Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

22. Señales antes del fin.

Anastasia

Despierto con el intenso olor de café recién hecho. Me encanta el café, aunque en la prisión no podía consumirle demasiado. Toco la fina tela de la sábana que me cubre y abro los ojos poco a poco. Reconozco el lugar a la perfección, es la habitación de Nicholas en la iglesia, solo que no recuerdo que tuviera sábanas tan suaves y finas como estas. No solo eso, también me encuentro desnuda, por completo.

—Joder —susurro entre dientes.

—Me alegra ver que sigues viva, es un alivio —dice una voz que reconozco. Me incorporo en la cama y lo miro de pie frente a mí con rostro preocupado pero sonriendo. Lleva el torso desnudo y un pantalón oscuro. Aunque se notaba aliviado, sus músculos están tensos y su mirada azul oscurecida. Se acerca a mí caminando a pasos certeros pero cortos, y deposita un casto beso en mis labios.

La cabeza me da vueltas y una punzada de dolor se instala en mis sienes.

— ¿Por qué estoy desnuda? ¿Hicimos… algo? —indago tragando saliva. Me encantaría volver a repetirlo, pero dada mí condiciendo allá abajo, me es imposible no sentir dolor en el acto.

Sonríe de forma perversa y niega con la cabeza.

—No, estás herida, no soy tan troglodita. Tenías fiebre muy alta y te desnudé para enfriar tu cuerpo y ponerte compresas —explica mirándome con pena.

No digo nada, solo me mantengo callada con los ojos muy abiertos. Recuerdo vagamente lo que sucedió, el sheriff Morris muerto, las paredes y mi cuerpo salpicados de sangre, la computadora, pero no recuerdo el momento en el que Nicholas me encontró.

—Te encontré en la comisaría desmayada de la fiebre —habla como si pudiera leerme la mente —. A tu lado se encontraba el sheriff Morris muerto y tu pistola, me pediste que revisara la computadora y lo que encontré me enojó demasiado y me asqueó a partes iguales. Debo admitir que tienes buena puntería, Ana.

—Lo siento, yo… quería hacer algo por ti. El sheriff Morris era la mano derecha del líder de la organización que investigas. Lo supe por unos adolescentes que murmuraban que Morris poseía una lista con todos los nombres de los chicos del pueblo. No lo pensé, simplemente me lancé de cabeza a por él sin pensar las consecuencias.

Nicholas toma mi mano y la besa. Se siente bien que alguien te proteja.

—No, Ana, la mano derecha del líder no era Morris, sino Cecil Benton. Ya me he ocupado de él, pero antes confesó el nombre de su líder. —Traga saliva y su nuez de adán se mueve de forma nerviosa.

Abro los ojos sorprendida y me atrevo a preguntar.

— ¿Quién es?

—Antes de decirte nada, quiero que sepas que te perdono, no debí desconfiar de ti y mucho menos dejarte sola y salir huyendo. Soy un maldito imbécil y merezco que no quieras nada conmigo si asi lo deseas —toma mi rostro entre sus manos y besa mi frente —. Perdóname, Ana, perdóname por favor.

Sus ojos brillan y su mandíbula se aprieta.

— ¿Qué te hizo cambiar de opinión? Quiero saberlo. —Exijo. No me creo que de la noche a la mañana quiera mi perdón cuando hace solo unas horas había dicho que lo utilicé.  

Sus manos bajan hacia sus costados, resopla frustrado y desvía su mirada hacia otra dirección.

—Porque tu solo has sido un peón más en el cruel juego de ajedrez de Alisa. Te usó, Ana, siempre lo ha hecho y tú nunca te has dado cuenta.

Nunca en mi vida he sentido tanto asco de una persona como lo esto sintiendo ahora. Ni siquiera por el maldito Emmet. Me remuevo encima de la cama y aparto la sábana de mi cuerpo.

— ¿De qué hablas? Sé más claro, por favor, estoy cansada de tanto misterio alrededor de mí. No lo hagas tú también —pido, y el cansancio en mi voz se evidencia. Suspiro y espero con paciencia su respuesta.

—Alisa, ella planeó todo desde el principio, te utilizó, aunque todavía no descubro para qué. No te envió a este pueblo a matarme a mí, eso fue una excusa. Alisa Romanenko es la líder de la organización de La Serpiente —Nicholas toma mis manos entre las suyas para darme confianza. Abro la boca y los ojos casi se me salen de mis órbitas.

—Eso explica muchas cosas. Siempre he tenido mis sospechas sobre ella, pero nunca pude verificar nada porque Alisa es muy escurridiza y cuida sus espaldas muy bien.

—Tenemos que andar con mucho cuidado, Ana, estoy seguro que no se quedará de brazos cruzados cuando descubra que su mano derecha está muerto —Nicholas se pone de pie y camina hacia su closet, luego vuelve a su posición inicial a mi lado con una hoja de papel en sus manos —. He revisado la computadora del sheriff Morris, y no solo escondía los nombres de cada niño de este pueblo, sino también una lista muy detallada con todos los miembros pertenecientes a La Serpiente. Me he tomado el trabajo de imprimirla mientras dormías.

Me tiende la lista y leo con lujo de detalles cada uno de los nombres que en ella se encuentra. Mis ojos se enfurece cuando diviso entre todos el nombre de Aidan. Malditos malnacidos. Maldita Alisa y todo su séquito demoníaco. No permitiré que nada le suceda a ese niño. Alisa recibirá de su propia medicina sin siquiera notarlo.

—Son seis hombres, cuatro de ellos ya están bajo tierra: el cardenal Valerio Bossi, el monaguillo Micha Schiefer, el terapeuta infantil Cecil Benton y el sheriff Derek Morris. Eso nos deja con dos faltantes: el húngaro Jakab Varga y el ruso Artemy Mozgov.

—No pienso permitir que te arriesgues más de lo que ya lo has hecho. Yo me ocuparé de esos dos —mascullo decidido a dejarme fuera, pero no se lo voy a poner tan fácil.

—Nicholas —suelto la lista de entre mis manos y tomo su rostro para mirarlo fijamente —, quiero hacerlo, por los dos, por tu hermano, por Marley, por todo lo que esos cabrones me hicieron.

No puedo decirle que la muerte de Marley fue culpa mía, de lo contrario lo pierdo para siempre. Todos guardamos secretos, ¿verdad? No hay nada de malo en eso.

—Ana…

—Por favor —lo miro con ojitos de adoración como si fuera una niña pequeña pidiendo un dulce.

—Está bien, pero solo harás lo que yo te pida, eres muy peligrosa con un arma en la mano, hermana —se ríe y me devuelve la misma mirada de adoración.

Lo abrazo y beso su cuello, noto que la piel de su nuca se eriza y él retrocede.

—Tenemos trabajo, Ana —espeta, evitando llegar a un momento intimo conmigo —. Del otro lado del papel se encuentran las direcciones de esas dos escorias. Es momento de que les hagamos una visita sorpresa.

Me tiende su mano y ambos sonreímos cómplices. Me pongo de pie, me tambaleo un poco pero logro caminar sin problemas. Ya no tengo fiebre, ya me siente mucho mejor excepto por el dolor de cabeza que me atormenta. Pero ya se me pasará, siempre pasa.

Salimos de la iglesia tomados de la mano. Nuestras armas descansan en el interior del pequeño bolso que Nicholas lleva en su espalda. No me ha permitido llevar encima la mía para que no cometa otro asesinato y me mantenga al margen de sus órdenes. Sé que lo hace para cuidarme, pero no puedo evitar sentirme inútil. Afuera llueve y los árboles se mueven con el viento, haciendo que la escarcha de la copa de estos caiga encima de nosotros.

Veinte minutos después nos apeamos de la bicicleta frente a un antiguo almacén abandonado. Nos miramos en silencio por unos segundos para después caminar con sigilo hacia el interior del almacén.

Una chica, casi una niña, temblorosa y desaliñada, se encuentra sentada en una silla, atada. Un hombre corpulento de cabello rubio mira la televisión mientras fuma un cigarrillo, totalmente ajeno al llanto de la chica. Me acerco a la chica en silencio y le hago una seña para que se mantenga callada. Nicholas se acerca por detrás del hombre y lo aprisiona por el cuello, impidiendo que pueda hablar.

—Te divierte ver a niñas sufriendo, ¿eh? Pedazo de mierda —masculla Nicholas enojado.

Su presión sobre el cuello del hombre se incrementa y la chica comienza a llorar con más ganas. Al final cede un poco para que el tipo pueda hablar.  

— ¿Quién cojones eres? ¿Te envía Alisa, verdad? Sabía que esa zorra me traicionaría —susurra el hombre como puede, tragando saliva y tratando de zafarse del dominio de Nicholas.

—Soy tu peor pesadilla —replica Nicholas.

Yo desato a la chica y la abrazo para calmarla. En un solo movimiento Nicholas extrae su pistola del bolso y le apunta en la sien mientras todavía lo sostiene del cuello.

— Jakab Varga, ha llegado el momento de que pagues todos tus crímenes —dicho esto dispara el arma y el cuerpo sin vida del húngaro cae frente a él mientras se desliza lentamente.

La chica tiembla y sus ojos evidencian terror, vulnerabilidad. El programa de cocina de la televisión anuncia que pronto pasarán a comerciales. Nicholas me mira y asiente con la cabeza. Acompaño a la chica hasta el exterior mientras él esconde el cuerpo de Jakab Varga en un lugar donde la policía lo encuentre al menos en una semana o más.

— ¿Cómo te llamas? Ya estás a salvo —murmuro hacia la chica que llora sin consuelo.

—Emi… Emily Mi… Miller —responde entre sollozos incontrolables.

Verifico en la lista de nombres si el suyo se encuentra y si, está entre Daniel Smith y Elysia Gazi. La miro y ella observa la hoja de papel que sostengo en mi mano. Necesito preguntarle si conoce a alguno de los presentes en esa lista, tal vez alguno sea compañero de instituto o vecino.

— ¿Reconoces alguno de estos nombres? —le pregunto, tendiéndole la lista para que pueda ver.

La chica asiente con la cabeza y señala con su dedo otro nombre.

«Emma Miller»

—Es mi… mi hermana pequeña —reconoce, llevándose las manos a sus ojos irritados de tanto llorar.

Coloco una mano en su hombro.

— ¿También se la han llevado? —indago.

Ella vuelve a negar con la cabeza.

—No, solo a mí y a dos compañeros de curso —deja de llorar y señala los nombres de sus compañeros. Esos malditos cabrones al mando de Alisa pretendía vaciar el pueblo, al parecer —. Brooke Jackson y Eden Morris.

Susurra el nombre de los chicos con dolor, como si hubiera perdidos a dos miembros de su propia familia. No se me pasa por alto el apellido de la chica que acaba de mencionar.

— ¿Eden Morris? ¿Es familia del sheriff? —pregunta incrédula. ¿Cuántos Morris no existen en Estados Unidos? Miles, millones.

—Es su sobrina.

Mis ojos se abren de par en par. El maldito sheriff pretendía vender a su propia sobrina, su propia sangre. Me queda mucho más claro la clase de persona que era, por suerte esa niña estará a salvo gracias a que asesiné a su vil tío. En ese momento Nicholas sale del interior del almacén y se reúne con nosotras.

—Ve a tu casa, chica, ya no tienes nada que temer —masculla él. La chica nos da las gracias y sale corriendo, alejándose de nosotros.

Me hubiera gustado entregársela sana y salva personalmente a sus padres y su hermanita, pero no podemos, de ser asi tendríamos a la policía encima de nosotros y no queremos levantar sospechas, al menos no todavía. Nicholas me toma la mano y me la besa.

—Quiero enseñarte algo —rebusca en el fondo del bolso negro donde guarda nuestras armas y extrae un mechero y un porrón de gasolina pequeño —. ¿Se te da bien incendiar cosas?

Sonrío de forma perversa porque se me da genial.

—Me gusta más volar objetos por los aires, pero esto me divierte también —explico encogiendo los hombros.

—Genial, porque vamos a azar filete ruso —lo dice tan gracioso, como si fuera a una parrillada y no a asesinar a un miembro de una organización de tráfico humano.

Nos miramos en silencio durante unos segundos hasta que Nicholas se acerca a mí y me besa en los labios. Es un beso apasionado, pero sin llegar a ser lujurioso. Después nos separamos sonriendo y nos encaminamos a la próxima dirección donde encontraremos al siguiente miembro de La Serpiente.

Cuando por fin llegamos a la casa del ruso Artemy Mozgov, el silencio en sus alrededores nos recibe. No se oye nada. Silencio absoluto. Hemos planeado incendiar su casa con él dentro, asi parecerá un desafortunado accidente. Para ello debemos estar convencidos de que el tipo se encuentra en el interior de la casa. He diseñado un plan que es imposible que falle.

—Espera aquí, llamaré a la puerta como si fuera una persona buscando una dirección. Asi sabremos que se encuentra en la casa —le digo a Nicholas mirándolo de reojo. Él solo asiente.

Cruzo la calle que separa la vivienda de la pescadería con paso decidido guiada por las ansias de acabar con todo. Miro detrás de mí y observo que Nicholas se ha escondido detrás de un arbusto. Sonrío y llamo a la puerta. Al tercer toque me recibe un hombre delgado, de unos cincuenta años, cabello negro y ojos azules, tiene una cicatriz en el ojo derecho que le atraviesa la mitad del rostro. Es intimidante. Me mira con cara de pocos amigos.

—Disculpe, señor, estoy un poco perdida, busco una dirección —murmuro, dedicándole una sonrisa ladeada.

—No tengo tiempo para zorras —dice y me cierra la puerta en las narices.

Sonrío perversamente y giro sobre pis propios pies, volviendo al punto donde se encuentra Nicholas. Vuelvo a cruzar la calle helada y la lluvia comienza a cesar. A estas alturas ya estamos empapados chorreando agua.

—Es un capullo —murmuro, refiriéndome al ruso.

—Y como todo capullo recibirá una dosis de su propia medicina.

Nicholas saca del bolso el porrón de gasolina, cruza la calle conmigo pisándole los talones, me tiende el mechero y comienza a rociar el combustible alrededor de la vivienda. A los poco segundos la casa entera se encuentra impregnada de gasolina y Nicholas vuelve a mi lado.

— ¿Lista para mandarlo al infierno? —me pregunta irónico.

—Por supuesto.

Enciendo el mechero y lo tiro al suelo, este comienza a arder enseguida, extendiendo la candela a toda la redonda de la casa. A los pocos segundos la casa entera arde en llamas y la voz del ruso se escucha gritar en el interior mientras es consumido. Nicholas y yo permanecemos a una distancia prudente, abrazados. Lo beso en los labios de forma tierna y él envuelve sus brazos alrededor de mi cintura.

—Si quiero tener hijos —confieso de repente sin venir al cuento. Es mi momento de abrirme con él. De dejar salir mis demonios y dar el cien por ciento y no solo el diez.

Nicholas me mira asombrado y luego sonríe.

—Podemos adoptar algún día, si salimos vivos de toda esta mierda —murmura él dejando de sonreír y dando paso a una expresión seria y melancólica.

Asiento y escondo mi cabeza en el hueco de su cuello. Doy el tema por zanjado y él me acaricia el cabello con su mano, deslizando sus dedos de arriba hacia abajo. En ese momento la casa del ruso explota y una teja de zinc vuela por los aires. Las sirenas de las patrullas de la policía se escuchan a lo lejos lo que nos indica que tenemos que irnos cuanto antes. Corremos tomados de la mano y sonriendo como si fuera una travesura de dos adolescentes.

—Te quiero, Nicholas —susurro agitada por la carrera.

Él me mira con adoración y aprieta su agarre en torno a mi mano.

—Te quiero, Ana. Debemos coger un avión hasta Ucrania, esto no se termina hasta que Alisa muera. Haré un par de llamadas para que nos faciliten esa tarea, ni locos podemos viajar en un vuelo comercial.

Nicholas se aleja de mí con su móvil en la mano. Yo solo me le quedo mirando, pensando que hubiera sido de mi si hubiera decidido cumplir las órdenes de Alisa. No puedo perder a la única persona que ha alejado mis demonios y me ha hecho sentir viva, la única persona que me ha hecho entender que tengo un corazón en el pecho que aún late.

Prisión Stupak, Ucrania
Tres horas y cinco minutos después…

Alisa nunca ha estado tan furiosa como en el momento en el que el guardia le quita las esposas.

—Tienen veinte minutos —dice el hombre que la acompaña, para luego alejarse como si fuera esta fuera un animal apestoso.

Alisa rodea su muñeca con la mano libre y dirige una última mirada asesina al funcionario antes de que este nos dé la espalda. Sus ojos no se apartan de él ni siquiera cuando este cierra la puerta de un portazo.

—Bienvenidos a mi humilde hogar, tortolitos —dice Alisa, incapaz de mostrar un ápice de culpa o emoción.

Su uniforme naranja de prisión luce mucho más oscuro producto de la escasa luz en la sala de visitas. Nicholas entrelaza su mano con la mía y me mira fijamente, buscando en mí indicios de dolor. Pero no los hallará, porque no siento nada de eso. Le he pedido a Nicholas que me deje a mí eliminarla. Que quiero ser yo la que pague la muerte de Alisa.

—Eres una maldita hija de puta, pagarás con creces todo lo que has hecho —masculla Nicholas mirándola con rencor.

— ¿Sí? pues déjame decirte que te enamoraste de alguien mucho peor que yo, querido —murmura ella con mucha calma.

Nicholas se sobresalta y pega un puñetazo en la mesa, haciendo que uno de los vasos de agua colocados encima, caiga al suelo y se quiebre. Toco sus muslos para calmarlo y él vuelve a sentarse a mi lado. De forma pausa saco el pequeño frasco que contiene el mismo veneno que acabó con la vida de Marley: ácido prúsico.

—Quiero que me digas el motivo por el que me enviaste a Raycott, y quiero la verdad — musito con los ojos entornados abriendo el frasco de veneno. Pero esta vez tardará un poco más en hacer efecto. Lo he adulterado con un poco de aspirina para hacer que Alisa muera en las próximas veinticuatro horas y parezca un infarto fulminante.

Alisa cierra los ojos y respira hondo. Echa su cuerpo hacia tras, relajada, y me mira con roña.

—De verdad eres estúpida, Anastasia. Quería que eliminaras a esa tonta de Alice Wilkerson, y de paso, al hijo del culpable de que lleve sobre mi cabeza más de veinte cadenas perpetuas —al decir eso ultimo su mirada se dirige a Nicholas, ambos entran en un duelo de miradas de reproche.

— ¿Por qué no decirme la verdad? ¿Por qué ocultar tus verdaderas intenciones? No lo entiendo —pregunto.

—Porque si te contaba la verdad ibas a investigar quien era Alice Wilkerson, y darías con tu verdadera familia. ¿Acaso piensas que no tengo conocimiento sobre tu amistad con esa hacker? No soy estúpida, Anastasia.

Cojo aire por la nariz y lo expulso por la boca.

— ¿Qué hizo mi padre para que lo odie tanto? —pregunta Nicholas con la mirada perdida en la nada.

Alisa sonríe y endereza su postura en la silla.

—Ese malnacido testificó contra mí en la corte, alegando que me había visto cometer uno de los tantos asesinatos que llevé a cabo. Por supuesto, el juez le creyó por ser alcalde.

Lo veo apretar los puños, pero se contiene.

Disuelvo el frasco de veneno completo dentro del ultimo vaso de agua encima de la mesa y lo deslizo hacia Alisa. La miro desafiante y luego dirijo mi vista hacia la puerta, procurando que el guardia no entre.

—Bébetelo, ahora —le ordeno sin una gota de paciencia y con la sangre hirviendo en mis venas.

Ella centra su mirada en el vaso con agua envenenada y luego sonríe hacia mí.

—En el fondo eres igual de despiadada que yo. Me alegra saber que te enseñé muy bien —busca hacerme daño con sus palabras, pero ya no funciona conmigo, el efecto que Alisa creaba en mí se desvaneció hace muchísimo tiempo.

Nicholas se levanta como un resorte de la silla y saca su arma, apuntando directo a Alisa. Sus ojos son dos llamas encendidas de la ira que hay en ellos.

— ¡Bebe, perra asesina! —le grita sin dejar de apuntarle con el arma.

Alisa no duda ni un segundo y toma el vaso de agua entre sus manos temblorosas. Bebe varios sorbos justo antes de que el guardia de seguridad entre por la puerta.

—Se ha acabado el tiempo, es hora de volver a la celda, 256 —susurra el carcelero. Alisa se pone de pie muy seria, esta vez su sonrisa sarcástica ha desaparecido por completo. Es llevada fuera de nuestra presencia. Nicholas y yo nos ponemos de pie y nos largamos de este lugar lo más rápido que nuestros pues nos lo permiten.

Alisa Romanenko pronto será historia. Solo me queda la última señal para el fin: Alice Wilkerson, mi abuela.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro