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16. Confesión (Parte 1)

Nicholas
Cuatro horas después…

Voy a matar a cada uno de los hijos de puta que se atrevieron a tocar a Ana. La sangre derramada se paga con más sangre derramada. Ya no es solo Parker ni Marley, ahora es Ana, mi Ana. Miedo, un sentimiento que había dejado de experimentar desde que mi madre fue asesinada. Ahora se apodera de mí como un demonio del infierno mientras espero en el recibidor del pequeño hospital de Raycott. La incertidumbre me tiene en vela, me es imposible concentrarme en nada, ni siquiera en comer. Ana se debate entre la vida y la muerte en un quirófano y yo quiero matar al hijo de puta que dio la orden de secuestrarla. Las voces de los médicos se filtran por la rendija de la puerta entreabierta, aunque no se distingue muy bien lo que hablan. Sé que debo mantener la calma, por ella. Por primera puta vez en mi vida, rezo para que Ana salga viva de esta, no podría perdonarme perderla por mi culpa, mi vida acabaría desmoronándose mucho más de lo que ya está ahora.

Miro mis manos cuando tomo asiento en uno de los bancos de espera. La sangre de Ana es casi negra y ya se encuentra seca sobre piel. La miro con los ojos llenos de agua mientras aprieto los puños, impotente.

—No puedes dejarme, Ana, yo también te quiero —susurro para mí, y una enfermera que pasa por mi lado me mira como si estuviera loco, pero luego sigue su camino.

«Te quiero» esas fueron sus últimas palabras antes de perder la conciencia por completo. Siempre he pensado que el infierno es vivir en las calles, pero hoy me doy cuenta que me equivoco. El infierno es la sala de espera de un hospital mientras operan a la mujer que amas sin probabilidades de que sobreviva. Daría todo, cualquier cosa, hasta mi puñetera vida de mierda si con eso Dios, o el diablo, me da igual, la dejan vivir. Miro al techo y suspiro una plegaria.

¿Por qué ella? Llévenme mejor a mí, soy una escoria y ella es un ángel. El ángel que ilumina mi existencia.  

Por primero vez en toda mi maldita vida, me postro de rodillas mientras mis lágrimas resbalan por mis mejillas, y rezo. Solo espero que Dios no guarde rencor.

Justo en ese momento el médico que atiende a Ana sale del quirófano quitándose con frustración y cansancio su gorro verde. Me pongo de pie como un resorte y lo encaro. Él me mira con lástima, pero procuro no prestarle atención a eso y centrarme en Ana.

— ¿Familiar de Anastasia Romanenko? —pregunta él con ojos cansados.  

—Yo, soy su novio. ¿Cómo está ella, doctor? Dígame que está viva porque de lo contrario soy capaz de prenderle fuego a este maldito hospital —mi voz grave acojona al médico que da dos pasos hacia atrás.

—Cálmese, ella está viva, de momento —susurra entre dientes y eso me enoja.

Me acerco a él, amenazante.

— ¿Qué quiere decir con de momento? —indago frunciendo el ceño.

—La señorita presenta múltiples lesiones en todo el cuerpo, la hemos operado debido a la hemorragia vaginal que no pudimos contener. Su ovario derecho fue extirpado por presentar hematomas no reversibles, suponemos que fueron causados por golpes proporcionados por algún objeto de metal.

Me boca se abre y mis lágrimas ruedan por mi rostro.

— ¿Por qué? —es lo único que atino a preguntar.

El medico suspira agobiado y procede a informarme con más detalle.

—Las paredes de su vagina están tan dañadas por las quemaduras que será casi imposible que pueda concebir. A pesar de todo eso, se encuentra estable. Tiene suerte de estar viva, hemos tenido casos similares que no lo logran. —El hombre se da la vuelta dispuesto a marcharse, pero se detiene en seco y me mira —. Mis colegas y yo no entendemos cómo llegaron esas quemaduras a las paredes de su vagina, ¿usted sabe algo?

Asiento con la cabeza.

—Un maldito cabrón le insertó una vela encendida en su interior —respondo asqueado y aguantando las ganas de golpear algo.

El medico abre la boca en un “ah” y recoloca su gorro de vuelta a su cabeza.

—Puede entrar a verla, ya han pasado los efectos de la anestesia y ha comenzado a llamar a una tal Alisa.

—Bien, quiero verla —demando pasando por al lado del médico como alma que lleva el diablo —. Entonces… ¿no podrá tener hijos? —pregunto de repente.

El hombre niega con la cabeza y revisa algo en su bolsillo.

—Será poco probable, pero no imposible.

No me convence su explicación, por lo que vuelvo a preguntar para estar más claro a lo hora de darle la noticia a Ana.

—Del 1 al 100%, ¿Cuánto? —mi voz suena áspera.

—98 % de probabilidades de no lograrlo y 2% para que si logre quedar embarazada —masculla de forma cruda.

Me mantengo de pie a duras penas.

— ¿Tan grave es? —indago, buscando un rayo de luz en las palabras del médico.

«Que sea mentira, que sea mentira» me susurro mentalmente.

—Sí. Le explico —el hombre vestido de verde me indica con la cabeza que tome asiento, y lo hago —. Para lograr un embarazo, es necesario que el espermatozoide recorra todo el camino de la vagina hacia el ovulo, para luego implantarse en el útero. Debido a lo dañada que tiene la señorita Ana las paredes de su vagina, es casi imposible que algún espermatozoide logre llegar al ovulo, no tendría las condiciones necesarias para ello. Además, su nivel de ovulación se verá disminuido por la ausencia del ovario derecho. No solo eso, las lesiones que presenta se extienden hasta su cuello de útero. Es algo complejo, pero muy delicado.

—Entiendo —no, no entiendo, pero no quiero indagar más porque siento que voy a desmayarme en cualquier momento. Me resultara muy incómodo y difícil explicarle algo asi a Ana.

Me pongo de pie y camino hasta la habitación donde se encuentra Ana. Entro sin tocar desesperado por verla y saber por mis propios ojos que está viva. La observo unos segundos antes de plantarme frente a ella. Se encuentra recostada en la cama, con los ojos cerrados y los brazos a ambos lados de su cuerpo. Parece dormida, pero la conozco, se reconocer cuando duerme o cuando solo piensa en silencio. Tomo una boconada de aire y aparto el dolor el dolor que siento en el pecho. Debo ser fuerte, por ella.

—Ana, cariño —murmuro bajito, temeroso, aunque no sé por qué.

Ella abre los ojos y levanta su cabeza hacia mi dirección. Me mira y una sonrisita débil aparece en la comisura de sus labios. Tiene ojeras y parece la típica persona que ha estado al borde de la muerte.

—Nick —susurra mi nombre y siento las piernas de gelatina. Me acerco a ella agrandes zancadas y la abrazo. Lanzo al aire un suspiro de alivio y olfateo su pelo, huele a desinfectante y anestesia.

—Ya estoy aquí, contigo, no me voy a ningún lado —le susurro al oído, mi instinto es besarla, pero tengo miedo que eso sea mortal en el estado en el que se encuentra.

— ¿Qué me ha pasado? No recuerdo mucho —masculla algo adolorida, la expresión de su rostro me lo indica cuando intenta incorporarse.

—Te secuestraron —contesto sin pensarlo mucho, porque de lo contrario no le contaría absolutamente nada —. Te torturaron, te dejaron muchísimas lesiones que prometo que también acabaran en el cuerpo del hijo de puta que te hizo esto.

Ana traga saliva, su labio comienza a sangrar y yo me dispongo a tomar una gasa de su mesita y colocárselo con delicadeza en su boca.

—Lo recuerdo, sí. Eran varios hombres, vinieron a la iglesia. Me… me confundieron contigo —su expresión cambia por completo, ahora solo veo confusión, dolor. Algún recuerdo viene a su mente que termina atormentándola.

Sostengo su mano y la aprieto para transmitirle confianza y seguridad.

— ¿Conmigo? —pregunto sin entender.

Ella asiente y sus ojitos se llenan de lágrimas.

—Sí, dijeron que no les gusta los soplones y que se habían enterado que yo era de la CIA. Y… ese… eres tú. Me duele un poco allá abajo —se queja mientras seca sus lágrimas con el dorso de su mano.

Sus palabras significan que la mafia de La Serpiente ya tiene conocimiento que hay alguien infiltrado en el pueblo, pero no saben que soy yo. Soy incapaz de utilizar a Ana para cubrir mis espaldas, no puedo hacerlo, y tampoco puedo informar de esto a mis superiores, porque querrán hacerlo y yo no lo permitiré.

—Olvídate de eso, Ana, no es importante ahora mismo. Quien sea el que te haya hecho esto, lo pagará, lo prometo —mis palabras malhumoradas salen de mi boca sin filtro, tengo que contarle lo que el médico me dijo, tengo que hacerlo —. Ana yo… yo… tengo que contarte algo.

Cierro los ojos para llenarme de valor, ella gira su cabeza hacia mí y sus ojos esperan impacientes a que hable.

—Yo también, es importante, Nicholas, pero dime, empieza tu —murmura y respira profundo para luego expulsar el aire que acaba de tomar.

¿Y si le digo que comience ella primero? No, Nicholas, eso es de cobarde y tú no lo eres.

Me armo de valor y desvío mi vista de ella, a ver si asi logro articular alguna palabras sin sentirme culpable.

—Ana yo… tu… —Dios dame fuerzas para poder decirle esto. Tomo aire y continuo —. Tu vagina… está muy dañada por las quemaduras de la vela. El medico dice que… que será casi imposible que puedas tener hijos.

El rostro de Ana se desencaja y mi cordura se va a tomar por culo.

— ¿Qué? ¿Qué acabas de decir? Dime que es mentira, Nicholas, ¡Dímelo joder! —su alteración llega a un nivel que no creí que sucedería. Se lleva el puño derecho al pecho y la vía endovenosa acaba arrancada por completo. La sangre brota de su muñeca y me apresuro a colocar una torunda de gasa en el lugar de la punción. La miro con ojos de cordero degollado, pero ella solo llora mientras da golpes secos en su pecho, como si le doliera.

La abrazo con fuerza contra mi pecho mientras continuo ejerciendo presión sobre su muñeca para detener el sangrado. El corazón me late con fuerzas y la cabeza me da vueltas. Los ojos me escuecen por las lágrimas y Ana se deshace en mis brazos, poco a poco, como un diente de león cuando lo soplas. Cierro los ojos con fuerza y la dejo llorar, desahogarse.

—Lo superaremos, no llores, Ana, me parte el alma verte llorar, por favor —susurro entre dientes. La culpa me hostiga porque sé que soy el culpable de todo. Se me desgarran las entrañas y siento ganas de vomitar. Como un recuerdo del pasado, me acuerdo que ella también quería decirme algo, por lo que ahora mismo mi plan es distraerla con esa conversación para que deje de llorar, al menos por ahora. Pero parece que ella me lee la mente.

—Nicholas… mi madre… —murmura entre sollozos —, mi madre me dijo… me dijo que… —toma aire y comienzo a impacientarme otra vez —, disculpa, todo esto es muy difícil para mí. Mi madre me dijo que…

— ¡Joder, Ana, habla de una maldita vez! —le grito, arrepintiéndome enseguida —. Lo siento, cariño, todo esto es muy difícil para mí también.

—Mi madre me dijo que tú y yo somos hermanos, que mi padre es Nicholas Connolly, tu padre —suelta a bocajarro sin respirar.

La mandíbula se me desencaja. El corazón se me detiene por uno breves segundos para después volver a arrancar con latidos más desenfrenados. Ana vuelve a romper a llorar, cosa que no me permito yo. Aunque sus lágrimas me matan, no soy capaz de sentir empatía por ella, no después de la bomba que acaba de soltar.

¿Quién cojones es su madre para soltar semejante estupidez?

—Miente, cariño, eso no es verdad —digo tratando de mantener la calma, aunque por dentro me estoy consumiendo lentamente.

—No lo sé, Nicholas, quiero creer que no — balbucea ella entre lágrimas.

—Ana, mírame —tomo su rostro entre mis manos y lo acerco a mí, beso su boca por primera vez desde que entré aquí —, no puedes creer eso. ¿Cuál es el nombre de tu madre?

Ella parece pensarse si me ofrece esa información o no.

—Alisa Romanenko. Nicholas, todo encaja, no quiero creerle pero todo encaja —la observo dudar por unos segundos. No puede ser que crea esa mentira. Mi padre no tuvo una hija, jamás. Yo lo sabría. Debe ser una confusión.

—No, no se te ocurra pensar eso, quita ese pensamiento de tu mente —le pido con delicadeza acariciando su rostro.

—Nicholas…

Salgo casi corriendo de la habitación, dejándola solo allí dentro. Necesito respuesta y Ana no las tiene. Estoy muy confundido. El llanto hace mella en mí y no quiero evitarlo. Me tiro en un banco de la sala de espera del hospital y rompo a llorar. Sus palabras han atravesado mi pecho de tal manera que parecen balas mortales dispuestas a acabar con mi agonía, si este no es el puto apocalipsis entonces yo estoy loco y la biblia se equivoca.

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