13 (II): Perdón.
Tumbada en mi sofá ingiero cantidades de Nutella con Tostarica indecentes. No sé porque esta cosa me encanta tanto, pero está realmente bueno, en serio. Es como chupar un pedacito de cielo. Comería esto todo el rato a lo largo de mi vida. Seguramente acabaría ganando tantísimo peso que tendría que pasarse la vida haciendo abdominales, sentadillas, corriendo, haciendo crossfit... y meto otra galleta untada con Nutella en mi boca.
No es que sea una obsesa del peso, en realidad me da exactamente igual, pero en este trabajo hay que estar "ideal" (cosa que me parece una idiotez, pues todos los cuerpos son perfectos). Miro la hora dándome cuenta que debería ir arreglándome ya, dentro de una hora iré a comer con Santiago. No es plan de que me vea con las comisuras llenas de color marrón.
Me levanto de mi modo perezosa y me voy al armario para cambiarme de ropa. Decido ponerme un vestidito negro que hace juego con mi pelo y por supuesto mis tacones. Retoco mi maquillaje y recojo mi pelo en una coleta tirante, la cual aseguro que no se me escape ni un pelo, es algo que me da muchísima rabia. Me miro en el espejo y compruebo que todo esté en su lugar, bajo un poco mi vestido y justo cuando voy a salir de mi habitación suena el timbre. Cojo mi bolso y abro la puerta, para descubrir a Santiago con esa sonrisa que hace que contengas la respiración.
—No sé porque, pero cada vez que abres esta puerta creo que me quedo sin oxígeno al verte —muerde su labio, intentando ocultar una sonrisa—. Estás impresionante, otra vez —exclama, para intentar sacarme los colores. Por suerte o desgracia, no lo consigue. Es como que detrás de esas palabras le veo las intenciones y... no me gusta.
—Gracias —le imito en sonreír, para después darle dos besos.
—¿Vamos? —me pregunta con las cejas alzadas, tendiéndome la palma de su mano. Le agarro y bajo los tres escalones que hay. Alzo la mirada y le pillo mirando un sitio de mi cuerpo que los hombres suelen mirar muy a menudo. Ay dios.
—¿A dónde vamos? —cuestiono intrigada. No tengo ni idea de donde me va a llevar y tengo que admitir que ya me he cansado de eso de no saber donde voy con mi trasero.
—Sorpresa —lo dicho, que me quedo con las ganas.
—Miedo me das —río y cierro la puerta de casa, para girarme y echar ya la llave. Después, caminamos hasta el coche donde Santiago me abre la puerta, cual caballero andante. Con una sonrisa, subo al vehículo que en pocos segundos arranca. Conduce, avanzando por las calles de Orielsh, mientras una música relajada nos acompaña. Esta vez no es pop, sino algo de instrumental que me logra sacar algún que otro bostezo. Los intento ocultar, parece incluso que lo consigo.
Odio, odio muchísimo las canciones que no tienen letra. Las únicas que aguanto sin escuchar a algún cantante es la clásica, pero las instrumentales me parecen algo aburridas. Es como si a la voz le quitaras la melodía.
Aparca y entramos en un restaurante pequeño, pero muy acogedor. Tiene un toque rústico y a la vez elegante, algo que no se suele ver mucho. Es por eso que llama bastante mi atención. Solo con verlo puedo admitir que aquí se tiene que comer realmente bien. Como he dicho antes, todo un caballero que es mi queso, pues me retira la silla para que me siente y a continuación le veo ocupar el sitio que está delante de mí.
—¿Qué te parece? —me pregunta, refiriéndose a el entorno que nos rodea.
—Es muy bonito y dan ganas de acurrucarse en cualquier lugar. Parece uno de esos lugares de invierno en el que todo el mundo desea refugiarse —le contesto mirándole a los ojos.
—Para eso estamos mejor refugiados solos tú y yo —muerdo mi labio con una sonrisa ante su halago. Vaya que si va directo, como una flecha.
—Eres un zalamero Santiago. Un día voy a potar de tanto dulce —exclamo haciéndole soltar una pequeña carcajada. Una camarera nos coge el pedido de las bebidas, ambos decidimos pedir ya el plato y todo. Veo la carta y me decido por unos ravioli, rellenos de carne. Santiago decide pedir lo mismo y lo acompañamos con un vino que según él estará para chuparse hasta los dedos de los pies. No lo pongo en duda.
¿Buena comida, no? Pasta, vino, un tío que esta para untarlo delante... pues no. Adivinad en quien estoy pensando.
En ese puñetero pelo rubio, esos puñeteros ojos verdes y esa puñetera boca tan suave. Le doy una patada en el culo mentalmente a Jensen y lo destierro de mi cabeza (o al menos eso quiero creer). Necesito dejar de pensar en Jensen, llevo mentándole desde hace día y medio. Creo que ya es suficiente. La copa de vino que se coloca en frente e mis narices cree que va a contribuir a que lo saque de mi cabeza.
—Me gusta este restaurante, has acertado —levanto la copa en frente de él y brindamos, para dejar que el dulce sabor del buen vino baje por mi garganta. Mi acompañante hace lo mismo pero sin apartar sus ojos de mí.
—Me encanta oír eso —sonríe para posar la copa de vino sobre el mantel blanco de la mesa. Se acomoda y apoya los codos encima de esta, un gesto de conquistador aparece en su cara. O de baja bragas—. Me gustaría saber más cosas sobre ti, Bárbara —pues muchas no va a saber, empezando por mi nombre.
—Pues eso es realmente fácil —imito su postura, fijándome en sus ojos— pregúntamelas —susurro frente a él. Un suspiro sale de su boca para negar divertido, pero para nada se quita de estar tan cerca de mí. No pienso besarle, pero si desafiarle. Me gusta pasar rato con él, tampoco es que me desagrade.
—¿Tienes pareja? —su pregunta me sorprende, ¿Cree que si tuviera pareja me iría besando con él?
—Claro que no. Aunque eso me lo debiste preguntar antes de nuestro beso, ¿no? —finjo estar confundida para hacerle pasar su lengua por los dientes, después chasquea la lengua.
—Touché. Pero tengo una excusa de mucho peso —elevo mis cejas exageradamente.
—¿Se pueden saber cuáles son? —pregunto curiosa.
—Esa noche ibas tan preciosa que las neuronas no me funcionaban —aguanto una risa que amenaza con salirse de mis labios. Oh por dios, no miento cuando decía que me regala los oídos.
—Como decía, realmente eres un adulador de primera —giro mi cara para dar un trago de vino, pero vuelvo a la misma pose al acabar— ¿Y tú? ¿Tienes pareja? —niega con la cabeza.
—No, no tengo —sonríe—. No me va ese rollo —acerca su copa a esos labios carnosos e irresistibles que cualquier chica quisiera besar. Solo que a mí ahora mismo, no me apetece.
—Ah ya, eres un pichabrava, ¿no? —no me ha dado tiempo a morder mi lengua. Él casi escupe el vino que acaba de beber—. Vaya, también te espantas muy rápido ante las palabras sinceras, para ser tan conquistador —le digo, dando un trago a mi copa con una sonrisa.
—No me asusto, me gusta que seas sincera —arqueo una ceja.
—¿Quieres que sea sincera? —un cosquilleo sube desde mi estómago y no puedo evitar sonreír.
—Sí —contesta acortando la distancia.
—Si no te va "ese rollo", ¿por qué me vas traído aquí? —me parece que hoy le estoy dando caña pero no al de pescar. Madre de dios, ¿de dónde saco yo todo esto?— ¿Quieres que sea una más con las que pasas un buen rato en la cama? —dejo que mi lengua se mueva sola, dejando salir solas las palabras. Estoy que me salgo.
—Porque contigo es diferente —suelto una risa amarga. Está siendo demasiado evidente.
—¿Conmigo y con cuántas más? —suelto con una amplia sonrisa.
—Joder Bárbara —los dos reímos, mientras niega divertido—. Te lo digo en serio. Incluso antes sin saber si alguien iba a partirme la cara te besé. Créeme, eres diferente —asiento, divertida. No sé si creerle o no. A saber a cuantas chicas le habrá dicho las mismas palabras que me acaba de decir a mí.
—Lo sé, solo te estoy poniendo a prueba —y eso sí es verdad. Quiero saber qué tipo de persona es Santiago. Odio no saber como es la personalidad de cada ser que conozco.
—Bueno, déjame decirte que se te da muy bien —río para después volver a mi postura indicada. Nos traen nuestros platos y al dar el primer bocado a mi ravioli los ojos me hacen chiribitas. Ahora sí, puedo morir en paz.
—Esto está que te mueres —le digo mordiendo mi labio inferior y poniendo los ojos en blanco.
—Lo sé, está muy bueno —su expresión ahora mismo mientras observaba mi gesto podría valer para volver loca a cualquier adolescente. Parece que en cualquier momento se va a lanzar a comerme.
—¿A qué si, mari? —reímos los dos. Hoy estoy que me desbordo de personalidad. Comemos bromeando y haciendo el tonto y yo me disculpo para ir al baño. Sí, me hago pis. Entro, y después de salir del váter me retoco un poco el maquillaje. Miro mi móvil y me sorprende ver que tengo dos llamadas perdidas de Jensen. Lo meto en mi bolso y salgo campante, para ver la carta de los postres junto a Santiago.
—¿Qué vas a pedir de postre? —le pregunto con una sonrisa.
—Te pediría a ti, pero creo que tú no estarías de acuerdo en venir conmigo a mi casa —toma ya, eso sí que es una indirecta. Bueno, mejor dicho una directa de la leche.
—¿Cuando me has informado de que esto era una cita? Y otra cosa, te las sabes todas ¿Eh? —sonrío con algo de arrogancia.
—Entonces me tendré que conformar con una mousse de chocolate —rio y me encojo de hombros. El chocolate cura todas las penas. Me parece que necesito unos cuantos litros de chocolate.
—Que sean dos —le digo mientras doy un último sorbo a mi copa de vino. Acabamos el postre y Santiago me acompaña hasta la calle de detrás de mi casa, la que apenas está a unos cuantos pasos de mi nuevo hogar. Me desabrocho el cinturón, inclino mi cuerpo hacia detrás y me giro hacia él.
—Gracias por invitarme, ha estado muy bien —se desabrocha él también y se acerca a mí. Su sonrisa en lo que me observa de arriba a abajo no sé si me termina de gustar. Me siento como una pata de jamón mientras me observan para devorarme.
—Lástima que no la podamos hacer mejor. Aunque conozco un método que siempre las mejora —una risa amarga escapa de mi boca. Santiago sería un buen rato para cualquiera, pero realmente yo no quiero buenos ratos. Prefiero largos y tendidos momentos que luego recordar porque han sido magníficos.
—Me tengo que ir —le contesto, dejándole claro que no pienso acostarme con él. Muerde su labio con una sonrisa amarga y después acaricia mi mejilla. No quiero besarle. Y quiero salir de aquí antes de que él lo haga, para que no se crea que voy a dejarle entrar en mi casa y que ocurra algo más. Es lo último que voy a hacer ahora mismo.
—Adiós —exclama mientras noto como se acerca a mí. Inmediatamente, abro la puerta del coche y como si no me hubiera dado cuenta de que me quiere besar, salgo por patas de aquí antes de que pueda llegar a mí. Me despido con la mano, para dejarme ver como se marcha con un gesto de confusión.
Me dirijo a la acera de mi casa, y el cabreo se me sube cuando veo el coche de Jensen aparcado en frente de mi casa. Voy enfadada y lo encuentro sentado en uno de los tres escalones que hay antes de la puerta. Todavía no se ha dado cuenta de que lo estoy viendo.
—¿Se puede saber qué haces aquí? —su vista se levanta, topándose con mis ojos. Traga saliva, imagino que ha sido al verme con tal cabreo. Aunque también puedo ver como recorre mis largas piernas al descubierto, llegando al vestido negro y a mis ojos.
—He venido a hablar contigo —se levanta, pasando las manos por el pantalón para espolsarse. También nervioso, mira hacia los lados. Tengo que aceptar que ese traje le sienta como si se lo hubieran cosido encima, pues muestra su ancha espalda en todo su esplendor.
—¿Para qué quieres hablar?, ya está todo dicho —paso por su lado y saco las llaves de mi bolso. La verdad, estoy fingiendo ignorarle para que note que estoy bastante cabreada con él. Meto la llave en la cerradura y abro la puerta, pero él me para cogiéndome de la muñeca. Parece que Jensen tiene manía de hacer ese gesto.
—Déjame explicarte, por favor —veo el arrepentimiento hasta en su mirada. Y me sorprendo a mí misma cuando me aparto hacia un lado y lo dejo pasar.
Él entra y se apoya en la mesa del comedor, llenando la estancia con su presencia. Dejo el bolso ahí y me giro hacia él con los brazos en jarras, estoy algo cansada de este tipo de situaciones.
—Siento haber sido el gilipollas más grande sobre la Tierra —me dice. Suspiro y me cruzo de brazos. Perfectamente sé que está siendo sincero, pues conozco lo suficiente para saber que no está mintiendo.
—Hasta que se da cuenta... —murmuro en voz baja.
—He sido un completo imbécil. Pero es que, entiéndeme... jamás... jamás he empezado a sentir algo por otra persona que no... que no sea Carolina —mi mirada se levanta hacia la suya, ¿acaba de decir lo que acaba de decir? Ahora sí que creo que puedo con este caso.
—¿Sentir algo? —pregunto casi asustada. Creo que esto está yendo muy rápido, pero al igual de rápido, intenso. Joder, yo también lo siento. Ese algo nuestro que nos indica que tenemos algo más que solo química. Eso hace que mis piernas comiencen a temblar.
—Sí Bárbara, sentir algo —pasa la mano por su pelo, para volver a fijar la mirada en mis ojos—. Nunca he engañado a nadie, me da miedo a la vez que me disgusta. Porque, ¿qué pasaría si entre nostros surgiera algo? Creo que ni tú ni yo sabríamos sobrellevarlo. Además yo no quiero vivir eso, no soy así —créeme que el que tendrá que aprender serás tú. Porque yo unas semanas después de que firmes tu divorcio desapareceré. Y me duele. Me duele porque sé que es una buena persona y porque aunque me cueste admitirlo, con él me siento como una niña pequeña aprendiendo del amor.
—No sé Jensen... —me encojo de hombros. Realmente no sé que contestarle, ni como sobrellevar esto.
—Te confieso que soy un estúpido por haberte tratado así, jamás pensaría eso. Te lo juro —da un paso hacia mí, sin apartar su mirada de mis ojos. La única que alterna entre mirar a otro punto y a él soy yo— Nunca había tenido algo tan fuerte, que en tan poco tiempo me hagas sentir esto tan raro. No te puedo sacar de mi cabeza, estas ahí todo el día —su voz sale ahogada en la última palabra.
—Jensen... —aplano mis labios, mientras cierro mis ojos y cojo aire.
—Quiero que empecemos de nuevo. Poco a poco... —abro los ojos, no puedo creer que me esté diciendo eso— como amigos —un puñetazo imaginario llega a mi orgullo. Toma zasca de friendzone que me acaba de dar.
Dios, es que creo que me ha dado aire y todo el guantazo emocional que me acaba de dar.
—Está bien —sonrío, mientras trago saliva, la boca se me acaba de secar en un segundo. Lo que él no sabe es que ni de coña voy a permitir ser su amiguita. No se lo cree ni él— Soy Bárbara Holding —le tiendo una mano, fingiendo que nos estamos presentando como hace unos días.
—Encantado, soy Jensen Williams, alias come-secretarías —rio y le estrecho la mano. Él tira de ella y me abraza. Por supuesto aprovecho para quedarme unos segunditos en su cuello. Llegó la hora de sacar mis armas de mujer fatal, a ver cuanto aguanta.
Jensen, agárrate, que Jeannette va a por ti.
Camino segura al entrar a Willmatic, porque bueno, Jensen me ofreció volver y esto facilitará muchísimo los planes que tengo. Tranquilamente me iría si realmente él no se hubiera arrepentido de lo que había hecho. Pero quiero acabar con esto ya y poder obtener lo que deseo. Si tuviera que ir a por otro, realmente me atrasaría demasiado.
Con mi súper melena negra, suelta y lisa, con una camisa roja cereza, una falda negra que remarca mis caderas y con unos zapatos rojos abro paso. Voy hacia Maggie decidida, mientras que con el sonido de mis tacones llamo la atención de todo el mundo, pues giran su cabeza para mirarme. Claramente sé el efecto que doy al entrar en una estancia. Pero esto no me lo dan los tacones o algo de maquillaje, esto me lo doy yo. Porque nada te da más confianza que tú misma.
—¿Has vuelto? —me pregunta la morena mientras fija su mirada en mí. Ella da varios saltitos e incluso salta sobre el mostrador para darme un beso en mi mejilla. Yo le entrego su café y esta le da un trago— Estás impresionante hoy —sonrío ampliamente, realmente me siento bien.
—Estoy de buen humor —me encojo de hombros. Cuando la ropa me gusta y me sienta bien, realmente me sube el ánimo por los cielos. Solo me da un pequeño empujoncito para arrasar con todo hoy.
—Cabrona, esa falda te hace un culo de espanto —ríe—. A Jensen se le van a salir los ojos de las órbitas, como si le hubieran dado una colleja que le hubiera sacado los parpados —se coloca como si fuera bizca, no puedo evitar reírme y darle un beso en la mejilla.
—Te veo luego, no quiero que el jefazo me eche la bronca —asiente para darme un achuchón y volver tras su escritorio. Voy al ascensor y subo con varias personas a mi oficina. Al abrirse las puertas en mi despacho me encuentro con que Jensen todavía no ha llegado, así que enciendo el ordenador y saco la agenda. Veo que un cojín del pequeño sofá que hay en un rincón esta por el suelo, así que me levanto y lo pongo en su sitio. Cuando me giro veo la puerta cerrarse y por ella aparece Jensen, que me mira de arriba abajo e invierte su recorrido.
—Buenos días —digo sonriente, sacudiendo un poco el cojín y colocándolo recto.
—B-buenos días —sonrío al ver su gesto, se ha quedado completamente mudo—. Estas... preciosa —muerdo mi labio inferior para no soltar un "Lo sé, soy un caramelito".
—Gracias —me giro y me voy hacia mi silla, pasando por su lado dando un golpe de melena. Mi pelo también ha decidido hoy estar radiante y brillante, como yo. Joder, si es que me siento la mismísima Afrodita.
—Hoy vendrá a verte Ronald Martín, le dijiste la reunión hace una semana —alzo una ceja—. Se llama como el que creó McDonald, ¿No? Como sea, ¿Lo recuerdas? —vuelvo la vista a él.
—Sí, me acuerdo —sonríe, mientras veo que mi comentario le ha divertido. Todo lo que ponga Ronald me recuerda al restaurante de comida rápida.
—Dentro de una hora estará aquí —exclamo mientras dejo una hoja dentro del primer cajón. Son unos números que apunté y un correo de un hombre que quería contactar con Jensen.
—Gracias Bárbara. Y te repito, estás preciosa —le lanzo un beso que le hace reír cuando él camina hasta la puerta de su oficina, donde pasa fingiendo que coge mi beso y lo guarda en su bolsillo.
Vuelvo a mi ordenador, fijándome en absolutamente todos los detalles que debo hacer. Hasta que pasa la hora y me llega por el fijo de mi escritorio que el empresario ya está aquí, así que me levanto y le espero en el ascensor. Al abrirse las puertas de él, puedo ver que es un hombre de unos cuarenta y pocos, con un gran porte elegante. Él se queda mirándome, pero no como si fuera un cacho de carne. De hecho parece un hombre muy agradable. Más tarde es recibido por Jensen, con un apretón de manos muy amistoso. Se meten en su oficina y puedo ver como hablan e incluso se ríen. Por lo que veo, la reunión va realmente bien.
Y yo me limito a lo mío, en acabar lo que tengo como secretaria y en pensar como conquistadora de Jensen. Allá vamos, Jeannette a dos manos completas.
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