Capítulo 41
Atenea
«Lo que sucede, conviene», me decía mi abuelo Javier cuando era pequeña. Lo ocurrido hace unas horas es un claro ejemplo pues, aunque los sinaloenses quisieron joderme, fui yo la que los jodió a ellos.
Los mexicanos me subestimaron y pagan por ello a seis pies bajo tierra. El "Chamuco" Santana creyó vencer pero terminó siendo el vencido en la guerra entre ambos que ni siquiera sabía yo que se libraba y sin saberlo me puso en bandeja de plata apoderarme del poder que al cartel del Pacífico pertenecía hasta el día de hoy. Gracias a su error estoy a muy poco de obtener el control absoluto sobre México porque como único obstáculo tengo al cartel de Jalisco y a esa organización criminal la planeo destruir en menos de setenta y dos horas sin importar lo que deba hacer para conseguir la victoria.
Es por tal razón que, luego de agradecer debidamente a la tropa que mágicamente apareció, me he puesto a la tarea de asegurar a quienes me importan enviándolos a uno de los múltiples black site cuya ubicación solo conocemos Pierce y yo porque en nadie confío que no sea él. Ni siquiera en Alex, mi tío.
Con este último ni siquiera he querido hablar aún porque, conociéndome, sé que soy capaz de meterle un tiro en la frente por traidor. Él traicionó mi confianza negándome la existencia de mi hermana durante cinco años. Cinco malditos años en los que nos veíamos constantemente. Cinco años en los cuales le hablaba a menudo sobre lo sola que me sentía en el mundo. Y, sobre todo, cinco años en los que me creyó capaz de lastimar o permitir que lastimaran a un ser tan inocente como Artemisa. Por ello es que he preferido mantener la distancia y cuidarme para no cruzarme con él en ningún momento, al menos no hasta que sea capaz de mirarle a la cara sin querer gritarle por haberme ocultado tanto tiempo algo tan importante.
Ahora, cuando falta poco para la medianoche, me encuentro a solas en la terraza de la casa de ubicación secreta intentando poner en orden mi cabeza luego del pesado día que he tenido pero por más que lo intento no puedo apagar los pensamientos que me agobian porque no es solo el atentado de esta tarde lo que me persigue sino uno del pasado. Ese en el que perdí a mi pequeña lucecita.
El motivo principal de que reviva lo sucedido una y otra vez en mi mente es Santana. Fue ese maldito el que provocó el atentado aquel fatídico día y recién hoy me acabo de enterar porque ni estando a las puertas del averno dejó su pose de arrogancia sino que se vanaglorió por haberme quitado lo que más quería sin que yo sospechara de su culpabilidad en el asunto. Sin embargo, para cuando el teniente de la Halcón me comunicó esa información ya el desgraciado se había muerto quitándome también la oportunidad de vengar yo misma la pérdida de mi pequeña.
—Alguien quiere hablar contigo, Atenea —dice Patrick llamando mi atención.
Ni siquiera me había dado cuenta de que se había sentado a mi lado o que tan siquiera se encontraba aquí. Eso da cuenta de mi estado meditabundo. Me preocuparía estar tan desconectada de la realidad si estuviera en cualquier otro sitio pero aquí al menos tengo la certeza de que nadie aparecerá a arruinarme más el día.
—¿Quién? —Pregunto apática.
No tengo ganas de hablar con nadie. Es por ello que mi celular ni siquiera está encendido. También desactivé el localizador subdérmico que me implantaron en mi primer año dentro de la FIEM.
—Parece que el comandante Black no puede vivir sin ti —es lo que me responde y solo la mención del rubio infernal logra que voltee a verle tan rápido que mi cuello se resiente por la acción.
El británico está en una de sus pijamas grises, con pantuflas del mismo color y el cabello despeinado como si lo acabaran de despertar. Además, porta una sonrisita socarrona de esas que me sacarían de mis casillas en cualquier otra ocasión pero hoy me encuentro tan agotada física y mentalmente que me importa un carajo que se burle de mi interés por el comandante.
—¿Te llamó?
Asiente con la cabeza y eso por alguna extraña razón me produce una sensación placentera.
—Llamó catorce veces antes de que le respondiera, Atenea —contesta sin dejar de sonreír. —Al parecer te llamó pero saltaba el buzón así que ha buscado tu localización infructificamente. Luego de alguna manera dió con mi número celular y me llamó. Ignoré las primeras llamadas porque como sabes no contesto a desconocidos pero era tanta la insistencia que respondí y, sorpresa, un comandante cabreado y preocupado en línea —añade diciendo lo último con diversión.
—Gracias por la detallada información, mi querido servidor. Ahora lárgate a dormir y ni una palabra al respecto —exijo con dureza porque aunque me vale que se burle no tengo paciencia para que empiece con ningún interrogatorio sobre el porqué Maximilian se preocupa por mí cuando ni siquiera yo lo sé.
—¿No quieres saber qué hablamos? —Cuestiona subiendo y bajando ambas cejas en ese gesto que hace siempre para provocarme pero mantengo mi gesto imperturbable.
—¿Tengo cara de que me interese? —Interrogo fingiendo aburrimiento.
Claro que lo hace. Todo lo que involucre a ese arrogante es de mi interés. Solo que no voy a darle el gusto al coronel.
—Te conozco más que tú misma, mi querida. Y sí, te interesa. Sin embargo solo te diré que estás en serios problemas por violar un principio fundamental de la milicia —declara sin dejar el tono de diversión.
—¿Cuál de todos los principios inviolables que ya me he violado antes es? ¿Desactivar mi chip? ¿Torturar gente? ¿Matar porque se me da la gana? ¿Dar órdenes a mis soldados para armar una falsa escena del crimen con tal de librarme de un escándalo que no me importaría generar pero que intento evitar para no empañar la imagen de otros? —Indago con ligera diversión.
Si eso molesta a Black es su problema. No voy a cambiar por él ni por nadie.
—Ninguno de los anteriores —dice sorprendiendome.
—¿Entonces qué fue? —Pregunto escéptica.
—Tu tío. O sea, que te llevaras a tu tío lejos de la casa presidencial en la cual debe estar. Según parece los de la seguridad presidencial están como locos porque no encuentran a Alex y han llamado a los únicos que pueden encontrarle sin levantar sospechas —comenta y en verdad que no me esperaba tal cosa.
—¿Es en serio que esos ineptos han llamado a la FIEM? —Rio, en serio rio con ganas.
—Exactamente así que ahora eres sospechosa de tener al presidente mexicano secuestrado, ¿qué te parece?
—Me parece perfecto —digo seria sabiendo que eso le sorprenderá. —¿Qué crees? ¿Pido rescate también? —Me burlo en su cara y ni cuenta se da a juzgar por su expresión horrorizada.
—Atenea, sabes que siempre te he apoyado en todo pero no quiero pasar el resto de mis días en prisión por andar de secuestrador —habla y eso es suficiente para acabar la farsa y echarme a reír como maniática.
—Sabía que caerías —aseguro ante su expresión confundida. —¿De verdad pensaste que hablaba en serio? Venga ya, soy demasiado inteligente como para hacer semejante idiotez. Si secuestrara a un presidente sería al de Estados Unidos o al de Israel para robarme sus armas secretas —añado y lo último sí va en serio.
Incluso me lo he pensado en varias ocasiones pero no lo he hecho por falta de tiempo, no de oportunidades o ganas. A fin de cuentas, los ejércitos de ambos países también están a mi disposición. El único inconveniente son sus molestos mandatarios queriendo tener armas de gran calibre y potencia solo para sí mismos y su beneficio.
—Lo dijiste con tal seguridad que te creí —confiesa riendo. —De cualquier modo ya no importa —le resta importancia encogiéndose de hombros porque sabe que voy a molestarle hasta el fin de los tiempos por creer semejante cosa. —En fin, ¿cómo arreglarás el asunto? —Quiere saber y si soy sincera no tengo la menor idea.
—Cuando despierte ya pensaré en algo. Por ahora me vale madres que piensen que lo secuestré. De todas maneras este sitio es imposible de hallar para alguno de ellos. Ni siquiera la organización podría —le digo lo que ya sabe porque fue él quien me ayudó a hacer de esta casa una fortaleza.
De hecho, todas mis propiedades tienen el mismo sistema de seguridad porque vaya a donde sea que vaya me gusta tener la certeza de poder estar tranquila en ese lugar sin preocuparme por visitas indeseadas.
—De acuerdo pero igual te recomiendo llamar a tu jefe, encanto. No queremos que piense mal de ti, ¿o si? —Se hace el payaso con su comentario y le doy una mirada que congelaría al mismísimo infierno.
—Vete al demonio, Patrick Imbécil Pierce —espeto y aprovecho que se pone de pie para lanzarle un cojin que, lamentablemente, esquiva con destreza.
—¿Cómo sería posible irme al demonio cuando yo mismo soy uno? —Devuelve con una sonrisa pícara. —Sin embargo, lo que sí haré es ir a mi habitación donde dejé a cierta señorita para mostrarle cuán demoníaco puedo ser —agrega haciéndome poner los ojos en blanco por el comentario.
—No necesito detalles de tu vida sexual, por Dios bendito. Suficiente con aguantarte intercambiado saliva toda la cena con la azafata —afirmo con una mueca haciéndole reír. —Ahora, shu shu, fuera de mi vista. Déjame sola que bastante tranquila que estaba hasta que viniste a interrumpir mi meditación —le hago señas para que se vaya ganándome una mirada divertida.
Tal parece que soy payaso de feria de tanto que se ha divertido a costa mía en pocos minutos.
—Bien, bien. Pero me voy porque yo quiero, no porque tú me mandas —tiene la osadía de decir antes de encaminarse lejos de mí mas segundos después vuelvo a escuchar su voz. —Descansa y no olvides llamar a Maximilian, lo digo en serio —es lo que añade para después desaparecer por donde mismo llegó dejándome a solas una vez más.
Paso un buen rato sopesando la idea, pensando en los pros y los contras de llamarle, sin embargo, transcurre casi media hora para que tome una decisión. Al hacerlo voy a mi habitación sin hacer el más mínimo ruido para no despertar a nadie y una vez dentro agarro el celular, lo prendo, marco el número y espero a que me responda en tanto entro al cuarto de baño y comienzo a desvestirme para darme una ducha rápida.
Suena una, dos, tres y cuatro veces antes de que descuelgue.
—Espero que tengas una muy buena justificación, Atenea —es lo primero que me dice y mentiría si dijera que no extrañaba esa maldita voz de dictador.
—Primero que todo, se saluda cuando a uno lo llaman, Maximilian. Segundo, sí que tengo una justificación —alego dejando caer mi sostén en el suelo.
—Estoy deseoso de escucharla —rebate con un tono de sarcasmo que no me pasa desapercibido.
—Me atacaron y tuve que tomar medidas. Es todo —respondo con simpleza quitándome la tanga negra a juego con el sostén que yace en el piso.
Camino hacia la ducha y abro el grifo del agua caliente pero sin meterme bajo la mampara para no estropear el celular. A este le tengo más cariño que a los anteriores porque fue un regalo de mi prima Nina y es por eso que lo cuido como bebé recién nacido.
—¿Segura de que es todo? —Presiona el comandante y escucho de fondo el sonido de un claxon por lo que deduzco que se encuentra en la carretera.
—Sí, Maximilian. Estoy segura. Ahora déjame en paz que quiero ducharme para dormir y tú estás conduciendo —hablo dispuesta a ponerle fin al diálogo pero el resultado termina siendo lo contrario.
Es perfectamente audible un frenazo al otro lado de la línea que me hace maldecir el haber puesto como excusa para colgar que él estaba en la carretera.
—Listo, ya no estoy conduciendo a ninguna parte así que puedes continuar con tu explicación porque algo me dice que es más larga de lo que dices. Además, me tienes que aclarar el tema del presidente mexicano ya mismo antes de que deba tomar medidas —alega haciéndome dar cuenta de que será imposible librarme de él a menos que le cuelgue y eso no es una opción.
Ese maldito es capaz de venir hasta México con tal de conseguir respuestas y eso es lo que menos quiero.
—Bien, bien. Te diré lo que quieras —digo rindiéndome ante su insistencia. —Pero que sepas que estás interrumpiendo mi segundo momento más sagrado del día —advierto viéndome obligada a dejar el teléfono en altavoz sobre la tapa del retrete para poder continuar la llamada y ducharme al mismo tiempo.
—¿Qué momento es ese? —Cuestiona con burla en su voz.
—Mi baño, Maximilian. Estás interrumpiendo mi baño —aclaro metiéndome bajo el agua caliente.
El agua relaja los músculos de mi cuerpo tan deliciosamente que se me escapa un gemido ante el alivio que experimento luego de tantas horas de estrés y tensión. Tomo el gel de baño del estante y vierto una generosa cantidad de este sobre una esponja que luego paso con lentitud por mi cara y cuello, brazos, torso y piernas para eliminar cualquier rastro de suciedad de mi cuerpo. Mientras esto sucede desconecto del mundo y hasta olvido que hablaba con el comandante pero, lamentablemente, la realidad no es algo que se pueda ignorar.
—¿Pero tú qué haces duchándote tan tarde, Atenea? En México ya pasó la medianoche —hace notar con un deje de escepticismo. Sin embargo el sonido del agua es tan audible que no deja lugar a dudas. —¿Qué hacías que no te diste un baño antes? ¿Acaso hiciste algo de lo que me deba enterar? —Indaga y la desconfianza mezclada con algo más es palpable en su voz.
¿Es impresión mía o suena como si estuviera celoso? De cualquier modo no me importa. Que piense lo que quiera.
—Lo único que debes saber al respecto es que sigues siendo el último con el que follé. Confórmate con eso. El resto no es de tu incumbencia, Maximilian —siseo sin paciencia.
Mal momento ha elegido para pedir explicaciones.
—¿Por qué de tan mal genio, capitana? —Quiere saber y no sé si son alucinaciones pero parece divertirse con la situación.
Un segundo atrás parecía celoso y ahora se hace el chistoso preguntando lo que ya debe saber.
«Maldito maniático bipolar.»
—¿Tengo que volverte a recordar que me estás jodiendo una hora sagrada? En lugar de dejarme tranquila sigues molestando sabiendo perfectamente que no haría nada que pusiera en riesgo ni tu imagen ni la mía a pesar de importarme un carajo la opinión de la humanidad —mascullo fastidiada sabiendo que la relajación que me otorga el agua caliente se fue al infierno por su culpa.
Solo ese imbécil consigue alterar mi humor tan rápido. Y lo maldigo por ello. Vaya que lo hago.
—¿Segura de que es por eso? ¿No será que necesitas sentir mi verga dentro de ese coño en el que no dejo de pensar?
—Maximilian —digo su nombre a modo de advertencia sabiendo lo frágil de mi autocontrol cuando de él se trata.
Por alguna razón desconocida, con tan solo escucharle decir eso me encuentro rememorando las veces que hemos cogido como lo que somos: dos bestias lujuriosas. No había pensado en eso hasta que lo mencionó pero ahora puedo afirmar con certeza de que sí deseo repetir y no solo una vez sino muchas.
—¿Qué pasó? ¿Tengo razón?
Joder, claro que la tiene. La humedad que siento formarse es prueba suficiente.
—No la tenías hasta hace menos de un minuto —siseo extendiendo la mano para cortar el agua.
Salgo fuera del cubículo de cristal, envuelvo mi cuerpo en una toalla y el cabello en otra antes de coger el celular e ir rumbo al vestidor.
—¿Quiere decir eso que piensas en mí? —Pronuncia con arrogancia y suspiro inevitablemente ante la verdad que eso implica.
—Pienso en tu polla, Maximilian, no es lo mismo —digo en su lugar.
No pienso reconocer en voz alta que tiene razón. Jamás. Primero muerta antes que subirle el ego a ese idiota presumido.
—Pensar en mi polla y en mí es lo mismo, Atenea —replica seguro de sí sacándome una sonrisa que me hace preguntarme si soy estúpida o Maximilian me gusta.
Finalmente debo admitir que, sí, el comandante me gusta porque quedar como estúpida jamás. Solo que él no tiene que saberlo.
—Piensa lo que quieras —gruño molesta conmigo misma porque me he fijado en el único hombre que no debía.
Maximilian está prohibido para mí por múltiples razones y, sin embargo, aquí estoy sintiéndome como adolescente calenturienta sopesando qué tan mala idea sería tentar al demonio mitad alemán mitad británico.
—Bien, entonces voy a pensar en ti de rodillas frente a mí chupándomela —comenta y casi puedo escuchar su respiración pesada a través del móvil.
—¿No se supone que estás de camino al comando? —Intento desviar la conversación a otro lado pero hasta yo me doy cuenta de que no servirá de nada.
—¿Y eso qué? Soy el jefe, cobra venenosa, puedo llegar a la hora que me salga de los cojones así que si llego tarde por jalarmela pensando en ti nadie puede opinar al respecto. Ni siquiera tú —rebate molesto sin dejar la arrogancia de lado.
Su arrebato me hacer reír con ganas interrumpiendo el secado de mi cabello y debido a ello decido jugar con fuego haciendo algo que no debería.
—Bien, entonces no seré yo quien te corte la inspiración pero me voy a dormir. No pienso estar hablándote como si nada mientras haces lo que yo quisiera hacer —declaro con una idea bien clara en mente así que sin pensarlo más tomo la foto que más tarde enviaré. —Hasta mañana, comandante —me despido y sin darle la oportunidad a decir algo más corto la llamada.
Termino de secar mi cabello, me pongo ropa interior y me voy directo a la cama dispuesta a descansar pero antes de hacerlo hago lo planeado. Envío la foto y aviso a Patrick de que apague el móvil, hago lo mismo con el mío y cierro los ojos con una sonrisa en la cara que da cuenta de la travesura que he hecho. Sin embargo, sé que en cuanto despierte mañana y vea las casi seguras consecuencias ya pensaré qué hacer.
«He tentado al demonio y no me arrepiento.»
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