su cara entre mis manos.
—Es exactamente lo que quiero.
— ¿Eres consciente que eso significa que nuestra vida se basará en cometer delitos ilegales y tener una identidad nueva cada dos por tres?
—Sí, lo sé. También soy consciente que Esmond no nos dejará en la estocada nunca—asiente.
El aludido levanta la cabeza y nos mira sonriendo.
—Seguro que no. —Afirma él.
—Entonces… ¿firmamos el tratado de paz? —me río y beso su nariz.
—Seguro —dice ella contra mis labios.
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