16: Cariño.
PENSAMIENTO JENSEN:
Tras ir a resolver un asunto y despedirme de mi mujer entro en el ascensor para subir a mi oficina. Observo como cada empleado hace lo suyo mientras yo aparezco por las plantas. Todos me miran caminar hasta el ascensor. Pero realmente sé que en cuanto me doy la vuelta, todos respiran hondo y continúan haciendo su trabajo. Aunque hoy yo ya llevo mi propio comedero de cabeza personal. Mierda de compromisos.
Un error en la producción del nuevo software me va a costar lo suyo si no lo soluciono pronto. Doblaría el presupuesto, y el presupuesto en si no es que sea barato... Necesito a alguien que me ayude ya con tanto número, pues ya voy medio loco. También en contactar con la otra empresa que poseo en la otra punta del país. Y nada más entrar a la oficina y verla, ya sé quien me va ayudar a todo esto.
—Buenos días, todavía no he tenido tiempo para nada —una sonrisa de idiota se me pone en la cara al ver el saltito que da al verme. Me apoyo en su escritorio y pongo unos papeles encima— ¿Me haces un favor? —ella asiente, con una sonrisa en sus labios.
—Para eso estoy —me pierdo en esa mirada verde suya ¿Cuántas cosas pueden decir sus ojos de ella?
Le paso algunos datos y la veo como se pone a trabajar mientras de vez en cuando le ayudo, pero ella me lo niega. No puedo evitar sentarme en una silla y ver como trabaja, como se concentra tantísimo en esto y se olvida prácticamente de que estoy aquí. Me deshago de la corbata y de la chaqueta, pues me estoy agobiando un poco. Después de casi tres horas y media cuelga el teléfono y da una sonora palmada, la que acompaña con un suspiro. Y es inevitable que me fije en como se entreabren sus labios. Oh joder, parezco un animal en celo. La voy a asustar si sigo comportándome así.
—Solucionado —exclama. Levanto una mano y ella me la choca.
—Eres la mejor —me levanto y cojo la corbata para colocármela— Ya eres indispensable aquí, no me faltes —oigo su risa y le acompaño con la mía. Veo como se levanta y coge su bolso. Es cuando recuerdo que es su hora de descanso.
—Ya no puedes vivir sin mí —algo dentro de mí da un vuelco, al verla pasar delante de mí no puedo evitar pararla de la muñeca. Porque quiero contemplarla unos minutos más. Porque no me canso de verla.
—Te admito que me da miedo llegar a ese punto —mi cuerpo habla solo. Y veo como la duda cruza su cara.
—Lo sé, que haría el mundo sin mí —se encoje de hombros y arruga sus labios. Como unos morritos de pato. No puedo evitar sonreír y negar con la cabeza divertido.
—Sí... será eso... por eso ya... no sé que haría si no te hubiera conocido —su mirada se cruza con la mía y siento que algo raro me recorre el cuerpo cuando me mira. Y más cuando sus suaves manos se dirigen a mi corbata y la van arreglando, sin poder evitar que en una de esas roce mi cuello.
—Simplemente habrías contratado a otra, el mundo está lleno de chicas inteligentes y chicos que sabemos hacer este trabajo —oh no, eso sí que no Bárbara. Sus manos descansan en mis clavículas. Es increíble como nuestros ojos no paran de mirarse, realmente hay tanta química que temo salir explotando. Nunca había sentido una pasión tan fuerte y arrebatadora.
—No...no quiero a otra —muerde su labio inferior y me muero por no poder hacerlo yo. Mis manos viajan a su cintura, y la rodeo, sintiendo su cálida piel bajo la ropa. Nos acercamos un poco más, solo para cubrir ese frío que sentimos el uno del otro—No. Es porque eres tú, y ya está. No otra, yo te quiero a ti —abre sus ojos y le veo incluso abrir la boca. Me hace gracia su gesto, así que no puedo evitar reírme. Mirarla es extraño, algo grande se mueve dentro de mí pero... es que no puedo joder.
Carolina también está ahí en medio, en mis pensamientos. Y sí, la magia se nos fue hace años, antes ir a escondidas y acostarme con ella hacia todo más "pasional". Ahora tengo frente a mí a Bárbara, el terremoto de emociones. Mi torturadora que hace que un huracán de sentimientos me corroan, que hace que me olvide del mundo. Y es que el anillo que llevo me quema. Me arde cuando estoy a su lado.
—Lo siento —me separo de ella—, a veces no sé lo que me pasa —me excuso mientras caigo en que me había acercado demasiado. Eso no lo hacen los amigos. A quien quiero engañar, ni si quiera la miro como una amiga.
—Ya... nunca sabes lo que te pasa. Pero nunca pasa nada —aprieto mi mandíbula. No puedo dejarla ir, mi cuerpo me ruega que no lo haga.
—Bárbara —su nombre suena grave en mi voz. Se detiene y se gira para mirarme seria—, entiéndeme. Tú harías lo mismo que yo en mi situación. No pararías de meditarlo —se vuelve a girar pero para cuando le va a dar al botón del ascensor. Se gira y viene muy decidida a mí. Antes de lo que me espero choca mi boca con la suya, sujetando el cuello de mi camisa. Coge tanta fuerza que incluso me tengo que apoyar en el escritorio para no caernos los dos de espaldas.
Y es cuando me olvido de todo. Ella me invita con su boca a que la explore, y ahora mismo es lo que más me apetece. Así que me pierdo en ella y en su dulce sabor a melocotón. Nuestras lenguas juegan una entre la otra, acariciándose, empujándose e invitándome. Se separa de mí de repente, dejando una sensación de frío en mi cuerpo. Necesito su calor en mis labios.
—Medita esto también, rubio sexy —y ante la cara de gilipollas que se me queda me da un beso en la nariz y anda hacia el ascensor.
—¿Rubio sexy, eh? —se gira y asiente. Las puertas del ascensor se abren y ella entra, para después despedirse con la mano.
—Ya te he dejado algo en lo que pensar, ocúpate de eso. También te he dejado unos hermosos labios de color rojo pasión, ocúpate de eso también —rio. Las puertas se cierran y llevo mi mano a mis labios para pasar mi dedo pulgar y limpiar el pintalabios que ha dejado por toda mi boca.
Bárbara... ¿qué será eso que me haces sentí que me nubla la razón? ¿Por qué solo tengo ganas de besarte y perderme en tu cuerpo? ¿Será solo pasión lo que experimento... o algo más?
Entro a casa y dejo las llaves en el cuenco que hay en el recibidor. Me deshago de la corbata con una mano mientras que ando y dejo el maletín en el sofá. Sé que Carolina no está, así que cojo lo primero que pillo de la nevera, me conformo con las sobras de ayer por la noche. Sí, los grandes empresarios también comemos sobras.
Pongo la tele y haciendo zapping me encuentro con un canal de cotilleos basura. Nada me inspira a quedarme aquí, hasta que veo una foto mía y de Carolina del día del cóctel de Mich y Lana. Y entonces la cámara nos enfoca a Carolina, Bárbara, Santiago y a mí. No puedo evitar fijarme en lo preciosa que va Bárbara. Esa noche estaba realmente deslumbrante. Aquel vestido rojo se ceñía mostrando todas esas curvas que me llevan de cabeza... y las cuales muero por recorrer. Su mirada imponente, mostrándose tan segura de si misma que podría desafiar a cualquiera.
Apago la televisión cuando escucho la puerta de casa cerrarse. Me levanto, dejo el plato en el fregadero y salgo para recibirla.
—Ya estoy aquí —anuncia. Oigo sus tacones y salgo al salón, donde me encuentro con su esbelta figura mientras se quita la chaqueta. Ella es preciosa, no lo puedo negar. Su melena rubia se mueve con cada paso que da y tiene unas piernas kilométricas.
—Hola —se acerca y me rodea con sus brazos.
—Hola —me besa.
—¿Y eso que llegas tan tarde? —pregunto. Normalmente yo soy el que más tarde llega, y solemos comer juntos. Aunque con un silencio sepulcral.
—Nada, he comido fuera —me anuncia mientras mira para otro lado. La sensación de que me está mintiendo no abandona mi cuerpo, pero me olvido de ello.
—Ah vale —me voy a la habitación y me deshago de mi ropa para ponerme algo más cómodo. Me tumbo en la cama y al segundo noto a Carolina a mi lado.
—Jensen... —me giro hacia ella y lo aprovecha para subirse a horcajadas sobre mí. Es cuando empieza a besarme. Y yo me concentro en ella e intento alejar unos ojos verdes que me remueven todo por dentro.
Desliza sus manos por mi camisa, desabotonándola mientras que nuestras bocas se unen una y otra vez. Es una boca conocida. Los movimientos son placenteros, pero mecánicos.
"Medita esto también, rubio sexy".
Aprieto a Carolina más sobre mí y la beso con más fuerza, haciendo que prácticamente quede a mi merced. Culeo mi mano por su camiseta, pasando por bajo de su sujetador. Amaso su pecho, logrando que suelte un gemido. El sexo con ella ya me es conocido, cómodo. Pero hoy me está costando mucho más que lo normal.
"Nunca sabes lo que te pasa. Pero nunca pasa nada".
Le hago quitarse la camiseta y la falda, quedando en ropa interior delante de mí. Y me mira a los ojos mientras me quita finalmente la camiseta y se lanza a mi cuello para morderlo. Aprieto su culo, duro y redondo, como siempre. Cierro los ojos mientras intento borrar esa voz de mi cabeza. Pero es imposible.
Por un momento incluso me creo que es su cuerpo el que estoy acariciando. Su pelo negro es el que enredo en mis manos con los ojos cerrados, el que acaricio mientras la aprieto hacia mí. Pero cuando abro los ojos no encuentro sus ojos verdes. No es ella. No es Bárbara.
"Ya no puedes vivir sin mí".
Bajo la intensidad de nuestro beso y recuesto a Carolina a mi lado. No puedo. Joder, no puedo. No puedo creer que estuviera pensando en Bárbara.
—No me apetece Carolina, estoy cansado —exclamo mientras paso las manos por mi pelo. Realmente estoy nervioso. Esto no debería de haber pasado. Ella insiste, sentándose sobre mi cadera y rodeando mi cuello con sus manos.
—No amor... ya verás que sí que... —la levanto de encima de mí y me pongo de pie. Me arde que me acaricie, me arde sentir esto dentro de mí porque no está bien.
Intento convencerme de que esto es normal, de que a todo el mundo le ha pasado. ¿Cualquiera puede tener dudas de su matrimonio, no?
—Hoy no me apetece —ella da un golpe en la mesita y se levanta para ponerse frente a mí. Sé que está cabreada, hace ya unos dos meses que no tenemos relaciones. Además, llevamos mucho tiempo en el que prácticamente no nos vemos. Solo cuando llego a casa y ya está durmiendo.
—¡¿Se puede saber qué te pasa?! —me grita mientras la furia se refleja en su cara.
—Tan solo no me apetece ¿Vale? Joder, hay veces que te ha pasado a ti y no ha pasado nada —la esquivo y me dirijo al salón, intentando alejar lo que ha pasado hace un momento de mi cabeza—. Pues ahora a mí tampoco, solo eso—exclamo tajante.
—Pues vale. Que sepas que me voy con mis amigas, no esperes que llegue pronto, puede que salga por ahí. Ni me esperes a cenar —y sin más discutir coloca su ropa y se va. La veo salir, arreglando su pelo y agarrando el bolso de YSL.
Y así os presento como está siendo mi último año de matrimonio. Sin sentimiento. Al principio aún había algo de sexo y algunas palabras bonitas, pero ahora creo que lo más bonito que nos hemos dicho ha sido: «¡Carolina, tráeme un rollo de papel del váter, que no queda!»
Aparto todo esto a un lado mentalmente y me meto en el despacho para resolver unas citas de la empresa. Mi móvil suena justo cuando me siento en la silla y veo un mensaje de Bárbara. Automáticamente, un sentimiento de euforia me recorre, así que desbloqueo mi teléfono y observo el mensaje.
—«¿Has meditado suficiente?😥» —rio para mí y le contesto.
—«No sé. Ya sabes, solo soy un rubio sexy, no tengo cerebro😉» —tecleo con una sonrisa
—«Pues yo creo que sí que lo tienes e incluso lo usas demasiado. Piensa más con tu corazoncito Jensen ❤»—contesta. Miro a mi alrededor, observando el entorno vacío. Vuelvo a mi conversación con ella.
—«Trato hecho 😊 ¿Haces algo? No tengo nada que hacer hoy» —envío el mensaje nervioso. Tengo muchísimas ganas de verla, y eso que hace apenas unas horas que me he despedido.
—«Esperar a que me invites ya a cenar, mal caballero ¿Cómo puedes no invitarme a cenar? Abre los ojos pelele, y mira que cacho mujer estoy hecha cari 😘»—¿Qué cojones? Frunzo el ceño.
—«Trato hecho, iré a por ti a las nueve» —contesto. Casi tengo hasta ganas de ponerme a saltar.
Apago mi móvil y reservo mesa en un restaurante de otra ciudad, en la costa. Allí hacen buenos platos, al menos puedo comer sin que un paparazzi entre. Trabajo un poco más hasta que veo que queda tan solo tres cuartos de hora para las nueve, así que me ducho. Decido ponerme algo sencillo, unos pantalones y una camisa blanca, de la cual dejo desabrochados algunos botones. Una chaqueta y listo.
Un mensaje llega a mi móvil.
—«Estoy alojada en el hotel "Camarote azul" por unos asuntos. Te espero en recepción bomboncito de vainilla👄👅» —tengo dos posibilidades. O se ha pimplado algún chupito o cambia muchísimo de como escribe o como habla.
Cojo las llaves del coche, George se ha tenido que ir a cuidar de su madre, y me temo que se tendrá que ir por unas semanas. Arranco y me pongo en el GPS la dirección del hotel. Al llegar me topo con un hotel bastante... lujoso. Es realmente enorme. Dejo mi coche aparcado y bajo, para ir a la recepción del hotel. Y la veo ahí, en medio, mirando su bolso. Es imposible no verla. Doy gracias a que mi boca cuando se abre no se desencaja. Algo se abre paso dentro de mí.
Un vestido corto y dorado se ciñe a su figura, mostrando todas y cada una de sus pequeñas curvas. Su pelo negro cae liso, rozándole los hombros. Parece incluso más alta, pues es toda pierna y color dorado. Me obligo a continuar andando, pues creo que por poco y me quedo estático en la puerta del hotel, prácticamente las puertas correderas me habrían escachuflado. Al moverme veo como ella clava su mirada en mí y me falta hasta el aire. Vamos Jensen, tú puedes recordar como se habla.
—Hola —la cara de idiota que tengo que tener tiene que ser buena.
—Hola, Jensen —sonríe—. Vas muy guapo —sus ojos me miran de arriba abajo.
—Créeme que, a tu lado, me quedo corto —baja la mirada y muerde su labio pintado de rojo.
—Gracias —me pongo a su lado y deslizo mi mano hasta la parte baja de su espalda, haciéndome descubrir que el vestido no lleva tela en esa parte de su cuerpo. Una corriente eléctrica recorre mi palma al toparme con su piel. Por la cara que pone y el rubor que empieza a cubrir sus mejillas creo que no he sido el único que lo ha notado.
—¿Vamos? —asiente. Para ser ella, la noto un poco callada.
Olvido mis pensamientos y la llevo hasta el coche, le abro la puerta para que suba. Conduzco hasta llegar, me alegro al ver que no hay mucho coche. Aparte son muy discretos, y eso es lo que quiero ahora mismo. No me interesa que alguien me reconozca.
Bajo y casi corro a abrirle la puerta. Ella sonríe y agradece, correcta. No se me pasa por alto que baja la mirada, apagada. No voy a pasar por alto esto, así que decido preguntarle más tarde. Al entrar doy el nombre de mi reserva y nos conducen al piso de arriba. Tras pasar una pared descubrimos una sala bastante amplia, algo así como una habitación. Y tan solo hay una mesa. Por esta razón me gusta este restaurante, no hay mesas alrededor, solo nosotros. También porque tenemos unas espectaculares vistas al mar, pues una pared es de cristal.
Pedimos algo para beber y el primer plato, es cuando descubro que le gusta el rape y odia el caviar. Doy un trago a mi copa de vino y ella me imita.
—¿Estás bien? —tiene un gesto que no me gusta demasiado. De hecho, demuestra que no está muy contenta. Su mirada perdida hace que me preocupe.
—Sí... sí —no está bien. Está muy callada, pero creo que no le va a gustar que insista, así que cambio de tema.
—¿Y eso que estás alojada en un hotel?
—Entraron a robar a mi casa y la dejaron echa un desastre. Hasta que no pongan la alarma no me atrevo a pasar allí otra noche, no sé que hubiera pasado si... hubiera estado dentro —traga con dificultad y finge una sonrisa.
—Si quieres puedes quedarte en la casa en la que estuvimos —los recuerdos de aquel fin de semana me invaden.
—No, de verdad estoy bien —bebe vino. Pero, ¿qué le pasa?
Nos traen el plato y comemos, mientras charlamos. Bueno, "charlar". Yo preguntando y ella contestando «Ajá» «Estoy de acuerdo» «Yo también pienso lo mismo". Cuando acabamos vamos fuera, donde hace más frío del que nos esperábamos. Al verla tan pequeña envolviéndose con sus brazos es casi instintivo quitarme la chaqueta y ponérsela encima de los hombros.
—Gracias —me da un beso en la mejilla y se encamina al coche. Pero la freno. Me mira con cara de extrañada.
—Vayamos a dar un paseo por la costa, ahora no hay nadie y se estará bien —y no me sorprende al verla solamente asentir. Caminamos en silencio por el paseo, mirando el mar y separados uno del otro. Hasta que ya no puedo más.
—Bárbara —la giro hacia mí y la hago mirarme a los ojos— ¿Qué te pasa, cariño? —Cariño. Una palabra que sale sola. Pero es en lo que menos pienso cuando se abraza a mí y empieza a llorar.
***
Os amo con toda la patatita :).
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