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4: Tacos.

Sentada en un restaurante hojeo la carta. Con el hambre que tengo, al final me alegro de haberle dicho que sí, porque estoy hasta por comerme las uñas de los pies a ver a que saben. Bueno, no. Joder, que asco.

Vuelvo mi atención en el pequeño portafolios que contiene los platos que hacen aquí. Casi me caigo de culo al ver el precio que aparece en el lado derecho. Carraspeo por no soltar otra de mis barbaridades y debato por pedir un simple vaso de agua, o ya que estamos una simple hoja de lechuga. Así, ligerita a pasar el día.

—¿Estás bien? —bajo la carta para observar la cara de Jensen con un gesto de intriga. Mi gesto le hace gracia, pues una sonrisa aparece en su boca. Debo de tener una cara de palurda...

—Sí solo... no tenía porque invitarme a un restaurante tan... caro. Con cualquier cosa me habría conformado señor Williams —murmuro bajito para que los camareros no me escuchen—. Esto es demasiado, no quiero que se gaste tanto dinero en una simple comida.

—En el ascensor me tratabas de tú, ¿ahora vuelvo a ser el señor Williams? —alza su ceja derecha en una mueca divertida.

—No sé —paso la lengua por mis labios, pues se me han quedado más seco que la mojama—, depende de como se sienta más cómodo —mis ojos le observan de arriba a abajo, demostrándole un pelín mi interés. Él traga saliva, sin quitarme ojo.

—Prefiero que me llames Jensen —imita mi gesto anterior, cosa que me hace reír.

—O "come-secretarias", eso ya lo dejamos a mi gusto ¿no crees? —elevo mis cejas para hacerle ampliar más aún su sonrisa. Oh joder, está para comérselo.

—Me gusta que no seas tan seria como me lo parecías —exclama, agarrando su copa de vino con la mano.

—Y a mí que no seas tan estirado como siempre —levanta su copa y choco la mía con la suya, para después ver como la dirige a sus labios. Con el vino, seguro que tiene el sabor dulce de este, por lo que puedo ver son sumamente suaves. No puedo comprender como sin conocerlo prácticamente me estoy muriendo por besarle. Trago el vino, implorando que esto me ayude un poco para aligerar toda la situación. El dulce sabor del buen vino baja por mi garganta, para hacerme cerrar los ojos. Joder, esto está para morirse. Vuelvo mi vista a la carta cuando acabo de deleitarme con la bebida.

—¿Sabes qué vas a pedir? —me pregunta mientras echo la última vista a la carta.

—Pues... la verdad es que no —cierro la carta. No sé que narices es cada plato, no me voy a arriesgar a pedir algo que después esté malo o no me guste—, ¿pides por mí? —exclamo. Él asiente.

El camarero se acerca y mientras que Jensen pide me da tiempo de fijarme en el gran restaurante que me rodea. Grandes ventanales están situados por absolutamente todo el bendito restaurante, las mesas están situadas de manera espaciosa para asegurar un poco de privacidad en tu charla. Los camareros se mueven de aquí para allá, cogiendo los pedidos de la gente tan estirada que hay aquí. Una pareja de personas mayores está a nuestro lado, aunque no tienen pinta de ser tan repipis como los demás. Están cogidos de la mano, mirándose y hablando, mientras comparten sonrisas que los hacen sonreír y sonrojarse a ambos. Cuando el camarero se vuelve a retirar, vuelvo la vista a Jensen.

—Observas mucho tu alrededor.

—Bonita forma de llamarme cotilla —sonríe y lleva la vista donde la tenía yo hace unos segundos. Sus ojos brillan con el reflejo del ventanal que hay a nuestro lado. Cago en la mar, ¡qué guapo es!—. No, no creas —vuelvo a dar un trago de vino ante su vista—. Solo me gusta ver esos amores que duran tantísimo —exclamo apoyando la copa en la mesa—. Eso son los verdaderos.

—Quedan pocos... —exclama mirándome a los ojos.

—Muy pocos —afirmo.

—Eres una persona que llama mucho mi atención —coloca sus manos de manera para apoyar su cabeza sobre ellas. Yo doy otro trago al vino, está para ahogarse en él—, te fijas muchísimo en las pequeñas cosas. Quiero conocerte más a fondo —me atraganto con el vino de mi boca y toso. Pongo una servilleta frente a mi boca. Joder, las mentes malpensadas dan muchos apuros. Por un momento creo que la bebida se me va a salir por la nariz, pero logro controlarlo sin tener ningún accidente nasal— ¿Estás bien? —ni me había dado cuenta de que Jensen se había levantado y ahora está a mi lado. Estaba demasiado ocupada muriendo por un trago de vino.

—Sí —musito mientras cojo bastante aire para poder volver a respirar con normalidad. Unas lagrimitas salen de mis ojos por culpa de haberme atragantado.

—Así que has pensado mal, eh —se ríe, demostrándome que claramente ha entendido lo que he imaginado. Pero por cualquier motivo, acabo yo también riendo.

—Tú eres el que me hace ser así, Jensen. Me lo has puesto en bandeja —exclamo. Él abre los ojos y me mira, haciéndome temer que de verdad el vino se me haya salido por la nariz— ¿Qué pasa? ¿Tengo un moco en la cara? —sí, a veces mi "finura" se va por la ventana— Perdón —bajo la mirada mientras susurro, temiendo que la haya cagado bastante con mis modales. Que ya lo he hecho, pero al menos intento remediarlo.

—No te disculpes, estoy cansado de tanta perfección —elevo la mirada, para ver la ligera sonrisa en su rostro. Aunque mi vista es completamente ocupada por el plato que el camarero deja frente a mí. Un filete con una salsa marrón llama por completo mi atención, además unas cositas verdes reposan encima de todo esto. Al lado tiene una especie de bola de gelatina de distintos colores. Encojo mi boca, ya que la mezcla de colores y texturas en la pelota esa, no me convence demasiado.

—¿Entonces no te importa que hable a mi modo? —niega con la cabeza— ¿Ni que diga tacos? —vuelve a negar con la cabeza para después llevar un trozo de filete a su boca— Vale, esto parece potado de gato —suelto, señalando el trozo ese gelatinoso que se mueve cuando empujo un poquito el plato. Rápidamente, Jensen agarra la servilleta a su derecha y la lleva a sus labios. Niega con la cabeza divertido para después reír.

—Definitivamente me gusta más la Bárbara sincera —musita. Después me sonríe—. Pruébalo, verás como luego piensas otras cosas —cojo aire, para después asentir. No estoy yo muy segura de esto. Agarro el tenedor y cuchillo, para después cortar un trozo del filete. Con los ojos apretados, lo llevo a mi boca, para después abrirlos como dos platos.

—La puta leche, esto está para chuparse los dedos —susurro bajito, algo efusiva. Él se encoje de hombros—. Oh dios, voy a lamer absolutamente todas las partículas que existan de esta maravillosa comida —su risa llega hasta mis oídos, mientras yo vuelco toda mi atención en el filete. Acabo con él y con el segundo plato, para después acabarme zampando de postre un trozo de tarta de chocolate. Cuando tengo hambre, lo tengo de verdad. Después de haber pasado tanto tiempo en el gimnasio, pienso pisarlo solo y exclusivamente cuando me apetezca. La obsesión que tenía con mi cuerpo no era buena.

—Creo que he entrado andando y voy a salir rodando —me anuncia cuando salimos del restaurante, mientras creo que me he comido a otra Jeannette. Su exclamación hace que me ría— ¿Quieres que te lleve a casa? —niego mientras cojo aire.

—No hace falta que te molestes, puedo llamar a un taxi —él imita mi gesto.

—Eso sí que no —sin pensarlo, agarra mi mano y camina llevándome a mí detrás. La corriente eléctrica por ese roce me azota por todo el cuerpo. Por un momento temo que me lleve a rastras de verdad mientras yo babeo. Joder, ¿qué me pasa?

Me vuelve a llevar donde George aparcó el coche y subimos. Le digo mi nueva dirección (que me la he aprendido por si acaso) y pone rumbo a mi nueva casa. Ayer por la tarde lo visité con Jade y me llevé mi preciada maleta. Ella lloró, rió y acabó asumiendo que al que echaría de menos sería al agua micelar. Mi amiga me dijo que me iba a extrañar, pero las dos sabemos que dentro de poco estaremos otra vez juntas y por fin libres. Tengo unas ganas de ser una simple persona normal, con un trabajo normal y una vida normal... El estómago se me revuelve al pensar en lo destrozado que tengo que dejar a Jensen. Pero todo tiene un motivo. Le miro y él instintivamente, hace lo mismo.

Veo como la imagen de mi nuevo hogar por la ventana y le digo a George que pare en frente. Cuando el coche por fin se detiene, Jensen baja para abrirme la puerta. Salgo del coche, rezando por no darme una leche con los tacones. No sería la primera vez que casi me parto la crisma en esta misma acción.

—Gracias por todo, he pasado un primer buen día de trabajo —digo. Su cara se gira hacia la derecha, para después mirarme fijamente.

—Yo me alegro de que la comida estuviera como para chuparse los dedos —reímos. Cambio el peso a mi pie izquierdo, y con tranquilidad exclamo:

—Nos han rellenado como a un pavo en navidad.

—No, a mí nunca me meterán una lata por el culo —la risa de George se hace presente, pues no nos habíamos dado cuenta de que la ventanilla del copiloto está completamente bajada.

—Bueno. Me tengo que ir —asiente— te invitaría a pasar, pero seguro tienes muchas cosas que hacer. Carolina te estará esperando —su sonrisa se desvanece y traga costosamente. No he hurgado en la huella, le he pellizcado en ella.

—Sí... —baja la mirada y rasca su nuca.

—Nos vemos mañana —me debato entre darle la mano o despedirme saludando, pero me sorprende cuando se acerca y me da un beso en la mejilla. Yo hago lo mismo, presionando ligeramente mis labios sobre su piel. Sentir su aliento choca con mi nuca, acariciando mi piel delicadamente y perdiéndose sobre mi hombro. Con los ojos cerrados, aspiro su aroma. Un olor de una mezcla de miel y limón hace que coloque una mano en su hombro y me acerque a su oído, la gran palma de su mano esta apoyada sobre mi cintura—. Adiós —susurro, separándome de él con una sonrisa socarrona.

Giro y camino hasta la puerta de la verja de mi nueva casa, mientras las piernas me tiemblan. Saco las llaves y entro, sin darme la vuelta. Si acaso lo hiciera, creo que me caería de culo. Ese pequeño momento ha sido muy intenso.

Nada más entrar, me quito los tacones y los dejo en el recibidor. Camino descalza hasta llegar al sofá y enchufar la tele. Me tumbo y antes de lo que canto un gallo, me duermo con un típico programa de interiores de casas. Hasta que una puñetera mosca me despierta, poniéndome de los nervios.

Me voy al baño, donde me declino por depilarme. No me apetece ir a un centro de estética. Acabo también dándome una ducha después. Cuando salgo para secarme, llamo a Jade y coloco el altavoz mientras me maquillo.

—¿Señorita Madeleine Gómez? —exclamo cuando me lo coge. Coloco algo de rímel sobre mis pestañas.

—Dígame señorita Bárbara Holding —me imita.

—Tiene que mover su lindo y redondeado culo y dirigirse a la cafetería de Lovely's, la de al lado del restaurante de ayer. Ahí la esperaran el señor "Frappé" y el señor "Croissant de chocolate", junto con la señorita morena más cañón que haya visto en su vida —abro el pintalabios rojo y me coloco un poco. El color rojo en general me destaca muchísimo.

—Oh, que cita más interesante. Iré ansiosa y con el tanga en el cuello —su burrada me hace reír.

—Yo la esperaré lo que haga falta, pero dese prisa o los dos señores acabarán dentro de mi estómago.

—No te los comas sin mí cacho perra, ya voy. Te quiero —exclama mientras bosteza.

—Y yo —cuelgo y me coloco unos vaqueros con una simple camiseta blanca. Llego a los grandes almacenes, donde subo a la cafetería y me siento en una mesa al comprobar que como esperaba, Jade no ha llegado. Me pido un café descafeinado, y por fin respiro hondo poniendo mi mente en blanco.

Me hace gracia ver a una pareja de unos veintitrés años en la cafetería. El chico le da un croissant rellenísimo de chocolate. La chica le da un bocado y se le mancha la parte inferior del labio de chocolate.

—Tienes un poco de chocolate aquí —le dice él a ella. Se acerca y con el dedo le retira el chocolate para después acercarse poco a poco, hasta darle un beso. Ella se retira tras unos minutos avergonzada, más roja que un tomate. Acabo de presenciar el primer beso de una pareja.

Y me da por recordar el mío. Jonas era un chico tímido y muy reservado. Lo conocí en el instituto cuando nos pusieron juntos en un trabajo de matemáticas. Desde entonces fue mi mejor amigo. Él me ayudaba a superar mi adolescencia, pues se metían conmigo. Ser hija de la borracha y adicta al juego del pueblo no era una buena fama. Un día en mi casa, al acabar una película surgió. Me besó. Después de ese beso le siguieron muchos más, pero no acabó en nada. Ni si quiera llegamos a ser pareja oficialmente.

Años después estuve saliendo con el típico malote del instituto. Landon era un malote por fuera y un osito de peluche por dentro. Amé a ese chico con todo mi corazón. Ese sí que fue mi primer amor. Y con él fue mi primera vez con 19 años. La gente murmuraba que Landon me engañaba, todo eso me impulsó a hacer algo que no debí hacer. Lo dejé. Me arrepentí por ello como nunca, porque descubrí que solo habían sido las malas lenguas las que me hicieron tomar esa decisión. Según él ahora está en un proceso creativo, va de un lado a otro. Y se hizo artista. Supongo que él y yo, aunque fuéramos el amor adolescente más importante el uno del otro, no estábamos destinados a estar juntos. No le amo ya, solo recuerdo en esos tiempos que él me ayudaba y venía a mi casa para sacarme de allí e irnos donde fuera que estuviéramos bien. Y las tardes de besos y confidencias.

Una rubia despampanante ocupa mi vista, y me quita de mis pensamientos.

—Hola zorricula, vas a marear el café de tanto darle vueltas —la voz de Jade irrumpe en mis recuerdos y la enfoco con la vista.

—A lo que le doy vueltas es al coco —dejo la cucharilla de café en el platito que tengo debajo de la taza con rosas. Suspiro y veo como ella toma asiento frente a mí.

—¿Y eso? —señalo con la cabeza a la parejita que ahora están comiéndose los morros. Parece que las vergüenzas se les han esfumado en menos que canta un gallo.

—Me han recordado mi primer beso —mi amiga sonríe y muerde su labio inferior.

—El mío fue con "El notas" —estallo en una carcajada que la hace sacarme el dedo del medio.

—¿Y el Jonny y el Bryan no se enfadaron? —Jade me da un golpe en el hombro y me sigo riendo como una foca con asma mientras que ella deja su bolso indignada y llama al camarero con la mano.

—Eres tonta —me dice. Pero al final también acaba riendo.

Nos inflamos a croissant y hablamos sobre nuestros antiguos afortunados, incluido el cliente que quería que Jade le azotada con su zapatilla de ovejitas. Yo recuerdo al último que tuve, un imbécil de tres al cuarto. No me costó nada, ya que en vez de ir yo detrás de él, él iba detrás de mí. Además, me manoseaba, cosa que no me gustó nada.

El teléfono de Jade suena y lo coge.

—Hermana con descendencia buena al habla —exclama, canturreando. Escucho un murmullo por la otra línea del teléfono. Por la voz, sé que es Steve—. Por mí vale, además estoy con tu queridísima morena en frente. Pero jódete, es mía —ruedo los ojos—. Steve pregunta por ir a cenar los tres pero, ¿dónde? —me pregunta con el teléfono en la oreja.

—En mi casa, así la estrenamos con una súper reunión —ella asiente.

—En casa de la morena culona —espera unos segundos en silencio—. Vale, te veo luego. Adiós —y tras esto, cuelga.

Sobra decir que esa noche la pasamos con muchas risas, con demasiados gritos por parte de Jade y con unos cuantos eructos por parte de Steve. La noche se nos pasa demasiado rápida, y en menos que canta un gallo se tienen que ir para mañana estar frescos como rosas.

Por la mañana la alarma suena y me levanto para ir al trabajo. Con una falda de tubo súper pegada al cuerpo y una camiseta blanca de seda pongo rumbo a la oficina. Por supuesto con mis taconazos negros. Paso por una cafetería y cojo dos cafés para llevar. Al llegar a la empresa, dejo la bebida encima del escritorio de Maggie. Ella me mira y sonríe, mientras que yo suelto un bostezo y le acerco el vasito.

—Oh gracias —sonríe para coger el café con las dos manos y dar un trago.

—No sé si te gusta, pero yo te lo he traído por si acaso —murmuro mientras apoyo mi cabeza en la palma de mi mano.

—Sí, adoro el café —le da un trago —. ¿Cuánto te debo?

—Nada, estas invitada —sonrío mientras me coloco recta— ¿Ya ha llegado el jefazo?

—No —mira el reloj de su muñeca—, pero seguramente éste por hacerlo —el teléfono de recepción suena y Maggie va a cogerlo—. Departamento de recepción de Willmatic dígame... oh, vale... está bien, ya voy —cuelga y sale de la barra que nos separa. Andamos hacia el ascensor, mientras observo que sus tacones negros son una verdadera pasada.

—¿Pasa algo? —le pregunto.

—La rubia tintada, me necesita para no se qué —hace un movimiento raro con la mano—. Shasha es más pesada que una vaca en brazos.

—¿Te cae genial, eh? —exclamo con ironía.

—La odio —entramos en el ascensor— la cogería del pelo y la metería en un montón de pis ahí, que se ahogue.

—Vamos, que no puedes vivir sin ella —reímos mientras ella aprieta el botón del piso al que se quiere dirigir y yo al mío. Las puertas se abren y se despide con su café en la mano, mientras yo sigo subiendo. Al llegar a mi oficina, dejar todas las cosas, enchufar el ordenador y ponerme a arreglar un poco la oficina adornándola, las puertas del ascensor se vuelven a abrir. Dándome una vista muy buena de Jensen con traje. Me levanto y cojo los pequeños adornos que he traído para la oficina.

—Buenos días —exclamo mientras retiro un cuadro de un montón de garabatos y cuelgo un cuadro en el que se puede ver el dibujo a lápiz de una chica con pelo corto.

—Muy buenos —me guiña un ojo y se acerca a mí. Los dos caminamos hasta mi escritorio. Yo para coger un calendario nuevo que he comprado y él...pues no lo sé.

—¿Sueles echar piropos muy a menudo? —me giro hacia él sin darme cuenta que ha avanzado mucho, pues no se imaginaba que me iba a dar la vuelta ahora. A causa de eso, quedamos a milímetros de distancia. Al tropezarme, me agarro de su hombro para no caerme hacia detrás, mientras siento el escritorio en mi espalda.

Su boca está tan cerca que puedo observar como los entreabre. El mismo olor delicioso de ayer entra por mis fosas nasales.

—La verdad es que no —nuestras miradas se cruzan y mi corazón está tan acelerado que ruego porque mi camisa impida que salga completamente disparado. Mi mirada se dirige de sus ojos a su boca, y la suya hace lo mismo en mí. Cada vez nuestras bocas están más cerca y yo me impregno de su olor. Nos olvidamos absolutamente de todo. Parece que en este pequeño instante solo existamos él, yo y las ganas de besarnos. Mi respiración se acelera cuando una de sus manos se dirige a mi cadera y la otra a mi mejilla. Cierro los ojos, pues sentir como su aliento se mezcla con el mío me demuestra que cada vez estamos más cerca. Yo... yo quiero que me bese. Y dentro de mí sé que eso no está bien, porque no debo ilusionarme. El amor no está hecho para mí.

***


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