Episodio 7. El hijo pródigo: ¡Larga vida al Rey de la Noche!
El reino de la noche perpetua abrió sus puertas de par en par cuando Muerte colocó sus pies en el suelo cubierto de cenizas. El barquero había sido pagado para permitir que el dios cruzara el Río de los Lamentos, y mientras era transportado, el juez trataba de contener el llanto. Cada vez que asomaba la mirada a las aguas turbias del río, veía en su reflejo un par de ojos hinchados y la desdicha de la derrota sentimental bien marcada en sus facciones. También aparecieron las imágenes de todos los momentos amargos que sufrió en el reino de luz, puesto que esa era la función del río: mostrar a las almas recién llegadas toda su miseria. Si el alma embarcada se lanzaba a sus aguas, se condenaba a permanecer en ellas, lamentándose para siempre.
El sirviente guiaba el barco sin mostrar interés alguno en su viajero, por lo que el juez decidió dormir un poco. Cuando cruzaron el río, se encontraba ahora ante un largo camino a recorrer, dejando atrás la única manera viable que tenía para volver a Ithis. En cuanto el juez atravesó el portal principal de la entrada al Nim, sintió como un escalofrío le recorría de pies a cabeza, y de su garganta escapó un brillo dorado que se elevó hasta desaparecer en el cielo cargado de nubes negras del sitio. Era la bendición de Ithis, el pase de entrada recibido desde hacía milenios y que ahora le abandonaba debido al poder de su sitio de nacimiento.
El frío nuevamente volvió al pecho de Muerte, pero esta vez extrañamente no le hacía temblar. Sus pasos levantaban el polvo grisáceo del suelo que no había olvidado, ceniza que provenía de las calderas a las que los blights llamaban "volcanes", donde los dioses oscuros se divertían quemando almas malignas que no consideraban útiles ni para ser blights. A los costados del camino las antorchas de fuego fatuo titilaban constantes, iluminando a los seres atrapados en la tierra muerta. Los rostros en el suelo parecían campos sembrados y el hedor de la podredumbre por doquier provocó que el recién llegado sintiera un asco profundo desde la primera legua recorrida. En sus memorias se perderían los eternos campos llenos de flores, el zumbido de las abejas y el cielo azul que adoró en Ithis. El perfume de las rosas frescas sobre el piano en casa, y la sonrisa de Vida. Y mientras más pensaba en eso, más abría sus ojos dorados, para impregnar su mente del horrible paisaje desértico del Nim. Sus árboles secos y carentes de hojas, sus cuervos que tan sólo eran esqueletos, picos y un puñado de plumas en alas y cola, para poder volar. Los escarabajos, las arañas y cualquier alimaña carroñera sería ahora su nuevo amanecer cada día, y jamás se recostaría en el piso sucio que le rodeaba.
Un par de ocasiones el dios oscuro sintió como las manos de los condenados le detenían, intentando detener sus pies al alcanzar sus botas. Pero el juez se liberaba con movimientos ligeros, e incluso pateó el rostro de uno que tuvo el atrevimiento de colgarse más de la cuenta y casi lograr liberarse de su prisión en las tierras del Nim.
—No insistan— susurró Muerte con hastío— ustedes ya fueron juzgados. Tuvieron su oportunidad en vida y la desperdiciaron incluso después de la muerte. Si Ithis los mandó directo al Nim, es porque no merecían el descanso eterno...— musitó el oscuro, continuando su camino luego de mostrar su creciente indiferencia a quienes rogaban el perdón.
Al llegar a la ciudadela del Nim, todo parecía idéntico a la Cornucopia en Ithis, excepto por que el pueblo estaba en ruinas. Las casas se componían de cajones carentes de techo, de paredes o con derrumbes en alguna de sus construcciones. Los blights corrían de un lado a otro, como enormes sabandijas que se asustaban con la presencia del recolector de almas mientras este caminaba a paso ligero en el sitio. El suelo estaba tapizado de huesos y rocas en ese punto, por lo que cada paso de Muerte resonaba provocando ecos secos y constantes, que le molestaron lo suficiente como para obligarlo a levitar y continuar su camino de esa manera.
Suspiró aliviado cuando por fin llegó a su destino. La entrada a la Catedral Negra se abrió sin necesidad de llamar, y dos centinelas negros esperaban por el dios, quien se adelantó, permitiendo que las parcas gigantes cubiertas con capas negras le siguieran el paso. En el comedor principal ya esperaban varias personalidades que aguardaron pacientes la llegada del hijo prodigo. Hatty Nimson, el dios del odio y actual regente del mundo de la oscuridad, sonreía ampliamente, sentado con las piernas cruzadas desde la cabecera del gran comedor. Los pecados capitales estaban distribuidos a los costados de la mesa y en el segundo extremo, una silla hecha de huesos humanos aguardaba para Muerte. El dios pelirrojo extendió su mano, invitando al recién llegado a tomar su lugar, y en cuanto Muerte se acomodó, los huesos de la silla que ocupaba se giraron para aprisionarlo en muñecas, vientre y piernas. A pesar de que el juez forcejeó intentando liberarse, el agarre era tan fuerte que parecía imposible romperlo. Sin Memento Mori de por medio, el juez estaba vulnerable.
—Bienvenido de vuelta, Death Nimson— dijo Hatty, poniéndose de pie con una alegría fingida para rodear la mesa lentamente. Aquellos pecados que murieron durante las semanas anteriores ya habían sido reemplazados, así que Muerte veía rostros nuevos de los cuales no sabía nada. La mayoría de los presentes parecían irritados ante el regreso del primer dios oscuro, pero de entre todos, Odio era el más molesto. En el momento que estuvo junto al juez, Odio lo tomó por el cabello, tirando hacia atrás para exponer su cuello y deslizar sus afiladas uñas en la yugular blanca y expuesta. El pelirrojo se inclinó lo suficiente, logrando así lamer la mejilla suave de su "hermano", provocando en Muerte un gesto de repulsión que no pasó desapercibido.
—Deberíamos arrancarle la piel y usarla para forrar los libros de nuestro padre— comentó el nuevo dios de la Ira, quien reía por lo bajo al ver como el hijo prodigo del Nim se resistía a las provocaciones.
—Tiene bonitos dientes, serían lindos pendientes en mi colección— susurró otro pecado capital.
—Tal vez si lo cocinamos durante diez días, su carne sirva para un buen estofado— el nuevo dios de la gula ya sentía hambre, a pesar de que habían pasado minutos desde su último bocado.
—O tal vez deberíamos tomar su cuerpo uno tras otro, para ver si así su hambre sexual se sacia un poco, ya que ahora no tendrá quien le perfore el culo— comentó Odio, mientras una de sus manos jugueteaba ya con uno de los botones del traje del juez. Pero entonces una presencia conocida fue manifestándose, provocando que todos en la mesa se pusieran en pie, reverenciando a la nada.
Odio parecía temblar ligeramente, y solo así Muerte pudo enderezarse, para toparse cara a cara con la inmensidad de Nim en persona. El Gran Padre Destructor era tan grande que llenaba toda la sala hasta el techo y gran parte externa de la Catedral Negra, misma que en algunos puntos de la construcción cimbró hasta cuartearse, pero poco a poco las nubes que formaban a la deidad se acumularon en un solo punto, hasta constituir a un hombre. Aquel ser era más alto que Muerte, y sus cabellos negros tan largos que arrastraban sobre la gruesa capa que portaba. Podía notarse un par de trenzas muy finas a los costados de la cabeza, las cuales se unían en la parte baja de la nuca, y las orejas en punta hacían recordar a los viejos elfos de la antigüedad. Pero el rostro de Nim resultaba tan inmaculado como el del juez, tan blanco y puro que parecía un ángel, portador de dos gemas completamente negras en la mirada y una sonrisa siniestra que hizo temblar a todos . Su cuerpo delgado portaba un traje que recordaba a los reyes del medievo, ajustado y con la capa sostenida por un broche de calavera al pecho. Cada detalle casual de esa figura humanizada era impresionantemente hermoso, y por un momento, a Muerte le pareció que Ithis y Nim eran gemelos.
Odio se apartó cuando Nim les dio alcance con pasos apresurados, y en el momento que el destructor extendió sus manos, Hatty sonrió excitado, esperando un espectáculo de sangre.
Pero lo que presenció le hizo enfurecer aún más. La silla que mantenía cautivo a Muerte se desvaneció con la simple presencia del Destructor, y antes de que el juez cayera, su padre lo atrapó con ambos brazos, para atraerlo contra su pecho y envolverlo en un abrazo posesivo y fraternal. Los ojos de Muerte apenas si lograban asomarse por el borde del hombro izquierdo del oscuro, y la sensación de los afilados dedos del padre deslizándose sobre la nuca le hizo estremecer.
—Sabía que algún día lo entenderías— confesó Nim, quien sonreía alegremente, acariciando los suaves cabellos de su primer hijo. Pero las palabras tan cerca del oído del recolector estaban cargadas de malas intenciones— cuando te fuiste a Ithis, sentí que mi corazón se hizo mil pedazos... ¿cómo era posible que creyeras en su hijo egoísta? ¿Cómo eras capaz de servirle a pesar de todo el daño que te provocaba? Me lo pregunté noche tras noche, cuando tu lugar permanecía vacío en mi mesa—
—Padre...¿acaso tu...?— Muerte no podía creerlo. Era como si Nim estuviera enterado de todo el dolor que soportó por milenios, y extrañamente parecía querer entenderlo y hasta consolarlo — ¿acaso no estas enfadado conmigo?—
—No lo estamos— aseguró Nim, dirigiendo su mirada helada hacia Odio, quien se inclinó con la rodilla hasta el suelo al entender que dentro de esa confesión, una orden era marcada tajantemente — jamás lo estaríamos, hijo mío—
—Intentaron matarme... siempre... todos ustedes...— poco a poco el alma de Muerte se estaba doblegando. Los recuerdos felices en Ithis comenzaron a opacarse, a sustituirse por las viejas memorias, donde los dioses de luz veían con desprecio al juez, y las veces en que Vida lo rechazó por su trabajo. Era como si el pasado le mordiera con furia el corazón y el abrazo del padre oscuro ahora parecía cada vez más amable y necesario. Las manos de Muerte encontraron lugar en la capa del ajeno y se aferró a él con más fuerza, mientras las lágrimas empapaban el hombro del Destructor. Justo como lo deseaba Nim— nunca debí ir a Ithis, Padre... jamás debí dejarme seducir por sus palabras... por las palabras del primer hijo...—
—Por sus mentiras—
—¿Sus... mentiras?...—
—El prometió jamás olvidarte de nuevo, ¿no es así?—
—Pero tú... ¿Por qué lo hiciste? La razón de tu maldición...— gimoteó Muerte, apretando cada vez más sus manos.
— ¿Importan las razones? Gracias a mi intervención, ahora sabes la verdad, el mismo lo dijo ¿no es así?—
—"Si no funcionó antes... no funcionará nunca..."— repitió el primogénito con gran dolor, asintiendo una y otra vez.
—Ya, ya, no llores más— el Destructor palmeó la espalda de su hijo con un calor tan real que parecía amor genuino— él te mintió, como todos sus dioses. Fingieron cordialidad para evitar que usaras tu poder, para controlarte y ponerte en contra del Nim entero. Te usaron y te despreciaron cuantas veces quisieron, pero abriste los ojos por fin. Y ahora estas de vuelta en casa, hijo mío, estás listo para tomar tu trono, como debió ser desde siempre— confesó el padre oscuro, para separarse y guiar al juez dentro de la Catedral. Todos los pecados capitales y el dios del odio les siguieron en silencio, como una procesión que anunciaba la llegada de un rey, hasta que llegaron a una sala amplia, donde un trono esculpido en mármol esperaba por Muerte. Aquella silla especial tenía un esqueleto tallado, sentado con las alas extendidas en la espalda y una guadaña de cristal descansando por un costado. El rostro del esqueleto era idéntico a la marca que Muerte colocaba a las almas polilla, y por un instante el dios se sintió temeroso. Un presentimiento le ahogaba el corazón, pero la presión de los dedos de Nim en su espalda comenzó a relajarle nuevamente.
La esencia del padre oscuro estaba infectando al juez sin que este se percatara, invitándolo a subir la pequeña escalinata.
—Nadie te mentirá en tu hogar, Death Nimson— susurró el padre al oído del hijo, tomando la delgada mano del menor para guiarlo hasta el trono —mi ejército a esperado este momento por milenios, y de ahora en adelante gobernarás la noche como tenía que haber sido desde el inicio de todo. Tú decidirás el juicio final, sin enviar las almas a Ithis o a mí. No habrá más intermediarios. Tu palabra será mi voluntad y todo el Nim te obedecerá, porque ese es mi deseo, porque tú eres mi hijo—
La mente de Muerte poco a poco fue sumiéndose en un sopor intenso que le obligó a derrumbarse sobre el trono. Un mareo provocó que su vista se nublara e incluso sintió nauseas, pero ya no había marcha atrás. El poder de Nim estaba devorando su corazón, sus sentimientos por el pueblo de Ithis, por los dioses con los que hizo una frágil amistad por tanto tiempo y por supuesto, el amor por Vida se oscurecía también. El brillo dorado de los ojos del juez se entintó con un tono tan negro como los ojos del padre tenebroso y así, Muerte se rindió a la voluntad de Nim.
—¡Larga vida al Rey de la Noche!— exclamó Hatty al ver como las expresiones en el rostro de su hermano se apagaron hasta dejar un cascarón manipulable y los pecados capitales comenzaron a vitorear, creando un escándalo tan llamativo que poco a poco otros dioses menores y blights se unieron a la celebración. Entre las manos de Nim apareció una corona. Tan sólo eran un par de raíces completamente negras, entrelazadas. Pero cuando fueron colocadas sobre la cabeza del nuevo rey, comenzaron a crecerle espinas y pequeñas magnolias blancas. Los espinos perforaron la piel del juez, provocando que largas líneas de sangre comenzaran a derramarse desde los cabellos y através del rostro, marcándose incluso debajo de los ojos, como si fueran lágrimas de sangre y empapando sus labios. El dolor era ambiguo para Muerte. Ya no era capaz de escuchar nada en concreto, observaba todo a su alrededor pero se percibía tan lejano, que se convenció de que estaba soñando. Si, tenía que ser un sueño. Esa sangre no le pertenecía tampoco, era lo que pensaba con toda certeza. No estaba en el Nim, ni tampoco había perdido la gracia de Ithis. Muerte estaba seguro de que ni siquiera existía, porque ahora su pecho estaba completamente vacío. Al elevar los dedos para tocarse ligeramente la corona, las magnolias se mancharon con la sangre de la deidad, y Nim vio eso con agrado.
El Destructor se acercó a Odio y lo llevó a un sitio apartado, dejando que el resto de los presentes se ocuparan de Muerte. Una vez en privado, el padre oscuro tomó asiento detrás de un escritorio que pocas veces había usado para hablar con su segundo príncipe de la oscuridad.
—Vas a vigilarlo día y noche, Hatty— susurró Nim, mirando fijamente los orbes rojos del contrario— dejaremos a las Parcas al servicio de las tareas de Muerte, así que por ningún motivo se le permitirá subir al mundo neutro, no sin que yo esté enterado—
—¿Qué es lo que pretendes, Padre? Juraste que el día que Muerte volviera al Nim nos permitirías devorar su corazón como pago por todo lo que este tiempo tuvimos que soportar a causa de su traición— exigió saber el dios del odio, quien no encontraba manera de disimular su creciente disgusto— ¿Por qué lo coronaste en lugar de torturarlo?—
—¿Estás cuestionando mis deseos?— espetó el Destructor, provocando que Hatty retrocediera al instante. El padre del abismo fue perdiendo su forma humana, hasta recuperar su cuerpo natural, así como la potente voz dual que haría estremecer a Odio hasta los huesos —existen muchas maneras de hacer sufrir a un dios, pequeño engreído. No necesito quitarle la vida para cobrar cada injuria que Muerte cometió en contra nuestra. Ahora mismo el vacío que siente en su corazón lo está consumiendo, y lo alentará a proceder como deseo. Prepárate, Hatty Nimson, la venganza prometida comienza hoy—
En Ithis, a Vida se le caía la cara de vergüenza mientras Locura se reía en su cara a grandes carcajadas. Sabiduría agitaba con fuerza la próxima bebida que serviría, una piña colada bien cargada, como le gustaba al Benefactor.
—Tienen que estar bromeando ustedes dos— comentó el príncipe mientras se deslizaba las manos en el rostro, deformando sus mejillas— no puede ser verdad que hayamos llegado a tanto—
—¿Qué? ¿Creías que estas ojeras me las dibujaba cada mañana con un delineador? ¡Eran tan ruidosos que podían pasar meses sin que ninguno de nosotros durmiera! —aseguró el sabio, refiriéndose a las noches de placer que los dioses de la vida y la muerte se ofrecían mutuamente, sin importar que los gemidos de Muerte y los jadeos de Vida mantuvieran a todo el Ithis despierto.
—Como conejitos, todos los días, todas las semanas, todos los meses, por siglos mi lord— comentó Locura, que ahora permanecía sobre una mesa de madera, con los pies colgando cual pequeño travieso— a veces contaba los rounds con mis dedos, y me faltaban dedos para seguir contando—
—Para por favor, Locura— rogó el príncipe, enrojeciendo.
—Y eso que usaba los dedos de manos y pies para contar....—
—Ya entendí Locura, es suficiente—
—Y también usaba los dedos de Sabiduría para contar y aún así me faltaban dedos—
—¡Ya es suficiente! Era un enfermo sexual, ya atendí el punto, ¡ya entendí!— estalló Vida, poniéndose de pie para arrebatar la coctelera de las manos de Sabiduría y beberse todo el contenido de un solo golpe.
—Querías saber por qué dejó de funcionarte el pene, ¿no es así?— cuestionó el rubio con una sonrisa burlona, recargando los codos en su pequeña barra— ahora entiendes que estamos en este embrollo por culpa de tus depravaciones. Debería darte vergüenza, ¿Por qué no tenemos un dios de la vergüenza?—
—Está en el Nim— aclaró Locura.
—Tendremos que secuestrarlo y amarrárselo a Vida, para ver si eso contiene un poco sus ansiedades sexuales. Es un milagro que aún te funcione la entrepierna—
—¡¿No pueden callarse un minuto al menos?! —chilló el Benefactor, que venía soportando el bullying de sus iguales por días. A pesar de que las reuniones en casa de Sabiduría se centraban en la manera de convencer a Muerte de que volviera a casa, irremediablemente terminaban en una serie de bromas pesadas alusivas a la impotencia sexual del chico estrella.
Eran risas lo que zumbaba en los oídos de Vida, cuando se percató de un detalle en una de las ventanas del sitio. Una maceta tenía el brote reseco de una rosa que fue olvidada debido a los problemas de las últimas semanas y que irremediablemente pereció sin agua. El príncipe miró de reojo a Sabiduría con algo de molestia y entonces las risas se apagaron rápidamente, puesto que sus anfitriones sabían lo mucho que le dolía a Vida ver a una de sus creaciones de esa manera.
—Por lo menos pudieron molestarse en retirarla de aquí. Sus restos seguro llevan días rostizándose con el sol. Oh, pequeña... por mi culpa terminaste así— se disculpó el joven de piel verde, tomando la flor entre sus dedos, aun cuando sus raíces cargadas de tierra lo ensuciaran, y la acaricio lentamente —como me gustaría saber si Muerte vino a escuchar tu alma antes de que partieras... lamento no haber estado ahí en tus últimos... suspiros... — Una pausa en la voz de Vida alertó a Sabiduría. Los orbes esmeralda parecían haber recibido un brote de iluminación, y entonces Vida dejó la rosa en la ventana nuevamente, para correr a la biblioteca principal del sabio, sin decir la razón de su prisa.
—¡Vida! ¡Vida! ¿Qué sucede? ¿Acaso recordaste algo?— el rubio y su pareja albina persiguieron al príncipe, mismo que se valió de sus poderes para sacar una infinidad de libros de la colección, haciendo que se hojearan solos para poder leerlos más a prisa. Los temas consultados hablaban de la vida después de la muerte, la resurrección, los dioses en los que el hombre creía y las vidas pasadas.
Vida se detuvo nuevamente, y poco a poco sus pies volvieron a la tierra, sosteniendo un par de libros en sus manos.
—Creo que... sé cómo encontrar a Muerte, y de paso, mis recuerdos...— confesó seriamente, mirando a los ojos a Sabiduría.
—Dime que no me va a doler...— suspiró el sabio, esperando ansioso.
—No. No te va a doler, ni a ti ni a nadie, pero tampoco te va a gustar... porque si no funciona, moriré—
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¡Gracias por sus comentarios y por seguir esta historia tan loca :D! ¡Saludos desde México!
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