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17. Confesión (Parte 2)

Nicholas
8:34 pm

La biblioteca del pueblo nunca ha sido un lugar concurrido, pero justo hoy, en este momento, hay demasiadas personas. Lloré sí, pero termine por levantarme. Necesito respuestas, y las necesito ya. No puedo permitir que la madre de Ana tergiverse las cosas a su antojo. Lo que busca es separarnos, pero ha tejido una telaraña alrededor de su mentira que Ana le cree. Hay algo más detrás de Ana y esa mujer, puedo sentirlo.

— ¿Cuánto pide por una hora de internet? —le pregunto al anciano detrás del mostrador de la biblioteca. En este maldito pueblo del demonio no hay ni siquiera eso.

El anciano sonríe y sale de detrás del mostrador cargado de libros. Camina hacia una pequeña oficina con dos computadoras antiguas que pensaba que ya no se fabricaban. Me indica con la cabeza la que funciona.

—Cien dólares la hora, padre —balbucea dejando los libros encima del escritorio, justo al lado de la computadora averiada.

Pongo los ojos en blanco y suspiro. Me parece un asalto a mano armada.

—Veo que no son muy cristianos por aquí —murmuro con ironía. El tipo solo sonríe y toma el billete de cien dólares que le tiendo. Se aleja de mí y comienzo a buscar información de la madre de Ana. Algo debe de aparecer.

Cierro la boca con fuerza y tecleo el nombre de Alisa Romanenko en el buscador de internet. Una serie de artículos de periódicos populares hace dos décadas asaltan la pantalla.

Gazeta Wyborcza
«Las autoridades de Polonia ofrecen recompensa de tres mil zlotys por la captura de Alisa Romanenko, más conocida como “La asesina de la cobra”. Luego de que varios testigos alegaran haberla visto recorriendo las calles de Varsovia, la policía local planea capturarla cueste lo que cueste».

The Wall Street Journal:
«El detective Vincent Price a carga de la investigación llevada a cabo en contra de la asesina Alisa Romanenko, dijo esta mañana en conferencia de prensa que cada vez están más cerca de atraparla. El FBI está trabajando en conjunto con la CCIS de Ucrania para darle captura».

Houston Chronicle:   
«Alisa Yulia Romanenko es sentenciada a cincuenta y dos cadenas perpetuas, las cuales se verá obligada a cumplir en la prisión Stupak de Ucrania. La convicta se niega a dar declaraciones a la prensa a pesar de haber sido autorizado un documental sobre sus horrendos crímenes».

«Se confirma la muerte de Angelika Kulik a manos de La asesina de la cobra. Al momento del crimen la victima acababa de dar a luz y su bebé fue raptado de la penitenciaria. No se conoce su paradero».

RBC-Ukrania

«Temblores de horror, confusión y sangre ha sacudido esta noche los pasillos de la prisión Stupak en Odesa, Ucrania. Alisa Romanenko, mejor conocida como “La asesina de la cobra” asesina a sangre fría a otra reclusa. Una nota escrita a mano con un nombre y un número de teléfono es encontrada en la escena del crimen. La policía no se ha pronunciado hasta este minuto en cuanto a los motivos que llevaron a la reclusa 256 a cometer semejante acto atroz».

Mis ojos se sorprenden tanto como el resto de mi cuerpo al leer todo este horror. En todos los años que llevo trabajando para la CIA, jamás había escuchado el nombre de esa mujer, sin embargo, sí que conozco el nombre de Angelika Kulik, su asesinato fue muy sonado cuando yo era un niño, recuerdo que mi padre guardaba recortes de periódicos sobre la noticia y su oficina siempre se encontraba repleta de reportes e investigaciones sobre ella. Es posible que mi padre trabajara en su caso hace años, no estoy seguro.

Una de las tantas noticias llama mi atención. Esta sobresale entre todas por poseer un nombre que reconozco a la perfección: Alice Bethany Wilkerson Cox. ¿Qué carajos hace su nombre en una noticia sobre la madre de Ana? sin pensarlo dos veces cliqueo en ella y espero a que la página cargue. Lo que leo segundos después me deja helado.

—Maldita malnacida —susurro mientras leo la noticia del Usa Today.

«La señora Alice Bethany Wilkerson Cox, viuda de Arthur Wilkerson, es llevada a juicio por intento de soborno a una autoridad policial y orden de asesinato en segundo grado. La señora Wilkerson niega los hechos en los que se le inculpan de haber sobornado al alcalde local para que este atestiguara en contra de su futura nuera, Angelika Kulik».

«La señora Wilkerson es declarada inocente esta mañana. Sale en libertad sin cargos. El alcalde Connolly ha negado cualquier intento de soborno propuesto por la misma».

O sea, que no solo sobornó a mi padre para que testificara en contra de su nuera, sino que también ordenó su asesinato. Y todavía salió impune. A veces la justicia apesta. Por esto existen tipos como yo. Ahora me pregunto, ¿cómo diablos su hijo no acabó enterándose de todo? La respuesta es simple, el dinero lo cubre todo. La madre de Ana no es solo la conocida Asesina de la cobra, sino también el verdugo de Angelika. Por mi mente pasa la confesión de la señora Alice, la cual hizo todo eso para evitar el nacimiento de su futura nieta. Ato todos los cabos sueltos y me es imposible no entrelazar a Ana con esa niña, en el hipotético caso de que haya nacido viva. En las noticias de internet sale que sí, que nació y que nunca dieron con su paradero, ¿y si Alisa Romanenko se quedó con la niña? ¿Y si esa niña es Ana? la señora Alice dijo que su había descubierto que su nieta se encontraba en el pueblo.

Mi cabeza da mil vueltas y por mucho que lo intento no logro descifrar toda la información que poseo. Necesito algo más para poder entender del todo este rompecabezas. Tengo que hablar con la madre de Ana, necesito verla, necesito que me aclare todas las dudas que siento ahora mismo, porque si todo lo que pienso es cierto, Ana no es, ni de lejos, mi hermana.

Prisión Stupak, Odesa, Ucrania
1:22 am


De camino a la prisión he llamado a Esmond, necesitaba informarle sobre algunos datos importantes relacionados con La Serpiente para mantenerlo contento. Para mi suerte, no se ha enterado de mi viaje a Ucrania. Gracias a mi amigo Kilian, logré conseguir un vuelo privado en un avión militar, y un viaje de más de seis horas logré hacerlo en solo tres.

Me preocupa Ana y el estado en el que se encuentra, me he pasado todo el vuelo pensando en ella y no veo la hora de que todo esto termine e irnos los dos juntos lejos. Pero tengo la necesidad de aclarar todo este tema porque en cualquier momento termino en un hospital psiquiátrico.

«Parker» mi hermano me viene a la mente al pensar en eso. Que fácil hubiera sido nuestra vida si nuestra madre no hubiera sido asesinada. Pero supongo que era nuestro destino, dicen que todos nacemos con el trazado.

Reviso el bolsillo derecho de mi chaqueta de cuero para cerciorarme que mi placa policial se encuentre en su sitio. Observo el edificio que ocupa la prisión y suspiro antes de caminar en dirección a él. Hace frío, aunque mi cuerpo no lo siente tanto producto del estrés tan grande que cargo encima. Me acerco a la reja de la prisión y dos guardias se me acercan.

—Громадянин, вам там бути не можна —me reprende uno con un acento ucraniano muy marcado.

No entiendo ni hostia lo que dice. Mis ojos se dirigen al otro guardia, es rubio, ojos azules y tiene la típica cara de un hombre americano, por lo que le hablo directo a él con la esperanza de que me entienda.

—Soy Nicholas Connolly, agente especial de la CIA y necesito interrogar a una reclusa —digo, irradiando seguridad en mí mismo.

El guardia asiente con la cabeza y le indica con una seña a otro que se encuentra en la torre de vigilancia que abra la puerta. A los segundos ya me encuentro dentro del edifico y enseño mi identificación de agente de la CIA.

—Agente Connolly, debemos informarle de su visita a la directora del penal, es nuestro deber —susurra uno de ellos sosteniendo una pistola AK-47 en sus manos.

—No será necesario, es de madrugada, no quiero molestar. Solo necesito hacerle unas preguntas a la reclusa 256, es investigación rutinaria sobre antiguos casos que han sido reabiertos —explico, tratando de sonar natural.

—Entiendo, pero…

—Oficial, sé que intenta hacer su trabajo, pero yo también intento hacer el mío, lo cual, todos conocemos, es mucho más importante que vigilar una simple prisión de mujeres —utilizo mi técnica de convencimiento: la diferencia de clases, eso nunca falla cuando se trata de la policía.

El rostro del hombre cambia de colores, lo veo apretar la mandíbula enojado, pero termina asintiendo y dándome paso al comedor. Tomo asiento frente a una de las mesas y espero con paciencia que traigan a la reclusa. Ocho minutos después, entran dos oficiales con la madre de Ana. La traen esposada, como es lógico conociendo sus antecedentes delictivos.

—No podemos quitarle las esposas, es una orden de la directora —masculla el oficial de su derecha. La mujer les lanza una mirada de odio a ambos hombres justo antes de posar sus ojos en mí. Me remuevo incómodo en la silla y espero a que tome asiento frente a mí.

La mujer se sienta finalmente y me fulmina con la mirada. Está deseando eliminarme, aunque no lo manifieste de forma verbal. Su cuerpo entero se mantiene en alerta, temiendo que pueda hacerle algo. Sus ojos entornados no dejan de observarme, me analiza.

—Reconozco que me equivoqué contigo, resultaste tener muchas más pelotas de lo que creí. —Masculla ella con voz autoritaria.

Miro por encima de su hombro al guardia apostado en la reja, el cual nos observa con demasiada atención.

—No tengo tiempo para escuchar sus estupideces, explíqueme de una buena vez que cojones se trae mintiéndole a su hija —la sonrisa sarcástica desaparece de su rostro y en su lugar aparece una expresión desconcertada.

La mujer entrelaza sus manos por encima de la mesa y me mira fijamente.

—Sí, es mentira, tu padre no tiene ningún parentesco con Anastasia, pero me pareció oportuno mencionarlo. Ana no debe estar contigo, y es algo que no pienso explica porque no le incumbe. Ella tiene una misión, una misión que usted se empeña en tirar por tierra —aprieta los dientes mientras se inclina hacia adelante y me coloca sus manos esposadas en las mías. Mi cuerpo se tensa ante su contacto.

¿De qué misión habla? Ana nunca me ha mencionado nada, pero tampoco tengo pensado indagar. Entrecierro los ojos y exhalo el aire que mis pulmones se empeñan en retener.

—Me da igual, señora Romanenko. Lo que quiero saber es… ¿quién es usted? —retiro mis manos por debajo de la mesa, lejos de su contacto intimidante. La reclusa sonrío de forma maliciosa y sus ojos claros se oscurecen. Hecha su cuerpo hacia atrás y recuesta su espalda a la silla.

—Buena pregunta, padre. Ya sabe mi nombre, y estoy segura que también conoce el motivo del porque estoy en este lugar, entonces, solo me queda decir que yo, Alisa Romanenko, soy la peor pesadilla que le puede pasar a cualquier ser vivo. Pero volviendo a su pregunta inicial, no, no soy la madre de Anastasia, gracias a Dios, y a mis buenos tratos, Angelika Kulik descansa a más de cinco metros bajo tierra, eso según las leyes federales de Ucrania.

La piel se me eriza al escuchar el modo en el que relata todo. Es una mujer fría, calculadora y despiadada. Todos los criminales tienen un modus operandi, y el de Alisa Romanenko es muy sutil, casi pasa por desapercibido.

— ¿Quién le pagó para asesinar a Angelika? —tengo un montón de preguntas, pero soy consciente que pocas serán respondidas.

Su sonrisa se incrementa y suspira.

—A veces, padre, quien menos te imaginas es un lobo disfrazado de oveja. Eso me sucedió la primera vez que la señora Alice Wilkerson se presentó aquí, justo como usted lo está haciendo en este momento. Parecía una dulce anciana de sesenta años, pero en realidad era un demonio con alas de ángel.

Acomodo mi trasero en la silla, deseoso de que me cuente mucho más.

— ¿Ella fue quien le pagó?

—Exactamente, varios millones, la gente rica no escatima cuando se trata de proteger sus propios intereses. La señora Wilkerson odiaba a Angelika, conflicto de intereses entre suegra y nuera, y cuando se enteró que esta estaba embarazada, acudió a mí para que acabara con la criatura y la madre.

— ¿Por qué dejaste a la niña viva? —inquiero, nervioso por su respuesta.

—Para mis propios intereses. Tu padre, el alcalde Nicholas Connolly, se atrevió a atestiguar en mi contra, pero también lo hizo en contra de Angelika en su momento. Resulta que el alcalde fue testigo de mi último encargo de asesinato, su propia esposa.

La maldad que se percibe en su rostro es indignable. Mi corazón late con fuerza ante la sola mención de mi madre. Es imposible que sea cierto. Un escalofrió me recorre todo el cuerpo y la inquietud se apodera de mí.

— ¿Me está diciendo que usted asesinó a mi madre? ¡¿Es eso lo que me está diciendo?! —me levanto como un resorte y toco mi pistola en su cinturón, dispuesto a ponerle fin a su vida, tal y como hizo con mi madre.

La expresión de horror en su rostro me indica que siente temor. ¿Miedo? ¿Una asesina sintiendo miedo? Me cuesta creerlo.

—No, me entendió mal, padre. Sí me contrataron para acabar con la vida de su madre, pero cuando mi esbirro llegó al lugar para realizar el encargo, ya estaba muerta. No sé de qué forma, el alcalde Nicholas se enteró de aquello y no dudó en testificar, después de todo, era su mujer, la madre de sus hijos. —Hace una breve pausa para continuar —. Yo no maté a su madre, Padre.

Me gustaría creer en sus palabras, de verdad que sí, pero mi desconfianza y mi instinto policial me dice que no, que en una asesina no se debe confiar.

— ¿Mi padre tiene algo que ver con la muerte de mi madre? —pregunto apretando los puños y rogando porque diga que no.

Ella niega con la cabeza y suspiro aliviado.

—No, absolutamente nada. La señora Wilkerson le pagó para que testificara en el juicio en contra de Angelika, la acusaban del robo de unas joyas, y esa fue la oportunidad ideal para que Alice Wilkerson se deshiciera de su futura nuera y de paso, de su nieta que venía en camino.

— ¿Por qué quedarse con la niña? No entiendo esa parte —a pesar de que estoy un poco confundido, logro preguntar.

Ella sonríe.

—Digamos que fue por lástima —contesta.

No le creo. Algo oculta, sus intenciones con Ana van más allá de simple lástima. Las personas como Alisa Romanenko no sienten pena por nada ni nadie, ni siquiera por ellas mismas.

— ¿Quién diablos asesinó a mi madre? —levanto una ceja, expectante.

—No lo sé, no tengo esa información.

—No te creo, me cuesta creer tus palabras —balbuceo, aunque quiero sonar duro, mis sentimientos me lo impiden.

—Ese ya es su problema, padre —musita mirándome fijamente.

— ¿Ana tiene conocimiento de todo esto? Debo deducir que no.

Me pongo de pie poco a poco, listo para salir de este infierno.

—No, pero no voy a intentar decirle que no se lo cuente, porque supongo que al final, lo hará.

—Supone bien. Una última pregunta, ¿qué hace Ana en Raycott? Imagino que algo relacionado con su abuela y su verdadero padre.

Ella vuelve a sonreír con malicia y se remueve incómoda.

—Imagina bien.

Doy dos pasos hacia la puerta de salida, me desabrocho la chaqueta de cuero y limpio las gotas de sudor que corren por mi frente. En un lugar de frío siento calor, producto de la adrenalina que recorre todo mi cuerpo. Quiero volver a entrar a ahí y pegarle un tiro en la frente a esa mujer, pero no puedo hacerlo, después de todo Ana piensa que es su madre. Tengo que contarle la verdad, ella debe saberlo todo. Viendo a Alisa Romanenko, estoy muy seguro de que los monstruos no se crean, crecen en un vientre materno para luego nacer y desarrollar su alma perversa hasta límites insospechados.

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