6: Tu deuda está pagada.
Pensamiento de Jensen:
Me despierto por culpa de los rayos del sol que se cuelan por la ventana. Por unos segundos, me siento bastante confundido al no saber donde estoy, pero después noto como mi brazo rodea lo que parece una cintura. Abro los ojos, descubriendo que delante mía tengo a Jeannette de espaldas. Ella tiene entrelazada su mano con la mía, y respira pausadamente debajo de todas las mantas que nos cubren. Su pelo corto está esparramado entre nosotros.
Todavía no sé como he podido dormir con la ropa que llevo, pero creo que el cansancio que he ido arrastrando estos días ha hecho que ese detalle me importe una mierda. Y ahora que estoy tan relajado aquí... no me quiero levantar.
Solo quiero disfrutar unos minutos de no pensar en nada, de imaginar que nada ha pasado. Disfrutar de la llamada paz un poco más, olvidarme de todo lo que arrastramos. Así que cierro los ojos y me dejo hacer un ratito.
Sentirla cerca hace que me ponga nervioso. Hace mucho tiempo que no estaba cerca de Jeannette y ahora todo me huele a ella. Es algo razonable, pues estoy en su habitación con ella a mi lado. Su perfume invade toda la estancia. Se gira, aún dormida, dándome la cara. Sus ojos descansan ahora, mientras tiene los labios entreabiertos. Y también me permito quedarme unos minutos mirándola. Es tan hermosa que me duele.
La echo de menos, mucho. Los besos, el no tener que reprimirnos, las risas y la confianza. Pero no puedo volver a estar con ella en la forma sentimental, siento tanto resentimiento dentro que incluso me hace daño. Y creo que no tiene ninguna explicación lógica lo que hizo. Solo... dinero. El puto y asqueroso dinero que maneja a todo el mundo.
Me levanto, pues pienso que no debería ni haber dormido con ella. Pero, ¿Qué iba a hacer? No era capaz de dejarla en el estado en el que se encontraba. Y entiendo que esté deprimida después de todo lo que nos ha ocurrido. Pero eso no quita que me queme su contacto. Y haber estado esta noche con ella me haga dar más vueltas a esto.
No duermo. La comida no me sabe a nada. Lo único que hago es trabajar sin descanso para tener la mente ocupada. Parezco un fantasma caminando de un lado a otro en las oficinas, mientras algunos de los empleados murmuran que ya no ven ni a Carolina ni a Jeannette por ahí. Realmente los cuchicheos me molestan mucho, podrían meter la cabeza en su trabajo en lugar de ir hablando por ahí. No puedo permitir que esto siga así. Estar en tal estado de derrumbe me hace sentirme incómodo en cualquier situación.
Salgo de aquí, intentando borrar todos mis pensamientos. Y dándome prisa, bajo para entrar en el comedor-cocina que hay. Me tomo el atrevimiento de buscar el café por los armarios y hacer una cafetera, la cual poco a poco va inundando el ambiente con su olor. De mientras, no puedo evitar fijarme en mi alrededor.
La casa es sencilla, la verdad es que no tiene demasiada decoración. Es más, los muebles son simples y no de la mejor calidad. Las paredes están cubiertas por un color amarillo claro, cosa que la hace aún más minimalista.
Veo muchas fotografías y me quedo observando una en la que una Jeannette adolescente sale agarrada de la mano con un niño más pequeño que ella. Están frente a un árbol enorme y sonríen ampliamente. ¿Quién es ese niño? ¿Será su hermano, el tal Héctor?
Después hay otra, de una mujer. No puedo evitar fijarme en lo mucho que se parece a Jeannette, son como dos gotas de agua. Sin duda, no puede negar que es su madre, y me sorprende. Es una mujer muy guapa.
—Buenos días —casi doy un salto del susto, al escuchar la voz adormilada de Jeannette. Me giro y la veo en el marco de la puerta, frotándose un ojo. Lleva el pelo en una maraña, y sus facciones están algo hinchadas por haberse acabado de despertar.
—Hola —exclamo, yendo a la cafetera y apartándola del fuego. Echo café en una taza que cojo del escurridero y se la paso.
—No —me dice. Por un momento me quedo mirándola extrañado, ¿desde cúando no le gusta el café? Luego recuerdo que al estar embarazada tiene totalmente prohibido beber café. Bueno, eso y el pescado crudo, algunos quesos y muchas cosas más.
—Es verdad, la cafeína —exclamo, quedándome la taza para mí, bebiéndomela de pie en frente del banco.
Entonces, la veo acabar haciéndose unas tostadas para desayunar, y se sienta en la mesa que está en la otra parte de la habitación. La acompaño educadamente, observando sus manos. Y como ayer, la falta de un anillo en su mano me llama la atención. No lo lleva. Mi cerebro intenta convencerme que es normal, y que a lo largo del tiempo tendré que pedírselo. Pero la parte menos racional de mí se lamenta por ello.
Aunque si lo pienso bien, si quiere quedárselo, que lo haga. Ese anillo solo era para ella, y nunca será para nadie más.
—¿Me harías el favor de llevarme hoy al hospital? Quiero ir a ver a mi hermano —me dice, mirándome fijamente a los ojos. Su color verde tan claro siempre me ha sorprendido. A veces incluso lo llego a confundir con azul.
—Claro. Hoy no trabajo —le contesto.
—Muchas gracias —me dice, volviendo a untar su tostada.
Yo me quedo mirándola, verla como la vi anoche me partió el alma. Que me rogara que me quedara me desagradó en cierto sentido. No me gusta verla mal, de verdad que lo detesto. Pero una parte de mí a veces solo pide ingorarla.
—¿Te encuentras algo mejor? —pregunto.
—Bueno... no me encuentro mal. Eso es un avance, ¿no? —exclama, con una ceja levantada.
Una hora más tarde, estoy tras la puerta del baño, escuchando a Jeannette vomitar. Algo que ambos desconocíamos es que las naúseas matutinas se hacen presentes cuando menos te lo esperas.
Abre la puerta, su pelo está recogido en una coleta deshecha y tiene una cara completamente descompuesta. Desde luego, no es la mejor forma de despertar de todas. Me temo que no será ni la primera ni la última vez que esto ocurra.
—¿Estás bien? —ella niega, cubriendo su boca y volviendo al váter para vomitar de nuevo. Esta vez ni le da tiempo a cerrar la puerta, pues si no acabará pringada otra vez.
Después de ducharse y quitarse la ropa que lastimosamente ha manchado de vómito, ponemos rumbo de nuevo al hospital. Ella enchufa la radio y comienza a tararear. Me fijo en cuando la invade un escalofrío, así que pongo directamente la calefacción del coche.
Entramos por la puerta del hospital, subiendo por el ascensor. Vemos a personas caminar por todos lados. Los hospitales siempre me han dado respeto y no me gustan nada. Siempre que los pisas significa que hay una mala noticia.
Cuando llegamos al pasillo donde supuestamente tienen a su hermano, vemos que un montón de médicos comienzan a correr al lado nuestro. Nos empujan, tengo que apartar a Jeannette para que no la tiren.
Y ocurre lo que nadie se esperaba. Jade sale de la habitación donde entran todos, cubriéndose la boca y llorando a lágrima viva. El llanto se la come entera, mientras intenta entrar en la habitación, pero una enfermera se lo prohíbe.
—No —musita Jeannette, cubriéndose la boca. Se queda completamente blanca y tengo que sujetarla porque creo que en cualquier momento se va a caer.
Jade nos ve y viene corriendo hacia nosotros. Ella abraza a Jeannette, mientras continúa llorando, con todas sus fuerzas.
No entiendo nada, pero sé que no está pasando nada bueno. Ni por el asomo.
—¡Te juro que solo ha sido un segundo Jean! ¡Cuando he llegado, él estaba con todos los aparatos desconectados y ya...! —mis alarmas comienzan a dispararse.
Más médicos comienzan a salir de todos lados, entrando en la habitación. Y se oyen gritos que ninguno de los tres entendemos porque son indicaciones médicas.
Miro a Jeannette y la sujeto, mientras sus ojos siguen completamente abiertos del susto. Comienza a temblar de golpe, incluso noto como se siente inestable ahí, de pie.
Sorprendiéndome, corre hacia la habitación, pero la puerta está cerrada. Mi voz llamándola suena varias veces en el pasillo. Después, corro para estar a su lado y sujetarla en el momento en el que juraría que se iba a desmayar.
El teléfono de Jeannette comienza a sonar. Ella, con manos temblorosas y expresión de miedo lo descuelga y lo pone en su oreja. Se escucha perfectamente a un hombre hablar, diciendo:
—¿Pensabas que tu papi no había pensado en su muerte? ¿Creías que León era tu único enemigo? Ahora, tu deuda está pagada. Disfruta del regalo de herencia que te había querido hacer tu querido papá.
Sé que algo malo va a ocurrir en el momento en el que todos los enfermeros salen de ahí, con caras que no dejan imaginar nada agradable.
***
Lo sé, sé que me odiáis en este momento. Podéis enviarme mensajes por aquí y por direct (@ autoraeva) y llamarme de todo, que yo lo entiendo, eh XDD.
Otra cosa, "Peligrosa Ilusión" se actualizará TODOS los lunes y jueves.
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