Miraba en el espejo cada grieta o mancha que había en su cuerpo.

Muchos decían que tenía un mal cuerpo y que este tenía feas líneas que lo ponían aún peor. Muchos decían que su rostro no era perfecto, que tenía los ojos más comunes que podían existir y que su cabello era demasiado largo. Muchos decían que su forma de ser no era la correcta, que ella era una chica y tenía que actuar como muñeca.

Pero es que ella se miraba al espejo y no odiaba lo que veía a pesar de todos esos malos comentarios. Aquellas líneas eran pinceladas que adornaban su cuerpo y cada una significaba una batalla ganada. Ningún rostro era perfecto y sus ojos le gustaban, le recordaba a aquellos que veía en su persona adorada. Y no había nada de malo en su personalidad, su forma de ser y la manera en la que actuaba era lo que representaba quién era ella, su esencia.

Se miraba al espejo y le gustaba el amor propio que, en ella no faltaba.