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6: Está como un queso.

La alarma suena y me levanto alterada, la misma pesadilla de siempre me ha acompañado toda la bendita noche. El dolor de la nariz me hace dar un quejido al abrir los ojos, pues inmediatamente el dolor comienza a repartirse por todo mi rostro. Ahora mismo me duele mover cualquier parte de mi cara. Me levanto y voy al baño, me sorprende ver que tengo el puente algo morado, pero está mucho más deshinchada de lo que me esperaba. El chichón ya solo es una marca roja con algo de inflamación, pero anoche estaba mucho peor. Estoy muy contenta de que el hielo y una pomada pudieran acabar con la inflamación de verdad, aunque tengo que admitir que duele un montón. Es como si me pincharan con algo contantemente, en el mismo lugar.

Dejo que el agua fría empape mi cara y voy al armario. Elijo una falda de tubo negra, con una camisa de seda blanca y lunares negros. Me meto en la ducha y al acabar salgo a la habitación para vestirme. Vuelvo al baño para secar un poco mi pelo, ponerme algo de maquillaje y lista. Al menos logro ocultar el morado de la nariz con dos quilos y medio de base. Nada que eso y un buen contouring no puedan arreglar.

Me voy a la oficina, pero paro por la avenida para acercarme al café donde compré la bebida a la que invité a Maggie. Y sí, compro dos frappés, para volverla a invitar, pues no me cuesta nada, literalmente. Total, no los pago yo.

Salgo dándole un sorbito al mío y sosteniendo el de mi compañera con la otra mano. Nada más entrar a la empresa, veo como ella viene caminando hacia mí con una sonrisa en el rostro, mirando el frappé. Creo que tiene tantas ganas de bebérselo como yo.

—Gracias —coge su café y me da un beso en la mejilla. Le da un trago y después me observa— parece que se te ha ido un poco lo de la nariz. Ayer parecía que iba a salir otra Bárbara por el hinchazñon, lo tenías fatal —da otro sorbo a la bebida, casi poniendo los ojos en blanco en la acción. Me hace reír ese gesto.

—Sí, ya te dije que no es nada —sonrío—. Soy fuerte —pongo mi brazo hacia arriba y aprieto el puño, para que vea mis bíceps. Son marcados gracias al ejercicio que hice antes de ponerme con el caso de Jensen—. ¿Has visto que bola?

—Es que te metiste un castañazo importante —ríe y yo la miro mal apretando los morros— . Encima te encuentras con Santiago, eres la reina de la mala suerte —ruedo los ojos. Oh, tengo que admitir que tiene razón.

—Ya lo sé —suelto con los labios apretados. La mala suerte es mi compañera desde hace muchos años. Ambas hemos aprendido a convivir—, se me da genial hacer el ridículo delante de tíos que están como un queso —Maggie abre los ojos y fija la vista en un punto detrás de mí. Oh no, tanta mala suerte no puedo tener. No puede ser, no puede ser, no puede ser... ¡Joder!

—Espero que te guste el queso —doy un respingo y me giro para ver a Santiago. Debería darme de cabezazos contra la pared, ¿Acaso me han echado una maldición gitana o qué?

Me cago en todo lo que se menea...

Maggie explota en más carcajadas y yo quiero ser un avestruz para meter la cabeza debajo de la tierra. Pero hasta para eso tengo mala suerte porque lo que tengo bajo mis pies es mármol y no tierra. Solo conseguiría que mi chichón creciera aún más y entonces sí que saldría una Bárbara por ahí. A mí no me ha mirado un tuerto, no. A mí me ha mirado un tuerto, un ciego y un cojo, todos a la vez.

—Hola Santiago... —carraspeo. Se me han encogido hasta las ganas de vivir—, bue-bueno días —tartamudeo. Ahora veremos como narices salgo de esta sin parecer una imbécil. Es que no me puedo estar quietecita, no. Yo siempre a meter la pata hasta el fondo. Con lo guapa que estoy con la boquita cerrada.

—Nadie jamás me había dado así los buenos días —se acerca a mí y se agacha un poco, el jodío es muy alto. Su cara queda frente a la mía, así que instintivamente me echo un poco para atrás— y mira que me los han dado de muchas maneras diferentes —su voz suena grave, provocando que Maggie comience a abanicarse. A mí poco me falta. Creo que con eso acaba de acalorar a media oficina. Sí, he pensado muy mal.

—Pues ya tienes una cosa más que añadir a la lista —le contesto, acercándome a él, retándole. Su sonrisa se hace presente, al darse cuenta que no me quedo detrás como na palurda. Sé sacar el genio cuando lo tengo que sacar.

—Guay, ¿No?

—Requeteguay —digo, sonriendo tirante y alzando las cejas.

—De lujo.

—Perfecto.

—Genial.

—Me tengo que ir.

—Y yo, te veo luego —se acerca aún más a mí—, morena —tras eso se da la vuelta y camina al ascensor. Pero a mitad camino se gira y me hace un saludo militar. La carcajada que llega a mis espaldas, me hace girar. Maggie está doblada de la risa. Yo solo pienso que los hombres no saben currarse más un mote, pues todos recurren al mismo. "Morena". Y repito, solo Steve —y exclusivamente él— puede llamarme así sin que me moleste. Además, en realidad soy castaña chocolate.

—Gracias por sacarme del lío eh, muy amable por tu parte —digo irónica. Ella limpia unas lagrimitas que salen de sus ojos mientras yo le doy un empujoncito amistoso, sin derramar ningún café, por suerte. Se recompone, con una sonrisa.

—Se te ha quedado cara de rata —su cara se torna seria. Yo alzo una ceja.

—¿De rata? —frunzo el ceño—. No te entiendo.

—¡Porque te gusta el queso! —intenta aguantar una carcajada haciendo que un sonido raro salga de su boca, pero al final la deja ir haciéndome reír hasta a mí. Será tonta del culo.

—Ahora mismo te mereces el café en la cabeza, pero te he cogido cariño. Siéntete afortunada —de repente para y recupera la compostura. ¿Ahora quien hay detrás de mí? ¿Lady Gaga o qué?

Dirijo mi vista donde la lleva ella y descubro a Jensen entrando en la oficina, con Carolina a su lado. Ella camina con la cabeza alta, mirando a toda a gente por encima del hombro. Parece que hoy el día también empieza animado. No será Lady Gaga, pero se lo cree.

—Será mejor que subas antes que ellos, con la estúpida esa seguro que te cae una bronca —me dice Maggie—. Te lo digo por experiencia —por la mirada que la rubia Malibú le echa a mi compañera parece que tampoco se llevan muy allá. Normal, ¿quién se va a llevar bien con esa amargada? No entiendo porque es así, la verdad.

—Sí, nos vemos luego —me despido de ella con una sonrisa y me meto en un ascensor que estaba a punto de cerrarse. Tras de mí se meten ellos dos, me creería que son una parejita aparentemente feliz si no fuera porque Jensen ayer casi se besa conmigo. No puedo evitar sonreír ante tal recuerdo —. Buenos días —les aludo cordialmente. Ante todo, educación.

—Buenos días —Jensen me sonríe amablemente. Le devuelvo el gesto, sin importarme que ella esté delante. Sonreír no le hace daño a nadie.

—¿Sabes que deberías estar ya en la oficina? —Carolina pone los brazos en jarras, mirándome con mala cara. Bueno, ya está aquí la cansina. Me está atravesando con la mirada.

—Señora Williams, ¿ha leído usted mi contrato? —sonrío victoriosa levantando la cabeza, ahí va la mía—. En él pone claramente que tengo que estar a las nueve, y son las nueve menos cinco. Le pido por favor que me trate de usted, no la conozco como para que me tuteé. Solo trato de tú a la gente de confianza, señora Williams —abre la boca y me mira rabiosa.

—Muy bien, señorita Holding —hace retintín en las dos últimas palabras. Sonrío y salgo del ascensor, sentándome en mi silla. Les veo pasar por delante de mí, una echando humo y el otro ocultando una sonrisilla traviesa. Puedo ver perfectamente como al cabo de unos minutos, empiezan a discutir y como la rubia sale malhumorada de la oficina, dirigiéndose a mí. Más Jensen la agarra del brazo y la gira para darle la cara. Ella se acerca a él cuando observa que yo estoy aquí sentada aún. Él se acerca a su oído y susurra.

—No pienso hacer eso, estoy harto de tus celos. Ya es la tercera vez que cambio de secretaria o secretario. La primera te parecía una furcia, el segundo no te cayó bien y la tercera, según tú, te miró mal. Se acabó, Carolina. No más —exclama alternando la mirada entre ella y yo. Vuelvo la vista a mi ordenador, como si no hubiera visto nada, pero se me da muy mal disimular. Él se mete en el ascensor y veo como las puertas se cierran y desaparece.

Carolina camina hasta mí, para dar un golpe en el escritorio que me hace levantar la vista hacia ella. Pero no asustada, al revés. Tengo genio para dar y regalar.

—Escúchame bien, arrastrada, voy a hacer todo lo posible para que mi marido te tire de aquí. Sé que vas a por él, como todas la que os cruzáis en su camino. No voy a permitir que una... una cualquiera como tú vaya detrás de lo que es mío —se cierne sobre el escritorio mientras yo estoy sentada, para parecer más imponente. Me levanto, enfrentándola. Tengo unas ganas de darle un sopapo que rebotemos las dos, ella del guantazo y yo de la onda expansiva.

—Mire, señora, si su marido me echa de aquí yo no tendré ningún problema en irme. Si le parece que yo busco algo con él, es su problema. En el caso de que ocurriera algo con él, yo estaría encantadísima de contárselo, no se preocupe, se enteraría por mí, auqnue le aseguro que no es el caso —da otro golpe, para después gruñir como la gran idiota que es—. Y otra cosa, como me vuelva a insultar, no respondo. Puedo asegurarle que yo también sé defenderme muy bien, no creo que quiera comprobarlo. Usted está demostrando muy bien la poca educación que tiene al tener celos de mí y viniendo aquí para ofenderme. Será mejor que gaste sus sucias palabras en otro sitio, porque a mí usted no me va a volver a insultar. Deje también los golpecitos, si quiere le puedo indicar por donde se los puede meter. —Ella se queda sorprendida por mi actitud, pues parece que nunca le han enseñado que también las personas pueden plantar cara. Me alegro cuando da media vuelta y se larga por el mismo lugar que se ha ido Jensen, con una cara de desconcierto y roja como un tomate. Las ganas de darle una patada en el culo al salir crecen conmigo, pero las contengo. Mi pie no tiene porque pasar por ese mal trago.

Me doy una palmadita en la espalda mentalmente y me bajo en el ascensor, en busca del rubio perdido. Tengo que hacer algo. No pienso dejar que la amargada actitud de Carolina recaiga en Jensen. Sé que dentro de poco él me va a odiar, y ella también (más aún), pero ahora mismo no me conviene tener problemas con Jensen. A ella me da exactamente igual, de momento no tiene razones por las que estar celosa, pero las va a tener. Veas que si las va a tener.

Me meto en el pequeño jardín que hay, no me extraña ver a Jensen sentado en una pequeña fuente. Levanta la vista y me mira, así que me acerco a él. Este lugar parece el rincón de pensar.

—Hey —me siento a su lado y le veo mirando al frente— ¿Estás bien? —dirige su mirada hacia mí y esboza una sonrisa un tanto fingida, sé que le cuesta por lo que ha pasado anteriormente. Joder, con lo bien que íbamos.

—Sí —quita las manos en las cuales reposaba su cabeza. La expresión de su cara me demuestra todo lo contrario a bien, de hecho pienso que está demasiado confundido.

—He pensado que a lo mejor... —vamos Jeannette ¡Tú puedes!— a lo mejor necesitabas hablar con alguien —sus ojos se abren, para cambiar esa expresión por una más alegre.

—Bueno... —suspira y se coloca dándome la cara— En los matrimonios a veces hay problemas... —asiento.

—Pero sé que ha sido por mi culpa —bajo la mirada porque creo que puede leerme la mente con esos ojos—, lo siento.

—No tienes porque sentir nada, no es tu culpa. Ella es muy impulsiva, no tiene porque tratarte así. Has hecho bien en contestarle, nadie merece ser tratado de esa forma —wow, me acaba de dejar sin palabras—. Seguro que cuando me he ido, también te habrá soltado alguna cosa.

—Los dos sabemos que no le caigo bien —anuncio lo obvio, asintiendo. Eso lo sé yo y lo sabe hasta el Papa—, pero no pasa nada. Yo no quiero problemas contigo, Jensen. Si ves que estás incómodo yo me puedo ir y... —intento levantarme.

—No —agarra mi mano, deteniéndome de repente. Tengo que admitir que me esperaba esa reacción, aunque por un momento me ha dado incluso miedo a que me dijera que tenía razón—. No, no quiero que te vayas. Estoy harto de tener que hacer siempre lo que ella pida. Además, eres la única persona con este puesto con quien me he sentido a gusto. No voy a hacerle caso otra vez —así que no soy la primera a la que ella trata con tanta delicadeza, ¿Eh? Menuda demonio.

—Bueno, pues entonces ya está —me levanto—. No tienes que ponerte mal. Si ella es así como tú me dices, se le pasará —paso las manos por mi falda, retirando unas hojas en ella. Me pongo frente a él y le ofrezco mis manos. Jensen me mira interrogante—. Venga, hay trabajo que hacer y muchos compromisos por cumplir. El señor Williams es un hombre muy ocupado según mis datos —le guiño un ojo y coge mi mano con una sonrisa. Eso es lo que buscaba, una sonrisa verdadera. Que me demuestre que yo puedo hacerle olvidar todos los problemas.

Subimos juntos y trabajo durante toda la mañana. Recibo una llamada de la revista Mich & Lana sobre que van a celebrar los cien años de su revista, y nos han recordado la fiesta de mañana. Supongo que los invitaron cuando yo no trabajaba aquí, ya que no me acuerdo de nada de una fiesta. No creo que avisen con tan pocos días de antelación. Me levanto y toco dos veces la puerta que da a la oficina de Jensen, aunque sea transparente. Despega la mirada del ordenador, la dirige a mí y sonríe. Abro la puerta y me voy hacia él, sosteniendo el papel donde he apuntado todo.

—A ver —me pongo frente a él y obligo a mis ojos a dirigirse a lo que tengo anotado. Creedme, es muy difícil fijar la atención en otra cosa que no sea él— de la revista de Mich & Lana me han anunciado una fiesta que supuestamente te habían invitado hace un mes —él asiente— pues vengo a recordártelo, es mañana —me apoyo en la puerta, con la mano sujeta del pomo.

—Sí, recuerdo que nos invitaron, aunque se me había ido de la cabeza —me alegro de que nos lo hubieran recordado ya que no sería muy bueno hacerles un desplante. Esas chicas me cayeron realmente bien, además que le hicieron un buen trabajo a Jensen y un buen artículo sobre él y su empresa. Sé que trajeron nuevos clientes.

—También me han invitado a mí —le anuncio—, el otro día estuve hablando con Lana y le caí bien, así que me acaba de llamar personalmente para recordártelo e invitarme —me encojo de hombros.

—Bueno, al menos no estaré solo —una sonrisa traviesa me llega desde su posición. Sus ojos abiertos me observan detenidamente, al igual que hago yo con él. Su pelo rubio hoy está algo arreglado, pero dejado a su aire. Tiene un ligero rastro de barba que lo hace ver más varonil. Tengo el deseo de pasar mis labios por su barbilla, pues tengo curiosidad de saber como será esa zona de su piel.

—¿Vas a ir solo? —las palabras salen solas de mi boca. Soy una preguntona de cuidado.

—Bueno, hace unos minutos iba a ir solo, ahora que me has dicho que te han invitado ya tengo compañera —me guiña un ojo. Yo muerdo mi labio, para después sonreír. Me parece que va a ser una buena noche.

—A veces creo que comes secretarias de verdad —giro con mis tacones y oigo su carcajada mientras vuelvo a mi sitio con una sonrisilla socarrona. Me encanta este pique que tenemos entre los dos, además que admito que tenemos mucha tensión sexual. Parece que cuando estamos solos, el aire se hace más ligero y el corazón late más rápido.

Sigo arreglando cosas hasta que llega la hora del almuerzo, tengo tantísimo trabajo que estoy por saltármela. Ni si quiera me doy cuenta de que Jensen está frente a mí cuando sigo tecleando en el ordenador como loca. Me quedan un montón de cosas por hacer.

—Bárbara, ¿me estas escuchando? —pasa la mano entre la pantalla del ordenador y mi cara, de arriba abajo. Parpadeo cuando sacudo mi cabeza y le enfoco.

—Perdona, ¿decías? —aprieto mis sienes con las manos, me duelen horrores. Seguramente sea por pasar tanto tiempo frente al ordenador.

—Que si te vienes a almorzar conmigo —levanto la vista y le miro sonriendo. Pero luego recuerdo el trabajo y dejo de sonreír, a la mierda todo.

—Estoy por saltármelo, tengo mucho trabajo. Aún tengo que enviar los documentos al señor cansino este y... —levanta el dedo índice delante de mi cara en sentido de que le dé un segundo, para después agacharse y desenchufar mi ordenador. ¡¡Ha desenchufado mi ordenador, con todos los documentos dentro!!

—Ahora ya no tienes trabajo —mis ojos nerviosos pasan del ordenador a él, sufriendo por el cabreo que se van a pillar los empresarios.

—¡Jensen! —doy un gritito con su nombre— Madre mía, los del comercial se van a pillar un cabreo al ver que no les contesto y todo lo que tenía que hacer para que... —pone un dedo en mis labios.

—Es tu hora del almuerzo. Hora de descanso —se acomoda la chaqueta— ¿Nos vamos? —resoplo y me levanto. Cojo mi bolso, pasando por recepción al salir de la empresa. Señalo a Jensen con mi mano al pasar frente a Maggie, y ella me levanta el dedo pulgar, me ha entendido. Hoy no podré almorzar con ella porque bueno, esta es una oportunidad muy buena para estar los dos... solos.

Al salir fuera logro divisar a George entre la gente. Junto a él está el coche con el que fuimos a comer el otro día. Parece que Jensen insiste en rellenarme como un cochinillo. Yo siempre y cuando sea comida, lo acepto. Así que cuando su conductor nos abre la puerta, paso detrás con una sonrisa.

—¿Dónde les llevo señor Williams? —le pregunta mirando al frente.

—A la cafetería de Rose —ni puñetera idea de donde es eso. Como si me dice que nos vamos a la conchinchina.

—Enseguida, señor —le contesta George. Por un momento, su nombre me recuerda al hermano de Peppa Pig, haciéndome aguantar una risita que amenaza con escapar de mi boca. Además, lo gordo es que tienen cierto parecido.

El coche empieza a rodar y yo me empiezo a poner nerviosa, sin ninguna razón. Bueno, sí que tengo una razón de peso. Tengo a un rubio con unos ojos verdes y cuadrado a mi lado, que encima me ha dicho que quiere probar mis labios. Pero yo quiero creer que es porque mañana tengo un cóctel y no tengo ni vestido ni idea para el maquillaje. Tendré que llamar a mi hada madrina que se llama Jade, pero deberé alejar de ella cualquier cosa punzante que la ponga nerviosa cuando a ella le encante un vestido y a mí no. De compras puede ser una asesina con una sola percha.

El coche se detiene y George baja para abrirme la puerta. Cuando salimos Jensen pone su mano en la parte baja de mi espalda, dejándome notar lo cálida que está. Me señala una pequeña cafetería, con una fachada de ladrillos con y cuantas enredaderas a los lados.

—Es ahí —no se me pasa por alto la sensación tan extraña que se instala dentro de mí al tenerle cerca ni tampoco que su voz ha sonado más grave de lo normal. Su aliento me hace cosquillas, pues me ha hablado justo en mi oído. Sigo andando mientras él me conduce con su mano en mi espalda y entramos al pequeño pero acogedor lugar. Me retira la silla y me siento. Después queda frente a mí con esa sonrisa tan suya y esos labios que me ruegan ser besados.

Algún día tendré que hacerlo, y yo me muero porque llegue ese bendito día. Creo que nos tenemos muchas ganas, pues solo con mirarnos saltan las chispas por todos lados. No sé porque, pero mi corazón se acelera cada vez que estoy cerca de él, cosa que no me gusta demasiado. No debo sentir. Y si lo hago, debo arrancarlo todo y enterrarlo muy hondo para que no vuelvan a salir.

***


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