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Episodio 12. Penne a la puttanesca.

Vida abrió los ojos cuando percibió un ruido ahogado que no lograba reconocer. Ante él, una gruesa puerta de hierro se alzaba, imponente, bastante alta y completamente pintada de negro. Observó de reojo el pasillo que le quedaba a sus espaldas, descubriendo un andador bastante sucio y lleno de grafitis por todas partes. Pero al mirar a su costado, casi se le sale el corazón al toparse con el rostro de Muerte. El dios oscuro portaba un entallado pantalón negro de látex, evidenciando que no portaba ropa interior de por medio. La camisa era de malla tejida sobre una camiseta semitransparente, por lo que aquel conjunto no dejaba mucho a la imaginación. Remataba con un travieso cinturón que terminaba en una larga cola, muy parecida a la de un gato. Sonrió de forma coqueta, remarcando en sus labios el brillo labial que los hacía ver más carnosos, y bastó un pequeño crujir de sus dedos para que la corona de espinas que antes Nim le había impuesto, apareciera sobre su cabeza. Vida estaba preocupado por la indeseable aureola, pero ahora esta parecía tener los espinos con las puntas gastadas, incapaces de perforar la piel de su portador, y las magnolias nuevamente tenían ese bello color violeta que tanto adoraba el juez.


—Querido, debes vestir apropiadamente. Los invitados esperan ansiosos al rey del Día y al rey de la Noche, no puedes entrar en esas fachas— aseguró Muerte, acercándose al benefactor para acortar distancias y reclamar un beso del primer dios. Las ropas del pequeño creador se convirtieron tan solo en un pantalón completamente blanco, tan apretado que la entrepierna de Vida parecía un enorme gusano atascado en la tela de una araña. Sobre el pecho cruzaban dos cintos, mismos que servían para sostener un par de alas de ángel, cubiertas de plumas blancas que le daban un aire angelical al confundido príncipe de Ithis. Al apartar sus labios, Muerte le colocó una corona dorada, idéntica a una aureola de ángel, que levitaba delicadamente sobre la cabeza del joven de piel turquesa y como detalle adicional, colocó sobre la cintura ajena un taparrabo dorado, muy parecido a los accesorios egipcios que alguna vez habían existido. Era lo suficientemente largo para ocultar el preciado tesoro del Benefactor, pero el hecho de que un elemento de oro estuviera en esa zona, llamaba aún más la atención.


Las puertas se abrieron para ambos, y de inmediato el ruido del interior golpeó a los dioses, ensordeciendo por un instante a Vida. No había ni una sola alma humana en ese pub. Las luces neón formaban caminos, pasillos, figuras por todas partes. Había esferas de cristal que reflejaban rayos de luz hacia todas partes, iluminando los rostros de por lo menos dos centenas de blights poseedores de cuerpos propios en el recinto. Vida se tensó de inmediato, pero al notar que se abrían paso fácilmente gracias a la presencia de Muerte, prefirió mantenerse junto al juez, muy de cerca.


Era la primera vez que el primer dios notaba que un blight no le temía. Al contrario, los invitados reían a carcajadas, algunos bailaban, otros se lanzaban a la piscina central que recorría la mitad del bar, y algunos otros más desaparecían en puertas anexas, con sonrisas perversas en sus labios. En los costados de la piscina, dos mujeres contoneaban sus cuerpos suavemente, desnudando sus pechos o tirando de sus pequeños bikinis para mostrar sus genitales sin ninguna vergüenza, al ritmo de la música. Y de pronto, como si fuera una aparición, Dionisio, el dios de la Lujuria, palpó el hombro de Vida, para cruzar su brazo sobre los hombros del mismo y darle un fuerte apretón. Vida gruñó, apartándolo con un empujón, mientras Muerte reía con dos dedos sobre los labios, atrapando al Benefactor sutilmente por la espalda.


—¡TU! ¡¿QU-QUE HACES AQUÍ?!—


—Calma, calma, Rey del Día— sugirió el pelirrojo, elevando ligeramente sus manos en son de paz— no pienso lastimarte, ¿está bien? Nadie en este antro lo haría, sabiendo que tienes a nuestro rey detrás de ti. No somos estúpidos, mi señor— aseguró con una amplia sonrisa, desviando ligeramente la mirada hacia la entrepierna del joven de piel verde. Naturalmente, imaginar las dimensiones de ese pene cubierto le estaba calentando la sangre— a petición de mi querido y traicionero hermano, aquí presente, le doy la bienvenida a esta humilde morada. El bar Dark Whises está reservado para los dioses del Nim, así como dioses caídos. Pero esta noche, celebraremos en especial el regreso de la fertilidad de la divinidad más importante de todo el Universo, póngase cómodo por favor— indicó Dionisio, quien extendió su brazo para indicarles el camino, emprendiendo un andar delicado y sugerente. 



—¿Por qué esta aquí, Muerte? ¿No se supone que sólo podía aparecer una vez al año, en su propia fiesta?— Vida estaba realmente confundido. El sólo recordar la resaca que ese pecado capital le había provocado, le revolvía el estómago. Pero el recolector de almas parecía encantado, por lo que se aferró a la delgada camisa que el oscuro poseía, con un ligero tirón.


—Tengo el poder para permitirle salir un rato, si así lo deseo. Tener el consentimiento de Nim es muy útil a veces...sólo que después de esta noche, devolveré la corona y todos estos dioses serán nuestros enemigos de nuevo hasta que nos destrocemos mutuamente. Dionisio es el mejor organizando fiestas, no podía ignorarlo—


—¿En verdad entregarás tu corona?— cuestionó intrigado el Benefactor, deteniendo a su guía un instante— pero...ahora que el tío Nim estaba tan feliz contigo a su lado...—


—No puedo volver a Ithis si soy un rey, ¿no es así?— susurró el menor, deslizando sus manos en las mejillas del joven de ojos esmeraldas, descubriendo que este comenzaba a lagrimear, por lo que le dio un beso en el borde de cada ojo, negando con la cabeza— esta fiesta es para ti, por favor, sonríe...no quiero ver esas lágrimas volver a derramarse por mi culpa...¿esta bien?—


—Pensé que no volverías... aún tenía mis dudas, a pesar de lo que hablamos en el hielo...— respondió el pequeño creador, sonriendo emocionado, con las mejillas rojas debido a la felicidad. Dionisio los observaba de reojo, y pudo notar de nuevo como el rostro de Muerte se reflejaba en esos ojos verdes y enamorados, más claro que nunca. Era ofendido nuevamente, pero por alguna razón, sentía emoción al ver a ese singular par nuevamente juntos.


La noche apenas comenzaba y las bebidas no se hicieron esperar. Mientras Vida y Muerte recorrían el complejo, un grupo numeroso de meseros se ocupó de llevar los tragos a las mesas, de forma constante y eficiente. Las charolas de la servidumbre estaban atiborradas de bebidas de todos los colores y las repartían a diestra y siniestra hasta asegurarse que todos los invitados estuvieran satisfechos. Las botellas de licor se vaciaban como marejadas, encantando a los participantes al grado de que algunos incluso se llevaran el pico de la bebida a los labios, para vaciar el contenido completo en sus gargantas. Los mejores vinos del planeta estaban presentes, así como algo de botana y bocadillos que no brillaban mucho a pesar de ser finos. El licor parecía el común denominador en todas partes, con un aroma tan fuerte que Muerte por ratos estornudaba, intentando no embriagarse con tan solo olerlo.


Al fondo del pub, en una parte muy alta, se encontraba el responsable de la música. Letras obscenas, acompañadas de notas musicales sugerentes, todo en conjunto parecía una invitación lujuriosa que los participantes recibían con gusto. Pero grande fue la sorpresa de Vida, al descubrir que eran Amor y Odio quienes se encontraban a cargo de la ambientación musical. La joven de piel chocolate tenía unos enormes audífonos con orejas de gato sobre sus cabellos platinados, y era la única que vestía de forma recatada en el club, con sus insuperable vestido rosado. Hatty tan solo llevaba encima un pantalón lleno de estoperoles en punta por los costados, sobre cuero negro y entallado, que dibujaba galantemente las piernas firmes y bien marcadas del dios oscuro. Dos tirantes se apretaban sobre su piel completamente blanca y sus audífonos tenían un par de flamas en color neón que le daban un aspecto rebelde. Ambos dioses eran completamente ajenos al par de ojos que los miraban. Vida deseaba saltar hasta esa plataforma y sacar a Amor del lugar, pero Muerte nuevamente lo detuvo, para luego elevar una mano y llamar la atención de los DJ. La joven respondió con ambos brazos, saludando enérgicamente; Odio se limitó a ofrecer una sonrisa amplia y una reverencia para ambos reyes, para luego continuar su charla con la diosa.


Definitivamente algo nuevo se auguraba entre esos dos, por lo que el príncipe de Ithis solo pudo suspirar de forma pesada y sonreír resignado.


—¿Qué hacemos aquí, Muerte? A-Aún no me explicas cual será la travesura en esta ocasión...¿me va a doler?— cuestionó de pronto el joven de piel verde. Era la pregunta que Muerte llevaba media noche esperando. El juez ensanchó su sonrisa, y elevó una mano para hacer crujir sus dedos ante los ojos de Vida. Al instante, la música se detuvo. Las luces se apagaron, tan sólo conservando los tonos verde neón repartidos en todo el pub, y un reflector iluminó a la pareja, provocando que el pequeño creador se sintiera parcialmente cegado. Todos esos pares de ojos le observaban, sembrando nerviosismo en el primer dios, pero la actitud de Muerte era la que más le preocupaba, al grado de hacerlo tragar saliva.


—El rey del Día pregunta ¿por qué estamos aquí?— dijo el juez en voz alta de pronto, caminando alrededor de su pareja— y ahora mismo le daremos una respuesta... todos los invitados de esta fiesta quieren conocer a la leyenda, querido... quieren saber si es verdad lo que se habla de ti y de tu talentosa existencia—


—¿Le daremos quienes? ¿L-leyenda?— el príncipe estaba cada vez más perturbado, y no era para menos. Cientos de ojos enrojecidos le miraban con gran interés, e incluso pudo notar que Amor sonreía de forma traviesa desde su posición, a la vez que Dionisio se ponía cómodo sobre almohadones en forma de corazón, en primera fila. Odio tenía una pista especial para ese momento, y en cuanto la música llenó el complejo, ante los orbes esmeralda del pequeño creador, Muerte se dividió lentamente. Como si fueran copias de sí mismo, en total cinco versiones del juez se manifestaron en torno al "ángel de Ithis", mismo que fue sentado en el centro de la pista principal, atado con las manos sobre la cabeza, sostenidas de un tubo para pole dance que estaba dispuesto con el fin de retener al Benefactor. El juez niño, el juez adolescente, el juez con su traje perpetuamente negro, Muerte en su versión liberada incluso con guadaña en mano, y por supuesto, Muerte como rey del Nim. Todos sonrientes a su modo, se ocuparon de recorrer el cuerpo del Benefactor con sus labios, como si cada uno supiera qué zona iba a degustar sin descanso. Pero Vida estaba tan confundido, que no lograba olvidar el hecho de que tenían mucho público, por lo que forcejeó un poco para llamar la atención de alguna de las fracciones.


—¡E-espera! Esto...¡esto no está bien, Muerte!...yo...tu...esta clase de cosas deben ser en privado...tal vez si lo habláramos primero...—


—Les prometí que les dejaría ver tu pene completamente despierto— comentó el pequeño Muerte, con la voz tan dulce como la de un infante de diez años— además, ya te estás poniendo duro, mira...—comentó el menor, quien no dudó en presionar entre las piernas de Vida, provocando que el príncipe jadeara pesado. El pequeño deslizó sus manos debajo de los pies del joven de piel verde, haciendo emerger del suelo dos columnas que sirvieron de soporte, casi de la altura de un banquito común. Separó las piernas del mayor para colocar cada pie sobre su respectiva columna, ocupándose de arrancar el taparrabo de oro que cubría el preciado tesoro que tanto anhelaban ver todos. El bulto era considerablemente grande, y por un instante los ojos del "niño" brillaron con emoción. Vida iba a reclamar nuevamente, pero el juez en versión liberada se ocupó de reclamar esos labios azulados y temblorosos, ahogando las palabras del ángel atrapado. Los labios de Muerte como rey no dudaron en adherirse a los pezones, la última fracción lamía insistentemente el ombligo del Benefactor, hasta dejar dibujada con su saliva, una flecha que apuntaba hacia abajo.


El ánimo comenzó a calentarse entre los presentes. No importaba el género, el ver semejante muestra pública de placer provocó lo suficiente a la audiencia para comenzar a demostrarse cariño mutuo poco a poco. Desde parejas en solitario, hasta pequeños grupos de tres o cuatro individuos, los susurros traviesos, los besos furtivos y algunas mordidas, no se hicieron esperar. Pero las miradas seguían reclamando lo prometido, y el interés aumentó cuando el juez infantil logró desgarrar la tela blanca que mantenía cautiva a la leyenda.


La sorpresa fue unánime. La virilidad divina más famosa del universo se irguió orgullosa, imponente, segura de sí misma. Era como si esa extensión carnal tuviera no solo vida propia, si no también personalidad. A nadie le importó la curiosa coloración verde oscuro que poseía, puesto que estaban más atentos en las dimensiones imposibles que poseía. ¿En que estaba pensando Ithis al crearlo de esa manera? ¿Acaso era un fetiche? ¿Tenía como objetivo calentar al cosmos completo? ¿Era cierto que de ese semen habían nacido todas las especies? Las preguntas absurdas explotaban como palomitas en las mentes de los dioses oscuros, pero el ser testigos de cómo el pre-seminal del Benefactor comenzaba a manifestarse, fue el acabos.


Vida seguía demasiado nervioso, por lo que su candente pareja se vio en la necesidad de valerse de otro método más siniestro. El rey se apartó un instante, dejando que sus otras versiones siguieran estimulando al primer dios, para luego acercarse a Dionisio y extender su mano. El pecado de la Lujuria se mordió los labios con fuerza, apretándose la entrepierna justo cuando entregó a Muerte una copa que rebosaba de vino encantado, asintiendo con suavidad cuando sus ojos se cruzaron con la mirada dorada de su rey. El oscuro volvió sobre sus pasos, con un andar coqueto y el paso bien fime, y cuando vio los labios del mayor libres, se acercó para ofrecerle la copa. El aroma era fuerte, dulce y bien conocido por Vida. Naturalmente, el Benefactor no quería tomarlo.


—Eso no de nuevo, por favor...la resaca no se me fue en una semana Muerte, no sabes lo que provoca, no, no...— gimoteó ahogado. Los labios del pequeño juez ya comenzaban a recorrer su entrepierna y eso era en verdad problemático para la resistencia del mayor.


—¿Me amas?— cuestionó el recolector de almas, hincándose junto a su presa, para tomar la copa con ambas manos y acercarla a los labios de su amante.


—Con toda mi alma, Muerte— respondió firmemente el joven de ojos esmeralda. Ahora entendía que todo era parte de la deuda que debía saldar con su amado fideo divino, por lo que no tenía más opción que aceptar— prométeme que nos volveremos a ver por la mañana...sólo promételo—


—Ten por seguro que vas a recordarlo todo esta vez— asintió el juez con una sonrisa llena de ternura, y enseguida inclinó la copa sobre los labios de su amado. El vino era fuerte, espeso y no tardó en llenar el estómago del Benefactor. Su efecto fue casi inmediato, como si hubiera recibido un puñetazo que le calentó la sangre rápidamente. La erección del primer dios comenzó a palpitar, endureciéndose tanto que se veía más grande, lo que enloqueció a los bligths a su alrededor, aumentando en ellos la tentación. Pero las fracciones de Muerte tenía un propósito más noble que el solo proporcionar placer. Memento Mori se blandió entre los dedos del juez, quien extendió su manto negro alrededor de la pista, para elevar un muro de flamas negras que no permitían el paso a los curiosos— El trato es solo mirar, ¿entendieron?— indicó con seriedad, batiendo en el aire el filo de su guadaña, provocando un silbido ensordecedor— cualquiera que intente acercarse más de lo debido, no tendrá alma que ofrecerle a mi padre cuando lo destroce... disfruten la función y la velada en sus lugares, están advertidos—


El ánimo de los dioses del Nim no decayó, a pesar de que la advertencia les parecía una injusticia. Pero el vino de Dionisio era suficiente para olvidar los temores, por lo que entregarse a los placeres se convirtió en prioridad. Vida sentía como su sangre hervía con las caricias de Muerte. Podía ver como entre la versión infantil y el juez común, disfrutaban de su enorme torre endurecida, ocupándose de lubricarlo desde la base hasta la hinchada punta, y esa visión parecía un sueño que deseaba no se terminara. Trataba de pensar en todo lo que había pasado para llegar a ese punto, pero no podía poner sus pensamientos en orden, mucho menos cuando sintió que las manos del rey del Nim se colaron entre sus alas, por la espalda, apretándole los glúteos y jugando con ellos hasta que la tela del pantalón se rasgó por completo. Odio y Amor ya se habían retirado en ese punto, por lo que el Benefactor pudo sentir confianza para desinhibirse por completo.


Sus piernas se abrieron, ofreciendo su erección con descaro, mientras gemía tímidamente, disfrutando de las manos frías que recorrían su pecho y le pellizcaban los pezones. Los gemidos en el pub fueron en aumento, pues algunos grupos ya comenzaban a llevar las caricias a niveles más sugerentes, convirtiendo el lugar en una orgía consentida por todos. Muerte se desinhibió cuando pudo saborear los labios del mayor. Desató con cuidado las manos del Benefactor, para darle la libertad que merecía sobre su cuerpo, y en cuanto se sentó sobre el vientre ajeno, las manos de Vida se aferraron a su carne blanca como en antaño. Jadeó pesado al sentir los dientes del primer dios, enterrándose en su cuello y luego en el pecho. Sus dientes se tensaron al percibir esos dedos gruesos y ásperos, hurgando en descenso hasta juguetear con el borde de su pantalón. Bastó un tirón rudo para que el trasero de Muerte quedara expuesto, permitiendo que esos dedos traviesos se abrieran paso entre esos firmes y redondeados glúteos. Pudo notar que la mirada de Vida estaba algo perdida, debido a la embriaguez que ya le estaba gobernando gracias al vino del anfitrión, por lo que el recolector de almas no dudó en llevarse la copa a los labios y beberse el resto hasta no dejar ni una gota.


Para Vida era necesaria casi toda la copa. Muerte solo necesitaba unas gotas para sentir que todo le daba vueltas, y que estaba listo para entregarse por completo al amor de su vida.


—¿Por qué lo hiciste? Idiota...te va a noquear pronto— cuestionó el mayor con una sonrisa ladina, acariciando las mejillas enrojecidas del juez, quien apenas si lograba mantener su mirada enfocada en los labios ajenos— no tenías que hacerlo...a ti motivación te sobraba desde el principio—


—Porque no es sencillo admitir cuanto te amo, si estoy sobrio— confesó avergonzado el juez, apretando un poco sus manos contra el regazo ajeno, justo en el momento que dos de los dedos de Vida se internaron en su apretado anillo rectal— yo...no quiero que esto se termine nunca, V...Vida...— susurró acalorado, empujando un poco su trasero hacia atrás, tan solo para que esos dedos entraran más rápido, hasta lograr acariciar su punto dulce, logrando que el juez estremeciera. Vida estaba anonadado. Jamás se imaginó en una situación similar, rodeado de aquellos que alguna vez llamó enemigos, a los que debería estar destruyendo y no incitando a lo prohibido. Sus ojos fueron testigos de tríos, de acciones lésbicas y homosexuales por igual. Algunos bebían el vino directamente de los cuerpos ajenos, otros se bañaban en el fruto de la vid como si este fuera su propia sangre, para después ser atacados a besos y chupetones por otros más que no dudaban en "devorarse" a los más incautos. Pero la felicidad de ver a Muerte tan entusiasmado y sumiso, no tenía precio.


La diosa del Pudor, inseparable y fiel a Dionisio, entró en el recinto, acompañada de dos ayudantes, llevando en sus manos charolas llenas de juguetes sexuales. Desde dildos de tamaños descomunales, hasta estimuladores anales, colas falsas, cascabeles, esposas, e incluso algunos instrumentos de tortura de poco rigor, todo fue tomándose rápidamente. Muerte no dudó en mandar a una de sus fracciones para apenas lograr alcanza un par de orejas de gato y un vibrador, así como un lindo cascabel con listones negros. El juez se ocupó de desnudarse por completo, para luego colocarse el cascabel en la punta del pene y las orejas de gato entre sus cabellos impregnados de sudor. Vida respingó al sentir como el vibrador era atado a la cabeza de su erección, y de esa manera los amantes podían continuar con el jugueteo antes de alcanzar la verdadera acción.


Los besos entre ambos eran agresivos, descuidados y muy demandantes. Muerte ya tenía los labios escocidos cuando Vida percibió el sabor de su sangre, pero el hijo de Nim no tenía ni ganas ni tiempo de pensar en las consecuencias. Como si fueran dos vampiros, ambos se deleitaron con la sangre que obtenían en cada mordida, aumentando aún más el sopor en el cuerpo del Benefactor, quien poco a poco se ahogó en la embriaguez de Dionisio, hasta no soportar la tentación ni un segundo más. Se levantó en un impulso, con el juez colgado de su cintura, ante la vista de todos. Muerte observó de reojo, notando que sus propias fracciones esperaban con deleite, alentando al príncipe a empalarlo ahí mismo con todo y vibrador puesto, por lo que intentó persuadirlo. Pero era tarde. El público gritó emocionado cuando la entrepierna legendaria se enterró completa dentro de la estrechez del rey de la noche, abriendo su carne con tanta fuerza, que el recolector de almas sentía que moriría.


Un gemido sonoro y bien marcado fue la luz verde para el rey del día. Vida lo estocaba sin piedad, valiéndose del peso de Muerte, ofreciendo la mejor vista a todos los presentes, quienes sentían que estaban en una función pornográfica, donde podían observar a detalle la forma en que ese rabo masculino se perdía dentro del mancillado trasero de su rey, regalando esos deliciosos sonidos húmedos que tanto necesitaban para alentar sus obscenidades. El juez podía sentir cada golpe interno como un choque eléctrico que le hacía vibrar las piernas, y la fuerza con la que el juguete seguía trabajando dentro de su intestino era tanta, que no tardó en correrse, ensuciando el vientre de su amado de forma abundante.


Vida se detuvo al percibirlo, recibiendo a Muerte entre sus brazos, para frotarle la espalda con suavidad. Besó su mejilla derecha, acarició sus cabellos y susurró palabras de amor al oído del dios oscuro, pero en cuanto sintió que se había relajado, retomó su ritmo. La silla que inicialmente soportaba al príncipe, sirvió para acomodar a Muerte, una vez que cambiaron de posiciones. Las piernas del juez se anclaron a los hombros del Benefactor, recibiendo ese amor perverso con más intensidad. La entrepierna del primer dios se amoldaba perfectamente a esa cavidad hinchada, que parecía succionarle con más fuerza cada vez que entraba, por lo que no dio tregua una vez que había tomado ritmo y el valor que le hacía falta para ignorar todo su entorno.


El aroma del pub era una mezcla entre sangre, vino y fluidos corporales por doquier. Las fracciones de Muerte fueron desapareciendo conforme el juez perdía control sobre su cuerpo, hasta que sólo quedó él mismo, enterrando sus uñas a la espalda del Benefactor, gritando su nombre con soltura y rogando un poco de piedad cada vez que se iba a correr. Las plumas del ángel de Ithis se fueron cayendo conforme la noche avanzaba, al igual que la cordura del juez y de todos los habitantes de Ithis, hasta el amanecer.


Cuando el sol acarició el rostro de Vida, era ya medio día, y el Benefactor tenía un dolor de cabeza tan inmenso, que optó por estirar sus sábanas y cubrirse para reclamar cinco minutos más. Tenía dolor de estómago, y el pene le ardía tanto que sentía como si se hubiera arrancado la piel del mismo la noche anterior.


Y entonces abrió los ojos de golpe.


Se encontraba en su habitación, naturalmente. Las plumas gigantes que le daban soporte estaban en su sitio y tan solo vestía el bóxer negro que siempre usaba para dormir. Pero a su costado, no estaba nadie. El silencio gobernaba en la lejanía, a excepción de algunas avecillas que, como cada día, le agradecían con su canto el simple hecho de existir. Fue entonces que el pánico entró en el corazón del Benefactor, obligándolo a ponerse a pie casi de un salto, para salir corriendo de la habitación. Estaba agitado, y su temor aumentó cuando cruzó la puerta rumbo al baño y no encontró nada. Sus pies descalzos retumbaron en los suelos marmolados de la habitación, y mientras corría pudo notar que no tenía marcas en el cuerpo de esas mordidas que tanto había disfrutado, por lo que los ojos se le llenaron de lágrimas de tan solo imaginar que todo era producto de su imaginación. La posibilidad de que no hubiera encontrado a Muerte era latente, sin embargo, cuando percibió un aroma conocido proveniente de la cocina, su corazón casi se detuvo, con la misma velocidad que sus pies. Se acercó sigiloso, descubriendo que la puerta estaba semi-abierta, y al ingresar, el olor de los panqueques con cajeta le endulzó los sentidos. Muerte vestía su común traje sastre, negro y pulcro. En la mesa ya figuraba un platillo lleno de fruta picada y el café tostado en casa estaba listo para servirse. El juez le miró de reojo, con una expresión serena. Dejó los utensilios de cocina sucios en el lavabo y se limpió ambas manos, para luego girarse e inclinarse con respeto ante el Benefactor.


El corazón de Vida se rompió al instante. ¿De verdad había sido un sueño? ¿Acaso habían regresado en el tiempo y Muerte aún cuidaba de su salud? No podía ser posible. Pero Muerte no le dirigió la palabra, y luego de ese saludo silente, se giró para continuar sus labores, hasta que la mesa estuvo lista y servida.


El jugo de naranja que llegó antes del café, le supo amargo al primer dios. Los panqueques no tenían dulzor, a pesar de que vació todo el frasco de cajeta, y Vida entendió que la amargura no estaba en el desayuno, si no en su alma. Muerte se ocupó de asear bien la cocina, pero justo cuando las lágrimas de Vida ya condimentaban sus alimentos, el juez se acercó por la espalda, para deslizar ambas manos debajo de los brazos del Benefactor y abrazarlo con todas sus fuerzas, a pesar de que la silla estorbaba. Vida no podía calmarse, no sabía si esos gestos eran auténticos, pero la voz del juez lo sacó de su doloroso trance, descubriendo que era una desagradable broma pesada.


—Feliz cumpleaños, tonto...— susurró el juez, apartando un panqueque del plato, para revelar ante los ojos del príncipe que un anillo de oro esperaba debajo— no me pude aguantar la broma querido, perdóname—


—¡ERES UN....CASI ME DA UN INFARTO! ¡COMO PUDISTE!— reclamó entre sollozos el mayor, pero los reclamos se perdieron en los gentiles labios del juez, que no dudó en apagar su fuego interno con el más delicado de los besos que podía haberle regalado. El aroma de las magnolias estaba impregnado en los cabellos del recolector de almas, recordándole a Vida que el ya no era un rey, tal como lo prometió. El roce delicado de esa piel pálida y fría mientras compartían caricias labiales, llenó de emoción el corazón herido del Benefactor, y fue así como comprendió que la felicidad de nuevo era su mejor amiga. Era el primer día de primavera, el cumpleaños no proclamado de Vida, pero elegido por Muerte desde hacía mucho tiempo. Todo el reino de Ithis esperaba ansioso que los dioses más importantes del cosmos se presentaran al banquete que esperaba desde muy temprano, pero Sabiduría estaba seguro de que iban a esperar sentados.


Después de todo, el anillo de regalo para el rey del Día, no era para los dedos, y el Benefactor necesitaba saber con urgencia donde debía de ponerlo.


De esa forma, la misión fue cumplida. El caballero del pene durmiente por fin gozaba de una salud y potencia sexual incomparables, y las burlas se convirtieron en bromas espontáneas en las charlas de cualquier día. La tierra volvió a recuperar su estabilidad, las especies se salvaron de la extinción y el reino del cielo pudo estar en paz por fin. Vida y Muerte pactaron con el resto de los dioses el cumplimiento de varias promesas: ser menos explícitos en sus maneras de amarse, volverse más comunicativos y responsables respecto de su relación recién restaurada y ocuparse de todos los destrozos que había provocado la situación. En el reino del Nim, la corona del rey de la Noche estaba abandonada sobre el trono. El Gran Padre Destructor acarició los espinos de la misma, y sonrió ligeramente al notar que Odio no estaba por ahí reclamándola, por lo que se obligó a cuestionar a Pereza, quien siempre permanecía en el sitio.


—¿Dónde está mi general ahora? ¿Acaso no era su deseo convertirse en rey, una vez que demostrara la traición de su hermano Muerte?— susurró el Destructor, provocando que el pecado capital de la pereza estremeciera.


—D-Dicen que... que lo han visto entrevistándose con una diosa de Ithis...no estoy seguro de donde encontrarlo, mi señor, p-pero él no parece tener más interés en el trono, de eso estoy seguro—


—Nuevamente te vuelves a salir con la tuya, Ithis— murmuró el padre oscuro, emitiendo una carcajada poco después de sentarse en su trono y quemar la corona. Por supuesto, Hatty Nimson ahora tenía un interés más grande, en un modelo pequeño, que le esperaba ansiosa todos los días en un café parisino.


Pero eso, mis queridos lectores, es otra historia.


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Y este cuento se acabó, tan tan >:)!! Muchísimas gracias por darle seguimiento :D espero que esta pavada que nació de una idea enferma de mi loca mente haya sido divertida y les haya robado más de una carcajada x) disfruté mucho escribiendo estas incoherencias muajajaj. ¡Saludos desde México!

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