Capítulo 49
Atenea
La noticia dada por el ministro me ha tomado totalmente por sorpresa. La muerte de quien fuera mi pareja durante años no es algo que deseara o tan siquiera previera a pesar de la duda que tenía sobre su lealtad o el engaño que días atrás me fue revelado por Patrick y Maximilian. Sin embargo, lo que más me afecta es saber que el rubio del infierno se enteró del asesinato el mismo día que ocurrió y por algún motivo me lo ocultó deliberadamente.
Las preguntas que surgieron en mi mente minutos atrás no me abandonan mientras conduzco la todoterreno a toda prisa rumbo a las afueras de Tijuana y para el momento en que aparco en el garaje de la casa de seguridad hay una que destaca por encima del resto.
«¿Acaso me ocultó lo que pasó con Dominic porque está implicado?»
Con la cabeza hecha un lío tomo mis cosas, bajo del auto y bloqueo las puertas usando el mando antes de dirigirme al interior de la mansión con la intensión de ver a Pierce para saber su opinión pero detengo la marcha en el salón principal al encontrarme con algo inesperado.
―¿Qué haces tú con ellos, Amelie? ―Cuestiono ligeramente molesta al verla con mi Matías entre sus brazos mientras ve la televisión acompañada de Patrick y mi hermanita.
―Oh, señorita Müller, me alegro que ya esté de regreso. Su, ¿jefe? prácticamente me obligó a cuidar a los niños. Dijo que tenía mucho trabajo como para estar cuidando a dos revoltosos ―responde sin dudarlo un segundo tan siquiera y, siendo sincera, le creo.
―Si vas a sermonear a Maximilian asegurate de no gritar, por favor. La película está buena y no quisiera que vuestra inminente pelea me la arruine ―añade el coronel mirando fijamente la pantalla. ―Ah, tampoco le eches la culpa a mi prometida que ella solo tuvo la amabilidad de aceptar hacer un favor.
Siento ganas de mirar hacia el techo en respuesta a la ridícula acusación implícita en las palabras del británico pero en vez de eso tomo el mando de la televisión para ponerle pausa a la reproducción del filme. El reclamo en la mirada de Pierce no se hace esperar y la confusión de su novia tampoco en tanto Artemisa me observa enojada por haberle quitado su película de princesas. Lamentablemente, los reproches de ninguno me parecen tan importantes como lo que tengo que hablar con mi antiguo mentor.
―Lo siento mucho pero tengo algo urgente que hablar contigo, Patrick. ¿Podrías acompañarme? ―Pido tomando en mis brazos al que desde hoy es legalmente mi primer hijo en un intento por poner mis pensamientos y emociones en orden. Beso su frente, aspiro su aroma de bebé mezclado con la crema de piel que empecé ayer a aplicar en su piel y cuando me siento en una relativa calma se lo entrego una vez más a Amelie en tanto Pierce se pone de pie esperando por mí. ―Cuidalos un rato más, por favor. Tengo unos asuntos de trabajo que tratar con tu pareja y una discusión pendiente con mi superior. En cuanto acabe con todo eso vendré y serás libre de dedicarte a lo que quieras, ¿vale? Prometo que tardaré poco tiempo ―murmuro a quien dentro de pocas semanas se convertirá también en parte de la familia que he elegido.
Asiente sin poner trabas y luego de darle un beso en la frente a Artemisa me encamino a la cocina junto a Patrick.
―¿Qué pasó? ―Indaga a mitad del recorrido.
―Cuando lleguemos a la cocina te explicaré. Aquí cualquiera nos puede escuchar ―contesto sin detener la marcha hasta llegar al destino. ―Fuera, todos ―ordeno a las empleadas y a los guardias encargados de vigilarlas.
Mi orden es acatada con rapidez, afortunadamente, y al estar a solas con mi mejor amigo todo lo que intenté reprimir vuelve a surgir con tanta fuerza que no sé si pueda resistirlo.
―No estás bien, Atenea. Es más que evidente. ¿Ya me vas a decir qué demonios pasó o tengo que sacártelo a la fuerza? ―Pregunta preocupado.
Por unos segundos dudo sobre si es lo mejor hablar del tema con él teniendo en cuenta que aún sus heridas no han sanado completamente.
―Dominic está muerto ―digo finalmente.
La expresión de su rostro se torna indescifrable ante mi revelación encendiendo mis alarmas.
―No me sorprende la noticia, honestamente ―murmura transcurrido medio minuto.
Su reacción me parece tan extraña que por un momento desconfío.
―Maximilian lo sabía y no me lo contó. Tuve que enterarme gracias a una llamada del ministro esta mañana ―continúo y su facies es la misma. Cero sorpresa, ¿por qué?
―Sus razones habrá tenido para no decírtelo, seguramente ―se aventura a decir.
―Creo que él estuvo implicado en su asesinato ―revelo con el objetivo de comprobar una nueva teoría.
―Entonces deberías estar hablando con él en lugar de estar platicando conmigo, ¿no crees? ―Se atreve a contestar y esa respuesta me hace sospechar de su inocencia en el asunto.
―Tú no serías capaz de hacer un movimiento así sin avisarme, ¿cierto, Patrick? ―Pregunto con un tono ligeramente amenazante.
¿Su reacción? La más inesperada.
Espero a que su ataque de risa llegue a su fin mirándole sin ocultar mi molestia.
―No, no, no. Yo jamás mandaría a matar a alguien sin tu consentimiento y menos a tu novio. Sin importar que él estuviera bajo sospecha de traición. Aún quiero vivir, Atenea, y eso que dices es cosa de suicidas ―se defiende.
―¿Entonces no sabías absolutamente nada sobre el fallecimiento de Dominic?
―Exactamente. Vivía ignorante de su deceso hasta que me lo has comunicado ―asegura pero me cuesta creer que el gran espía no supiera nada del tema.
―¿Seguro? Si es así, ¿por qué no te ha sorprendido la noticia? ―Insisto dispuesta a darle la oportunidad de ser sincero.
―Porque Dominic era un estorbo para mucha gente. Enzo, Luis o incluso Maximilian pudieron haberle encomendado su muerte a cualquier sicario con tal de tener el camino libre contigo. También existe la posibilidad de que haya molestado a quien no debía y se haya ganado su pase al inframundo con Hades. Eso es algo que no sabrás con certeza hasta que aparezca el culpable ―habla luciendo bastante honesto aunque es imposible determinar cuándo la gente como él miente así que tampoco descarto que esté implicado.
―Voy a elegir creerte pero si descubro que tú también sabías del homicidio de mi ex-novio no te voy a perdonar fácilmente. Advertido quedas ―digo poniéndole fin al asunto con él. ―Ahora dime, ¿Maximilian dónde está?
En lugar de responderme inmediatamente se toma su tiempo. Se pasa las manos por la cabeza y parece tener un debate interno consigo mismo por un minuto o dos.
―No lo sé. Hace un par de horas fui a buscarle en tu despacho y no lo encontré. Sin embargo, me informaron que salió de la casa y no se detuvo para que lo requisaran en los anillos de seguridad ―comenta como si le costara revelarme esa información.
―Bien, gracias por contarme ―respondo y sin despedirme emprendo la caminata rumbo a mi despacho.
Vuelvo a portar la máscara de la apatía y la indiferencia, porque no estoy dispuesta a que Maximilian note que me afectó darme cuenta que no es alguien digno de mi entera confianza, y,
para el momento en que me paro frente a la puerta de la habitación, estoy convencida de que puedo enfrentarme a él sin flaquear.
Al entrar a mi estudio le veo muy tranquilo sentado en mi silla, detrás de mi escritorio y usando mi computadora. ¿Se puede ser más descarado que eso? No creo.
Carraspeo con la clara intención de hacerme notar y cuando finalmente sus ojos de lobo mentiroso me miran puedo asegurar que sería capaz de perdonarle cualquier traición menos que me fuera infiel. Lo quiero mío y lo quiero para siempre. ¿Está mal eso? No lo sé pero tampoco me importa.
―Hola, bonita. ¿Qué tal te fue? ―Indaga poniéndose de pie y avanzando lentamente hacia mí.
Cierro la puerta con seguro, respiro profundamente y disparo a quemarropa la pregunta que no me sale de la cabeza desde hace ya buen rato.
―¿Me ocultaste lo de Dominic porque tuviste algo que ver en ello, Maximilian Black?
No detiene su avance ante mi cuestionamiento. Camina hasta que me acorrala, sujeta mi mentón con una mano y apoya la otra en la madera a un lado de mi cabeza antes de negar lentamente mi acusación.
―Te oculté que Miller estaba muerto porque lo mataron el día del secuestro de Artemisa y tenías demasiado con lo que lidiar ―responde muy seguro de sus palabras. ―Sin embargo, no voy a negar que fui yo quien ordenó su asesinato. Lo hice y no me arrepiento de ello ―reconoce abiertamente conmocionandome.
―¿Por qué? ―Necesito saberlo para poder entender.
―¿Estás segura que quieres saberlo? ¿Estás segura que vas a soportar el peso de mi confesión? Si no es así te pido que no cuestiones mis actos porque la respuesta que quieres implica más de lo que puedes llegar a imaginar y quizá es una realidad que aún no estás dispuesta a aceptar ―contesta derrochando seriedad.
No necesito pensarlo mucho antes de dejar clara mi decisión.
―Prefiero la verdad antes que quedarme en la ignorancia.
―Ordené que lo asesinaran porque no quería ni quiero que otras manos que no sean las mías te toquen ―gruñe deslizando el pulgar por mi labio inferior con sus ojos clavados en los míos ―, ni que otros labios que no sean los míos te besen ―deposita un casto beso en mi frente que contrasta con la fiereza con que habla y vuelve a anclar su oscura mirada en la mía ― y mucho menos que alguien que no sea yo aspire ese maldito olor a chocolate de tu cabello que tan loco me vuelve ―murmura cerrando los ojos por un instante. ―Con tus trucos de cobra venenosa me sometiste, Atenea, y lo peor es que ni siquiera te diste cuenta. La verdad es esa aunque no la puedas aceptar ―culmina pegando su frente a la mía.
Me cuesta procesar sus palabras y por un momento hasta me parece increíble que haya dicho eso. La herida en mi pecho arde recordándome que yo también siento así que sin detenerme a pensar en consecuencias obligo a Maximilian a besarme intentando que con mis actos perciba lo que tanto me cuesta decir. La sorpresa en él es evidente porque tarda en corresponder a mi ataque pero al cabo de unos segundos termina cediendo.
El beso se extiende más de lo debido y, aunque es difícil hacerlo, decido parar porque tengo algo que confesar.
―Yo también caí, Maximilian. No quería aceptarlo pero así fue. Tenías todo para que te detestara, ¿sabes? Y a pesar de eso no fui capaz de mantenerme alejada de ti. Cada día que pasaba me acercaba a ti como Icaro al Sol y terminé incluso peor que él. Fui tan masoquista que me enamoré de ti sabiendo que lo nuestro estaba prohibido porque tú estás casado y yo tenía pareja y soy tan egoísta que no quiero que esto acabe ―murmuro consciente de lo que implica desear algo así.
―Esto no va a acabar, Atenea ―afirma dándome un casto beso en los labios.
Niego con la cabeza a la par que entrelazo mis dedos con los suyos en un vano intento por alejar la tristeza inexplicable que me embarga al pensar en la realidad.
―Esto es un idilio, una fantasía. En la vida real tú no eres libre para estar conmigo y lo sabes.
―Alyssa me importa un carajo porque a la que quiero es a ti. Si lo que quieres es que me divorcie, eso haré. Si lo que quieres es que enviude, la mando a matar. Pero no vuelvas a decir que lo nuestro es una fantasía. Lo que siento por ti es lo más real que había sentido jamás por nadie y quiero que eso te quede bien claro, bonita ―espeta y acaba con cualquier posible réplica de mi parte besándome con pasión.
Me carga y lleva hacia el escritorio sin despegar su boca de la mía, toca mi cuerpo a su antojo y mientras el calor provocado por la lujuria me invade tomo la decisión de no detenerme ante nada con tal de quedarme con Maximilian.
«Será solo mío hasta el fin de nuestra historia.»
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