3: Comienzos y bombones.
Primer día de trabajo. Ya estoy en mi escritorio, pues mi situación como trabajadora de Willmatic ya es completamente oficial. Ahora mismo, presto atención a todas las indicaciones que me indica Shasha, la rubia que me abrió la puerta de la oficina. Esta me explica lo básico de como funcionan aquí, y todo lo que tengo que hacer. Lo mío consiste en arreglar todas y cada una de las citas del señor Williams, todas las reuniones y rechazar amablemente a los que él me diga. Hasta tengo lista negra y todo, y entre esas empresas... está la de Josh. Suspiro aliviada cuando por fin se va a su puesto que está a dos plantas del mío, e internamente me alegro de que solo Jensen y yo ocupemos este espacio de toda la empresa. Cabe decir que de pequeño no tiene absolutamente nada.
Despejo mi mente, para ponerme ya en serio con todo lo que tengo que hacer, descubriendo que este hombre está más ocupado que un supermercado en nochevieja. Y eso ya es decir.
Pero todo mejora un pelín cuando leo el mensaje que contiene la agenda que han decidido comprarme, "Rellena de tareas e ilusiones. Si la encuentras no la abras". Unos bombones me tapan la vista de lo que estoy mirando, y al levantarla me topo con la mujer morena que me ayudó ayer nada más entrar en este edificio. Su sonrisa de oreja a oreja se me pega, sorprendiéndome ya que nunca me habían recibido así en ningún sitio.
—Bienvenida —musita, canturreando un poco la última letra.
—Muchas gracias —cojo los bombones y me levanto— No hacía falta... —ella mueve la mano en el aire, restándole importancia. Después, se acerca y me da dos besos. Completamente sorprendida, la miro con una sonrisa.
—Es un detallito, para que empieces tu primer día con alegría —asiento conforme, dejando los bombones encima de mi escritorio— Soy Maggie —me dice.
—Yo me llamo Jea... —paro en seco cuando me doy cuenta de que casi meto la pata— ¡Bárbara!, Bárbara, me llamo Bárbara —asiente efusiva y señala los bombones. Yo quiero morirme de la vergüenza, le he gritado mi nombre como si estuviera más sorda que una tapia.
—Encantada. Espero que te guste el chocolate tanto como a mí —ríe, mientras que yo asiento. ¿A quién no le gusta el chocolate?
—Moriría zampando bombones —cojo la cajita y la abro, para ofrecerle uno. Ella agarra uno blanco mientras que yo me decido por el de almendras—. Has dado en el clavo —reímos las dos mientras comemos los dulces.
—Bueno, ahora que trabajas aquí tendrás que tener paciencia con Williams, a veces no viene de ánimos... —me mira a los ojos y tuerce la boca— No está pasando una buena racha, últimamente no viene de humor.
—No me queda otra que acostumbrarme —me encojo de hombros—, supongo que eso es lo que tienen los trabajos, que tienen cosas malas y cosas buenas —sonrío recordando que ayer no parecía muy molesto. Maggie lleva sus ojos al reloj de muñeca que lleva y me mira.
—Tengo que irme, porque si entra y no me ven en mi puesto, seguro que me cae una buena bronca —ante mi sorpresa me abraza—. Suerte Bárbara —me sonríe para después irse y dejarme con un bombón en la mano. Hoy me recalco más en mi superstición de que voy a hacer buenas migas con esta chica.
Retomo la tarea que iba a realizar, volviéndome a sentar en la silla de mi escritorio, esta vez colocando todas las reuniones en orden. Estoy tan enfrascada en mi trabajo que no me doy cuenta que cinco minutos después las puertas del ascensor se abren. Solo levanto la vista cuando un carraspeo llama mi atención, mientras como otro bombón de la caja. Prácticamente engullo el bombón al toparme con esos ojos verdes que he deseado ver desde que he pisado fuera de esta empresa. Me sonríe, y eleva sus brazos para enseñarme que me trae una maceta blanca con una orquídea violeta.
—Bienvenida a la empresa —mi boca se tuerce automáticamente en una curva que le hace sonreír—. He pensado que quizá esto le daría algo de vida a tu oficina —asiento. Me parece un muy bonito gesto por su parte.
—De hecho te iba a pedir permiso para colgar algunos cuadros y poner algún que otro adorno —él me mira.
—Claro, puedes hacer lo que quieras. Mientras que llene esto de un poco de alegría... —me contesta, mirando la estancia en la que nos encontramos. Me levanto, quedando frente a él.
—Si colocáramos un calendario de bomberos, verías que buen rollete le daba a esta oficina —suelto sin pensar. Su risa inmediatamente se hace presente mientras yo dudo en meter toda la caja de bombones en mi boca para mantenerla cerrada—. Lo siento... -cojo la maceta nerviosa por la idiotez que acabo de soltar, de manera que rozo mis dedos con los de él, quedando bastante cerca. Nuestras miradas se buscan y se encuentran, haciéndonos coger aire a los dos como si ese pequeño roce fuera pecado. Joder, sus manos son tan grandes que ni con mis palmas puedo llegar a cubrirlas enteras. Pero son muy cálidas. Al igual que su mirada.
Un escalofrío me recorre por dentro y hace que mi corazón parezca una bomba atómica cuando veo como suelta el aire contenido poco a poco, demostrándome que él también lo ha sentido. Pero de repente, retira las manos. Yo me espabilo y coloco la maceta sobre el escritorio.
—Me encanta —giro para mirarle de frente. Me topo con que él, mirándome fijamente.
—Es preciosa —susurra. Más mi instinto me dice que no lo dice expresamente por la orquídea...
—Sí —mis mejillas actúan solas tornándose rojas. Oh joder, ¿Qué me pasa?— ¿Quiere revisar su agenda para el día de hoy? —cambio de tema, aligerando un poco el ambiente. No sé porque, pero hasta a mí me ha dado vergüenza lo que ha pasado antes y yo no tengo vergüenza. En serio, no la tengo. Me la comí.
—Por supuesto —me siento en mi sillón y él se pone a mi lado, apoyando un brazo en el escritorio. Sonríe un poco al ver que estoy usando la agenda que me habían dejado encima de la mesa. Hoy es el día de los regalos para mí.
—A las diez tiene reunión con el director de "Kioxy", el nuevo sistema informático. A las once tiene que ser entrevistado por la señorita Rose Palmer para la revista "Oh!". Sobre las doce tiene la sesión de fotos para patrocinar la empresa de "Mich & Lana" y a partir de ahí tiene el día libre, el director de O'Hallans music ha cancelado la cita por motivos personales —le miro al verlo apoyado sobre mi escritorio, y mirándome a mí.
—Perfecto. Necesitaré que me acompañes a las reuniones Bárbara, quiero mostrarte un poco como va esto —aplano los labios mientras le miro a los ojos. Total, tampoco tenía mucho que hacer planeado porque no conozco la ciudad.
—Como usted diga, señor Williams. —Y lo veo desaparecer por la puerta transparente que nos divide. Lástima que las paredes no lo sean.
De todas maneras tengo una vista perfecta a su escritorio desde aquí, y verlo con gesto serio mirando unos papeles...es terriblemente sexy. Me encanta su expresión mientras está concentrado, pues tiene el ceño ligeramente fruncido, sacando labios. Con el traje es un deleite a la vista. Se ciñe a su figura, y su pelo bien acomodado le da un aire sexy y a la vez inteligente. Nunca pensé que a un chico con el pelo peinado se le podía ver sexy, pero ahí está Jensen, siendo la excepción. Justo levanta la vista, pillándome mirándolo como una idiota. Una sonrisa pícara se pinta en su boca, y yo le correspondo con otra sonrisita, para después acabar con la tarea de ordenar la agenda.
Tras unos minutos, miro el reloj y compruebo que aún queda media hora para que nos vayamos a la primera reunión. Reviso mi correo electrónico de trabajo. Jensen me ha mandado que le concierte una cita con O'Hallans music. Apunto el número de teléfono y llamo, después de hablar con el director llegamos al acuerdo de mañana a las cinco de la tarde. Cuelgo, para después observar bien el espacio que a partir de ahora será mi sitio. Desde el ascensor, hasta la oficina de Jensen. La verdad, no me quejo. Abro un cajón del escritorio, para ver que hay un paquete de chicles y muchos folios. Observo que son de menta, inmediatamente los dejo. Odio los chicles de menta. Cierro el cajón cuando veo que mi jefe está abriendo la puerta de su oficina.
—¿Nos vamos? —pregunta acomodando su corbata, mientras carraspea.
—Claro señor Williams —me levanto y paso la mano por mi falda para que se le vayan las arrugas, después camino con él hasta el ascensor.
En este pequeño cubículo solo existimos nosotros dos, algo a lo que me voy a tener que acostumbrar a partir de hoy. Su sola presencia a mi lado me pone nerviosa. Él coloca una corbata alrededor de su cuello, más veo que la caga y vuelve a intentar hacer el nudo. Para ganar un poco, me planto frente y coloco mis manos sobre la alargada tela, sorprendiéndolo.
Inmediatamente sus dos pozos verdes se quedan fijos en los míos. Pero yo soy más rápida, y los aparto de él para concentrarme en el nudo. Rozar su cuello con mis manos solo provoca que varios escalofríos me recorran de arriba a abajo. Veo como traga saliva y como su nuez sube y baja. ¿Hace un poco de calor aquí no?
—Sí, en el ascensor siempre hace calor —sonríe y me mira. Mierda, he pensado en voz alta. Mecagoentóloquesemenea...
Cierro la boca no vaya a ser que vuelva a soltar alguna burrada, pues creo que el calor que siento no es por el ascensor. Ni mucho menos. Acabo con su nudo y me coloco a su lado cuando por fin las puertas se abren. Prácticamente huyo de ahí como si me hubieran incendiado el culo.
Salimos a la recepción, donde Maggie me mira y disimula un «Suerte» con sus labios, a lo que yo le agradezco. Ahora más que nunca necesito la suerte de mi lado. Nada más salir, un hombre trajeado y cuadrado nos guía hacia un coche. Amablemente me abre la puerta y entro dentro del vehículo negro. El rubio se sienta a mi lado, dedicándome una sonrisa.
—George, a la empresa de Kioxy —la voz grave de Jensen irrumpe en el silencio. El tal George asiente y arranca el coche. Por el trayecto me dedico a mirar por la ventanilla y a observar si tengo alguna notificación en mi teléfono móvil.
Paramos por un semáforo en rojo que está en frente de un parque y veo a un niño pequeño que juega con su padre. Este lo coge y lo tira al aire, para después volverlo a coger y hacerle pedorretas en el cuello. Por un momento recuerdo a la persona por la cual hago esto, la que tanto me necesita. Recuerdo sus ojos grises y todos los males que tengo se me van. Le amo. Le amo con todo mi corazón, y haré todo lo que sea por él. Como la familia no hay absolutamente nada.
—¿Te gustan los niños? —salgo de mis pensamientos al oír lo que mi acompañante me dice.
—Sí —sonrío y me doy la vuelta para enfrentarle—, me encantan.
—¿Tienes algún hijo? —pregunta con una sonrisa.
—No. Pero me gustaría tenerlo, —tener un bebé tiene que ser simplemente mágico— ¿A usted no?
—Nunca me lo he planteado... la verdad no es mi prioridad en la vida —asiento—, creo que aún no estoy preparado para tener un pequeño humano a mi cargo.
—Algún día lo estará —afirmo. La mayoría de las personas acaban teniendo bebés, aunque nadie se tiene que sentir obligado a hacerlo.
Avanzamos otra vez al cambiar de color el semáforo y vuelvo a dirigir la mirada a la ventana, descubriendo que en dos minutos más un gran edificio con el nombre "Kioxy" en lo alto está a nuestro lado. Un hombre flacucho, con gafas y traje nos recibe nada más salir del coche.
—Señor Williams, señorita, bienvenidos a la empresa de Kioxy —con la palma de la mano, indica que caminemos hasta entrar. Nos guía hacia arriba, donde un chico bastante joven espera vestido también de traje. Sus gafas de pasta negra ocultan unos ojos azules que quitarían el hipo a más de una. Joder, ¿es que todos los empresarios son guapos o qué?
—Bienvenidos a la nueva empresa de Kioxy, soy Samuel Hernández y soy el creador y director de este programa informático —tiende una mano en el aire y Jensen la estrecha—, es un placer conocerle, señor Williams.
—Lo mismo digo señor Hernández —y yo aquí como un mosquito estampado encuentro que la mayor distracción es ver el suelo de mármol, que la verdad es muy bonito.
En un intento por socializar un poco, veo como se dan la mano a lo "macho men saco pecho" (y yo llamo que la testosterona les afecta el cerebro) y Samuel se gira hacia mí. Y se queda embobado. Literalmente me mira y se queda embobado, solo le falta abrir la boca. Carraspeo, me es incómodo que me miren de esa manera, ¡Vista al frente!
—Soy la señorita Bárbara Holding, secretaría del señor Williams —le tiendo la mano. Sí, las chicas también sabemos sacar pecho a lo "macho men saca pecho".
—Encantado de conocerla, señorita —mi mano la dirige a sus labios y deposita un suave beso en los nudillos. Al girar la cara veo como Jensen lo mira extraño y yo rio internamente, mientras que comparto un poco su gesto. Sin saberlo el tal Samuel me está ayudando en lo mío, ¿ahora quién es el mosquito estampado?
La reunión transcurre entre ellos hablando y yo contemplando lo interesante que es una mancha con forma de corazón que hay en la madera de su escritorio. A veces tomo notas y otras aguanto un bostezo, seguramente hasta el que saca las bolas del bingo se divierta más que yo. Casi estoy a punto de aplaudir como las focas cuando por fin se levantan. Se despiden, otra vez a su manera, y nos podemos ir.
La entrevista de "¡Oh!" pasa más de lo mismo, solo que la amigable compañera de la dueña no le quita los ojos de encima a Jensen. Y me alegra ver que este evita cualquier contacto. Entramos a la sesión de fotos de "Mich & Lana", las cuales dirigen a otras personas para que le vayan sacando fotos a él con ropa que ellas han diseñado. Mira serio a la cámara con naturalidad y hay un momento en el cual me mira y sonríe. En ese instante el flash de la cámara lo captura y creo que esa es la mejor foto que le han hecho. Sonriendo verdaderamente.
Más tarde nos enseñan las fotos en un proyector y efectivamente la que irá en portada será en la que sale sonriendo. A escondidas saco mi móvil y echo una foto ya que está en gigante en frente nuestra. No sé ni porque lo hago. Bueno sí, ya que no puedo tener a mis bomberos, le tendré a él.
Entramos en el ascensor los dos, él ya vestido con su traje bien arreglado y su pelo intacto. Lo cual me sorprende, ya que si yo fuera él de tanto ponerme y quitarme camisetas, el pelo se me habría puesto como el de un electro-duende, ¿no vuelve a hacer demasiado calor?
Un gruñido de mi tripa atrae su vista, ocasionando que me ponga más roja que el culo de los monos y que agache la cabeza. Tengo un hambre voraz. Pero voraz de las que te comes lo que sea.
—Lo siento... —mascullo.
—No te preocupes, yo estoy por comerme los botones del ascensor —mi sonrisa se amplía—, o a lo mejor te como a ti —me quedo parada y giro mi cabeza para mirarle con su sonrisa pícara y verlo explotar en una carcajada. La cara que he debido poner seguro que es un poema pero de los grandes. Su risa es preciosa. No voy a decir que es como música porque si no potaré arcoíris, y aquí no se pota arcoíris. Aquí se viene a conquistar y a lograr acabar este bendito trabajo. En resumidas cuentas, lo he mirado como si fuera un psicópata de cuidado. Pero al final, su risa me contagia a mí.
Las puertas del ascensor se abren descubriéndonos riendo como dos críos.
—Tenías que haber visto tu cara —ríe mientras vuelve a respirar normalmente—. Creo que me voy a divertir mucho contigo como secretaria —oh por supuesto. Se va a divertir más que yo y Jade pedo con un karaoke.
—Igual que yo contigo como jefe —exclamo. Caminamos fuera del ascensor, para salir de la empresa y sacar mi móvil. Observo la hora, confirmando que ya he terminado mi jornada laboral—. Bueno, supongo que mi deber aquí ya ha acabado. Te veo mañana en la oficina —exclamo plantándome frente a él. Sus ojos me enfocan, y su sonrisa se desvanece, ¿Puedo ver desilusión en su rostro?
—No, vente conmigo. Te invito a comer —me sorprendo y niego con la cabeza.
—No señor, no quiero ser una molestia. Usted tendrá más compromisos o asuntos que resolver —él alza las comisuras de su boca.
—Venga, estoy completamente libre. Además, si no llenamos esa tripa ella sola va a acabar comiéndonos a los dos. Déjame invitarte Bárbara —muerdo mi labio ante sus ojos, dudando—, por favor —asiento. Esto me vendrá bastante bien para ganar puntos con él. De hecho, creo que ya he ganado unos cuantos.
—Está bien —musito ante sus ojos, dando mi brazo a torcer.
Le miro, al igual que a mí, un sentimiento de ilusión nos recorre. Creo que sí, definitivamente me lo voy a pasar muy bien con él. Y creo que hay algo más que una relación jefe-empleada entre nosotros.
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