41: Bajo el mar.
Despierto, encontrándome con la cama vacía. Miro a mi alrededor, buscando a Jensen. Suspiro pesadamente cuando no lo encuentro. Por un momento, gracias a mi mente traicionera, pienso que se ha ido de mi lado. Me incorporo algo nerviosa, hasta que escucho el ruido de unos vasos en la cocina. Respiro hondo, dándome cuenta de que sí está aquí. Después de ir al baño y lavarme los dientes, camino hacia la cocina, encontrándome con algo tan normal como jodidamente sexy.
Jensen está sentado en la silla, apoyándose en la mesa mientras ojea el ordenador con una taza de café en la mano. Su pelo rubio oscuro está revuelto y pone atención a lo que está tecleando. Yo carraspeo, para que note que estoy aquí. Su vista se fija en mí y sonríe, aun con las pintas que debo tener. A mí, cuando hace eso, lo que más me apetece es besarle hasta morir.
—Buenos días —le digo, mordiéndome el labio.
—Sí lo son —su boca se tuerce en una sonrisa y me acerco a él. Son sus mismas manos las que me agarran y me sientan sobre sus piernas, mientras deja el café sobre la mesa. En lo que llevo mis manos a su nuca le dejo un beso tierno, observo como sonríe ante mi gesto— ¿Quieres café? —me pregunta.
—Vale —justo cuando me voy a levantar para que él también lo pueda hacer, posa una mano en mis rodillas impidiéndolo. Frunzo el ceño, cuestionándole qué está haciendo.
Pero él me besa, pasando su brazo bajo mis piernas y llevándome con él cuando se levanta, cual saco de patatas. Una risotada sale de mi boca, causando que él sonría. Camina conmigo hasta la zona de la cocina y me deja en una encimera.
—¿Ya te encuentras mejor? —pregunta yendo hacia la cafetera.
—Sí —suspiro. Le veo abrir un armario de la cocina, de donde saca una taza de café. La observa durante unos segundos y me sonrojo porque esa es mi taza de las mañanas rebeldes. Tiene escrito en ella «No tengo el chichi para farolillos». Me la regaló Jade un día y desde entonces me la llevo siempre que tenemos que cambiar de casa.
—Una taza muy... —la coge y la mira. Le da la vuelta, observándola con detenimiento— peculiar —sonríe y después le pone algo de café— ¿Quieres leche?
—Sí, por favor —bajo de la encimera y pego mi pecho a su espalda. Le abrazo por detrás mientras él junta y calienta la taza. Apoyo mi cabeza en su espalda y aspiro hondo. Ese olor que está también impregnado en mis sábanas es lo único que consigue que mis pensamientos se disipen.
—Parece que tengo un koala adherido a la espalda.
—Oh, es un koala realmente bonito, ¿verdad?
—Un koala muy hermoso —rio sobre su espalda y oculto que me he puesto completamente roja. Doy un gritito contra su camisa y me vuelvo a poner recta.
Me pongo frente a él y dejo la taza que lleva en la mano en la encimera. Agarro su cara y junto nuestros labios en un dulce beso que hace que me derrita. Nuestras lenguas, ya conocidas, se enredan entre ellas acariciando los lugares que saben que al otro lo vuelven loco. Nuestras respiraciones cada vez son más profundas, conforme el beso va avanzando. Y el móvil comienza a sonar, encima de la mesa de mi cuarto.
Paso del sonidito y me dedico a recorrer su torso con mi mano, acariciándole.
—Bárbara, deberías contestar —musita, con voz grave, sobre mi boca.
—Sí... —llevo mis labios a su mandíbula y le muerdo. El ligero rastro de barba me hace cosquillas.
—Bárbara... —replica riendo. Le beso y se separa de mí— Ves, anda —resoplo y me separo de mi chico, algo enfadada.
Voy corriendo a la habitación y cojo el teléfono. Por el identificador sé que es Santiago, ¿Qué querrá? ¿Por qué me está llamando ahora?
—¿Dime? —un golpe se oye a través de la línea. Extrañada miro la pantalla del móvil— ¿Santiago, estás bien? —y un bochorno horrible se apodera de mí cuando empiezo a escuchar gemidos. Unos gritos de una chica resuenan en la línea mientras puedo escuchar a Santiago soltando palabras incoherentes. Creo que me voy a morir de la risa. Separo el teléfono de la oreja y aguanto soltar una carcajada. Jensen entra en la habitación y le hago una señal de silencio. Le señalo el móvil y bajito le indico que es Santiago.
—¿Qué pasa con él? —me susurra. Aguanto la risa y le paso el teléfono. Cuando escucha los gemidos, ríe y lo aparta de su oreja— Te habrá llamado sin querer. Que energías de buena mañana —unas carcajadas salen de su boca.
—Lo que no me pase a mí, no le pasa a nadie —cuelgo justo cuando sus sonidos son tan fuertes que no hace falta ponerse el teléfono en la oreja para escucharlos. A la chica se le nota que se lo está pasando de maravilla y Santiago no se queda atrás. Acabo de oírle gemir y decir cosas que no debería haber escuchado. Mañana no voy a poder mirarle a la cara sin partirme de risa, nunca imaginé ver esa careta.
—Pues se lo estaba pasando bien, eh —encojo los labios. Si no nos hubiera interrumpido, Jensen y yo estaríamos igual de entretenidos en una acción más que parecida.
Me resigno y dejo el teléfono en la mesita. Voy hacia el salón sabiendo que Jensen viene detrás. Estiro mis brazos y voy a por mi taza, que me espera humeante encima del mármol. Doy un trago de café y me alegra sentir su extraño sabor en mis papilas gustativas.
Cojo un mechón de pelo y lo miro, sorprendiéndome. Mi color negro está desapareciendo, dejando ese color chocolate negro que la herencia de mi madre me dejó. Tengo que tintármelo. No quiero ese color. No quiero recordar todo.
—¿Qué te apetece hacer hoy? —su voz a mi espalda hace que pegue un bote.
—No sé Jensen. Podemos hacer lo que quieras —me giro hacia él. Le descubro con sus ojos en mí, y una sonrisita traviesa. Niego con la cabeza divertida. Llevo mi mano a su mentón y acaricio el pequeño rastro de barba. Me gusta verlo con el pelo alborotado y un poco descuidado. Está jodidamente sexy. Muy sexy.
—¿Y si quedamos con Madeleine y Agustín? —a veces, pienso en que Jensen no tiene casi amigos aquí. Bueno, cuenta con el diseñador, Paulo. Aunque imagino que él no está con amigos porque, como me contó, su mejor amigo está en Italia fotografiando y pintando. Tengo curiosidad de conocer a alguien más de su entorno, sobre todo si son amigos.
—Me parece buena idea —sonrío. Me encanta que mis amigos le caigan bien—. Voy a llamarles.
Me vuelvo al dormitorio y busco el número de Jade en mi agenda telefónica. Le llamo y no me lo coge a la primera. Me quedo mirando el teléfono extrañada, y vuelvo a marcar. Al quinto tono me lo coge, dejándome más que extrañada.
—Dios Jeannette, dios mío la que acabo de liar —sonrío. Seguramente vaya a soltar una tontería de las suyas.
—¿Qué has liado ahora, Jade?
—Una muy gorda. No sabes lo que me ha pasado. Necesito contártelo en persona —ahora me empieza a asustar. Jade habla seria y eso sí que me asusta, ella nunca dice las cosas de forma tan seca.
—Te he llamado para quedar a comer tú, tu hermano, Jensen y yo.
—Me viene de perlas. Yo avisaré a Steve. Venir al restaurante del hotel, así lo cargan todo a la cuenta del hotel —antes de que pueda decir nada, cuelga, dejándome con la palabra en la boca.
Por suerte, la empresa con la que trabajamos está comprometida a pagar la cuenta del hotel, incluya lo que incluya. Ya que te vas a sentir fatal trabajando en lo que trabajamos, lo menos que pueden hacer es pagarte la estancia y los gastos para tú solo enfocarte en lo que debes.
Extrañada, me levanto. Jade está muy rara, ¿Qué le pasará?
—¿Has hablado con ellos? —miro hacia la puerta, donde Jensen asoma la cabeza.
—Sí, iremos al restaurante de Camarote Azul. Madelaine ha reservado allí.
—Está bien. Voy a ducharme —asiento y me levanto de la cama. Me dirijo a mi enorme armario, donde busco qué ponerme. Al final me decido por un jersey de cuello alto, blanco y con un detallito de una flor en el lado izquierdo. Lo conjunto con una falda vaquera oscura, y tapo mis piernas con unas medias. Estamos en diciembre, así que todo esto lo juntaré con una chaqueta oversize rosa, que tiene felpado por dentro. Unos tacones blancos acompañan al look.
Me dirijo a mi tocador cuando Jensen sale envuelto de cintura para abajo con una toalla. No lleva absolutamente nada debajo, para mi absoluta alegría. Bien puedo imaginar lo que hay bajo ese pequeño trozo de tela, dándome ganas de arrancarlo y lanzarme con él a la cama.
—Joder, Bárbara, estás impresionante —sonrío.
—Lo mismo digo —alzo las cejas y ríe. Saco mi bolsito de maquillaje, que el pobre está relleno de cosas. Lo primero, aplico las sombras de ojos. Después aplico la base y el contorno. Como toque final, pinto mis labios con ese color rojo que tanto nos une a Jensen y a mí.
Por el espejo puedo verle con una simple camiseta blanca, una especie de gabardina negra y unos vaqueros que le quedan de lujo. Su trasero también es una muy buena vista desde donde estoy. Sonrío para mí misma y me levanto para ir al comedor, donde tras revisar que mi bolso está lleno de tampones, maquillaje y un Kit Kat, me voy donde está Jensen. Él se acerca a mí y deposita un suave beso en mi frente.
—¿Preparada?
—Lista —me encamino a la salida. Descuelgo las llaves, de un llavero gigante que hay pegado en la puerta, y salgo junto con Jensen.
Subimos al coche y bajo la ventanilla, observando el buen clima de Orielsh. Los grupos de adolescentes pasean por las calles y los parques están repletos de niños pequeños. Esta ciudad es encantadora.
El hotel de "Camarote Azul" nos recibe con una pequeña calefacción (que se agradece, hace un frío que pela) y una Jade en el vestíbulo. Está sentada en un sillón, moviendo la pierna nerviosa y mirándose las uñas. Me acerco a ella sin que se dé cuenta y doy una palmada frente a su cara. Da un respingo que acaba sentada en el brazo del sofá.
—Hey saltibanquis, ¿qué tal la vida? —Jade me saca el dedo del medio y después se levanta para abrazar a Jensen.
—Ahora te jodes y saludo primero a tu chico —me dice apachurrando la mejilla de Jensen contra la suya—. Hola, bomboncito de vainilla.
—Hola, Madeleine —Jensen le sonríe y se sienta a mí lado. Jade me mira y hago un puchero para que ella resople, corra, salte y caiga encima de mí. Suerte que va con vaqueros.
—Si es que en el fondo soy buena —me abraza, dejándome sin respiración y después me soba una teta—. Este jersey te hace unas tetas que te tiras al agua y flotas —guiña un ojo a Jensen—. Te tienes que poner morado, eh —me pongo roja como un tomate y le doy un manotazo.
—¡Madeleine! —Jensen suelta una carcajada a mi lado mientras mi mejor amiga se levanta de mí y se sube los vaqueros.
—El otro espermatozoide que comparte genética conmigo está a punto de llegar también, cuando he bajado estaba vistiéndose —asiento. Gracias a su comentario he podido deducir que Steve está instalado también en este hotel—. Estaba decidiendo que camiseta ponerse. A veces me entran ganas de ahogarlo con la lámpara del hotel.
—Yo también te quiero, hermanita —Steve aparece por un lado del sofá y Jade le sonríe mostrando excesivamente sus dientes.
—Vamos a comer anda, que ya tengo hambre —anuncio. Nos levantamos y Jensen saluda a Steve con un apretón de manos y un asentimiento. Después, mi chico agarra mi mano y yo me quedo mirándole con una sonrisa de oreja a oreja. Steve nos mira, sonríe y niega con la cabeza para después guiarnos hasta el restaurante. Jade solo finge una arcada, pero después se ríe.
Un camarero nos lleva a la mesa reservada y pedimos vino para beber. Yo me declino y opto por el agua, ya que realmente voy a dejar de beber alcohol desde la última experiencia que tuve con él. No quiero tener ese dolor de cabeza en mi vida.
Pedimos algo de picar mientras hablamos todos sobre este año que está próximo por venir. Sobre todo, de las celebraciones de nochebuena y nochevieja.
—La nochebuena yo he quedado con alguien, pero en la nochevieja podemos celebrarla juntos. Podríamos invitar a Maggie y a aquel chico de la otra vez... ¿Cómo se llamaba? —nos dice Jade.
—Santiago —le responde Jensen.
—Eso —Jade chasquea los dedos.
—No sé si Santiago quiera venir. Quizá esté ocupado en hacer otros asuntos —Jensen y yo reímos porque sabe que me refiero a la llamadita de esta mañana. Creo que mis amigos se dan cuenta, pues nos observan bastante extrañados.
—¿De qué hablas? —pregunta mi mejor amigo.
—Esta mañana se ve que le ha dado a mi número sin querer y me ha llamado —bebo un poco de agua, disfrutando de la cara de mis amigos que me miran fijamente esperando que cuente lo que me falta. Como me encanta contar drama y crear suspense—. Estaba con una chica, dándole que te pego —Jade ríe y Steve abre la boca y eleva las cejas.
—Te puso buena musiquita de espera —exclama Jade, dando una palmada. La mesa se llena de risas. Justo nos traen una tapa de pulpo y otra de patatas con una salsa verde.
—¿Qué es esto? —Jade coge la cucharilla que han dejado apoyada en el plato y la rellena con un poco de mejunje de ese verde, para después darle la vuelta a la cucharilla y que un pegote vuelva al plato.
—Pues esa salsa es muy... —a Jensen no le da tiempo a hablar cuando Jade ha metido ya una cucharilla llena en su boca— picante. —la cara de mi mejor amiga comienza a ponerse roja y se abanica. Tose como una loca y coge aire exageradamente. Me temo que debería haber pensado mejor el comerse una cucharada de sopetón.
—¡¡Hostia, joder como pica!! —un sonido extraño sale de su garganta y Steve le da palmaditas en la espalda. Ella sacude las manos y tose como una loca.
—¿Estás bien? —le pregunta su hermano.
—¡¡¿Tengo cara de estar bien?!! —le grita Jade— ¡Agua, joder, agua! —sin decir nada más, agarra mi vaso y bebe— ¡Que ahora pica más! ¡¡Ayuda!! —grita haciendo girones en el mantel. Me levanto corriendo y la llevo conmigo al baño.
La dejo refrescándose la cara mientras pido un vaso de leche fría. Cuando comes algo picante, lo último que debes beber es agua. La leche ayuda a relajarte la garganta de la picazón y del escozor. Lo sé por experiencia cuando me comí una guindilla pensando que eso no picaría nada.
Jade me ve llegar al baño y viene corriendo hacia mí. Me quita el vaso de las manos y sin mirar lo que es, da el trago más grande de su vida.
—Ogh dios, ya se calma —me dice con los ojos cerrados. Coge más aire y vuelve a beber leche. Me tomo un segundo para mirarla e intento no reír. Está rojísima y cuando le toco la cara puedo ver que está ardiendo.
—Anda, agáchate que te moje la nuca —le digo. Hace lo que le indico y empapo mi mano con agua fría. Después la paso por su nuca y puedo escuchar los suspiros de alivio que da. Al levantarse, le mojo la cara— ¿Mejor? —pregunto.
—Ostia Jeannette, eres la mejor amiga del mundo mundial —me dice con los ojos cerrados—. Ahora mismo me tatuaría tu nombre en el culo —me rio y le retiro el pelo de la cara.
—Oye, mándale saludos a Rodolfo de mi parte.
—¿Qué Rodolfo?
—Tu primo el reno —me llevo un manotazo en mi brazo. Pero es imposible no reírme, hasta ella acaba acompañándome en la risa.
—Vete a la mierda —exclama. Quita el rímel que se le ha ido hasta la mejilla y me mira— Ahora que estamos sola, tenemos que hablar —asiento y me encojo de hombros.
—Hablemos, ¿qué ha pasado?
—¿Recuerdas al corcho? —asiento. Como para no hacerlo— Resulta que me llamó y me pidió disculpas por lo que pasó. Acabé colgándole, porque de verdad que no lo soporto. Y hoy... hemos salido juntos —se encoje de hombros. Yo sonrío, estos dos me parece que van a tener algo más que una amistad.
—¿Y eso? —soy una cotilla. Pero quiero saber que narices ha pasado con ellos. Me dan muchísima curiosidad.
—Esta mañana ha venido aquí al hotel, y me ha invitado a ir por ahí. No me preguntes el porqué he aceptado, pero la cuestión es que yo y su bonito culo hemos salido juntos. Hemos ido a el centro de Orielsh y había como un espectáculo de danza —se encoje de hombros—. He acabado bailando con un tío y Ángelo vitoreando. Al final he bailado también con él y me lo he pasado bien, ¡¿tú me has escuchado?! ¡Me lo he pasado bien, con el corcho! —sonrío y doy palmaditas como una idiota. Sé que Jade, antes de trabajar en esto iba a clases de baile desde que era pequeñita. Y cuando la ves bailar, parece que este volando—. Por dios no aplaudas así, pareces una foca muy mona. Y eso no es para aplaudir, es para asustarse Jeannette ¡Por dios, le he visto follando en un baño! —se tapa la cara con las manos— Voy a meter la cabeza en un váter, tira de la cadena por favor —le paro de los hombros cuando veo que no va de broma y se dirige a un baño.
—¡Hey Jade, relájate! —le agarro de los hombros y sonrío— Eso no tiene nada de malo. Que le hayas visto en un baño haciéndolo...
—Y haciéndolo muy bien... —me corta. Su voz suena lastimera.
—Bueno, que le hayas visto en un baño y haciéndolo muy bien no tiene por qué preocuparte. Sabemos que tuvo un desliz con Carolina, pero todos hemos tenido deslices, ¿O no? —ella me mira y después se encoje de hombros.
—Supongo, pero tienes que añadirle que le di un morreo por la mañana y lo sobé todo Jeannette, to-do —remarca la última palabra—. Encima el muy puto, porque lo es, siempre me está bromeando con eso. Tía por dios, le toqué el paquete —es imposible no reírme cuando apoya su cabeza en mi hombro.
—Vale sí, eso es una mierda muy rara.
—Gracias por tu apoyo moral —acaba riendo conmigo.
—Bueno, no creo que lo veas mucho más. Ya te ha pedido disculpas, incluso en persona. Así que no te preocupes, Ángelo ahora va a estar demasiado ocupado en su trabajo.
—¿Y Robert? Siento que le estoy traicionando, y no sé el porqué. No voy a tener nada con Ángelo, de eso estoy segura —levanta la cabeza y me mira fijamente.
—¿Quieres a Robert? —pregunto sorprendida.
—Es muy guapo, pero no. No siento nada por él —asume.
—Pues ya está. Robert es trabajo. Solo eso. Desde pequeñas nos han metido la idea de que no podemos tener amigos, así que simplemente rompe ese estigma. Sal con quien quieras y haz lo que quieras, Jade. Es tu vida —asiente, apretando sus labios. Me ha salido del alma lo que acabo de decir.
—Decidido, ¿me hago el tatto en la nalga derecha o izquierda? —se gira dándome la espalda y señala su trasero.
—Prefiero que te lo hagas una muñeca y que sea solo una jota, así nos reflejaría a las dos —suspiro—. Pero si insistes, en la derecha —ella asiente— Anda, vamos.
Salimos al comedor del hotel y nos sentamos en la mesa con Jensen y Steve.
—¿Estás mejor, Madeleine? —le pregunta mi chico.
—Sí, ya no soy una dragona —le contesta la otra.
Jade no prueba las patatas ni la salsa y comemos tranquilos, riéndonos de tonterías nuestras. Hablamos sobre la música y eso nos da bastante tema para hablar. Jensen les cuenta que le encanta Maldita Nerea y Jade comparte que ella adora a Selena Gómez. En cambio, yo me declino por cantantes más antiguos como Ottis Reading y sobre el grupo de La quita estación. Steve es más de Maroon 5 y de AC/DC. En su coche tiene todos los discos.
La comida es bastante agradable, al final nos vamos a la terraza del bar a tomar algo. Mientras Jade se dirige a Jensen y habla sobre que calzoncillos son más cómodos, Steve me acompaña a la barra a pedir algo para beber.
—Tres mojitos y una Coca-Cola, por favor —le digo al de la barra. Espero apoyada con Steve en frente y con sus ojos fijos en mí— ¿Y eso que me miras tanto?
—Nada. Estás cambiada —frunzo el ceño y el suspira—. Te veo mucho más sonriente —niego con la cabeza divertida.
—Eso es por él —dirijo mi mirada a Jensen y después la devuelvo a mi mejor amigo.
—Me gusta mucho tu cambio, si él ha provocado esto, espero que se quede por mucho —me sonríe y yo me quedo mirándole.
—¿Cómo te va la vida, oso guarroso? ¿Alguna otra pelirroja a la que atacar? —le pregunto riendo.
—Creo que con Molly ya tuve suficiente —suelta una carcajada y yo ruedo los ojos. Caminamos hasta los que nos esperan sentados y nos quedamos bebiendo en la terraza. Ahora mismo no hace mucho frío, eso es de agradecer. Pero en cuanto comienza a hacer un poco de fresquillo, nos despedimos y nos vamos cada uno a su sitio.
Yendo por las calles de Orielsh, paramos en un videoclub. Jensen insiste en alquilar la película de "Fast and furious" mientras yo le ruego para que coja la película de "La sirenita". Y al final, con el cachondeo, acabamos con la caja que contiene el CD de la pequeña sirena bajo el brazo. No solo eso, la siguiente parada la hacemos en un supermercado. Cargamos un poco de carne para cenar y palomitas. Una película sin palomitas no es película.
Tras subir al coche y llegar a casa, nos tumbamos en los sofás y el barco de los marineros empieza a verse en la pantalla. La película va transcurriendo en lo que yo acabo acurrucada en los brazos de Jensen, quien me va dando besitos en el cuello. Casi me quedo frita, si no fuera porque de repente me hace una pedorreta y casi me caigo del sofá del susto.
—¡Jensen! —grito mientras estoy de pie y le lanzo un cojín.
Justo en ese momento, el mundo comienza a moverse ante mis ojos para los lados. Muevo las manos delante de mí, intentando encontrar algo a lo que agarrarme. Por suerte, encuentro la mesa y me puedo apoyar ahí para pararme un segundo. Hasta que todo vuelve a su sitio.
—¿Estás bien? ¿Te he hecho algo? —la mano de Jensen está en mi espalda y me mira preocupado.
—Jensen, es solo un mareo. Relájate. Seguramente sea la tensión o algo —me logro poner recta y me giro hacia él—. Tú no me has hecho nada, solo hacer el tonto —me rio le doy un beso en los labios. Despacio, disfrutando de este roce que tanto me gusta.
—Sí, ya veo que estás bien —su sonrisa en mis labios hace que me vuelva todavía más loca por él. Este hombre es mi perdición.
Su cabeza va a mi cuello otra vez, cierro los ojos disfrutando de los húmedos besos en ese lugar. Después, solo respira hondo y se apoya en mi hombro.
—Hueles a mi olor favorito —sonrío mientras sus brazos sujetan mis hombros. Nos miramos fijamente, de verde a verde. Sus ojos se van a mis labios, para tentarle los relamo y observando como traga, causando que su nuez se mueva de arriba a abajo. No sabe nadie lo que disfruto sabiendo que le estoy haciendo morirse de deseo por besarme. Por sentirme deseada por él.
Su mano izquierda va a mi cintura, su derecha a mi mejilla. Para acercarme a él de un empujón y chocar nuestros labios de golpe. Su lengua se abre camino en mi boca, nuestros labios encajan como dos simples piezas de puzle. Las palmas de sus manos se cuelan por mi camiseta, donde hace presión en mi cintura. La acaricia con la yema de los dedos hacia arriba, a mí me gusta tanto que se me escapa un gemidito en su boca. Él sonríe al escucharme y repite otra vez lo mismo. La otra mano va a mi estómago bajo de la camiseta, lo recorre con las yemas de su mano derecha.
Andamos sin separarnos hasta la habitación, pero nos paramos frente a la televisión cuando el cangrejo Sebastián comienza a cantar "Bajo el mar". Riendo, me acerco a la televisión y la apago, para después volver a los brazos de Jensen de un salto.
Y después de entrar a la habitación entre carcajadas mientras el tararea la cancioncita, cerramos la puerta. Demostrándonos que dos personas y una habitación cerrada pueden hacer mucho más que fuegos artificiales.
***
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Fiuuuuuuuuu, pum XD
¿Qué me contáis pequeñas ovejitas?
Darle mucho amor.
OS AMO CON TODA LA PATATITA.
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