Capítulo 2
Damian
Actualidad.
—Coronel —saludan al terminar de bajar las escaleras del jet.
Les hago la seña del descanso y bajo los lentes de sol aun con el cigarrillo en la mano. Mikhail me recibe sonriente desde la camioneta.
—Vaya, vaya, pero si es el hombre más buscado.
Entorné los ojos sin que lo viese.
—Déjate de idioteces y llévame a casa.
Se ajusta la chaqueta de cuero agrandando la sonrisa a tal punto de verse macabra. Mikhail pocas veces gesticulaba sus emociones, así que si lo está haciendo ahora es porque realmente algo malo está ocurriendo.
Algo malo para mí, algo emocionante para él.
—Borra esa estúpida sonrisa, pareces enfermo.
—Los señores te han llamado a su casa.
—Yo soy tu señor —atenué.
—Cállate porque no y me refiero a los Al Capone, te solicitan con urgencia.
Fruncí el ceño tirando al suelo lo que me causará un cáncer pulmonar. Debo dejar de consumirla, tarde o temprano no podré salirme con la mía y realmente enfermaré, aunque pocas veces lo hago.
Solo ha ocurrido dos veces en los últimos veinte años.
—No tengo nada que ver con ellos, en todo caso la que me debería llamar es la loca de su hija.
Dejé de verla hace varios años y el solo nombrarla me pone los pelos en punta. Todo lo hemos manejado a través de mi hermanastro Vladimir, lo nombré mi sucesor por lo que se encargaba de la mayoría de asuntos. Sin embargo, el hecho que haya estado lejos no quiere decir que no la he mantenido vigilada.
Es por ello el afán de mi regreso.
—No lo sé, pero el perro guardián de Afrodita recalcó la urgencia. Dijo que ni bien pisaras la Toscana deberías ir para allá.
Algunos escenarios surcaron mi mente, existen un mínimo de posibilidades de que la urgencia tenga algo que ver con el atentado orquestado para su princesa hace años atrás. Fui meticuloso en crear distintos grupos rebeldes originarios de mi país, lo que casi le cuesta la vida a mi padre.
Pienso en algún error cometido en adelante y nada se me ocurre, incluso llego a pensar que fue algo en la base, algún papel, alguna misión errónea, pero el resultado sigue siendo el mismo. No he tenido ninguna equivocación cuando de mis trabajos se refiere.
Soy pulcro con todo.
—¿No mencionó la agenda? —pregunto subiendo al deportivo rojo, el Ferrari ruge cuando piso el acelerador.
Negó.
—Pero puede estar relacionado con el compromiso de su hija.
Frené en seco.
—¿Qué?
¿Se casa?
¿Esa maldita encontró a alguien que la quiera?
¿Qué siquiera le mire sin odio? ¿Sin miedo?
—El compromiso —repitió obvio—. Roberta hizo las compras ayer y encontró cuchicheando a las mucamas de la mansión, dicen que el señor Nas no ha dejado ni una almohada para dormir intacta. Los mellizos ni se diga.
—¿Quién es el novio?
—No lo sé, nunca se le ha visto con nadie excepto Akira o Xander o alguno de sus primos.
Asentí retomando la ruta. No puede ser ninguno de los dos porque Akira anda detrás de los huesos de Camille y Xander sin Rebecca cerca no puede ni respirar.
—Averigua quién es y síguelo.
—Como digas corazoncito.
—Déjate de esos apodos de mierda ¿Quieres?
—Pero si te van de maravilla.
—De maravilla se te va a ver el morado en tu cara.
Durante el trayecto restante me coloca al día de los últimos movimientos respecto a nuestro negocio de las armas y la producción de mis nuevos diseños. Había enviado tres exactamente y uno de ellos se expondría en la subasta anual de los Al Capone, siempre se le pide a cada familia de los jefes que donen una cosa y en mi caso las armas han sido nuestro mejor sustento.
Las verjas de la mansión de dos pisos se asoman conforme me adentro al barrio de mayor resguarde en la isla. Cuando llegamos a dicho lugar, la tecnología me detiene pidiendo una serie de datos biométricos que detecta debido al nombre en la pequeña pantalla, justo al lado de mi nombre.
—Trata de ser cordial, pocas veces mandan a llamar personas a su casa.
—No tengo que hacer ni mierda —le respondo bajando del deportivo, uno de los sirvientes me pide las llaves y se las doy tirándole una mala mirada en advertencia.
Conforme voy dando pasos el enojo que vine sintiendo durante el trayecto aumenta con las palabras de Mikhail en repeticiones breves, compromiso es la palabra que más se asocia con la imagen de Afrodita.
La muy desalmada piensa casarse.
El asesino a sueldo que tengo pegado a mi costilla desde los diez años le comunica a una de las sirvientas mi presencia para ser anunciado a sus jefes, me mantengo de pie en el recibidor observando atentamente todo el lujo clásico brillando por todo el lugar.
La casa es preciosa, si debo admitir.
Demasiado hermosa y muy bien ordenada para lo que describió Mikhail
—El señor lo recibirá en su oficina —anuncia un hombre de mediana edad—, deben dejar sus armas con Thomas.
A regañadientes lo hago, al hombre no le es suficiente y con señas nos pide extender los brazos para revisarnos. Obedezco como pocas veces lo he hecho. Deseo largarme de este lugar lo antes posible, nada es seguro con las reducidas horas de sueño y el enojo.
—Síganme.
El pasillo por el cual nos guía es extenso dejando entrever varios cuadros colgados en ambos lados de las paredes y algunas piezas de artes invaluables que no han pisado museos nunca porque se creyeron perdidas.
No me sorprende.
—Adelante —nos hace la seña para continuar solos el recorrido.
Nos adentramos en la habitación encontrando a un hombre impoluto, Nas Al Capone. Viste un traje elegante color plomo de una intensidad menor a la de sus ojos, me observa feroz tras su escritorio, completamente tenso.
Furia.
Muerte.
Sangre.
Puedo palpar todo ello en su rostro, nuevamente releo cada hoja de los últimos años de mi vida en ambos aspectos y ninguno decepciona como para que me contemple de esa manera. ¿El tipo está loco como su hija?
Ojalá tengan paquetes familiares en los centros psiquiátricos.
—Toma asiento, Blackwood.
—Estoy bien así.
Clavó su abrecartas en el mesón haciéndolo temblar, todo esto sin dar pie de retroceso a sus ojos clavados en los míos. Vaya, si por él fuera ya me hubiese atravesado esa cosa.
—Dije: Toma asiento.
—Lo escuché y respondí que estoy bien aquí —mencioné con gesto cansino—. Hable rápido tengo varias cosas por hacer.
—¿Quieres a mi hija?
Sí, la quiero.
La quiero muerta y tres metros bajo tierra.
—¿Es enserio?
—Responde.
—No.
Mikhail me codeó, pero no le di importancia.
—¿Estás seguro de tu respuesta?
—Estoy seguro de todo lo que hago y digo, señor Al Capone.
Asintió viniendo por mí.
—Ya veo.
De pronto, la puerta se abrió de golpe hiriendo a mi acompañante en el proceso. Unos dedos sutiles y delgados me sostuvieron del brazo para luego voltearme como marioneta.
Azul.
Solo pude notar un azul brillante único en su especie. Afrodita cruzó los dedos detrás de mi cuello para bajarme hasta mantener nuestras respiraciones a un palmo, el cerquillo que se ha dejado sobre la frente le da un toque diferente volviéndole su mirada más interesante ante el contraste de su pálida piel con el negro más oscuro que he presenciado en mis ya pasados treinta años.
La proximidad propiciada por su arranque me permite deleitarme con sus rasgos dignos de una fotografía como las que suelo sacar en mis tiempos libres. Sus labios rosados entreabiertos, las mejillas cubiertas con algunas pecas algo borrosas y esa nariz bonita pueden engañar a cualquiera. Se ve tan malditamente adorable que me aterra.
Ella es todo excepto esa palabra.
Afrodita bien podría ser gasolina que, si se encuentra con la mecha correcta de fuego, es capaz de poner a explotar medio mundo.
—Te extrañe mucho mi amor —su sonrisa me atraviesa el pecho, se la quiero borrar de inmediato. No soporto tanta alegría.
—Cariño, estaba teniendo una conversación con Damian.
Su padre la arrancó de mi lado, debido al acto casi cae de bruces contra el suelo si no la sostengo firmemente por la cintura.
—Suéltala —me miró mal.
—Papá.
La loca me toma por la mano batiéndole las pestañas a su padre como niña con ganas de un helado. Sus ojos de borrego manso no me los trago ni aunque fuesen los únicos para servir en una guerra.
¿Qué está tramando esa cabecita suya?
—Puedes retirarte hija. Hay puntos por aclarar con este.
—Demasiados diría yo —observo con la interrogante evidente a su hija.
—No me iré.
—Afrodita...
—No.
Fruncí los labios soltándola, me molestaban las personas con capricho.
—Vete, no necesito niñeras.
—¡No le hables así a mi hija! —gritó y no pude aguantarme.
—¡Yo hablo como se me de mi regalada gana!
Nas apartó a su hija, esta vez de una forma mucho más sutil para tomarme del cuello. Le hice una llave que lo golpeo contra la pared librándome fácilmente de su pelea. Afrodita corrió para meterse entre los dos.
—Es suficiente, papá.
—¡Este imbécil me habla como le viene en gana y ¿lo defiendes?!
—No lo defiendo, solo evito un pleito innecesario.
—¡Quieres casarte con él! —gritó poniéndome los pelos de punta— Todo es necesario cuando se trata de ti y encima me falta al respeto burlándose alegando que no te quiere.
La gota que colma el vaso es cuando la mujer se aferra a mi pecho con los ojos encharcados utilizando mi traje Armani como pañuelo de mocos. Hija de puta.
—Ya la hizo llorar.
Al padre se le descompone el gesto quedándose en su lugar mientras paso la mano como un amante emblemático por la espalda de su hija, la sensación se siente rara, pero me divierte.
—Te dijo que no me quiere porque me ama papá. Si no estuviera segura de los sentimientos no te hubiera pedido el permiso para el matrimonio.
Casi me atraganto con la saliva. Sin saberlo, he estado con la rabia y las preguntas nadando por la mente sin descanso alguno por nada.
El novio soy yo.
Fantástico.
Y lo que es aun mejor, es que ella crea que lo haré.
—Mi amor...
Negué alejándola de su tacto.
—Reniega de mí y mire como la dejó —señalo queriendo seguirle el juego—. Ahórrese su mierda ¿quiere? Si ella le comunicó lo de la boda fue por respeto, aquí nadie está pidiendo permiso.
Me vuelvo hacia la puerta dejándola que camine a mi delante. Debido al angosto pasadizo solo puedo observar su espalda, el cabello le cae hasta más debajo de la cintura en leves ondas azabaches que se elevan por el repiqueteo de los pasos. Poco sé de moda, sin embargo, si algo de admirar de ella siempre fue su forma elegante de vestirse. El jean azul le resalta las curvas de su trasero volviéndolo apetecible a los ojos de cualquiera, me atormenta, tiene tacones de aguja del mismo color de su blusa en la parte superior; nunca la he visto con otros colores que no sean el rojo, negro o blanco.
Afrodita golpea el mármol del suelo entre sus pasos seguros hasta el recibidor donde se gira para volver a dispararme con su color azul.
Es en este momento que aprovecho a inspeccionarla como no pude hace unos momentos. Definitivamente ella heredó de todas sus predecesoras el magnetismo y la seducción inevitable, porque justo ahora sabiendo que detesto su apellido con todo mi ser, lo único que quiero es arrinconarla por algún lado y besarle los labios junto a otras cosas.
Era distinto cuando estaba detrás de una pantalla.
No podía verla a detenimiento, los pixeles azules ayudaban en algo.
Maldita sea.
—¿Ya me puedes explicar lo que acaba de suceder?
—Quería sorprenderte —explicó mientras se encogía de hombros, aunque le duró poco ya que quiso tomarme por la cintura y acercarme a ella con una estúpida sonrisa imborrable ahora.
—Créeme que lo hiciste.
Marqué una distancia prudente con las manos en los bolsillos. Quiero ahorcarla.
—Entonces no hay mucho que explicar. Nos vamos a casar en dos meses.
—¿Y pensabas decírmelo el día de la boda? —bufé— Hazte ver, cada día estás peor de la cabeza.
—No es locura, simplemente es mi amor por ti.
—Enferma.
—Psicópata.
—Loca.
—Idiota.
—Maldita.
—Imbécil.
—No voy a jugar lo que sea que estés tramando —aclaro viendo a Mikhail ser un espectador divertido—, así que ya puedes ir borrando mi nombre de las invitaciones.
Soltó una risa.
—Entonces, ¿prefieres que coloqué el de tu hermano?
Me tensé.
—No metas a mi familia en tus estupideces, si tienes problemas en encontrar a alguien que te quiera acorrala a otro que yo no te voy a servir como experimento.
La dejé con la palabra en la boca arrastrando al ruso hasta el deportivo. No llevo ni dos horas en la isla y ya me quieren amarrar a una demente, las cosas no deberían estar así. Maldito Vladimir y su renuencia a la mano dura.
Si yo hubiese estado aquí todo este tiempo ahora mi nombre estaría sobre los de estos payasos.
—Bórrate esa estúpida sonrisa.
—¿Qué son esos ánimos pre matrimoniales?
—No me voy a casar.
—Tienes que aprovecharlo —expresó serio captando mi atención—. Damian, llevas años queriendo seguir subiendo y la única forma de llegar más arriba es teniendo a la mujer que te saca de quicio.
—Mis metas no merecen tal sacrificio.
—¿Tu venganza?
Apreté los labios en una línea sin nada más por decir. Ya estaba dicho, no pienso casarme con esa maldita desquiciada ¿Qué le pasa? ¿Se cree que todos nos sentaremos a hacer lo que ella pida?
La respuesta a todo es no.
No lo haré.
Para cuando llegue a mi casa, fui plenamente consciente de la ausencia de Vladimir. No me interese en preguntar en dónde demonios se había mentido, conozco perfectamente sus "negocios" fuera del ámbito familiar y no pienso discutirselo, cada uno busca cubrir sus instintos con lo mejor que tenga a mano.
Fui directamente a mi habitación para colocarme ropa de hacer deporte, necesito sacarme toda la rabia que tengo encima y pensar en mis siguientes pasos. Afrodita acaba de tenderme una cama de cáscaras de huevo que pretende que use a mi antojo, cosa que debo cambiar. Ella debería estar en mi situación, no yo.
Maldita sea.
—La Blackthrone acaba de evocar una reunión para las 8 —informó el guardia justo cuando terminaba de ponerme los guantes de boxeo.
—Confirma la asistencia.
No le di mayor importancia y seguí concentrado en darle golpes precisos al saco. En mi mente, posiciono todo lo que tengo por hacer y empiezo a priorizar todo, literalmente poniendo una fecha a todo y dejando gran parte del día para dedicárselo al pedazo de diablito que quiere amarrarse a mi.
Por otro lado, también tengo pendiente la próxima campaña de mi padre en Nueva York. Las elecciones serán en 3 meses y soy el encargado de movilizar su seguridad, él sabe que ganará, tiene el apoyo público de los Al Capone y todo mundo sabe que con ellos nunca hay pierde. Ha sido político "intachable" desde que tengo uso de razón y le ha entregado toda su vida para llegar hasta donde está, próximo a convertirse en el Presidente de Estados Unidos. Me resulta sumamente irónico que en sus boletines de prensa hable de la erradicación del vandalismo y el narcotráfico y uno de sus principales benefactores de la campaña es la familia más adinerada precisamente por esos puntos.
Sin embargo no me quejo, mi padre siempre ha sido muy contradictorio con sus acciones y palabras. Ni que decir de su moral, en cuanto se dio cuenta que el mundo está lo suficientemente manchado con sangre y supo que aunque lo lavaran diez veces nunca se limpiaria, se sumó al grupo de los que derraman mentiras y falsas promesas por doquier.
Por mi lado, siempre he tratado de mantener una imagen pública mucho más discreta, en cuanto le demostre a mi padre que ya no podía controlarme me aleje de sus asuntos y es por ello que me envió al internado en donde conocí con detenimiento a la mujer de ojos azules que me ha atormentado desde entonces. Afrodita la perra Al Capone.
Y para que sepan, lo digo en el buen sentido. La mujer se ha convertido en una máquina de trabajo y enojo luego de mis juegos diseñados personalmente para atormentarla. Logre que sacara las uñas y dientes que era mi propósito inicial, su serenidad en los pasillos de Campbell nunca fueron un buen presagio y ahora entiendo el motivo. Afrodita es capaz de hacer tantas cosas a la vez que muchas veces siento que me deja en ridículo, pero entonces recuerdo que soy yo jugando nuevamente con ella y su sistema para mantenerla ocupada y aplacada.
No más. Ya pise el mismo suelo que ella y necesito despejarle su agenda para que juegue cara a cara conmigo.
Pieza tres se convertirá en la jodida pieza uno.
Y de mi depende.
Me quedo en el gimnasio incorporado por lo que creo que son horas hasta que noto el atardecer por los grandes ventanales del balcón que dan directamente al patio trasero en donde hay una piscina y puedo escuchar el chapoteo. Posiblemente sea mi hermano o alguno de los perros, pero no pregunto y en su lugar me dirijo a la habitación principal decorada en tonos azules oscuros para darme un baño, enfundarme en un traje de diseñador negro y salir camino al lugar que se escogio para la reunion.
Esta noche he descartado la seguridad extra ya que tengo planes intensos luego del reencuentro con los demás, por lo cual aumenta la concentración hacia mi exterior. Tengo a varios hombres con la furia de un demonio enojados por el maldito desastre que está provocando Afrodita, y no es que no pueda darles pelea, realmente lo hago a diario con el mayor de los herederos Al Capone. El hijo de Azael y Egan me saca de quicio cada que puede y aunque le gusta decir que debería considerarme afortunado de ser el objeto de sus ataques, eso no menora las malditas ganas de matarlo y no poder. Mi hermana menor le suspira corazones aun estando a países enteros de distancia.
—Buenas noches, señor Blackwood.
Entrego las llaves del McLaren y me adentro directamente a uno de los privados que se encuentran sobre la zona VIP que aunque es temprano tiene a demasiadas personas disfrutando de la música. Un bar, hicieron la maldita reunión en un bar y desde ya se que fue Afrodita.
Sabe que no puede beber y lo hace adrede.
Llego a la isla de muebles en donde solo se encuentra Akira con su celular en la mano revisando unas cámaras de seguridad que no quiero ni imaginarme en donde las dejo.
—¿En dónde está?
—Baño —musito en respuesta sin despegar los ojos del aparato.
No pregunto por el perro guardián que trae usualmente consigo cada vez que sale a reuniones de alto peligro, y por un momento se me cruza por la cabeza que la pequeña mierda no cataloga esto como algo peligroso y se equivoca. Yo soy un peligro para ella, uno de los más grandes que tiene y me rehuso a quitar de su vida; de ahí en más, todo lo que signifique hacerle daño lo he eliminado por completo para reducirlo a un minimo comun multiplo que lleva mi nombre.
Ignoro a la mucama que se queda como estatua al verme y abro la puerta de un tirón. Reviso los cubículos con la vista y todos están abiertos excepto el último, en el que se escucha que están tirando de la cadena, así que no fuerzo esa puerta también y solo me recuesto en el lavabo a esperar con las manos en los bolsillos.
Los tacones negros altos relucen en el marmol blanco cuando sale. Mi peor tormento lleva un vestido color rojo cereza acentuado perfectamente a sus curvas con un escote en la pierna y una manga asimétrica. Maldita sea ¿Cómo es que luce tan jodidamente bien? Tengo que pasar una mano por mi barbilla fingiendo rascarme para verificar que la tengo cerrada.
—Pensé que aun no salías del closet, pero lo respeto y te admiro por manifestarlo libremente.
Suelto una risa, pero se me deshace al notar su azul empañado por unos ojos vidriosos y rojos. Reviso su muñeca cuando la jalo de un tirón a mi cuerpo, lleva la pulsera que le di ocasionalmente, una de oro con un diseño de espinas que se perfectamente que usa cada vez que tiene mucho sobre ella y busca sentir el dolor físico para separar el mental.
—¿Por qué tu labial está corrido? —no responde, se yergue soltandose y me pican las manos. Los puntos negros se van formando en mi vision maquinando en mil explicaciones que no son coherentes— y tus ojos llorosos.
Sigue sin responder. Me desespero siguiendo sus pasos con suma atencion. Lava sus manos, retoca su labial y solo se para frente al espejo con los brazos sobre la mesa soportando su peso, y aun así su postura no flaquea. Siento que la pierdo por un momento.
No.
—Siempre obtienes lo que quieres —busco su mirada posicionándose por detrás, tomándola por sus caderas— ¿Necesito recordarte que soy yo el que daña para que duermas tranquila?
Traga saliva, el momento se siente lo suficientemente íntimo como para querer tirarmela en este preciso momento y conocer cada centímetro de su cuerpo. Como si no tuviera fotografías de ella desnuda en su propia cama y no las hubiera contemplado durante horas enteras.
—¿Quién es? Tu solo pide y su cabeza es tuya.
—Entonces suicidate —respondió tomando aire para empujarme y salir de la habitación.
Sonreí como un imbécil.
Esa es mi chica.
Afrodita
Años atrás.
Detesto la atención pública.
Me mortifica el hecho que todos necesitan tocarme para hacer saber su supuesta emoción de celebrar mi cumpleaños. No dejo que lo hagan, de hecho, Iván ha estado esquivando manos y abrazos durante las últimas dos horas que finjo estar emocionada.
No lo estoy, en absoluto.
Siento que estoy a nada de desbordarme. He consumido el triple de la dosis permitida por la psiquiatra y, sin embargo, no me he calmado. Tengo los músculos entumecidos, solo funciono automáticamente para hacer todo más llevadero.
No encuentro palabras exactas para definir el ambiente. Todo grita lujo y manteniendo a mi familia alrededor es obvio que el poder también se encuentra, pero falta algo. Tengo el serio sentimiento que alguien me está observando en todo momento y aunque me he recorrido casi todo el jardín no he encontrado una mirada que me de las vibras de intensidad que siento recaer en cada una de mis acciones.
Papá me lleva de un lado al otro con una mano en mi espalda baja solo para guiarme, pero ni bien nos establecemos me suelta y se lo agradezco. Estoy teniendo demasiado sufrimiento desde la mañana.
—El señor Tanaka ha llegado —informa mi guardia solo para nosotros.
Ya casi es la hora del brindis y Blackwood sigue sin dar rastros de vida. Sus padres han sido prácticamente los primeros en llegar, ojalá su hijo mayor tenga el mismo sentido de puntualidad y algo de respeto por la ceremonia si decide no tenerlo por mí.
Aprieto las uñas aun fingiendo estar atenta en la conversación que se desarrolla a mi costado. Solo escuche una pequeña parte del inicio donde los Rizzo empezaban a quejarse que el grupo rebelde ha empezado a dañar sus clubs nocturnos. Lo que ciertamente es un gran problema debido a que parte del dinero que lavan mis padres es gracias a los clubs, pocas veces lo hacen directamente en las empresas debido a que han empezado a cuidar su imagen.
Ahora que lo pienso, están tomando muchos frentes seguros.
—¿Qué opinas Afrodita?
—Su solución es buena, señor Rizzo —respondo con la copa de champagne en la mano—, pero puede mejorar. En mi opinión, si envía grupos reducidos directamente asesinar con poca información es como mandarlos al matadero. Ahora, si me dice que los envía para capturar a un par y tratar de sacarles información y luego dejarlos ir para utilizarlos como señuelos, sería algo más calculado.
—Según he escuchado estos rebeldes parecen novatos ¿no? —continúo y él asiente— Bueno entonces si tienen poca experiencia, lo único que hace un niño luego de ser asustado es correr al lado de sus padres. En este caso serían las cabezas de sus grupos. Así erradica el problema de raíz y no a medias.
Papá me sonríe orgulloso, así que solo puedo optar por ocultar la ligera sonrisa llevando la copa a mis labios. Me sorprende hasta cierto punto lo natural que ha salido todo.
—Señor Rizzo —la voz de mamá nos hace girarnos en su dirección. No se me escapa como a papá se le detiene la respiración por un momento hasta que ella toma su brazo—, siempre es un placer tenerlo cerca.
—Lo mismo digo, señora Al Capone. La belleza que narran nunca le hará justicia.
—Soy un hombre con suerte —ataca papá.
—Concuerdo —mi madre le lanza una mirada que no descifro—. Es momento de hacer el brindis.
Nos despedimos para acercarnos a la tarima adornada con rosas de todo tipo. Observo de soslayo como Xander y Akira empiezan a moverse en mi dirección con sus guardias, esa es la señal para saber que en cuanto vea a Damian tendré que tener una charla extensa con él.
—Yo lo sostengo y tú le arrancas los dedos —Iván responde ante mis pensamientos.
—No será tan fácil.
—Tienes más de la mitad de la mesa —hace una referencia a los que se acercan—. Tú solo pide.
Niego riendo.
—Por ahora estamos bien.
Papá se acerca al micrófono logrando que el ambiente se empañe de silencio, mamá se mantiene a su derecha con los brazos a ambos lados y el mentón en alto. Ella siempre hace cada vez que están en público, es su manera de demostrarles que tiene a mi padre comiendo de su mano y que realmente la que toma las decisiones fuertes es ella.
Algo no tan cierto ya que siempre lo hacen en conjunto, pero papá no la desestima. Él cuida todo de ella, incluido su orgullo.
—Alcen sus copas —suelto una risita al escuchar la orden a través del micrófono—. Como todos saben, el día de hoy los Al Capone celebramos el cumpleaños número diecisiete de Afrodita —me observa haciendo un gesto para acercarme, lo hago—. Palabras me sobran para poder describir los años que han sido compartir contigo, cariño. Me has llenado de orgullo innumerables veces y creo que tu madre no me dejará mentir cuando digo que vemos el potencial de una reina en ti. Ambos confiamos en que tienes la capacidad de liderar lo que se te está obsequiando. Hoy te conviertes en la cabeza de la Blackthrone oficialmente para liderar a Xander Oikonomou, Akira Tanaka y Damian Blackwood en las tareas que se les encomienden. —los dos primeros aparecen a mi izquierda, me trago lo amargo y decido solo seguir sonriendo por el bien de la imagen—. Afrodita Al Capone como bien algunos de ustedes han optado por apodarla "La pura" es nieta de jerarcas, hija de jerarcas, sobrina de jerarcas y futura esposa de un jerarca —juro un golpe en las costillas logrando bloquear el transcurso del aire ¿A qué viene lo último? — ¡Salud!
Todos levantamos nuestras copas para beber algo de alcohol, incluso yo que estoy pasmada. Busco que el ardor supere el amargo de mi sistema por el coraje y la confusión, pero no lo hace lo que me pone de peor humor. Sin embargo, no lo muestro. Hago un trabajo pulcro en mantener la sonrisa elegante los minutos siguientes en los que los invitados aplauden efusivamente.
—Lo hablaremos luego... —susurra papá al momento que se inclina para darme un abrazo que se convierte en un apretón de manos cuando lo aparto.
—Debió hablarse antes.
Me interesa poco la mala cara que le planto o lo grosera que soy al dejarlo en la tarima, pero mi noche acaba de llegar al tope máximo de lo que me permito. Tomo el bolso de sobre de la mesa destinada al resto de mi familia que tampoco se atreven a verme a la cara y solo salgo. La música clásica por los altavoces logra endulzar la salida.
—No es buena idea irnos, es tu fiesta de cumpleaños.
—Esto es una maldita trampa —logro señalar con la falta de aire y los ojos empañados, necesito ir a otro lugar y cambiarme de ropa. Necesito tranquilizarme para no actuar de formas que no quiero—, ellos solo ...
Niego.
—Tuvo que haber pasado algo —intenta explicar el guardia—, tu padre nunca habría hablado de un matrimonio concertado a menos que algo realmente pesado le estuviera cayendo sobre los hombros y esto es. De ser el caso no creo que dure, sabes como reacciona con las amenazas.
—Eso no es justificación para venderme de semejante manera —lo rancio de las palabras impactan fuertemente.
Cuando no observo las camionetas llegar decido tomar el atajo al estacionamiento, inserto mi huella y este se abre. Casi corriendo atrapo la llave del McLaren gris para subirme y arrancar sin esperar a que Iván se monte.
Que se joda, que se jodan todos.
La maldita hipocresía, los recuerdos en los que mis padres buscaron mostrarme cómo no debía someterme ante otra persona se me atascan en las venas, el pecho se convierte en una bóveda pesada cada vez más y lo único en lo que pienso es en salir corriendo. Piso el acelerador logrando que el motor ruga tapando mis gritos y sollozos.
Siento como la garganta se me cierra y el estómago empieza a prenderse fuego sin permiso alguno. No existe lógica en el anuncio, mucho menos en la manera tan mezquina en la que nadie tomó en cuenta mi reacción o la consideración que hubiese agradecido que tuvieran.
Aunque me duela admitirlo, muy en el fondo siempre supe que si es que en algún momento lograba casarme seria por conveniencia, no por amor. Me gusta leer historias de romance y a diario viajo en esos cuentos donde el amor de la otra persona tiene que ser lo suficientemente fuerte como para curar a la otra dañada.
Yo no quiero que nadie me cure. No quiero curar a un desconocido.
Esto es una completa burla. Los nervios se me disparan por completo y todo por lo que había luchado estos años simplemente se va como por arte de magia al encontrarme manejando hasta la cabaña que reaparece siempre en mis pesadillas. Por alguna razón el peso en mi pecho se reduce levemente y el dolor de la traición se abre, pero es completamente diferente.
No me duele por mis padres.
No me duele por la forma en la que anunciaron un matrimonio sin dar más detalles.
Tampoco pienso en el hombre que ni conozco, pero sé que será un dolor de cabeza.
Solo me centro en las ruinas de la casa que me alojó durante esos días de tortura.
Estaciono el auto junto a las verjas oxidadas. Respiro un par de veces antes de bajar, no he venido aquí desde el ataque y no tengo idea de lo que hago, pero siempre se me ha dado bien confiar en mi instinto.
La brisa de la noche fresca golpea mi piel arrancándome un suspiro profundo. Tengo la nariz tupida y posiblemente los ojos como mapache, pero no es como si alguien me fuese a ver aquí así que sin miedo a nada solo camino hasta la parte trasera tratando de no tropezar con las ramas caídas de los grandes árboles.
Otro sollozo brota de mi garganta cuando la pista de patinaje se extiende bajo mi visión. Está limpia y sin ninguna hoja sobre ella a pesar de estar rodeada del bosque. Me planto a un costado con las manos acariciando mis brazos dejando que los recuerdos inunden mi consciencia.
La luz de la luna cae sobre mi rostro y solo dejo que todo salga. No sé si es alguna clase de terapia, pero me siento en paz, algo tranquila.
Recuerdo los buenos años que pasé representando a Campbell College en los campeonatos internacionales. Mis padres nunca pudieron asistir por trabajo, pero eso no me impedía brillar y dejar todo de mí en la pista. El maestro Mathew dijo que en sus años de experiencia nunca había visto semejante arte como el mío por lo que lo apreciaba y me quedaba horas enteras practicando, nunca fue un sacrificio.
Hasta ese día.
El día que me secuestraron fue cuando yo estaba practicando en la pista del colegio, poco recuerdo de la manera en la que se desarrollaron los hechos. Solo sé lo que pasó después y lo detesto. Desde ese entonces he evitado con todo mi ser regresar a esa parte del colegio y cualquier otra hasta este momento.
No tengo intención de irme, al menos no por ahora. Busco un lugar en donde sentarme y lo encuentro cerca a la pista, es una banca que como todo lo demás está sucio, pero ya dado por arruinado el vestido junto a sus recuerdos solo tomo asiento.
Creo que pasan horas enteras hasta que puedo despejar todos mis pensamientos o la mayoría de ellos. Aún sigo sin respirar bien, pero me conformo con la tranquilidad que tiene mi mente.
Un sonido proveniente de los arbustos llama mi atención, inmediatamente mis ojos buscan una rama para defenderme en caso de que no sea un animal lo que ocasiona el ruido. Sin embargo, me quedo en mi propio sitio incapaz de moverme cuando logro vislumbrar una figura masculina alta y ancha.
—¿Quién eres? —detesto lo débil que sale mi voz.
El hombre no responde hasta que la luz cae por completo en todo su cuerpo. Tiene una camisa blanca con pantalones formales, todo manchado de sangre e incluso mientras camina en mi dirección va dejando rastros del líquido carmesí por la pista. Tiene la camisa arremangada de los brazos lo que me permite tener una vista en primera fila de sus manos grandes y sus antebrazos venosos con algunos tatuajes que sé definir a la perfección.
Mierda.
¿Mis padres lo enviaron?
Pido al cielo y al infierno que me permita mover las piernas, pero ninguno me ayuda. El hombre llega hasta donde estoy, pero no se detiene hasta que logra tenerme contra el piso del porche trasero de la casa.
—Años sin verle, majestad.
Damian
Años atras.
Ser testigo del miedo en sus ojos solo ocasiona una cosa en mi interior.
Placer.
Siempre he odiado el color azul hasta ella. Sus malditos ojos son de un azul indescriptible rodeado por algo de gris con bordes negros segun puedo apreciar ahora, lo que los vuelve interesantes. Nunca en mi vida he utilizado lentes de ver a pesar de saber que los necesitaba, hasta que me interesó saber a detenimiento cada color que llevaba sus pozos color tormenta.
Y es que no solo es el color, es toda ella.
Su piel blanca, sus largas pestañas, su fina nariz sonrosada al igual que sus pómulos de tanto lloriquear. Los jodidos labios gruesos con rastros de brillo labial, me vuelven adicto. Un completo animal queriendo atrapar a su presa.
Mil pensamientos me atormentan a estas horas de la noche, pero los aparto. Ella ya ha tenido suficiente por hoy, no merece seguir alterándola a pesar de lo que me causa. A pesar de lo que se merece por herirme de la forma en la que lo hace solo con su mera existencia y el apellido de mierda que lleva.
Las únicas lágrimas que me provocan ver en ella justo ahora, son las que caerían por el placer de tener mi polla en su linda boquita. Ganas no me faltan de arrancarle el maldito vestido negro que le queda espectacular. La he visto moverse por la sala de la mansión de sus padres con tanta gracia con ese trozo de tela negro con una manga caída adornado por un lazo blanco a juego con los bordes superiores del atuendo.
No sé ni mierda de moda, pero lo que sé es que desde que la vi... mi hambre aumentó.
Casi sonrío por el desafío tomando forma en sus ojos. De pronto, alza la barbilla antes de murmurar: —¿Qué haces acá? Esta es propiedad privada, no puedes invadirla.
Sí, soy consciente de ello. Los padres de Afrodita compraron todo el complejo hace un par de años atrás y ahora este lado del bosque colinda con la mansión que parece más un castillo que de ahora en adelante poseeré.
Encojo los hombros sintiendo la erección dispararse entre mis pantalones.
—Si pueda o no, es el menor de tus problemas ahora.
Aprieta los labios luciendo furiosa.
Demonios, se ve completamente adorable así.
Me dan ganas de hacerla sangrar y probarla.
—¿Qué quieres?
—Nada en especial —tengo la audacia de acercarme lo suficiente como para repasar el contorno de su cuello con la nariz. La maldita loca no retrocede, muy por el contrario, coloca sus manos en mi pecho—. Solo recordarte un par de cosas.
Le lleva unos segundos reaccionar, unos que sin duda alguna le saco provecho embriagándome del olor que tanto había extrañado. Afrodita para mí se ha convertido en la maldita nicotina que necesito a diario, pero que no he podido obtener hasta ahora.
Ella siempre ha sido mi mejor obsesión. El maldito martirio que me ha orillado a ser la bestia retorcida que soy ahora, siempre dispuesto a sucumbir sus lados oscuros aun cuando ella no tiene idea de su existencia.
Siempre estoy ahí. Recordándole que, como nuestra mente ninguna.
—Eres un imbécil.
Intenta lanzar una patada entre mis piernas, pero logro anticipar el golpe lo que termina por posicionarme entre sus muslos con la tela del vestido hasta casi sus rodillas. Por mero instinto, llevo mi mano hasta la parte trasera de mis pantalones para sacar el arma y dejarla al lado de su cabeza.
—Vaya, vaya ¿Te descuido y ya sacas las garras? —me quedo quieto observando sus deliciosos rasgos— pensé que ya habíamos pasado esta etapa.
Aprieta las manos arrugando mi camisa en el proceso. Inhala aire robando del poco que transita entre la cercanía de ambos. Un pequeño centímetro y me tendría saboreando sus labios. Realmente necesito volver a saborearla.
Joder.
—¿Qué? ¿Te comió la lengua los ratones?
No los culpo, si tuviera la oportunidad tampoco la desaprovecharía.
Me comería su lengua entre otras cosas.
Sigue sin responder. Tomo el arma retirando el seguro con una mano ya que la otra la tengo al costado de su cabeza evitando aplastarla en la posición. Llevo el trozo de metal entre sus piernas evadiendo el encaje que tiene puesto. Siempre le ha gustado esa tela delicada y usualmente es de color blanco, me sorprende encontrar negro.
Alzo una ceja observando directamente sus ojos pasmados. Jadea al sentir el cañón invadir su entrada.
Sí, sigue siendo la misma loca desquiciada.
—¿Vas a responder?
Pasa saliva logrando que nuestros labios se rocen un poco.
—¿Qué... que estás haciendo? —apenas forma palabras.
—Dejando en claro los roles —ladeo el rostro y como el psicópata que soy, hundo más el arma sin importarme que esté cargada. Ella chilla aferrándose a mis hombros— ¿Te gusta?
—Eres... eres un completo enfermo.
Suelto una risa carente de humor. Sí bueno, jodidamente lo soy.
—Todos lo somos. Eso te incluye o entonces explícame por qué estoy bañando mis manos con tus jugos.
—No estás haciendo tal cosa —se defiende.
Retiro el arma de un solo jalón para llevarlo a sus labios. Sin esperármelo, saca la lengua para probarse.
Paciencia.
—¿Decías?
El atrevimiento le dura poco, creo ver decepción
surcar
por sus rasgos. No lo sé, no soy un jodido psiquiatra o adivinador de sentimientos. Tampoco me interesa convertirme en uno.
Ni siquiera cuando pagaría lo que fuese por saber lo que cruza por su cabecita.
—¿Te quedaras?
—¿Eh? —saco la cabeza que había metido en su cuello solo para lamerlo.
—Si te quedaras por más tiempo a parte de la ceremonia.
Vuelvo a reír con el peso de lo sucedido asechando por mi mente. Los estragos del enojo que recorrieron en la mañana mi cuerpo, reaparecen logrando volverme loco. La sangre en mis antebrazos, en mi camisa, el recuerdo del animal muriendo en mis manos...
Si no me voy ahora, probablemente termine por traumatizarla. Afrodita no necesita agregar más a la larga lista, no por mí.
—Nadie sabe que vine, excepto tu.
Me aparto por completo llegando a sentir la falta de su cercanía como un puñal en el abdomen. La observo por breves segundos y luego, sin más, salgo por el camino que entró. Me monto en su McLaren y arranco. Si quiere ir a la casa tendrá que ir a pie por el bosque o tomar la carretera, sea como sea ella siempre encuentra una forma de llegar a mí.
Incluso ahora.
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