13. Diluvio.
Anastasia
Observo el sol escondiéndose en el horizonte. Un halo rojizo lo envuelve de forma misteriosa. Eso siempre ha sido un augurio de muerte. Tiemblo y sacudo mi cuerpo para espantar lo malo.
No hay forma fácil de admitirlo. He estropeado mi tapadera con Nicholas de la peor forma posible, y la única manera de arreglarlo sería que le contara la verdad de una vez por todas. Aunque no es como si estuviéramos saliendo, pero por primera vez me siento la prioridad en la vida de alguien. El nombre de Nicholas se filtra en mis pensamientos cuando menos me lo espero, su presencia hace mejores mis noches y mi estancia en Raycott. Reconozco que me asusté un poco cuando dejó aflorar sus sentimientos por mí de un momento a otro y sin previo aviso. No puedo decir que sienta lo mismo por él, yo nunca jamás me he enamorado y no creo que Nicholas sea del primero que lo haga, él es tan espontaneo y yo tan cohibida que me cuesta creer que podemos encajar.
En el momento en el que Nicholas sale de la iglesia y me deja aquí, sé que nada bueno pasa por su cabeza. El me pregunta quien me ha hecho tanto daño en el pasado, pero la misma pregunta puede aplicarse a él. Me quedo sola en mis pensamientos, y es lo último que quiero hacer: pensar.
Mientras recoloco los cojines encima de la cama cuando mi móvil comienza a sonar de forma escandalosa encima de la mesita de noche. Es Alisa.
—No tengo ganas de escucharte, Alisa —le digo enojada —. Eres una maldita asesina.
—No hubieras contestado la llamada. No te preocupes, solo llamo para saber hasta cuando piensas prolongar tu venganza. Te siento hablar mucho, Ana, pero no veo resultados —recrimina en tono autoritario.
Me cago en la puta.
—No hay ninguna venganza, Alisa. Me cansé de tus jueguecitos mentales conmigo, exijo que me digas la puta verdad ahora mismo —mi tono de voz roza la histeria, pero ella solo reacciona como siempre suele hacer: como un tempano de hielo.
Mi madre guarda silencio.
— ¿Qué? ¿Te he dejado sin palabras? ¿Creíste que nunca lo descubriría? Entre cielo y tierra no hay nada oculto, madre —le hablo fuerte sin ningún ápice de arrepentimiento. Aunque no tengo la confirmación de que Alisa esté detrás de la muerte del hermano de Nicholas, tal vez si la presiono un poco termine hablando.
—Anastasia…
—No intentes negarlo, Alisa. Ellen me lo ha contado todo. Me la jugaste cabrona —salgo de la habitación sin darme cuenta de lo que hago y empiezo a pasearme de un lado al otro mientras sujeto el móvil con la mano temblorosa.
Su silencio se alarga y por cada segundo que pasa siento que colgará la llamada para evitar responder a mis preguntas.
—Di algo, estoy intentado entender tus motivos para haber asesinado a un niño inocente de solo nueve años —se me quiebra la voz al pronunciar la edad del hermano de Nicholas. Su traición es demasiado dolorosa y me resulta irracional.
Alisa empieza a hablar, y me da la impresión de que nos hemos intercambiado los papeles. Ahora es ella la que se mantiene firme haciéndose la madre dolida.
—No había manera de hacerte entender que tenías una venganza que cumplir, aun la tienes. Ese tal Nicholas te ha resultado muy simpático al punto de decidir follártelo en vez de matarlo. Ya te lo dije una vez, Ana, los sentimientos no se mezclan con los negocios, pero nunca me escuchas.
— ¿Estás diciendo que asesinaste al hermano de Nicholas solo para sacarlo del camino? —pregunto indignada.
—Te distraía de tu misión, no podía seguir permitiéndolo. Era eso, o esperar a que salieras corriendo hacia los brazos de eses hombre toda enamorada. La muerte de su hermano le supondría un dolor tan grande que se centraría en buscar venganza, no en tratar de enamorarte.
Alisa cuenta todo esto como si fuera jugar cartas.
—Demasiado tarde, madre, ya lo he hecho —anuncio sin pensar muy bien lo que digo.
— ¿Qué has hecho, Ana? —me interroga sin percatarse todavía a que me refiero.
Niego con la cabeza y trago saliva.
—Me he enamorado de él —confieso pasándome una mano por el pelo. Yo misma me sorprendo por mis palabras. Gruño por lo bajo al darme cuenta que sí, que me he enamorado y ese sentimiento me abruma porque jamás lo he sentido por nadie.
—Estás confundida por el interés que muestra en ti. Eso pasa cuando tienes falta de amor, de atención, en realidad no lo quieres, solo quieres el cariño que te demuestra —explica ella de forma arrogante. El estómago se me revuelve al escucharla, al recordar las mentiras que me ha contado, y yo de ilusa que creí al pie de la letra todas sus palabras como si fueran una guía de supervivencia.
—Jugaste conmigo, Alisa, eso no te lo perdonaré nunca —susurro dolida.
—No. Solo intentaba recuperar la vida que deberíamos haber tenido de no ser por el padre de ese tipejo
Guardo silencio unos segundos, pero Alisa no parece que vaya a parar de hablar.
—Ana, tienes que saber algo, es muy importante, no cuelgues —hace una breve pausa y gruño por el altavoz para que termine de hablar de una puta vez, su voz comienza a asquearme —. Te mentí sobre tu padre.
Aprieto la mandíbula.
— ¿Qué? Tú me dijiste que… me dijiste que estaba muerto —murmuro enojada.
—Y lo está, en eso no te mentí, pero… tu padre se llama Daniel Nicholas Connolly.
Ese nombre… no, no puede ser, seguro es una broma de Alisa, seguro lo hace para presionarme. Tardo unos segundos en recuperar el habla.
—Nicholas, es… es…
Ni siquiera soy capaz de decirlo. Es imposible que sea mi padre puesto que tenemos casi la misma edad. Debo estar volviéndome loca. Dios mío.
—Es tu hermano.
El móvil se me cae al suelo y la pantalla termina de romperse. Esto es algo que no puedo asimilar por mucho que lo intente. No puedo. Nunca me ha dado ninguna pista de mi padre, y ahora, después de decirme que estaba muerto, me dice esto. Me cuesta creerlo. El desconcierto le cede el paso a la furia y esta se expande por todo mi cuerpo. Las piernas dejaron de funcionarme y me siento en el suelo, a un lado del teléfono, por el que se filtra la voz de Alisa llamándome una y otra vez. Tomo el teléfono otra vez y lo pego en mi oreja.
— ¡Mientes! ¡Eres una pésima mentirosa, Alisa! —le grito furiosa y siento un dolor de cabeza terrible.
—No te estoy mintiendo, Ana, querías la verdad, ¿no? pues ahí la tienes. El padre de Nicholas, es también tu padre, por eso quería vengarme de él, por embarazarme y dejarme abandonada a mi suerte, y después, atestiguar en mi contra alegando que no me conocía. Investiga, sé que lo harás. —Alisa habla con tanto asco, que en su voz se evidencia.
Claro que lo haré, pero ahora mismo solo quiero llorar y maldecir a Alisa hasta que caiga exhausta y no pueda moverme. Tiro el teléfono a un lado con demasiada furia acumulada. Me da igual si termina de romperse en pedazos, todo me da igual. Me hago un ovillo en el suelo y abrazo mis piernas. Las lágrimas recorren mis mejillas sin control, tampoco quiero controlarlas. No soporto más la opresión que siento en el pecho. Lloro en silencio, sin hacer ni un solo ruido. Mi cuerpo se debilita a cada lágrima que baña mi rostro, y la decepción crece más en mi interior. A lo lejos escucho que una puerta se abre, pero no me interesa en absoluto. El silencio arrulle toda la iglesia. Pero entonces un golpe de algo cayendo contra el suelo hace que me sobresalte y levante la cabeza. Se escuchan cristales rotos y unos pasos que se dirigen hacia mí. Sigo sin levantarme del suelo, no me interesa hacerlo, por lo que vuelvo a mi posición abrazándome a mí misma.
La madera del suelo cruje a medida que los pasos se acercan. Oigo unas voces masculinas seguidas de golpes en las paredes. Levanto la mirada y me topo con varios hombres, vestidos de negro que me miran son ninguna compasión. Uno de ellos me apunta con un arma, pero yo solo quiero llorar y que me dejen en paz, por lo que no le presta la más mínima atención.
—Levántate, zorra chivata —dice el del arma mientras me agarra por el brazo para levantarme en el aire.
Otro de ellos me tapa la boca con su mano, total, yo ni siquiera intento gritar. Unos dedos fuertes aprietan mi mandíbula. Echo la cabeza hacia atrás para tratar de soltarme, instinto de supervivencia supongo. Reuniendo algo de fuerza, logro hablar.
— ¿Quiénes son ustedes? —pregunto casi sin voz.
En este momento no veo nada, me han cubierto la cara con una tela. Siento mi corazón latir con fuerzas, aferrándose a la vida de cualquier manera posible. Yo me quiero morir, pero él no piensa lo mismo.
—Somos tu karma, hemos escuchado por un pajarito que trabajas para la CIA. En este lugar no permitimos soplones bajo ningún concepto. —Susurra alguien a mi espalda.
Lo pillo, en realidad, buscan a Nicholas, pero estoy demasiado cansada para explicarles que se equivocaron de persona, supongo que me lo merezco por haber confiado en Alisa. No intento pelear, solo sigo las instrucciones de esos tipos cuando tiran de mí. No veo nada, pero puedo sentir la tierra bajo mis pies. Oigo el crujido de la puerta de un auto. Uno de los tipos me pega una patada en la rodilla y caigo al suelo de lo que creo, es una furgoneta, no estoy segura. Siento mi cuerpo escocer y mis ojos se vuelven a llenar de lágrimas. La puerta de la furgoneta se cierra de un portazo y el motor gruñe, acelerando con tanta fuerza que mi cuerpo se estampa contra una esquina de la furgoneta, haciendo que mi mejilla se golpee con el hierro del auto. Me estremezco cuando la piel de mi pantorrilla desnuda se engancha en un clavo, puedo sentir la sangre tibia deslizarse por todo mi tobillo.
—Nicholas —susurro mientras paso de las lágrimas a los sollozos. Quiero ser valiente por él, pero mi cuerpo entero tiembla.
De repente la furgoneta se detiene. El miedo crece en mí y el nudo en la garganta se me hace mucho más grande cuando los tipos abren la puerta y me miran fijamente.
No soy tan valiente, no quiero ser valiente. Si este fuera el diluvio divino de Dios, yo prefiero ahogarme de una buena vez.
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