La vida nos mata a todos.
La vida nos mata a todos.
Parecían haber pasado siglos desde la última vez que habló con alguien. A veces hablaba sola.
Sus cabellos se habían blanqueado, sus ojos ya no irradiaban luz.
Atrás habían quedado las fiestas, las risas y las miradas de los muchachos sobre ella.
La belleza la había abandonado, al igual que todo lo demás.
Su vida era monótona, las arrugas se habían establecido permanentemente en su piel, antes suave y lisa.
Le dolía el cuerpo, aunque no tanto como el alma.
Su soledad la torturaba.
Solía llevarse los dedos a la mejilla para asegurarse de que seguía existiendo, porque a veces, incluso ella llegaba a pensar que ya se había ido.
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